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DESTRUYEME

DESTRUYEME

Status: En proceso
Genre:Posesivo / Dominación / Traiciones y engaños / Amor-odio / BDSM / Enfermizo
Popularitas:3.5k
Nilai: 5
nombre de autor: DayMarJ

Sinopsis de Destrúyeme

Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.

NovelToon tiene autorización de DayMarJ para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPITULO 17

...Lucas....

—¿Te ofende? ¿Te repugna que te ponga en el mismo lugar que él? Pues adivina qué, Santori… cuando guardas silencio ante la mierda, terminas oliendo igual.

La maldita me está provocando.

Lo hace a propósito, lo disfruta. Quiere ver hasta dónde puede empujarme antes de que le rompa ese cuello delicado con mis propias manos.

Cuando esas palabras salen de su boca, cuando tiene la osadía de compararme con ese maldito asqueroso, algo dentro de mí estalla.

El veneno de su voz se clava en mi piel, me carcome por dentro, y la rabia me nubla la vista. Aprieto el volante con tanta fuerza que mis nudillos se vuelven blancos, y sin pensarlo, piso el acelerador a fondo.

Nunca en mi vida había querido matar a alguien tanto como quiero matarla a ella en este preciso instante.

Cuando por fin detengo el auto frente a mi casa, el chirrido de los frenos resuena en la noche como un grito ahogado de furia contenida. Mis manos siguen aferradas al volante, los músculos tensos, la sangre hirviendo en mis venas.

Ella no dice nada. No necesita hacerlo. Solo me dedica esa maldita sonrisa cínica, esa que me enferma, que me retuerce las entrañas con una rabia que no sé cómo contener.

Jamás en mi vida haría algo tan vil, tan bajo y repugnante. Nunca. Y el simple hecho de que se haya atrevido a insinuarlo hace que quiera arrancarle esa sonrisa a la fuerza.

La bajo sin delicadeza, ignorando sus insultos mientras mi ira hierve bajo mi piel.

—¿Te jode que alguien te diga la verdad? —escupe con veneno en la voz—. ¿Desde cuándo sabías de esa mierda? ¿Por eso no querías que hablara con él? Lo sabías todo. Son tal para cual.

En realidad jamás supe nada de Dominic, ni de sus movimientos, solo tenía conocimiento de las drogas pero nunca esto.Por eso cuando habla de esa forma, cuando se atreve a ponerme al nivel de ese maldito, algo dentro de mí se rompe.

No pienso. No dudo. En un segundo, la tengo contra el capó del auto, mi mano cerrándose alrededor de su garganta. No lo suficiente para matarla… aún. Pero sí para recordarle quién manda aquí.

Su respiración se agita, pero su mirada sigue fija en la mía, desafiante, sin un ápice de miedo. Eso solo me enfurece más.

—Dilo otra vez —gruño, mi rostro a centímetros del suyo—. Atrévete a compararme con ese malnacido una vez más y te juro que te haré pagar por cada puta palabra.

Sus labios se curvan en una sonrisa cínica, venenosa. Sabe lo que está haciendo. Sabe cómo prenderme fuego.

—Si te dolió tanto, será porque algo de verdad hay en ello.

El calor oscuro de la rabia se apodera de mí. Podría romperle el cuello aquí mismo. Podría hacerle entender con la fuerza lo que las palabras no logran. Pero ella sigue ahí, provocándome, avivando el incendio en mi interior, retándome a cruzar un límite que nunca antes había considerado.

—No me vuelvas a comparar con ese maldito bastardo. No soy como él —gruño, sintiendo su pulso latir frenético bajo mis dedos.

Pero la muy perra sonríe. Siempre desafiante, siempre tentando al demonio como si no supiera que está a un paso de consumirse en sus llamas.

—Demuéstramelo —susurra, con esa voz rasposa y llena de burla, con la certeza de que no me atreveré.

Y eso me molesta más que cualquier insulto.

Me cabrea. Me enciende. Me jode hasta un punto que no estoy dispuesto a aceptar.

Sus uñas se hunden en mi muñeca, no en un intento de liberarse, sino para recordarme que ella también sabe jugar sucio. Que no tiene miedo. Que prefiere provocarme antes que someterse.

La suelto. No porque quiera, sino porque sé que si sigo así, cruzaré un límite del que no hay retorno. Y lo peor es que una parte de mí lo desea.

Antes de que pueda apartarme del todo, es ella quien me empuja esta vez. Mi espalda choca contra el auto y, en un giro jodidamente inesperado, es su mano la que ahora aprieta mi garganta. Su boca está demasiado cerca, su aliento cálido, sus labios rozando los míos en ese puto jueguito suyo que me enferma y me obsesiona a partes iguales.

—¿Vas a matarme, Santori? —susurra con esa maldita sonrisa que me provoca arrancársela a mordiscos.

Suelto una risa baja, grave, sin una gota de humor.

—No, Montalbán. Pero te juro que te haré desear que lo haga.

Y la beso. Porque no hay otra opción. Porque el odio y el deseo se han enredado en un nudo asfixiante y ya no distingo dónde termina uno y dónde empieza el otro.

Su boca es fuego, sus dientes rasgan mi labio con la misma ferocidad con la que sus manos se aferran a mi nuca, como si intentara arrastrarme a su propio infierno.

Entonces lo siento.

El movimiento sutil de su mano.

El roce metálico de un filo deslizándose de su funda.

Rápida. Más de lo que esperaba. Pero no lo suficiente.

 .Le arrebato el arma en un solo movimiento y, en un latido, su propia cuchilla—la misma que recogí de ese maldito lugar y deslicé en su ropa—es la que ahora presiona contra su garganta.

Sonríe. No con miedo, ni con súplica. Sonríe como si esto fuera justo lo que quería. Como si el peligro le supiera a gloria.

—Hazlo —provoca, con esa mirada desafiante de quien ha coqueteado con la muerte demasiadas veces como para temerle.

Aprieto el mango del cuchillo, sintiendo el filo tentador contra su piel. Solo un movimiento, solo un corte, una maldita marca que le recuerde que conmigo no se juega.

Pero no lo hago.

Bajo el arma, mi mandíbula tensa, mi respiración ardiendo de furia contenida.

No porque la quiera viva.

Sino porque, aunque me joda admitirlo, hay algo en ella que aún no estoy dispuesto a perder.

Me alejo de ella con un gruñido, mi control pendiendo de un maldito hilo.

Tiro el cuchillo a sus pies, un recordatorio de que pudo haber sido ella la que terminara en el suelo, desangrándose.

—La próxima vez, asegúrate de que puedas ganar, Montalbán —espetó, con la voz cargada de desprecio… y algo más que me niego a nombrar.

—Maldito hijo de puta, ni siquiera tienes los huevos para hacerlo. ¿Por qué no aceptas que ya cruzaste la puta línea conmigo, Santori? ¿Por qué no reconoces que valgo más para ti de lo que puedes admitir?

Tomo aire, intentando sofocar el torbellino que me revuelve las entrañas. Quiero arrancarle la lengua, destrozarla, reducirla a nada… y después follármela hasta que no pueda pronunciar otra maldita provocación.

—¿Te crees especial solo porque eres la zorra que me abre las piernas cuando quiero? —mi voz es un filo afilado, cruel—. No eres diferente a las demás. Solo una más.

Entonces lo veo. Solo por un instante.

Esquiva, casi imperceptible, pero ahí está.

Dolor.

Por primera vez, mis palabras la hieren de verdad. No lo suficiente para derrumbarla, pero sí para que su mandíbula se tense y sus ojos se oscurezcan con algo distinto al odio.

Pero Valeria Montalbán nunca se rompe. No ante nadie.

Me empuja con fuerza, recogiendo su navaja y arrancándome las llaves del auto en el mismo movimiento. Su sonrisa regresa, afilada, venenosa, como si mis palabras no hubieran hecho mella.

—Si soy una de tantas, ¿qué haces persiguiéndome como un maldito perro faldero? —suelta con desdén—. Hazme un favor, Santori: vete a la mierda.

Intento arrebatarle las llaves, pero es más rápida. Su pierna se alza en un movimiento certero y me da una patada que me hace tambalear hacia atrás. Aprovecha el instante para meterse en el auto, dando un portazo con toda la rabia acumulada en su cuerpo.

Pero no la dejaré ir.

Me planto frente al auto, desafiante, con la mirada fija en ella.

—No vas a volver a robarme, perra —escupo con furia, mi voz cargada de veneno, de una rabia que se me atraganta.

Pero no es solo rabia.

Es algo más. Algo que no quiero nombrar, que no debería estar ahí, pero que se enrosca en mi interior como una maldita plaga. Me jode. Me molesta más de lo que debería. Me enferma. Es una sensación asquerosa, pegajosa, como un veneno filtrándose en mi sangre, contaminándolo todo. Y lo peor es que no entiendo qué carajo es.

Solo sé que me hace querer destrozarla. O tal vez, poseerla hasta que deje de ser un problema.

—Jódete, Santori —escupe con rabia, girando la llave en el encendido.

El auto avanza apenas unos centímetros antes de que mi golpe contra el capó la haga detenerse en seco. El sonido resuena en la noche como un disparo, cargado de una furia contenida que amenaza con estallar.

Me acerco al asiento del conductor, la mirada afilada, el cuerpo tenso.

—Abre la puta puerta, Valeria Montalbán. Ahora.

Pero la muy perra ya ha bloqueado todo. Ventanas cerradas, seguro activado. Como si pudiera mantenerme fuera. Como si no supiera que nada me detiene cuando decido tomar algo.

La vena en mi frente palpita con furia. Mi paciencia pende de un hilo tan delgado que apenas lo siento. No me gusta repetir órdenes, y mucho menos que me desafíen.

¿Quién carajo se cree? ¿Se ha tragado su propio cuento de que puede jugar conmigo y salirse con la suya?

La ira sigue subiendo, arrastrándome con ella, llevándome más allá del punto de no retorno. Y entonces lo hace.

Levanta la mano, me mira directo a los ojos y saca el dedo en un gesto obsceno y desafiante.

No pienso. No razono. Solo actúo.

Mi brazo se estrella contra el vidrio de la puerta con tanta fuerza que lo hago trizas. Los fragmentos vuelan en todas direcciones, algunos se clavan en mi piel, pero la ausencia de sensibilidad es mi ventaja. No siento el dolor, solo el ardor de la furia exigiendo más.

Abro la puerta de un tirón y la agarro del brazo antes de que pueda reaccionar.

—¡Suéltame, hijo de puta! —gruñe, forcejeando, pero la ignoro.

La arranco del asiento con facilidad, sacándola del auto y levantándola como si no pesara nada. Su rostro queda justo frente al mío, su respiración agitada choca contra mi piel.

—Maldito infeliz —su voz tiembla, pero no de miedo. En su mejilla, una fina línea carmesí traza su camino hacia su mandíbula. Las esquirlas también la han alcanzado y la sangre espesa gotea de allí.

—¿Qué mierda quieres de mí? —escupe, con la rabia quebrándole las palabras—. Desde que entraste en mi vida solo has sido un puto karma. Déjame en paz, Santori. De una buena vez.

Sus ojos verdes me atraviesan como dagas, desafiándome, exigiéndome una respuesta que ni yo mismo tengo.

Me inclino un poco más, mis dedos aún aferrados a su brazo, sintiendo su pulso desbocado bajo mi agarre.

—Eso no lo decides tú —murmuro, cada palabra empapada en certeza.

Porque algo en ella me está robando la paz. Me está arrebatando el control. Y necesito recuperarlo. A cualquier precio.

La arrastro hasta mi apartamento sin importarme sus golpes ni sus uñas arañando mi piel. Su resistencia es inútil. La descargo sobre una silla con brusquedad y, antes de que pueda reaccionar, le sujeto las muñecas a la espalda con un par de esposas.

—¿Qué sucede? ¿No te esperabas ser tú la que estuviera encadenada esta vez? —provoco, disfrutando del cambio en sus circunstancias.

No responde. Su silencio me enerva.

Me inclino sobre ella, mi sombra envolviéndola como un recordatorio de quién manda aquí.

—¿Ahora sí vas a ser la perra obediente que siempre debiste ser?

Nada. Ni un puto sonido.

Le tomo el mentón con fuerza, obligándola a alzar la mirada. Sus ojos están vidriosos, el brillo de unas lágrimas contenidas amenazando con traicionarla.

Patético.

—Vé-te a la mi-er-da —escupe, acentuando cada sílaba como si creyera que puede afectarme.

Sonrío. Frío. Letal.

—Oh, Valeria… ya estás en ella.

El timbre suena con insistencia, arrancándome de mi concentración.

—Maldita sea… —murmuro entre dientes, irritado por la interrupción.

Abro la puerta y ahí está.

Sasha.

Su silueta inunda mi campo visual, envuelta en un vestido que apenas deja algo a la imaginación.

—Hola, Lu… —ronronea, con esa sonrisa que sé exactamente a dónde quiere llegar.

—¿Qué haces aquí? —mi pregunta queda flotando en el aire cuando una idea cruza por mi mente.

Esto es una jodida oportunidad.

Porque si hay algo que necesito ahora mismo es recordarle a Valeria lo que realmente es: nada.

1
Nancy RoMo
🥺🥺🥺
Nancy RoMo
laura no estorbes, les esta salvando el pellejo a todos
Lisseth 👩🏽
Excelente
Lisseth 👩🏽
Excelente gracias
Mar
quiero maratón maratón maratón maratón maratón maratón maratón maratón de este par de locos yo los amo jajaja /Sob//Sob//Sob//Sob//Sob//Sob//Sob/
Nancy RoMo
me gusta este par de justicieros 😆, con todo y sus retorcidas mentes 🤭
Lisseth 👩🏽
Excelente
Lisseth 👩🏽
Dios que locura de verdad ese par deberían estar en el manicomio jajajaajaja
Lisseth 👩🏽
Excelente
Mar
locos es lo que son jajaja quiero maratón maratón maratón maratón maratón maratón maratón maratón maratón maratón maratón maratón
Lisseth 👩🏽
Excelente gracias 🤩
Lisseth 👩🏽
Ese par son desquiciados tienen una mente muy retorcida que me encanta 🥰 como cada capítulo me gusta 👍 más que los anteriores 😍😍😍
Nancy RoMo
cada capitulo me atrapa mas 🤩, me encantan los personajes 😁
Nancy RoMo
te confias santory, valeria es de cuidado 😅
Lisseth 👩🏽
Excelente
Lisseth 👩🏽
Excelente gracias 🙏
Lisseth 👩🏽
Exacto es tu contador Santori
Lisseth 👩🏽
😳😱😱ósea que vale batea para los dos lados wow 😮 jajaja cuando se entere Lucas de eso 😅😅😅😅😅😅 será un golpe bajo para el oh lo enciende más
Nancy RoMo
ambos se aman a su retorcida manera pero se aman 😅
Lisseth 👩🏽
No pues otra loca para un loco 😜
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