Thiago Andrade luchó con uñas y dientes por un lugar en el mundo. A los 25 años, con las cicatrices del rechazo familiar y del prejuicio, finalmente consigue un puesto como asistente personal del CEO más temido de São Paulo: Gael Ferraz.
Gael, de 35 años, es frío, perfeccionista y lleva una vida que parece perfecta al lado de su novia y de una reputación intachable. Pero cuando Thiago entra en su rutina, su orden comienza a desmoronarse.
Entre miradas que arden, silencios que dicen más que las palabras y un deseo que ninguno de los dos se atreve a nombrar, nace una tensión peligrosa y arrebatadora.
Porque el amor —o lo que sea esto— no debería suceder. No allí. No debajo del piso 32.
NovelToon tiene autorización de jooaojoga para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 24
Thiago llegó al aeropuerto con una maleta prestada y el corazón temblando.
Vestía su mejor camisa, sencilla, pero planchada con esmero.
En los bolsillos, pocos reales y un pasaporte sellado por la valentía.
Madrid parecía otro planeta.
Los letreros, el idioma, el viento más seco, los rostros desconocidos.
Pero todo parecía pequeño comparado con lo que sentía en el pecho.
Una mezcla de miedo y nostalgia, culpa y esperanza.
En inmigración, tartamudeó el nombre de la dirección donde se iba a quedar.
En la cinta de equipaje, sudaba frío.
A la salida... lo buscó a él.
Y él estaba allí.
Gael.
De pie, con un abrigo oscuro, los ojos fijos.
Tenso.
Ansioso.
Cuando sus miradas se cruzaron, ninguno de los dos movió un músculo durante tres segundos.
Y entonces, el tiempo volvió a correr.
Gael fue hacia él.
Thiago dejó la maleta en el suelo.
El abrazo llegó antes que las palabras.
Fuerte.
Lleno de nudos.
Con el rostro de Thiago hundido en el cuello de Gael, los ojos apretados, como quien sostenía una vida entera.
—Viniste —susurró Gael.
—Me respondiste —respondió Thiago.
⸻
El apartamento de Gael en Madrid era sencillo, organizado, con libros apilados en las esquinas y una tetera nueva en la estufa.
—La compré solo porque imaginé que estarías aquí tomando café —confesó, algo avergonzado.
Thiago sonrió, sentándose en el sofá.
El ambiente era extraño de tan delicado.
Dos hombres que se amaban, pero que tenían mucho que coser.
Gael trajo un té.
Se sentó al lado.
Las piernas se tocaron levemente.
—No dormía bien desde aquel día —dijo Gael—. Y cada día me preguntaba si estabas bien.
—No lo estaba.
Pero tampoco quería buscarte.
Tenía orgullo... y miedo.
—Fuiste más fuerte que yo.
—No.
Tú fuiste.
Tú recomenzaste.
—Y ahora estás aquí —murmuró Gael, mirándolo.
Thiago encaró los ojos castaños, ahora cansados, pero vivos.
Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el mundo tenía sentido.
—¿Aún podemos intentarlo?
Gael tomó su mano.
Besó sus dedos, uno por uno.
Y respondió con firmeza:
—No terminamos.
Solo nos perdimos un poco.
Ahora nos encontramos... juntos.
⸻
Se besaron.
Despacio.
Con un toque que pedía disculpas y prometía nuevos comienzos.
Con labios que temblaban.
Y corazones que decían "sí" en silencio.
No era lujuria.
Era hogar.
Era perdón.
Era amor real.
Y esa noche, durmieron abrazados.
Sin planes.
Sin prisa.
Solo certeza.
Por primera vez... sin miedo.
El día siguiente amaneció tranquilo en Madrid.
El sol atravesaba la ventana y golpeaba las sábanas revueltas.
Thiago dormía profundamente, abrazado a Gael.
Gael lo observaba en silencio, trazando con los ojos el contorno de quien, aun lastimado, aún eligió quedarse.
Y por primera vez en meses...
creyó en el mañana.
Pero del otro lado del océano, alguien también se despertaba.
Y no con paz.
⸻
São Paulo, 6:21 de la mañana.
Doña Eugênia estaba sentada en la mesa de mármol blanco de la mansión.
Tomaba su té sin azúcar y leía el periódico impreso, como hacía todos los días.
Pero lo que la hizo levantar una ceja fue el correo electrónico que recibió de uno de los socios del grupo Ferraz.
"Fuentes señalan que Gael Ferraz fue visto en Madrid acompañado del joven involucrado en el escándalo. El nombre no fue confirmado, pero las fotos son claras. Adjunto."
Ella hizo clic.
Abrió la imagen.
Allí estaban: Gael y Thiago.
En un café, sonriendo.
Felices.
Un escalofrío recorrió la espina de Eugênia.
Ya no era decepción.
Era furia fría.
Y ego herido.
Se levantó de la mesa.
Tomó el celular.
Marcó.
—Helena.
—¿Eugênia?
—Cambio de planes.
Ahora ya no quiero silencio.
Quiero que pague.
—¿Qué quieres que haga?
Eugênia caminó hasta el escritorio.
Abrió un cajón.
Sacó una carpeta negra con documentos secretos.
—Quiero que manchemos su nombre donde más le duele:
en el pasado.
En las cuentas.
En los vínculos jurídicos.
En los contratos dejados abiertos.
—Eso llamará la atención.
Puede abrir brechas.
—Óptimo.
Que abran lo que sea.
Ferraz Tech tiene dinero suficiente para limpiar la suciedad después.
Pero ahora, quiero ver su mundo arder.
Aunque ya haya huido.
—¿Y el chico?
Eugênia sonrió. Una sonrisa de lobo.
—Él caerá junto.
Con calma.
Con clase.
Y con todo lo que piensa que construyó al lado de mi hijo.
⸻
En Madrid, Gael preparaba café.
Thiago apareció en sudadera, los ojos aún soñolientos.
—Buenos días... —murmuró, con un beso en su hombro.
Gael sonrió.
—Buenos días, amor.
Pero muy lejos de allí...
una pieza ya estaba en movimiento.
Y esta vez...
era ajedrez de guerra.