En un matrimonio desgastado por el machismo y la intromisión de su suegra, Lara Herrera vive atrapada entre el amor que alguna vez sintió por Orlando Montes y la amargura de los años. Su hija Rashel, una niña de seis años, es su único rayo de luz en un hogar lleno de tensiones. Pero todo cambia trágicamente cuando un descuido termina en la pérdida de Rashel, una tragedia que lleva a Lara a enfrentarse a su dolor, su culpa y a la decisión de romper con una vida de sufrimiento para buscar su redención y sanar sus heridas.
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Caminos que se cruzan
Los días pasaban, el tiempo no se detenía y la vida continuaba.
Era de tarde, el cielo de Toluca se teñía de grises y azules, anunciando una tormenta. Lara, sentada junto a la ventana de su pequeño apartamento, observaba cómo el viento agitaba las ramas de los árboles. Había encontrado en aquella ciudad una tregua para sus tormentos internos, un lugar donde podía reconstruirse poco a poco. Sin embargo, la paz que había logrado construir se acabó cuando su teléfono sonó inesperadamente.
Al mirar el número en la pantalla, sintió que su corazón se detenía por un instante. Era Orlando. Dudó en contestar. Su nombre, su voz, eran ecos de un pasado que había jurado dejar atrás. Pero algo en ella, tal vez un resquicio de la mujer que alguna vez lo amó, le impidió colgar.
—Lara, por favor, no cuelgues. Solo quiero hablar contigo dijo él con una voz rota que parecía cargar años de culpa y dolor.
Lara permaneció en silencio, apretando el teléfono contra su oído.
—¿Qué quieres, Orlando? preguntó finalmente, con un tono que intentaba ser firme, aunque una pequeña parte de ella temblaba por dentro.
—Quiero pedirte perdón, Lara dijo él, con una sinceridad que no pudo disimular. Sé que no hay nada que pueda hacer para enmendar todo el daño que te causé, pero quiero que sepas que estoy cambiando. Estoy yendo a terapia, dejé de beber, y estoy enfrentando mis errores.
Por un momento, las palabras de Orlando parecían romper las defensas que Lara había levantado con tanto esfuerzo. Recordó al hombre que una vez fue, antes de que todo se desmoronara. Pero también recordó el dolor, las noches de lágrimas y la sensación de estar atrapada en un abismo del que pensaba que nunca podría salir.
—Orlando, no dudo que estés intentando cambiar respondió con voz temblorosa, pero eso no cambia lo que pasó. Mi vida contigo fue un infierno, y ya no puedo volver a eso. No quiero que sigas buscándome. Déjame seguir adelante.
La línea quedó en silencio por un momento. Lara escuchó la respiración de Orlando, pesada y entrecortada.
—Lara, te amo dijo él al fin, con la voz quebrada. Nunca dejé de amarte.
Esas palabras, que alguna vez habían sido un bálsamo para su alma, ahora eran como un cuchillo que giraba en una herida que apenas había comenzado a sanar.
—Es demasiado tarde, Orlando respondió, sintiendo un nudo en la garganta. Ya no hay nada que pueda salvar lo nuestro.
Sin esperar una respuesta, colgó. El teléfono se le resbaló de las manos mientras las lágrimas comenzaban a correr por su rostro. Se abrazó a sí misma, tratando de contener el llanto, pero pronto todo su dolor contenido se desbordó. Lloró por lo que había perdido, por lo que había sufrido y por lo que aún la ataba a ese hombre, aunque sabía que no debía.
El eco de sus sollozos llenó el pequeño apartamento. La tormenta afuera arreciaba, como si el cielo reflejara su tormento interno. Las palabras de Orlando seguían resonando en su mente, removiendo las cicatrices que tanto había intentado ocultar.
Esa noche, cuando Rafael llegó a casa, la encontró en la sala, con los ojos enrojecidos y las manos temblorosas.
—¿Qué pasó, hermanita? preguntó, dejando su maletín a un lado y sentándose junto a ella.
Lara lo miró con una mezcla de vulnerabilidad y agotamiento.
—Me llamó Orlando confesó, mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano. Dice que está cambiando, que quiere recuperarme, pero... no puedo, Rafael. No puedo volver a sufrir como antes.
Rafael sintió una punzada de rabia hacia Orlando, pero decidió enfocarse en consolar a su hermana. La abrazó con fuerza, dejando que su cabeza descansara en su hombro mientras ella seguía llorando.
—Hiciste lo correcto, Lara dijo con suavidad, acariciando su cabello. No tienes que cargar con ese peso nunca más. Ahora es momento de que pienses en ti y en lo que quieres para tu futuro.
—¿Y si tiene razón? preguntó Lara, casi en un susurro. ¿Y si realmente está cambiando?
—Eso no importa ahora respondió Rafael con firmeza. No se trata de él, Lara. Se trata de ti. De lo que tú necesitas para sanar y ser feliz. Orlando ya no tiene poder sobre ti, y nunca más debería tenerlo.
Lara asintió lentamente, dejando que las palabras de su hermano la reconfortaran. Aunque sabía que tenía razón, no podía evitar sentir el peso de la tristeza. Orlando había sido una parte importante de su vida, y aunque sabía que su relación había sido tóxica, no era fácil dejar atrás los buenos recuerdos que, de alguna manera, seguían aferrados a su corazón.
La madrugada llegó, y Lara se quedó despierta, mirando el techo mientras su mente divagaba. Recordó los días felices junto a Orlando, cuando todo parecía perfecto, cuando aún creían que el amor era suficiente para superar cualquier obstáculo. Pero también recordó las peleas, las promesas rotas, el dolor de perder a Rashel y el infierno que había vivido durante tanto tiempo.
Finalmente, con el amanecer, tomó una decisión. No permitiría que su pasado definiera su futuro. Aunque el camino sería largo y difícil, estaba dispuesta a seguir adelante, a construir una vida que no estuviera marcada por el dolor ni la culpa.
Esa mañana, cuando Rafael salió a trabajar, la abrazó antes de despedirse.
—Recuerda, Lara. No estás sola. Siempre estaré aquí para ti.
Lara le sonrió débilmente, pero con una determinación renovada en sus ojos. Sabía que, aunque todavía quedaban heridas por sanar, el primer paso era dejar atrás todo aquello que la ataba a un pasado que ya no podía cambiar.
Mientras observaba a Rafael marcharse, se prometió a sí misma que lucharía por su felicidad, sin importar cuán difíciles fueran los días por venir. Aunque las palabras de Orlando aún resonaban en su mente, eligió no dejarse consumir por ellas. Esta vez, sería ella quien decidiera el rumbo de su vida.
felicitaciones autora!!!
Me conmovió hasta las lágrimas, la sentí, la viví y sin dudas la disfruté ... Gracias por compartirla...
FELICITACIONES 👏👏👏👏