La Rebelión De Los Caídos

La nieve comenzó a caer lentamente sobre el Paso de los Cuervos mientras el rugido de los clanes de Araknos aún resonaba entre las montañas. Nix había demostrado su valía en el combate contra Varek, ganándose el respeto de los guerreros que ahora estaban dispuestos a escuchar su causa. Sin embargo, mientras la reina levantaba su espada en señal de victoria, un destello de inquietud cruzó por la mirada de Thalos. Algo no estaba bien.

Cuando Nix descendió del círculo de combate, Varek le ofreció su mano, inclinando la cabeza con respeto.

–Eres una guerrera digna –dijo, con voz profunda–. Pocas veces he visto tal determinación.

–Y pocas veces he enfrentado una fuerza como la tuya –respondió Nix, aceptando el gesto.

Los líderes de los clanes se acercaron, encabezados por Thrynn, el jefe principal, quien portaba un manto adornado con huesos de animales y runas antiguas grabadas en su superficie.

–Has probado tu fuerza, Nix de Lumea –dijo Thrynn–. Ahora es momento de discutir los términos de nuestra alianza.

Antes de que pudieran continuar, un sonido extraño rompió la tensión del momento: un silbido agudo, seguido de un estallido en la distancia.

–¿Qué fue eso? –preguntó Drystan, ya con la mano en la empuñadura de su espada.

Thalos se adelantó, escaneando el horizonte.

–No estamos solos –dijo con tono grave.

Un Ataque Inesperado

De repente, una lluvia de flechas cayó desde los acantilados cercanos. Los clanes reaccionaron rápidamente, levantando escudos y dispersándose para buscar cobertura. Nix apenas tuvo tiempo de rodar hacia un lado mientras una flecha impactaba en el suelo donde había estado parada un segundo antes.

–¡Emboscada! –gritó Varek, levantando su martillo y señalando hacia las sombras que se movían entre las rocas.

De las alturas surgieron figuras vestidas con túnicas oscuras y máscaras grabadas con símbolos extraños. Sus movimientos eran rápidos y coordinados, como si hubieran esperado este momento durante horas.

–¿Quiénes son? –exigió saber Nix, desenfundando su espada mientras se posicionaba junto a Drystan.

–Mercenarios de Kael –respondió Thrynn, con los ojos llenos de furia–. Han intentado infiltrarse en nuestras tierras antes, pero nunca en un número tan grande.

La batalla se desató con una ferocidad brutal. Los guerreros de los clanes lucharon con valentía, pero los mercenarios estaban mejor armados y parecían tener un objetivo claro: Nix.

Drystan, con su daga oscura brillando bajo la luz tenue, se movía con una precisión mortal, protegiendo a Nix de cada ataque dirigido hacia ella. A su lado, Thalos lanzaba hechizos que explotaban en destellos de luz, desorientando a los atacantes.

A pesar de la confusión, Nix mantenía la calma. Cada movimiento era calculado, cada golpe dirigido con precisión. Sabía que esta no era una simple emboscada; era un mensaje.

El Verdadero Enemigo

Cuando el último mercenario cayó, el silencio regresó al valle, roto solo por el sonido del viento y los gemidos de los heridos.

–Esto fue demasiado organizado para ser un ataque cualquiera –dijo Thalos, examinando uno de los cuerpos. Sus dedos encontraron un sello de cera negra en el interior del uniforme del mercenario.

–¿Qué significa esto? –preguntó Nix, tomando el sello y estudiándolo. Era un símbolo familiar: el emblema de Lumea, pero alterado con marcas oscuras que parecían corroer su diseño original.

Thrynn se acercó, su rostro severo.

–Esto no es obra de Kael –afirmó–. Este símbolo pertenece a los seguidores de Eryas, el dios de las sombras.

Nix sintió un escalofrío recorrer su columna. El nombre de Eryas era conocido en todas las tierras, pero siempre como un mito, una advertencia de los ancianos sobre la oscuridad que acecha en los rincones más profundos del mundo.

–¿Por qué un dios caído tendría interés en mí? –preguntó Nix, apretando el sello en su mano.

Thrynn la miró con gravedad.

–Los dioses no se interesan en personas comunes, reina. Si Eryas está moviendo sus piezas, significa que tu venganza no solo amenaza a los hombres, sino también a algo mucho más antiguo.

La Traición Entre los Clanes

Mientras el grupo se reagrupaba, un guerrero de los clanes apareció corriendo desde las montañas. Su rostro estaba pálido, y sus ojos reflejaban pánico.

–¡Thrynn! –gritó–. Encontramos un campamento en las colinas. Hay más mercenarios... y alguien más.

–¿Quién? –preguntó Thrynn, frunciendo el ceño.

–Un enviado... de Elara.

Las palabras cayeron como una roca en el grupo. Todos los ojos se volvieron hacia Nix, quien sintió que su furia comenzaba a arder una vez más.

–¿Cómo es posible? –exigió saber–. ¿Cómo sabían que estaba aquí?

Nadie respondió, pero las miradas de desconfianza comenzaron a cruzarse entre los guerreros. La posibilidad de que hubiera un traidor en sus filas se volvió imposible de ignorar.

–Esto no puede ser una coincidencia –dijo Drystan, acercándose a Nix–. Alguien nos está siguiendo los pasos.

Thrynn levantó una mano, exigiendo silencio.

–Si hay un traidor entre nosotros, lo descubriré –dijo con voz firme–. Pero ahora debemos ocuparnos del enviado de Elara. Si está aquí, significa que su amenaza no ha hecho más que comenzar.

Nix asintió, apretando los dientes.

–Llévame a él –ordenó–. Es hora de enviarle un mensaje a mi madrastra.

El Enviado de la Reina Usurpadora

El campamento de los mercenarios estaba oculto en una hondonada rodeada de árboles. Nix, Drystan, Thalos y un pequeño grupo de guerreros de los clanes se acercaron con cautela, utilizando la cobertura de la noche para ocultar su avance.

Desde su posición, podían ver a un hombre vestido con una túnica negra, parado en el centro del campamento. Su postura era relajada, como si no temiera nada.

–Ese debe ser el enviado –susurró Thalos.

Nix asintió, con la mirada fija en el hombre. Había algo extraño en él, una presencia que le resultaba inquietante.

Cuando finalmente irrumpieron en el campamento, los mercenarios reaccionaron con rapidez, pero no lo suficiente. En cuestión de minutos, el grupo de Nix había eliminado la resistencia.

El enviado no hizo ningún movimiento para escapar. Simplemente sonrió mientras Nix se acercaba a él con su espada en alto.

–Así que eres la reina caída –dijo, con una voz suave pero llena de malicia–. Elara estará interesada en saber que sigues viva.

–Tu reina no tiene derecho a ese título –espetó Nix–. Dime, ¿cómo supiste que estaba aquí?

El hombre inclinó la cabeza, su sonrisa creciendo.

–Las sombras lo ven todo, mi reina. Y pronto, tú también serás parte de ellas.

Antes de que pudiera decir más, su cuerpo comenzó a disolverse en una neblina oscura, dejando tras de sí un susurro que heló la sangre de Nix:

–Eryas ya ha puesto su mirada en ti... y no puedes escapar de las sombras.

El silencio cayó sobre el campamento, mientras Nix y su grupo trataban de comprender lo que acababa de ocurrir. Su misión de venganza acababa de volverse mucho más peligrosa, y las fuerzas que ahora se oponían a ella no eran solo humanas.