La novela trata sobre una joven llamada Jazz que, después de un accidente de tránsito, se reencarna en el mundo de su novela favorita, "Príncipe de la Oscuridad". Ahora es la reina Anastasia, casada con el rey Richard y es madre del pequeño Ethan de cinco años. A medida que explora este nuevo mundo, Jazz debe navegar por la política y la magia, mientras descubre su papel en la historia y su conexión hacia ese mundo.
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capítulo 18 :Magia Impura
El sonido de los pasos de Anastasia resonaba en los largos pasillos del palacio. Su corazón latía con fuerza, cada golpe acompañando el eco de las palabras de la sirvienta: "El niño Ethan se a caído... no reacciona".
Cuando finalmente llegó al salón principal, la escena ante ella le robó el aliento. Ethan, su hijo de tan solo cinco años, estaba en el centro de la estancia, tendido en el suelo. Su pequeño cuerpo estaba cubierto de sangre, y sus ojos, normalmente llenos de curiosidad y energía, estaban cerrados.
—¡Ethan! —gritó Anastasia mientras se arrodillaba a su lado.
Sus manos temblorosas recorrieron su rostro y cuello, buscando desesperadamente signos de vida. Por fortuna, aunque débil, pudo sentir un leve pulso bajo la yema de sus dedos.
—¡Llamen a un médico! —exigió con una voz que resonó en todo el palacio.
Las sirvientas corrieron en todas direcciones, trayendo paños y agua mientras Anastasia sostenía a Ethan en sus brazos. Su mente estaba nublada de temor, pero una parte de ella se aferraba a la esperanza. No podía perderlo, no a él. No después de todo lo que había sacrificado para protegerlo en este mundo cruel y su destino.
Unos pasos apresurados y pesados se escucharon a sus espaldas, seguidos de una voz grave que llenó la habitación:
—¡Ethan!
Anastasia levantó la mirada justo cuando el rey Richard irrumpió en la estancia. Su imponente figura estaba envuelta en un aura de autoridad y tensión. El rostro del monarca, habitualmente estoico, estaba pálido y lleno de preocupación al ver a su hijo bañado en sangre.
Sin decir una palabra, Richard se arrodilló a ellos. Su mirada recorrió el cuerpo del pequeño, deteniéndose en cada herida. Sus puños se cerraron con fuerza, y una furia contenida se reflejó en sus ojos.
—¿Qué pasó? —preguntó con voz dura, dirigiéndose a los guardias que habían llegado detrás de él.
Uno de ellos dio un paso al frente, inclinando la cabeza.
—Su Majestad, encontramos al príncipe en los jardines. No había rastro del agresor, pero estamos investigando.
Richard apretó los dientes, claramente insatisfecho con la respuesta. Luego volvió su atención a Ethan, suavizando un poco su expresión al mirar al niño inconsciente.
—Ethan... —murmuró, tocando su cabello con cuidado, como si temiera lastimarlo más.
—Está vivo, Richard —intervino Anastasia, su voz quebrándose. Sus ojos se encontraron, y por un instante compartieron el mismo temor: perderlo.
El rey asintió y se incorporó rápidamente, tomando control de la situación.
—Traigan al médico real ahora. Quiero que se refuercen las patrullas en los jardines y que cada rincón del palacio sea registrado. Nadie descansa hasta que encontremos al responsable.
La sala se llenó de actividad. Anastasia, sin soltar a Ethan, observó cómo Richard dirigía a todos con precisión y determinación. Sin embargo, cuando volvió a agacharse a su lado, vio algo que pocos conocían del rey: vulnerabilidad.
—No permitiré que esto vuelva a suceder —susurró Richard, más para sí mismo que para ella.
Anastasia sabía que sus palabras eran una promesa, pero también una advertencia. El ataque al príncipe no solo había puesto en peligro al futuro heredero del reino, sino que también había desafiado la autoridad de un monarca temido por todos.
Mientras Ethan emitía un leve gemido y entreabría los ojos, Richard y Anastasia se inclinaron sobre él.
—Mam...á... —murmuró con voz débil, aferrándose al vestido de Anastasia.
—Estoy aquí, Ethan —le aseguró ella, acariciándole la frente con lágrimas en los ojos.
Richard tomó la diminuta mano de su hijo y, aunque su voz tembló ligeramente, habló con una firmeza tranquilizadora.
—Eres fuerte, hijo mío. Resistirás esto, como un verdadero príncipe.
Pero en el fondo, tanto Anastasia como Richard sabían que este incidente era solo el principio de un conflicto mucho mayor.
El tiempo parecía detenerse mientras Anastasia sostenía a Ethan en sus brazos. El murmullo de los sirvientes y los pasos apresurados se mezclaban con los ecos de las órdenes de Richard. Finalmente, un carruaje se detuvo frente al palacio, y poco después, el médico real entró apresuradamente al salón.
—¡Déjenme pasar! —ordenó con firmeza, llevando consigo una bolsa repleta de instrumentos y frascos de pociones.
Anastasia se apartó con cuidado, depositando a Ethan en un diván improvisado mientras el médico se inclinaba sobre él. Richard permanecía de pie, rígido como una estatua, observando cada movimiento del hombre con una intensidad que llenaba la habitación.
El médico comenzó su evaluación, palpando con delicadeza las heridas del pequeño príncipe y murmurando hechizos de diagnóstico. Sus manos emitían un leve resplandor, pero pronto ese brillo se tornó opaco y se desvaneció, como si algo invisible estuviera bloqueando su magia.
Su expresión se ensombreció.
—Esto no es una herida común —dijo en voz baja, dirigiéndose primero a Anastasia y luego al rey—. Hay rastros de magia... magia impura que nunca antes había visto.
—¿Magia impura? —preguntó Richard, su voz cargada de peligro. Dio un paso adelante, obligando al médico a levantar la vista—. Explíquese.
El médico tragó saliva, nervioso.
—Alguien utilizó un hechizo prohibido para dañar al príncipe. No solo afectó su cuerpo, sino también su energía vital. Esta magia... está diseñada para corroer desde dentro.
Anastasia sintió que el suelo se hundía bajo sus pies.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó con voz temblorosa.
El médico dudó antes de hablar, como si temiera las palabras que iba a pronunciar.
—Su Alteza... el príncipe está en peligro de muerte. Su pequeño cuerpo está luchando, pero esta magia está consumiéndolo. Si no detenemos el efecto pronto... temo que no pueda sobrevivir.
—¡No! —Anastasia cayó de rodillas junto al diván, sus manos agarrando las de Ethan con desesperación. Lágrimas calientes caían de sus ojos mientras susurraba—. No puede ser... es solo un niño. ¡Por favor, no!
Ethan gimió débilmente, como si escuchara el dolor de su madre, y una punzada atravesó el corazón de Anastasia.
Richard, que hasta entonces había permanecido inmóvil, se acercó al médico en un movimiento rápido y amenazante. Su mirada era como acero forjado al rojo vivo, y cuando habló, su voz era baja pero cargada de furia.
—Escuche bien, doctor. No me importa si esta magia nunca antes ha sido vista, si es impura o si proviene del mismísimo infierno. Usted salvará a mi hijo.
El médico titubeó, asustado por la intensidad del rey.
—Haré... todo lo que esté en mi poder, Su Majestad. Pero necesito tiempo, y materiales específicos para contrarrestar esta maldición.
Richard se inclinó aún más cerca, su voz como un filo cortante.
—No tiene tiempo. Y lo que necesite, lo tendrá. Si falla, será usted quien deseará no haber nacido. ¿Me ha entendido?
El médico asintió rápidamente, su rostro pálido.
Richard se apartó y giró hacia Anastasia, quien lloraba en silencio, sus dedos acariciando el cabello de Ethan. Se agachó junto a ella y, con un gesto sorprendentemente suave, le tomó la mano.
—Anastasia... —dijo, su voz más cálida—. Nuestro hijo es fuerte. Resistirá. Lo protegeremos, ¿me oyes? No permitiremos que esta maldición lo venza.
Anastasia levantó la vista, encontrando en los ojos de Richard una determinación que la reconfortó, aunque fuera solo un poco.
—¿Y si no es suficiente? —susurró ella, su voz quebrándose.
Richard negó con la cabeza.
—No hay “y si”. Ethan vivirá. Lo juro.
Mientras el médico comenzaba a preparar pociones y encantamientos desesperados, Anastasia y Richard permanecieron junto a su hijo, aferrándose a la esperanza y preparándose para enfrentar al responsable de este acto atroz.
Pero una cosa era clara para ambos: quienquiera que hubiera hecho esto, había firmado su sentencia de muerte
Las horas pasaban lentamente en la estancia. El doctor trabajaba sin descanso, revisando las heridas de Ethan, mezclando pociones y conjurando hechizos para mantener la maldición a raya. Anastasia no se movía del lado de su hijo, sus ojos fijos en su rostro pálido mientras las lágrimas amenazaban con brotar de nuevo.
Richard, que se mantenía de pie detrás de ella, observaba con el ceño fruncido. Su mirada alternaba entre el rostro agotado de Anastasia y el pequeño cuerpo inerte de Ethan. Finalmente, suspiró y se inclinó hacia ella, su voz baja pero firme.
—Anastasia, necesitas descansar.
Ella negó con la cabeza de inmediato, sin apartar la vista de su hijo.
—No puedo dejarlo. Si algo le pasa y no estoy aquí...
—No le pasará nada —interrumpió Richard, su tono más suave de lo que ella esperaba—. Estoy aquí. Me quedaré con él. Te prometo que no lo dejaré solo ni un segundo. Pero si sigues así, te desplomarás, y Ethan te necesitará fuerte.
Anastasia dudó. Sabía que tenía razón, pero su corazón se resistía a separarse de Ethan, aunque fuera por un momento.
—Por favor, Anastasia —insistió Richard, colocando una mano en su hombro—. Hazlo por él.
Finalmente, ella asintió con un suspiro pesado. Se inclinó para besar la frente de Ethan, luego se levantó lentamente, sintiendo como si cada paso la alejara de una parte de su alma.
Cuando llegó a sus aposentos, apenas notó la calidez del agua al entrar en el baño. Se despojó de su ropa y dejó que el agua cayera sobre su piel, tratando de calmar su mente y sus emociones. Pero las imágenes de Ethan, cubierto de sangre, no dejaban de perseguirla.
Cuando terminó de bañarse, se envolvió en una túnica y comenzó a cambiarse. De repente, un dolor agudo atravesó su abdomen, obligándola a soltar el vestido que sostenía.
—¿Qué...? —murmuró, llevándose las manos al vientre.
El dolor se intensificó, y sus piernas cedieron. Antes de que pudiera gritar, todo a su alrededor se desvaneció.
Cuando abrió los ojos, el entorno era completamente diferente. Ya no estaba en sus aposentos, sino en un espacio oscuro y opresivo que reconoció de inmediato. Frente a ella estaba la mujer que más temía: la autora.
Con su sonrisa cínica y su mirada llena de desprecio, la autora la observó desde lo alto de un trono etéreo.
—Vaya, vaya, mírate ahora —dijo con voz sarcástica—. Qué lamentable. ¿Te duele el corazón por tu hijo? Qué pena, Anastasia. Pero todo esto es tu culpa.
Anastasia intentó levantarse, pero el dolor seguía atenazándola.
—¿Qué quieres decir? —logró preguntar con voz entrecortada.
La autora chasqueó la lengua, bajando lentamente del trono y acercándose a ella.
—Te lo advertí, ¿no? Desde el principio. Te dije que murieras. Que te apartaras. Pero no, decidiste quedarte. Decidiste desafiarme y jugar a ser la madre del villano.
Anastasia apretó los puños, ignorando el temblor de su cuerpo.
—Ethan no es un villano. Es solo un niño.
La autora soltó una carcajada fría.
—Un niño que crecerá para destruir a todo el reino, si es que sobrevive. Pero claro, eso no te importa, ¿verdad? Porque estás jugando a ser la heroína.
—No estoy jugando —respondió Anastasia, levantando la cabeza con determinación—. Estoy protegiendo a mi hijo.
La sonrisa de la autora se desvaneció, reemplazada por una expresión severa.
—Entonces asume tu responsabilidad, Anastasia. Todo esto está sucediendo por tu presencia aquí. La maldición, el sufrimiento de Ethan, todo. Tú lo trajiste a este punto al negarte a seguir mi guion.
Anastasia sintió un nudo en la garganta, pero no dejó que las palabras de la autora la doblegaran.
—Haré lo que sea necesario para salvarlo. No me importa lo que digas o hagas.
La autora la miró con una mezcla de irritación y curiosidad, como si estuviera evaluando la sinceridad de sus palabras.
—Lo veremos —dijo finalmente, retrocediendo hacia la oscuridad—. Pero recuerda esto, Anastasia: cada elección que hagas tendrá un precio. Y tarde o temprano, ese precio será demasiado alto.
Antes de que pudiera responder, todo volvió a oscurecerse.
Antes de que todo se desvaneciera, Anastasia reunió todas sus fuerzas y miró directamente a la autora, su voz temblando por la rabia y la desesperación.
—¿Fuiste tú? ¿Tú le hiciste esto a Ethan?
La autora la miró con una sonrisa fría y burlona.
—¿Yo? —preguntó, fingiendo sorpresa antes de reírse con crueldad—. No, Anastasia. Esto no es obra mía. Es el destino de él.
—¿Qué quieres decir? ¡Explícate! —gritó Anastasia, pero la autora simplemente se giró, dejando que su risa resonara en el aire oscuro.
—El destino siempre cobra sus deudas, querida —dijo, desapareciendo entre las sombras mientras el lugar se desvanecía a su alrededor.
Anastasia despertó con un sobresalto, tumbada en el frío suelo de su aposento. Lágrimas silenciosas rodaban por su rostro mientras las palabras de la autora resonaban en su mente. Se levantó tambaleante, limpiándose el rostro con manos temblorosas, cuando escuchó algo que la hizo detenerse: pasos apresurados resonando en los pasillos.
Su corazón se encogió. Sin pensar, salió corriendo, siguiendo el ruido que la guiaba hacia la habitación donde estaba Ethan. Cuando llegó, vio al doctor inclinado sobre el pequeño cuerpo de su hijo, su rostro reflejando una mezcla de desesperación y concentración mientras intentaba estabilizarlo.
—¡¿Qué está pasando?! —exclamó Anastasia, entrando rápidamente en la habitación.
El doctor apenas levantó la vista, demasiado concentrado en conjurar un hechizo para intentar que Ethan respirara.
—¡La maldición se está expandiendo! —gritó, su voz llena de pánico—. ¡No puedo detenerla!
Anastasia sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies mientras corría hacia la cama de Ethan. Richard, que había permanecido firme junto a ella durante horas, se acercó rápidamente al oír el alboroto.
—¡Haz algo! —ordenó Richard al doctor, su tono severo, lleno de autoridad, pero también de un miedo profundo que nunca antes había mostrado—. ¡Sálvalo!
El doctor movió frenéticamente sus manos, conjurando magia tras magia, pero Ethan dejó de respirar de repente. Todo en la habitación pareció detenerse.
—No… —susurró Anastasia, con los ojos fijos en el rostro de su hijo.
El silencio se rompió con un grito desgarrador que salió de su garganta, una mezcla de desesperación y angustia que llenó el aire.
—¡Ethan! ¡No, no, no! ¡Por favor, no! —sollozó mientras se aferraba al pequeño cuerpo inmóvil de su hijo.
Richard, al escucharla, corrió hacia la cama, sus ojos llenos de horror al ver la escena. Se arrodilló al lado de Anastasia, tomando su rostro entre sus manos.
—¡Doctor, haga algo! —ordenó de nuevo, su voz quebrándose ligeramente.
El médico bajó la cabeza, sus manos temblando mientras susurraba:
—Lo he intentado todo, majestad... No hay nada más que pueda hacer. La magia impura… era demasiado fuerte.
Anastasia no quiso escuchar. Sacudió la cabeza mientras abrazaba a Ethan, su corazón roto en mil pedazos.
—¡No puede ser verdad! ¡Tienes que salvarlo! —gritó entre lágrimas.
Richard, incapaz de encontrar palabras para consolarla, la rodeó con sus brazos, sosteniéndola mientras ella lloraba desconsoladamente. Su mirada se endureció, volviéndose tan fría y peligrosa como una tormenta.
—Esto no termina aquí —susurró Richard, sus ojos brillando con una furia contenida—. Quien sea que esté detrás de esto, pagará.
Mientras Anastasia seguía abrazando a Ethan, una pregunta surgió en su mente, una pregunta que la llenó de un frío aterrador: ¿Era esto realmente su destino… o las palabras de la autora eran algo más que una cruel burla?