Un amor que se enfrenta a problemas, desafíos, barreras. Un amor entre una bailarina y un multimillonario.
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Capítulo 4: Entre la Luz y la Sombra
El día siguiente amaneció con una claridad engañosa, como si el cielo se burlara del caos que reinaba en el interior de Nia. Había pasado la noche dando vueltas en su cama, incapaz de conciliar el sueño. El recuerdo de Ethan Sinclair, con su mirada penetrante y sus palabras llenas de misterio, seguía persiguiéndola como una melodía que no podía apartar de su mente.
A pesar del cansancio, Nia se dirigió al teatro temprano. Allí, el aire estaba impregnado de un murmullo de emoción. Los bailarines susurraban entre ellos sobre el enigmático patrocinador, Ethan Sinclair, que ahora se había convertido en el tema de conversación. Pero ella evitó sus miradas curiosas, intentando aparentar una calma que no sentía.
La rutina del ballet siempre había sido su refugio. Cada movimiento, cada paso cuidadosamente ejecutado, le permitía desconectarse del mundo. Pero esa mañana, incluso la danza le resultó insuficiente. El recuerdo de Ethan parecía infiltrarse en cada rincón de su mente. Había algo en él que la desconcertaba, algo que despertaba en ella una mezcla de curiosidad y aprensión.
El ensayo terminó antes de lo esperado, y mientras los bailarines comenzaban a dispersarse, el director del teatro, un hombre robusto de porte severo, se acercó a ella.
—Nia, el señor Sinclair ha solicitado hablar contigo —dijo con tono neutral, pero sus ojos brillaban con una mezcla de interés y envidia mal disimulada.
Nia sintió que su estómago se contraía. Durante un instante, pensó en negarse, pero sabía que no tenía elección. Con un asentimiento breve, siguió al director hasta una sala privada en la parte trasera del teatro.
Ethan estaba allí, de pie junto a una ventana. La luz del sol iluminaba su perfil, destacando las líneas definidas de su rostro. Vestía un traje oscuro impecable, pero había algo en su porte que sugería que no era un hombre que se conformara con lo ordinario. Al escuchar la puerta cerrarse detrás de ella, se giró y la miró con esa intensidad que ya le resultaba familiar.
—Gracias por venir, Nia —dijo, su voz profunda resonando en el espacio como una melodía grave.
Nia se quedó cerca de la puerta, manteniendo la distancia. Su mirada no flaqueó mientras lo observaba, buscando en su expresión algún indicio de sus intenciones.
—No estaba segura de que tuviera otra opción —respondió con un tono que pretendía ser neutral, pero que no pudo ocultar del todo su nerviosismo.
Ethan sonrió ligeramente, como si reconociera su intento de mantener el control. Dio un paso hacia ella, pero respetó la distancia entre ambos.
—No suelo imponer mis deseos. Prefiero que las personas tomen sus propias decisiones —dijo, con una calma que parecía deliberada—. Pero, en este caso, creí que sería beneficioso para ambos tener esta conversación.
Nia alzó una ceja, intrigada y a la vez desconfiada.
—¿Qué tipo de conversación?
Ethan cruzó los brazos, como si estuviera evaluando la mejor manera de responder.
—Lo que haces en el escenario es extraordinario. No solo bailas, Nia. Vives cada movimiento como si fuera una extensión de tu alma. Y eso es algo que no se ve todos los días. Quiero ofrecerte una oportunidad para llevar tu talento más allá de este teatro.
Nia frunció el ceño. Aunque sus palabras eran halagadoras, había algo en su tono que la ponía en alerta.
—¿Y qué significa eso exactamente?
—Estoy trabajando en un proyecto personal —explicó Ethan, inclinando ligeramente la cabeza—. Una fundación dedicada al arte en todas sus formas. Quiero que seas la imagen de esa iniciativa. Tus movimientos, tu pasión... son lo que necesito para transmitir el mensaje que quiero compartir con el mundo.
El corazón de Nia se aceleró, pero se obligó a mantenerse firme.
—No sé si soy la persona adecuada para eso —dijo, su voz baja pero decidida—. Mi vida siempre ha sido el ballet, y no estoy segura de querer mezclarlo con... —hizo una pausa, buscando las palabras—. ...con un proyecto corporativo.
Ethan la observó en silencio por un momento, como si estuviera midiendo su resistencia.
—Lo entiendo. Pero no estoy pidiendo que cambies quién eres. Al contrario, quiero que sigas siendo tú misma. Este proyecto no se trata de corporaciones ni de dinero. Se trata de crear un impacto, de llevar el arte a lugares donde nunca antes ha llegado. Y creo que tú eres la persona que puede hacerlo posible.
Nia sintió que sus defensas comenzaban a tambalearse. Había algo en su voz, en la sinceridad de su mirada, que la desarmaba. Pero aún así, no podía ignorar la sensación de que aceptar esa oferta podría significar perder algo esencial de sí misma.
—Necesito tiempo para pensarlo —dijo finalmente, su tono más suave.
Ethan asintió, como si esperara esa respuesta.
—Por supuesto. No espero una decisión inmediata. Pero espero que consideres mi oferta seriamente. —Hizo una pausa, su expresión volviéndose más seria—. No soy un hombre que se rinda fácilmente, Nia.
Esas palabras resonaron en el aire, cargadas de una promesa que Nia no sabía cómo interpretar. Antes de que pudiera responder, Ethan dio un paso atrás y le ofreció una tarjeta.
—Llámame cuando estés lista para hablar. —Su voz era suave, pero firme.
Nia tomó la tarjeta, evitando su mirada mientras sus dedos rozaban los de él por un breve instante. Esa breve conexión la estremeció, aunque no supo si era por la intensidad de su presencia o por el peso de lo que estaba ocurriendo.
Cuando salió de la sala, Nia sintió como si hubiera estado conteniendo la respiración todo el tiempo. Se detuvo en el pasillo, mirando la tarjeta en su mano. Las palabras *Ethan Sinclair* estaban impresas con elegancia, acompañadas por un número que parecía guardar más de lo que sugería.
De regreso a casa, Nia no podía dejar de pensar en la conversación. Las palabras de Ethan la habían descolocado, pero más aún lo había hecho la forma en que él parecía verla. Era como si, por primera vez, alguien hubiera reconocido algo en ella que ni siquiera sabía que existía.
Mientras miraba por la ventana de su apartamento, observando cómo las luces de la ciudad comenzaban a parpadear en la distancia, Nia se preguntó si estaba lista para aceptar el desafío que Ethan le proponía.
Porque sabía que no era solo una oferta profesional. Aceptar significaba abrirse a un mundo que no conocía, un mundo lleno de riesgos, de emociones desconocidas y de un hombre que parecía capaz de desarmarla con una sola mirada.
Y aunque el miedo seguía ahí, junto a él había algo más: una chispa de curiosidad que comenzaba a arder con fuerza.
Quizás, solo quizás, Ethan Sinclair era el desafío que su vida había estado esperando.