𝖤𝗌𝗉𝖾𝗋𝗈 𝗊𝗎𝖾 le 𝗀𝗎𝗌𝗍𝖾 
𝖸 𝗊𝗎𝖾 𝗆𝖾 𝖺𝗉𝗈𝗒𝖾𝗇 𝖼𝗈𝗆𝗈 𝗅𝖾 𝖺𝗉𝗈𝗒𝗈 𝖺 𝗎𝗌𝗍𝖾𝖽𝖾𝗌
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17
Elica escuchó las palabras de sus padres con una expresión impasible. Parecía que no estaban llegando a ella, que el espíritu era más fuerte que cualquier argumento o amor familiar. Ella cruzó los brazos sobre el pecho y respondió con frialdad:
—No necesito que me digan quién soy. El ángel me ha mostrado la verdad y ahora soy una servidora suya. No me importa lo que piensen ustedes, porque pronto comprenderán que están equivocados.
Ella se volvió hacia la ventana, mirando hacia afuera con una mirada vacía y distante. Parecía estar esperando algo, o a alguien, afuera de la casa.
Maria sintió un dolor agudo en el corazón al ver la indiferencia de su hija hacia sus palabras. Ella sabía que Elica no estaba actuando por voluntad propia, pero verla tan poseída y controlada por el espíritu era devastador. Trató de mantener la calma y habló nuevamente, con voz quebrada pero firme:
—Elica, por favor, mírame a los ojos y dime que no te importa lo que nos pase. Dime que no te importa si te perdemos para siempre.
Ella dio un paso hacia Elica, extendiendo una mano temblorosa hacia ella, como si intentara alcanzarla a través de la oscuridad que la envolvía.
Elica se volvió lentamente hacia su madre, pero sus ojos seguían siendo fríos y distantes. Su mirada era casi robótica mientras respondía con una voz monótona y carente de emoción:
—No me importa. Ustedes son débiles y ciegos. No pueden ver la verdad que el ángel me ha mostrado. Su amor es insignificante en comparación con la verdad divina.
Ella retrocedió un paso, alejándose del toque de su madre. Parecía estar construyendo una barrera entre ella y su familia, una barrera de ideología y posesión espiritual que se volvía cada vez más infranqueable.
Elica sonrió ligeramente, una sonrisa cruel y condescendiente que no le pertenecía a ella misma. Su voz se volvió más suave, pero aún tenía un tono de desprecio.
—Porque Dios me eligió a mí, a diferencia de ustedes. Él me eligió para ser su instrumento, para llevar su palabra al mundo. Él me dio estos dones, me dio el conocimiento y la fuerza para enfrentarme a ustedes, los incrédulos.
Ella hizo un gesto hacia la Biblia en la mesa.
—Esta Biblia es sólo una herramienta para mí. Yo sé lo que realmente dice, y no es lo que ustedes creen. El verdadero significado está oculto para los débiles de mente como ustedes.
Sofía no pudo soportar más la arrogancia de Elica y decidió intervenir nuevamente. Se adelantó un paso, colocándose entre Elica y sus padres, y habló con determinación:
—Elica, no eres especial. Dios no te eligió a ti por encima de todos nosotros. La Biblia no es un código secreto que sólo tú puedes descifrar. Es un libro sagrado que ha sido interpretado de diferentes maneras a lo largo de los siglos por millones de personas.
Ella intentó mantener la calma, pero había un tono de desafío en su voz.
—Además, ¿qué clase de Dios te haría creer que las mujeres son inferiores? Eso no suena a amor divino, sino a discriminación y opresión.
La discusión continuó durante varios minutos, cada miembro de la familia intentando hacer entrar en razón a Elica. Sin embargo, el espíritu que la poseía era demasiado fuerte y sus palabras eran cada vez más duras y extremistas. Finalmente, Elica se cansó de la conversación y salió de la habitación, dejando a sus padres y a Sofía con una mezcla de frustración y desesperación.
Ella se encerró en su habitación, apoyándose contra la puerta con una sonrisa satisfecha en el rostro. Parecía disfrutar del conflicto que había causado entre su familia, como si fuera un juego para ella.
Habían pasado seis años desde que el espíritu había poseído a Elica. Durante ese tiempo, ella había crecido y se había convertido en una joven de 16 años, pero su personalidad y creencias seguían siendo las mismas. El espíritu seguía hablando a través de ella, inculcándole cada día más ideas extremistas y sexistas. Elica se había aislado cada vez más de su familia, pasando la mayor parte del tiempo en su habitación estudiando la Biblia y orando al ángel.
Elica se miró al espejo, arreglándose el uniforme de secundaria con cuidado. A pesar de su corta edad, su rostro tenía una expresión madura y seria. Su cabello negro estaba recogido en un moño estricto y sus ojos reflejaban una fe inquebrantable. El espíritu le había enseñado a ser autosuficiente y a no depender de nadie más que de él mismo.
Ella sabía que Rafael se había mudado hace tiempo y que ahora vivía con su novia. No le importaba en absoluto. Para ella, su hermano era un hereje y un pecador que había abandonado el camino de Dios.
Elica entró en la cocina, donde encontró a sus padres desayunando. Su mirada se posó primero en Carlo, quien estaba leyendo el periódico, y luego en María, quien preparaba un café. Elica se detuvo en el umbral, con una expresión indiferente en su rostro.
—Buenos días —dijo Elica con voz monótona, sin emoción alguna.
Ella se acercó a la mesa y tomó un pan tostado, lo partió en dos y lo untó con mantequilla. Sus movimientos eran mecánicos y precisos, como si siguiera un protocolo religioso.
María levantó la mirada de su taza de café y vio a Elica en la cocina. Su corazón se apretó al ver a su hija tan cambiada, tan distante y fría. Intentó sonreírle, pero fue difícil mantener la compostura frente a la indiferencia de Elica.
—Hola, cariño. ¿Estás lista para tu primer día de secundaria? —preguntó María con suavidad.
Ella sabía que Elica probablemente no respondería con entusiasmo, pero aún así quería mostrarle algo de afecto maternal.
Carlo bajó el periódico y miró a Elica con una mezcla de tristeza y resignación. Aunque ella era su hija, sentía que no la conocía en absoluto. El espíritu había cambiado por completo su personalidad y su forma de pensar, convirtiéndola en una extraña en su propia familia.
—Elica, ¿has rezado antes de desayunar? —preguntó Carlo, intentando mantener una conversación normal.
Él sabía que era inútil intentar hablar de cualquier cosa que no fuera religión con ella. Pero aún así, quería intentar establecer algún tipo de conexión.
Elica terminó de untar la mantequilla y respondió con voz monótona, sin apartar la mirada de su pan.
—Sí, he rezado. He pedido a Dios que me dé sabiduría para entender sus palabras y fortaleza para enfrentar los desafíos del mundo secular.
Ella dio un pequeño mordisco al pan y luego agregó:
—Además, he pedido que me proteja de los pecadores que intentarán corromper mi fe. Como tú, padre.
Su comentario era claramente una provocación hacia Carlo, quien siempre había sido más abierto y tolerante que ella.
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