Entre Las Páginas Del Destino

Los pasos resonaron por el vestíbulo mientras Eloy avanzaba junto al duque y la duquesa, rodeado por capitanes y sirvientes que lo seguían como una estela. Cleoh permaneció quieto unos instantes, observando cómo las figuras desaparecían en la profundidad del corredor principal. Cuando finalmente se movió, sintió sus manos frías, como si el invierno hubiera entrado con Eloy en lugar de quedarse afuera.

—Cleoh, querido —murmuró la duquesa, tocándole el brazo con suavidad—. Acompáñanos al comedor. La mesa ya está preparada para el desayuno de bienvenida.

Él asintió con calma, aunque por dentro no estaba tan seguro de estar preparado para nada.

Mientras caminaban por los pasillos, Cleoh percibió el cambio en el ambiente. Los sirvientes que antes cuchicheaban ahora se movían en silencio reverente, conteniendo el impulso de seguir mirando hacia donde Eloy había pasado.

—Se ve más fuerte que antes… —susurró una doncella sin darse cuenta de que Cleoh estaba cerca.

—Dicen que la Guardia Imperial los entrena como si fueran armas —respondió otra, con un tono casi soñador.

—Y aun así, mira cómo saludó a la duquesa… —añadió una tercera—. Siempre fue gentil con ella.

Cleoh siguió caminando sin disminuir el paso, pero esas palabras se le quedaban adheridas a la piel.

Cuando llegaron al comedor, Eloy ya estaba allí, de pie junto a la ventana. La luz del amanecer lo delineaba con una claridad casi severa: hombros rectos, espalda firme, la mano enguantada reposando sobre el alféizar. Parecía más una estatua que un hombre… uno de mármol frío y respiración contenida.

Pero cuando la puerta se abrió, Eloy se volvió lentamente.

No hacia la duquesa.

No hacia el duque.

Hacia Cleoh.

Fue un movimiento tan sutil que cualquiera habría dicho que solo miraba en esa dirección por casualidad. Cleoh no sabía qué hacer con ese peso, con esa atención que parecía medirlo desde lejos, como si buscara comprobar algo en su rostro.

La duquesa se adelantó para indicarle su asiento.

—Siéntate, Eloy. Debes de tener hambre después del viaje.

—Estoy bien —respondió él, aunque tomó el asiento asignado sin protestar.

Cleoh ocupó el suyo frente a él, tratando de no levantar la mirada más de lo necesario. Aun así, cada tanto sentía un leve tirón, como si un hilo invisible lo obligara a mirar hacia arriba… donde encontraba esos ojos fríos, atentos, que se apartaban al instante como si nada hubiera ocurrido.

Los sirvientes empezaron a servir la comida. Pan tibio, mantequilla aromatizada, sopa ligera, carnes conservadas que habían sido calentadas para la ocasión. El choque de cubiertos llenaba el espacio, pero debajo de ese sonido, había otra capa más silenciosa: tensión, expectación…

El duque rompió el silencio primero.

—Partirás hacia la capital en dos días. La coronación requiere tu presencia y la reunión con los comandantes es obligatoria.

Eloy asintió sin dudar.

—Entendido.

La duquesa bajó ligeramente la mirada.

—Te has esforzado demasiado estos años. ¿No tendrás al menos un día de descanso ahora que estás en casa?

Eloy no respondió de inmediato. Su mirada volvió a dirigirse a Cleoh por un instante, tan breve que la duquesa no pudo notarlo… pero Cleoh sí.

Sintió un pequeño estremecimiento en la base de la nuca.

—Estaré donde se me requiera —dijo finalmente Eloy.

El duque continuó como si ese intercambio no hubiera ocurrido:

—Hablaremos más tarde de tus responsabilidades, y esta noche, quiero que compartas el informe completo sobre la situación en la frontera norte.

Eloy asintió.

Pero mientras el duque hablaba, Cleoh sintió que Eloy lo observaba otra vez, con una atención que no coincidía con la conversación que estaba teniendo. Como si vigilara sus reacciones, como si buscara algo, como si confirmara, una y otra vez, que Cleoh realmente no lo recordaba.

Cleoh apartó la mirada hacia su plato, casi incómodo.

«¿Qué quiere de mí?»

Cuando la comida terminó, los señores se pusieron de pie. El duque se dirigió hacia su despacho, la duquesa tomó del brazo a Eloy para hablarle un momento más… y Cleoh se dispuso a retirarse con discreción.

Pero cuando cruzó la puerta, sintió una presencia detenerse detrás de él. No tuvo que darse la vuelta para saber quién era.

—Ten cuidado con salir solo por las noches —dijo una voz baja, firme, tan cercana que el aire pareció vibrar—No sabes lo que puedes encontrarte en los jardines.

Cleoh se giró apenas.

—…¿Disculpa?

Eloy sostuvo su mirada con una calma demasiado controlada.

—No todos en esta casa duermen temprano. —Se inclinó apenas hacia él—. No vuelvas a salir sin abrigo.

No sonaba a consejo, sonaba a advertencia.

Sin esperar respuesta, Eloy se giró y se alejó por el pasillo, dejando atrás el tenue olor a hierro y viento frío.

Cleoh lo observó perderse entre las sombras.

...********...

El pasillo que conducía al despacho estaba en silencio, apenas interrumpido por los pasos firmes de Eloy. El duque caminaba delante de él, sin prisa, sin necesidad de anunciar su autoridad. Los corredores se iluminaron un momento cuando pasaron bajo un ventanal, y Eloy notó —con una punzada de nostalgia inesperada— que nada había cambiado.

Cuando entraron al despacho, el duque cerró la puerta tras ellos. El sonido seco resonó como un sello.

El duque se dirigió hacia la mesa, pero no se sentó de inmediato. Se quedó allí, apoyando una mano sobre el respaldo del sillón, observando a Eloy como quien estudia algo que ya conoce, pero que quiere asegurarse de recordar bien.

Eloy se mantuvo recto, a una distancia respetuosa.

—Ha pasado tiempo —dijo el duque finalmente, con su voz profunda.

—Cinco años y nueve meses —respondió Eloy sin rodeos— Mi señor.

El duque soltó un ligero suspiro, casi imperceptible.

—No es necesario que me llames así cuando estamos a solas.

—si padre

—Te fuiste siendo un muchacho, Eloy —dijo él, rodeando lentamente el escritorio para tomar asiento— Y vuelves convertido en un caballero real, estoy orgulloso de tí.

Eloy permaneció de pie ante el escritorio, esperando.

—Siéntate, Eloy —dijo el duque finalmente.

Él obedeció, sin perder su compostura.

Hubo un instante en que solo se escuchó el crepitar tenue de los troncos en la chimenea. Luego, el duque se giró hacia él.

—Hay asuntos que debemos dejar claros antes de la coronación de tu hermano y tú sucesión como próximo heredero —comenzó—. Y preferí hablarlos contigo en privado.

Eloy asintió apenas, atento.

—Cleoh asistirá a la Academia Imperial el próximo año —continuó el duque con un tono tranquilo, pero firme—Será presentado como candidato para incorporarse a la Guardia Real.

Eloy no cambió de expresión, pero su mirada se afiló un poco.

—¿La Guardia Real? —repitió, más como una constatación que como una duda.

—Sí. Quiero que ocupe el lugar que tú dejaste allí—respondió el duque— La duquesa sufre cada vez que uno de los nuestros parte. Tú sabes cómo estuvo después de que te fuiste… Y especialmente si Cleoh se marcha sin preparación, volverá a pasar.

Eloy mantuvo el silencio unos segundos, evaluando cada palabra.

—¿Qué se espera exactamente de mí? —preguntó al fin.

El duque lo observó directamente.

—Quiero que lo instruyas después de la coronación, antes de que ingrese a la Academia, quiero que estés a cargo de su entrenamiento preliminar: disciplina, manejo básico de armas, protocolo, conducta militar. Lo necesario para que no llegue como un cordero entre lobos.

Eloy permaneció inmóvil, pero algo en su mandíbula se tensó con discreción.

—Entiendo la petición —respondió, con voz baja pero firme—. Aunque no estoy seguro de que él… sea capaz de lograrlo, nunca a sostenido una espada antes.

El duque sostuvo su mirada sin pestañear.

—tendrá que hacerlo —respondió—. Y tú te encargarás de que lo haga.

Una afirmación, no una negociación.

Eloy tragó ligeramente, sin mostrar emoción explícita.

—Haré lo que pueda

El silencio se instaló de nuevo. La chimenea crujió suavemente.

—Una última cosa —agregó el duque—. No dejes que la duquesa lo note. No sabe que será enviado a la Academia tan pronto. No quiero inquietarla.

Eloy alzó ligeramente las cejas, sorprendido de forma casi imperceptible.

—¿Y Cleoh lo sabe?

— si

Eloy se incorporó un poco en su asiento.

—Entonces… usaré estos dos días para observarlo. Así sabré por dónde comenzar cuando llegue el momento.

—Hazlo —dijo el duque, conforme.

El caballero real se puso de pie, hizo una reverencia breve y se preparó para retirarse.

Antes de que alcanzara la puerta, la voz del duque lo detuvo.

—Y Eloy… —añadió sin mirar directamente—. No seas duro con él, no espero que se convierta en una figura destacada, solo espero que no muera. Por el nien de tu madre

La mano de Eloy se detuvo sobre el picaporte.

Un ligero temblor, casi imperceptible, recorrió su respiración.

—Si quiere sobrevivir tendré que ser lo—respondió, antes de abrir la puerta.