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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:12.1k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 17

El amanecer llegó sin sobresaltos. Por primera vez en mucho tiempo, el mundo no ardía.

Lucía despertó envuelta en el calor del cuerpo de Rafael, su respiración lenta y profunda contra su cuello. Se quedó así un momento, escuchándolo, como si necesitara memorizar cada detalle de esa calma.

—¿Dormís? —susurró, sin moverse.

—No —respondió Rafael, con la voz ronca de sueño—. Te estaba escuchando respirar.

Lucía sonrió, cerrando los ojos de nuevo.

—¿Hace cuánto que no pasaba esto? —preguntó—. Despertar y no tener miedo.

—Mucho —dijo él—. Demasiado.

Se quedaron en silencio. Afuera, los pájaros comenzaban a cantar. El bosque parecía otro lugar. Sin peligro, sin vigilancia. Solo naturaleza.

—¿Y ahora qué pasa? —preguntó ella, con cierta inquietud—. ¿Qué pasa con el resto? ¿Con la organización? ¿Con la gente de Vittorio?

Rafael se sentó en la cama, estirándose el cuello.

—Algunos ya están huyendo. Otros... probablemente intenten reorganizarse. Pero sin Rivetti, sin la red de poder que sostenía, van a fragmentarse. Lo sabíamos: cortando la cabeza, el cuerpo se debilita.

—¿Y vos?

—Yo... —Rafael la miró—. Estoy cansado, Lucía. Por primera vez en años, no quiero estar en medio del fuego. Quiero otra cosa.

Lucía lo miró en silencio. En sus ojos, no había duda. Solo una calma nueva, casi desconocida.

—Entonces quedate. Acá. Conmigo.

Él se acercó y le acarició la mejilla.

—Esa es la única orden que pienso obedecer de ahora en adelante.

Ambos rieron suavemente, y el silencio que vino después ya no fue pesado. Fue liviano, casi feliz.

Más tarde, ya vestidos y con café caliente entre las manos, Rafael revisaba informes en su tablet mientras Lucía leía una novela en el sillón. La cotidianidad los abrazaba como un lujo.

Mateo llegó poco después, con noticias.

—El perímetro está limpio. Tenemos control en todos los puntos. Los contactos en el este están cooperando. Los aliados... bueno, algunos ya celebran.

—¿Y los que no celebran? —preguntó Rafael.

—Están buscando su próxima jugada. Pero no tienen fuerza ahora. No sin él.

Mateo se detuvo y miró a Lucía, luego a Rafael.

—¿Y vos? ¿Qué vas a hacer?

Rafael lo miró en silencio.

—Nada —dijo finalmente—. Ya hice lo que tenía que hacer. Lo que sigue... ya no me pertenece.

Mateo asintió. Por primera vez en años, vio a su amigo no como el soldado implacable que siempre fue, sino como un hombre que había encontrado algo más fuerte que la venganza.

Algo parecido a un hogar. Un refugio.

---

La cabaña estaba en silencio. Afuera, la lluvia comenzaba a golpear suavemente el techo de chapa. Dentro, solo se escuchaba el crepitar de la leña en la chimenea y el leve tintinear de una taza en la mesa.

Lucía estaba sentada en el sofá, envuelta en una manta. Rafael entro quitandose la camisa y la dejaba secarse junto al fuego. La escena tenía una paz irreal. Como si el mundo los hubiese perdonado por un rato.

Pero él no se perdonaba del todo.

Se sentó frente a ella, serio, las manos entrelazadas.

—Lucía.

Ella lo miró, atenta. Notó algo en su voz. Algo distinto.

—Hay algo que... que no quiero callarme más.

Lucía ladeó la cabeza. No parecía temerosa. Solo abierta.

—Decime.

Rafael tragó saliva. Sus ojos estaban fijos en los de ella.

—No soy un hombre limpio. Nunca lo fui. Hice cosas. Cosas que no puedo deshacer. Fui parte de algo sucio, peligroso. Lo que pasó con Rivetti… no fue una excepción. Fue mi mundo durante años. Yo... fui uno de ellos.

Lucía lo escuchaba sin parpadear. Sin interrumpirlo.

—No estoy hablando de errores —continuó él—. Estoy hablando de decisiones. De sangre. De negocios turbios. De obedecer órdenes sin preguntar. De cobrar deudas... sin piedad. Soy un mafioso, Lucía. No tengo otro nombre para eso.

La confesión flotó en el aire como una sentencia.

Él bajó la mirada.

—Entiendo si después de esto... si decidís alejarte. Te lo dije tarde. Lo sé. Pero no quería mentirte más.

Un silencio largo los rodeó.

Entonces, Lucía habló, con una suavidad que desarmaba.

—Rafael... ¿de verdad pensabas que no lo sabía?

Él levantó la mirada, sorprendido.

—Lo imaginé desde hace mucho. Las miradas, las armas, la forma en que caminás... No necesitaba pruebas. Algo dentro de mí lo supo siempre.

—¿Y aun así…?

—Aun así te vi. A vos. No al mafioso, ni al tipo que enfrentó a Rivetti, ni al que tiene gente armada siguiéndolo. Vi al hombre que me cuidó cuando todo se derrumbaba. Al que se quedó cuando yo estaba rota. Vi cómo me mirás. Cómo me tocás. Cómo decís mi nombre.

Hizo una pausa. Se inclinó hacia él.

—Eso es lo que me importa.

Rafael no podía hablar. Su expresión era una mezcla de alivio, dolor y algo que no se atrevía a nombrar.

Lucía apoyó una mano en su pecho.

—No quiero a un héroe. Ni a un mártir. Te quiero a vos. Con todo lo que eso traiga.

Él la abrazó. Al principio, con torpeza. Después, con desesperación.

Y por primera vez, Rafael sintió que alguien lo había visto. Realmente visto.

Y que aun así, había elegido quedarse.

Lucía seguía con la mano sobre su pecho. Podía sentir los latidos de Rafael, fuertes, desordenados. Él respiró hondo, como si necesitara coraje para la siguiente pregunta.

—¿Y si no puedo salir de eso? —murmuró—. ¿Y si mi mundo no tiene salida?

Lucía lo miró con calma.

—¿Te referís a tu pasado o a tu presente?

—A todo. Al nombre que llevo. Al peso que arrastro. No hay vuelta atrás para mí, Lucía. Ya todos saben quién soy. Rafael Murray no puede empezar de cero. No puede ser un tipo común. Yo no soy un tipo común.

Ella bajó la mirada, pero no por duda. Era un silencio de aceptación.

—Lo sé —dijo, suave.

—¿Y aun así...?

Lucía asintió.

—Aun así estoy acá. Con vos. No por lo que hiciste, sino por quién sos cuando estás conmigo.

Él la estudió un segundo, con los ojos brillosos.

—No te lo puedo prometer todo. No puedo asegurarte paz. Siempre va a haber riesgos, amenazas... sombras.

—Lo sé —repitió ella—. Lo supe desde el primer día que te vi mirar por encima del hombro.

Y entonces bajó un poco la voz.

—Pero si vos querés que me aleje, si pensás que vas a estar mejor sin mí, si creés que esto no tiene futuro... decímelo ahora. Y me voy.

Fue apenas un susurro, pero lleno de coraje.

Rafael se inclinó hacia ella, tomándole el rostro entre las manos.

—No. No vuelvas a decir eso.

—Pero...

—No. No hay mundo posible sin vos, Lucía. No hay guerra, ni paz, ni futuro, si vos no estás en él.

Ella tragó saliva, conmovida.

—Entonces me quedo.

—Entonces te quedás —repitió él, con un hilo de voz.

Y en lugar de abrazarla, Rafael la besó.

No fue un beso apresurado ni contenido. Fue profundo, con todo lo que no había dicho, con el miedo que por fin se deshacía, con el deseo de aferrarse a ella como a un ancla en medio de una tormenta.

Lucía respondió con la misma intensidad, como si ambos supieran que ese beso sellaba algo que iba más allá de una promesa: una decisión. Un pacto sin palabras.

Las manos de Rafael se enredaron en su cabello. Las de ella se aferraron a su espalda desnuda. No importaba la lluvia afuera, ni los peligros que los rodeaban. En ese instante, no existía más que ellos.

Y se besaron como si recién empezaran a vivir.

El beso de Rafael se volvió más urgente. Ya no era solo ternura, era hambre contenida, necesidad de pertenencia. Lucía lo sintió en cada caricia, en cada roce de sus labios sobre los suyos, en la forma en que sus manos la recorrían como si quisiera memorizarla.

Ella se desabrochó la camisa lentamente, dejando al descubierto su figura. Rafael le apartó el cabello del cuello y comenzó a besarle la piel con devoción, bajando despacio por la clavícula. Sus dedos se entrelazaron con los de ella mientras sus cuerpos se acercaban aún más.

Lucía lo miró, sin decir una palabra, y fue ella quien lo guió hasta la cama del refugio. Se acostó de espaldas, esperándolo, sin miedo. Rafael se inclinó sobre ella y la besó de nuevo, esta vez más despacio, más profundo mientras Lucia sostenía su cuello con una mano y la otra entrelazaba sus dedos en su cabello.

Las prendas fueron desapareciendo una a una, sin apuro, con miradas que hablaban más que las palabras. Cada caricia era un acto de confianza. Cada suspiro, una confesión.

Cuando finalmente se unieron, fue suave al principio, como si el mundo se hubiera vuelto delicado, y después más intenso, más urgente, hasta que ya no supieron quién era quién. El refugio tembló con los ecos de su entrega, del deseo, del placer y del amor que ya no podían contener en su interior.

Después, Rafael la abrazó con fuerza, como si solo así pudiera creer que ella estaba realmente allí, y Lucía acarició su espalda en silencio, con los ojos cerrados y una sonrisa tranquila en los labios.

Habían pasado por el infierno, y aún así, ahí estaban.

Juntos.

1
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya apareció el peine 😤
Aura Rosa Alvarez Amaya
Hey verdad!
Éste hombre no duerme?
Caramba!!!
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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