Siempre pensé que mi destino lo elegiría yo. Desde que era niña había sido un espíritu libre con sueños y anhelos que marcaban mi futuro, hasta el día que conocí a Marcelo Villavicencio y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Él era el peligro envuelto en deseo, la tentación que sabía que me destruiría, y el misterio más grande: ¿Por qué me había elegido a ella, la única mujer que no estaba dispuesta a rendirse? Ahora, mí única batalla era impedir que esa obligación impuesta se convirtiera en un amor real.
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Capitulo VIII Plan peligroso
Punto de vista de Marcelo
Conduje el auto, sintiendo el peso silencioso de Diana a mi lado. El plan inicial era llevarla hasta el apartamento que le había ofrecido, pero en vista de que al día siguiente seríamos esposos, no vi la necesidad de dejarla allá. Necesitaba control total sobre ella, y la distancia no encajaba en mis planes de venganza.
—¿Dónde estamos? —preguntó Diana de repente, su voz tensa al reconocer la magnitud de mi residencia.
—Es obvio. Es mi casa —respondí mientras me estacionaba—. El lugar donde viviremos de ahora en adelante.
—Ese no fue el trato, se supone que yo viviría en un apartamento —La sentí tensarse por completo ante la idea de vivir conmigo, y la satisfacción se extendió por mí.
—Se vería muy extraño que, estando casados, viviéramos en casas diferentes, ¿no lo crees? —Bajé del auto, dejando la puerta abierta. La dejé atónita sentada al lado del copiloto, forzándola a tomar una decisión.
No insistí en que bajara. Simplemente me quedé esperando afuera a que ella tomara la iniciativa, observando cómo luchaba con la nueva realidad. Pocos minutos después, finalmente bajó. Volteé a verla. Su mirada altiva se posó sobre mí, aunque sus ojos traicionaban el miedo.
—Está bien, las cosas se harán como tú digas —aceptó, su tono endurecido por la rabia—. Solo te digo que seguiré trabajando, pero no como tu secretaria. Quiero buscar trabajo en otro lado. —Aún había algo de esperanza en sus palabras, una ingenuidad que debía aplastar.
—No necesitarás trabajar. Creo que puedo darte lo que pidas el tiempo que estemos casados, y después te daré mucho más para que vivas tranquila el resto de tu vida.
—Olvidalo. Cuando termine el contrato, no quiero nada de ti —escupió—. Soy lo suficientemente independiente como para vivir por mis propios medios.
El orgullo marcado en su voz me estaba haciendo perder la paciencia. Ella no entendía que la independencia era el arma que yo acababa de darle.
—He dicho que no trabajarás para nadie —sentencié, mi voz se endureció, reflejando mi autoridad—. Lo más que puedo permitirte es que sigas trabajando a mi lado.
No le di opción a seguir la discusión. Si ella quería su libertad, debía hacer lo que yo le pidiera y nada más. Me acerqué a ella, tomándola del codo con firmeza.
—La boda es en menos de doce horas, Diana. Olvida el trabajo y concéntrate en tu papel. Tu única tarea ahora es ser la perfecta señora Villavicencio. Entremos.
La conduje hacia la entrada, una mole de mármol y cristal que se alzaba sobre nosotros. Al cruzar el umbral, el silencio de la mansión engulló su resistencia. Las luces estaban tenues, y el ambiente gritaba riqueza y soledad. Mi hogar no era precisamente cálido, pero era seguro. Y ahora, ella estaba aquí, bajo mi techo, a mi completa disposición.
—Esta es la señorita Vega —anuncié a la ama de llaves que apareció de la nada, una mujer seria y discreta—. A partir de mañana será la señora Villavicencio. Quiero que la instalen en la habitación principal.
Diana se soltó de mi agarre, con los ojos muy abiertos. —¿En la principal? No. Quiero una habitación separada. Recuerde las condiciones: es un matrimonio de apariencia.
—Recuerdo perfectamente las condiciones —dije, acercándome a ella hasta que tuvimos que vernos obligatoriamente—. Pero también recuerdo que Fabiana Vega y tu padre saben que soy un hombre con necesidades. Si quieres que crean la farsa, dormiremos bajo el mismo techo, Diana. El resto... lo podemos negociar.
La dejé sola con su rabia y la ama de llaves. La noche sería corta, y Diana Vega necesitaba asimilar que acababa de cambiar una jaula por otra, más grande, más lujosa, y con un carcelero mucho más exigente.
Fui hasta la oficina que tenía en mi casa. Lo primero que hice fue llamar a mi abogado para que dejara todo listo para el siguiente día, además de que redactara el contrato donde decía que le daría la libertad después de un año y el acuerdo de bienes separados. No correría el riesgo de que la familia Vega se quedara con lo mío.
Una vez terminé de dar las órdenes me serví un vaso de whisky. La sola idea de que Diana estuviera en mi habitación me tensaba, y debía mantener mi mente ocupada en otra cosa. Sin embargo, debía ir a descansar, ya que el siguiente día sería algo agitado. No solo por la boda, sino también por la reacción de mi padre al saber que me casaría con la hija de nuestro enemigo. Mi padre, un hombre sin escrúpulos, era capaz de cualquier cosa con tal de querer arruinar mis planes, por lo que debía actuar más rápido que él.
Entré a la habitación, encontrando a Diana acostada en el gran sillón negro que había en la recámara. Me pareció tan infantil su actitud. Igual, ella sería mía tarde o temprano.
—La cama es lo suficientemente grande para los dos —dije mientras desabrochaba mi camisa.
—No pienso dormir en la misma cama que tú —respondió con tranquilidad fingida.
—¿Tanto asco te doy? —pregunté.
—Sí, me das asco y te quiero lejos de mí. No sabes cuánto te odio —sus palabras fueron puñales atravesando mi pecho.
—Al menos el odio es un sentimiento que está a un paso del amor —terminé de quitarme la camisa y entré al baño. Esa mujer estaba haciendo que la poca paciencia que tenía se esfumara, y eso era algo muy peligroso para ella. No estaba acostumbrado al "no" de una mujer, y ella no sería la primera que me rechazara. Tenía que buscar la manera de que se volviera loca por mí.
Estaba hundido en mis pensamientos, sintiendo cómo el agua mojaba mi cuerpo y con la necesidad urgente de Diana a mi lado. "Esto será más difícil de lo que imaginé," pensé. "Pero cada día de esta batalla valdrá la pena."