Laura Díaz y Felipe Núñez parecen tenerlo todo: un matrimonio de cinco años, la riqueza y el prestigio que él ha construido como empresario. A los ojos de todos, son la pareja perfecta. Sin embargo, detrás de la fachada, su amor se tambalea. La incapacidad de Laura para quedar embarazada ha creado una fisura en su relación.
Felipe le asegura que no hay nada de qué preocuparse, que su sueño de ser padres se hará realidad. Pero mientras sus palabras intentan calmar, la tensión crece. El silencio de una cuna vacía amenaza con convertirse en el eco que destruya su matrimonio, revelando si su amor es tan sólido como creían o si solo era parte del perfecto decorado que han construido.
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Capitulo XXII La obsesión de Melissa
Punto de vista de Melissa
Soy Melissa Figueroa, y mi vida siempre ha sido una jaula de oro. Soy la única hija de la familia Figueroa, y desde el día que cumplí mis dieciocho años, mi mundo giró en torno a una sola persona: Felipe Núñez. Lo conocí en una gala benéfica, y desde el primer momento en que lo vi, me enamoré de él. No me importó que fuera mucho mayor que yo; su sofisticación, su poder y la forma en que el mundo lo miraba me hacían desearlo. Empecé a perseguirlo, a aparecer en los mismos eventos, en las mismas reuniones. Él siempre iba con su esposa, una mujer de belleza clásica, Laura. Ella era la perfección en persona, y la envidia me carcomía por dentro. Nunca pensé que podría ganarle la partida. Laura era elegante, culta, con una gracia natural que hacía que todos la admiraran. Y yo, solo una niña caprichosa, una sombra a su lado.
Un día, por primera vez, lo vi solo en un evento de caridad. Mi corazón se aceleró, y mi mente me gritó que era mi momento. Me armé de valor y me acerqué. Ese día, él estaba triste. Su rostro, usualmente altivo, estaba marcado por una pena profunda. Su sueño era ser padre, pero su esposa no podía tener hijos. Esa fue la primera vez que tuvimos una verdadera interacción. No le importaba mi belleza ni mi juventud; solo su dolor. Después de eso, empezamos a hablar por teléfono, a vernos para cenar. Pero un día, de repente, me dijo que no podíamos seguir viéndonos. Me dijo que amaba a su esposa y que no quería que las cosas se malinterpretaran. Me pidió que no lo buscara más. Mi mundo se derrumbó.
La ira y el despecho me consumieron. Salí a una discoteca con mis amigas, ahogándome en alcohol. En medio de la música y las luces estroboscópicas, conocí a un chico de mi edad. En un acto de rebeldía y desesperación, estuve con él en el baño. No me importaba nada. Estaba tan ebria que solo quería sentir algo, cualquier cosa, que no fuera el rechazo de Felipe. Volví a mi casa, y desde esa noche, decidí dedicarme a estudiar, a olvidar a ese hombre que me había destrozado.
Quince días después, la vida me dio una segunda oportunidad. Felipe volvió a buscarme. Me dijo que las cosas con su esposa no estaban bien y que quería divorciarse. Una sonrisa triunfal se dibujó en mi rostro. Sin dudarlo, fui a su encuentro. Esa fue la primera vez que estuvimos juntos. Una noche de pasión, de promesas vacías, de un deseo que yo creía que era amor.
Un mes después, empecé a sentirme mal. El doctor confirmó lo que tanto temía: estaba embarazada. El pánico me invadió. ¿Cómo se lo diría a mis padres? ¿Qué dirían en la alta sociedad? Pero entonces, un plan diabólico se formó en mi mente. Era obvio quién era el padre, o eso creía yo, pero decidí callar y contarles la versión a mi manera. Les dije que era de Felipe.
Mis padres, obsesionados con la imagen y el dinero, vieron en esto una oportunidad. Con un heredero, mi hijo, tendrían la herencia que el abuelo de Felipe dejó estipulada para su primer nieto. No dudaron ni un segundo. Obligaron a Felipe a casarse conmigo y a divorciarse de su esposa. Mi victoria se sentía tan dulce como la miel. Tenía a Felipe, tenía la promesa de ser su esposa, y tenía en mi vientre el boleto a la fortuna de los Núñez.
Pero la vida es un juego, y yo era solo una pieza. Felipe me trató como a un objeto, una herramienta para conseguir su herencia. Sus caricias eran frías, sus palabras, vacías. Y cuando descubrí que Laura, la mujer que creí estéril, estaba embarazada, mi mundo se desmoronó. Mi triunfo se convirtió en un fracaso, y la idea de perderlo todo me aterrorizaba. Sabía que tenía que hacer algo, cualquier cosa, para que ese bebé no naciera. Porque si lo hacía, la vida de oro que tanto había deseado se convertiría en cenizas.
Punto de vista de Felipe
Cuando mis padres llegaron a la clínica, después de mi "accidente", sus caras me mostraron que no estaban felices. No les importaba yo, solo el bebé.
—¿Qué fue lo que le hiciste a tu esposa? —preguntó mi padre.
—No le hice nada. Ella amaneció así —mentí.
—Más te vale que no le haya pasado nada a mi nieto. Sabes muy bien que ese niño es el que garantiza que la fortuna del abuelo pase a nuestras manos —dijo mi madre, con una frialdad que me partió el corazón.
El doctor salió poco tiempo después, y mi miedo se hizo más grande. Él nos advirtió que no podía tener intimidad con Melissa. La vida del bebé, mi boleto a la fortuna, estaba en peligro. La desesperación se apoderó de mí. No podía perder a ese niño.
En el pasillo, vi a Laura y a Damián. Parecían una pareja de enamorados. Me di cuenta de que mi plan, mi vida, mi sueño, todo se estaba desmoronando por la noticia del embarazo de Laura. Me acerqué a ellos, con el odio ardiendo en mi corazón, y le dije a Damián que Laura lo había engañado, que ella era una mujer infértil. Pero Damián solo me miró con desprecio, y Laura me ignoró.
Me quedé solo, mi corazón lleno de rabia. Me di cuenta de que mi vida era una farsa. No tenía a Laura, no tenía amor, y mi futuro, mi herencia, dependía de un niño que estaba en peligro. Y la única persona que podía salvarme, era yo mismo. El juego no había terminado. Ahora, con un nuevo plan, lucharía por mi vida, por ese niño que aún no nacía y por la herencia que merecía.