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Cuando Abrió Los Ojos, Descubrió El Amor

Cuando Abrió Los Ojos, Descubrió El Amor

Status: Terminada
Genre:CEO / Amor-odio / Amor eterno / Enfermizo / Completas
Popularitas:801
Nilai: 5
nombre de autor: Luciara Saraiva

La puerta chirrió al abrirse, revelando a Serena y a la enfermera Sabrina Santos.

—Arthur, hijo —anunció Serena—, ha llegado tu nueva enfermera. Por favor, sé amable esta vez.

Una sonrisa cínica curvó los labios de Arthur. Sabrina era la duodécima enfermera en cuatro meses, desde el accidente que lo dejó ciego y con movilidad reducida.

Los pasos de las dos mujeres rompieron el silencio de la habitación semioscura. Acostado en la cama, Arthur apretó los puños bajo la sábana. Otra intrusa más. Otro par de ojos recordándole la oscuridad que lo atrapaba.

—Puedes irte, madre —su voz ronca cortó el aire, cargada de impaciencia—. No necesito a nadie aquí.

Serena suspiró, un sonido cansado que se había vuelto frecuente.

—Arthur, querido, necesitas cuidados. Sabrina es muy experta y viene con excelentes recomendaciones. Dale una oportunidad, por favor.

NovelToon tiene autorización de Luciara Saraiva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 15

El día domingo fue pasando, pero las incertidumbres seguían asombrando la vida de Sabrina. Ya era la noche, cuando Serena llamó e informó lo acontecido con Arthur y comunicó que él había recibido alta del hospital y ella la esperaba en la mansión por la mañana.

Sabrina se durmió en la noche del domingo sintiendo mucho sueño. Ella no vio u oyó cuando su amiga Luana llamó.

Pero Sabrina se despertó en medio de la noche, sobresaltada por una pesadilla. En el sueño, Arthur caía nuevamente de la cama, pero esta vez, nadie estaba allí para ayudarlo. Ella se sentó en la cama, el corazón disparado, y llevó las manos al rostro. La imagen del paciente ciego y acostado, tan vulnerable, martillaba en su mente. Por más que intentase racionalizar, la preocupación con él se volvía cada vez más real.

Ella se levantó, tomó un vaso de agua en la cocina y miró por la ventana. La ciudad dormía, pero la mente de Sabrina estaba en plena actividad. Ella pensó en la arrogancia de Arthur, en sus exigencias y en la forma como él la trataba. Sin embargo, ella también pensó en su dependencia, en la soledad que él debía sentir y en su condición. No era fácil ser ciego y acostado, y Sabrina sabía que, por detrás de aquella fachada de hombre difícil, había alguien que necesitaba de cuidado y paciencia.

¿Será que ella se estaba apegando demasiado al paciente? La pregunta de Júlia resonó en su cabeza. -- Creo que te estás preocupando demasiado con tu paciente. Sabrina suspiró. Tal vez Júlia tenía razón. ¿Pero cómo no preocuparse con alguien que cuidas y que es tan frágil?

Ella volvió para la cama, pero el sueño no venía. La preocupación con el padre y con Arthur y la complejidad de su relación con él no la dejaban en paz. Ella sabía que el día siguiente sería un desafío más, y estaba pronta para enfrentarlo. Sin embargo, algo dentro de ella decía que esa relación con Arthur se estaba volviendo más que apenas profesional.

En la mañana siguiente, Sabrina se levantó temprano, sintiendo el peso de la noche mal dormida. Ella se arregló, tomó un café rápido y salió para el trabajo. El sol ya brillaba en el cielo, prometiendo un día caliente en la ciudad. Al llegar a la mansión Maldonado, la rutina ya estaba a todo vapor. La madre de Arthur estaba en la cocina, preparando el café de la mañana de él.

Sabrina saludó a Serena y fue directo para el cuarto de Arthur. Él ya estaba despierto, acostado en la cama, con una expresión impaciente en el rostro.

-- Buenos días, señor Maldonado, dijo Sabrina, intentando mantener la voz neutra.

-- Buenos días, enfermera, respondió Arthur, con voz baja. -- ¿Dónde está mi café? Tengo hambre.

Sabrina respiró hondo. -- Su madre está preparando, señor. Ya está llegando. Espere un poco más.

En cuanto esperaba, Sabrina comenzó a organizar los medicamentos de Arthur. Ella podía sentir la mirada de él sobre ella, aún sin él poder verla. Había una tensión en el aire, una especie de expectativa.

-- Enfermera, Arthur comenzó, quebrando el silencio. -- ¿Qué aconteció aquel día? ¿Por qué la señorita apagó el teléfono en mi cara?

Sabrina se volteó para él, sorprendida con la pregunta directa. -- Yo estaba en mi horario de folga, señor Arthur. Y yo tenía cosas importantes para hacer.

Arthur bufó. -- ¿Cosas importantes? ¿Más importantes que hablar conmigo? ¡Yo necesitaba de mi remedio para gripe!

La voz de Arthur era alta y prepotente.

-- Y la enfermera que estaba en la mansión podía haberle ayudado, señor. Yo no soy la única enfermera que cuida del señor. Yo tengo una vida fuera de la mansión. Tengo problemas que necesitan ser resueltos.

Hubo un momento de silencio. Arthur parecía estar ponderando las palabras de ella.

-- Yo caí de la cama, enfermera, él dijo de repente, la voz un poco más baja. -- De mañana temprano. Nadie estaba por cerca.

Sabrina lo encaró, la rabia del momento disipándose y dando lugar a la preocupación. -- Yo supe, señor.. Me quedé preocupada.

Arthur parecía sorprendido con la respuesta de ella. - ¿Preocupada? ¿Por qué? ¿No soy yo que te irrito a todo momento?

Sabrina dudó. ¿Cómo explicar la complejidad de su confusión sentimental? ¿Cómo explicar para sí misma que se importaba con él mucho más do que quería?

-- El señor es mi paciente. Me quedaría preocupada con cualquiera que cayese y fuese mi paciente.

Los labios de Arthur curvó para los lados. -- Y por casualidad, enfermera, ¿acostumbra a visitar sus pacientes en los hospitales?

Sabrina congeló escuchando la indagación de él. Ella sintió que Tobias había hablado que la viera en el hospital.

-- Creo mejor bajar y ver cómo está el preparo de su café de la mañana.

Sabrina dio un paso adelante más Arthur exclamó: -- Te hice una pregunta. ¿Por qué está huyendo?

Sabrina respiró hondo, sintiéndose acorralada. La evasiva era la salida más fácil, pero la postura inquisitiva de Arthur, a pesar de la arrogancia, demostraba una vulnerabilidad que la tocaba. Ella decidió ser honesta, por lo menos en parte.

—Sí, señor Maldonado, yo fui a visitarlo en el hospital, pero no me dejaron entrar. Mas no fue por obligación profesional.

La curiosidad era palpable en la expresión de Arthur, a pesar de sus ojos no puedan ver.

—¿Y por qué fue entonces, enfermera? ¿Cuál es su real interés en mí? No me venga con sentimentalismos baratos, no soy tonto.

Sabrina se aproximó de la cama, sintiendo la necesidad de imponerse, de mostrar que no se intimidaba con su aspereza.

—Mi interés, señor Maldonado, es el mismo que tengo por cualquier paciente bajo mis cuidados: su bienestar. Estuve preocupada con el señor, con su recuperación. ¿Satisfecho?

Arthur permaneció en silencio por algunos instantes, como si estuviese analizando la veracidad de sus palabras. La tensión en el cuarto era casi sofocante.

—No, no estoy satisfecho. Me resulta difícil de creer que una profesional como usted, tan… eficiente y pragmática, se dé el trabajo de visitar a un paciente fuera del horario de servicio por pura preocupación. Hay algo más, enfermera. Algo que usted no me está contando.

Sabrina sintió el rostro enrojecer. La perspicacia de Arthur la asustaba. Ni ella sabía de hecho el por qué de esa preocupación con él.

—El señor está engañado, señor Maldonado. Yo apenas… —ella vaciló, buscando las palabras correctas — … me sentí responsable.

—¿Responsable? —Arthur repitió la palabra, con un tono irónico. — Interesante. Pero no me convence.

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