¿Qué pasa cuando tu oficina se convierte en un campo de batalla entre risas, deseo y emociones que no puedes ignorar?
Sofía Vidal nunca pensó que un simple trabajo en una revista cambiaría su vida. Pero entre reuniones caóticas, sabotajes inesperados y un jefe que parece sacado de sus fantasías más atrevidas, sus días pronto estarán llenos de sorpresas.
Martín Alcázar es un hombre de reglas. Siempre profesional, siempre en control... hasta que Sofía entra en su mundo con su torpeza encantadora y su mirada desafiante. ¿Qué sucede cuando una chispa se convierte en un incendio que nadie puede apagar?
"Entre Plumas y Deseos" es una comedia romántica llena de tensión sexual, momentos hilarantes y personajes inolvidables. Una historia donde las plumas vuelan, los corazones se tambalean y las pasiones estallan en los momentos menos esperados.
Atrévete a entrar a un mundo donde el humor y el erotismo se mezclan con los giros inesperados del amor.
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Café, Advertencias y Negaciones
La cafetería La Bohème en Recoleta tenía ese aire sofisticado que hacía que Sofía se sintiera un poco fuera de lugar. Era el tipo de sitio donde las sillas de madera tallada crujían apenas al moverse, las mesas estaban siempre impecablemente dispuestas con servilletas de lino y los mozos, vestidos con chalecos oscuros y delantales almidonados, servían el café con la precisión de cirujanos.
Un enorme ventanal de vidrio dejaba ver la calle empedrada y húmeda tras la lluvia reciente, donde los autos pasaban con lentitud y las luces del atardecer teñían las fachadas antiguas con un resplandor dorado. Adentro, la luz era más tenue, amarilla y acogedora, reflejándose en las vitrinas donde se exhibían medialunas doradas, scons con queso y dulces, y por supuesto, las imponentes tortas que parecían obras de arte.
Sofía revolvió su café sin mucho entusiasmo, observando la elegancia contenida del lugar. Demasiado pulcro, demasiado tranquilo… demasiado perfecto para que ella pudiera escaparse con una excusa absurda.
—Así que este era el ambiente "neutro y civilizado" que tenías en mente —murmuró, apoyando un codo en la mesa mientras miraba a Clara con una mezcla de resignación y sospecha.
Clara, con su taza de café humeante frente a ella, apenas alzó la vista, demasiado ocupada agregando una cucharada de azúcar con la meticulosidad de quien planea algo más grande que una simple conversación.
—Exactamente. La gente grita menos en lugares así. Y vos, mi querida amiga, no tenés escapatoria.
Sofía bufó, apoyándose en el respaldo de la silla mientras echaba un vistazo alrededor. En la mesa de al lado, una pareja bien vestida conversaba en susurros, compartiendo un café con leche y un croissant perfectamente partido a la mitad. Más allá, un hombre de traje hojeaba La Nación con gesto concentrado, mientras un mozo le rellenaba la taza sin necesidad de que lo pidiera.
Definitivamente, no era su tipo de lugar.
Pero era, sin duda, el escenario perfecto para que Clara desplegara su estrategia.
El murmullo elegante de la cafetería La Bohème envolvía la mesa como una burbuja aislada del caos exterior. Las cucharitas chocaban suavemente contra las tazas de porcelana, el aroma a espresso recién hecho flotaba en el aire y el repiqueteo lejano de la lluvia contra los ventanales le daba al ambiente un aire casi cinematográfico. Pero Sofía sabía que todo eso era una mera distracción, una puesta en escena perfecta para lo que realmente estaba a punto de suceder.
Clara, con una calma estudiada, dejó caer un par de golpes suaves con las uñas bien pintadas sobre el borde de su taza de café. Un gesto casual para cualquiera que no la conociera bien, pero Sofía supo de inmediato lo que significaba. Era el equivalente a un cirujano afilando el bisturí antes de abrir a su paciente en la mesa de operaciones.
Clara entrecerró los ojos, evaluando la situación como quien observa un tablero de ajedrez antes de hacer su jugada maestra. Sus labios, ligeramente curvados en una sonrisa apenas perceptible, delataban que ya tenía una conclusión lista.
Sofía bebió un sorbo de su latte, anticipando el ataque con la resignación de quien sabe que no tiene escapatoria.
—Decime que no vamos a hablar de esto —intentó adelantarse, apoyando la taza en el platito con más fuerza de la necesaria.
Clara levantó la mirada con la paciencia de un maestro ante un alumno terco.
—¿Y qué esto sería, exactamente? —preguntó con fingida inocencia, girando la cucharita entre los dedos.
Sofía exhaló, dándose cuenta de que, cuanto más intentara resistirse, más entretenida estaría su amiga.
—Dale, Clara. Sabemos a dónde va esto.
Clara ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo.
—A ver… Si te referís a tu tensión palpable con Martín Alcázar, entonces sí, es posible que esto sea eso.
Sofía cerró los ojos un segundo, sintiendo la inevitable punzada de frustración.
—No hay ninguna tensión palpable.
Clara dejó caer la cucharita dentro de la taza con un tintineo suave y alzó una ceja, escéptica.
—Sofía, querida, la electricidad entre ustedes es tan evidente que si cortan la luz en Buenos Aires, podrían abastecer la mitad de la ciudad con la energía que generan cuando están en la misma habitación.
Sofía le lanzó una mirada de advertencia, pero Clara solo sonrió con superioridad, acomodándose en su asiento como si disfrutara cada segundo de la conversación.
Sí, definitivamente esto iba a ser un análisis quirúrgico de su situación sentimental.
Y, muy probablemente, ella iba a odiarlo.
—Déjame ver si entiendo —dijo, cruzando los brazos—. Un beso casi sucede, Vanessa lo interrumpe, y ahora, en lugar de aclarar las cosas con Martín, te dedicas a evitarlo como si tuviera la peste negra.
Sofía bebió un sorbo de su latte sin responder de inmediato.
—No lo evito —dijo finalmente—. Solo… me mantengo ocupada.
Clara arqueó una ceja.
—Claro. ¿Y qué sigue? ¿Un cambio de identidad y mudarte a la Patagonia para que no te encuentre?
Sofía suspiró, dejando la taza sobre el platito con más fuerza de la necesaria.
—No es tan simple. Martín es… Martín. Siempre tiene ese aire de oh, miren qué irresistible soy, y yo no tengo tiempo para sus juegos.
—Ajá. —Clara la miró con escepticismo—. Y si no tienes tiempo, ¿por qué estamos hablando de él en lugar de otra cosa?
Sofía abrió la boca para replicar, pero nada salió.
—Mirá, amiga —continuó Clara, inclinándose un poco hacia adelante—. Martín Alcázar no es un hombre con el que se pueda jugar sin salir chamuscada. Tiene experiencia, encanto, y lo peor de todo… paciencia.
Sofía bufó.
—¿Paciencia? Por favor. Martín es el tipo de hombre que ve algo que le interesa y lo toma.
—Sí, pero con vos está haciendo algo diferente. Está esperando.
Clara dejó que sus palabras calaran antes de dar el golpe final.
—Y eso, Sofía, significa que quiere más de lo que suele querer.
Sofía se removió en su asiento, sintiendo un calor incómodo subirle al cuello.
—Bueno, qué pena —dijo, con falsa despreocupación—. Porque yo no quiero nada.
Clara suspiró y bebió su café.
—Claro. Y yo soy monja.