Décimo libro de saga colores.
Después de su tormentoso matrimonio, el Rey Adrian tendrá una nueva prometida, lo que no espera es que la mujer que se le fue impuesta tendrá una apariencia similar a su difunta esposa, un ser que después de la muerte lo sigue torturando.
¿Podrá el rey superar las heridas y lidiar con su prometida? Descúbrelo en la tan espera historia.
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5. El extraño rey
...FREYA:...
Abrí los ojos, me sentía descansada, cómoda entre mantas gruesas y cojines, la habitación que permanecía cálida y acogedora.
El regocijo no podía evitarse, estar ante tanto lujo me hacía sentir como lo que era, una princesa. En casa me sentía fría, incómoda y con el estómago vacío era más difícil lidiar con el hielo.
No debería sentirme tan aliviada, tampoco olvidar mi papel en Floris, tenía que llevar la prosperidad a Polemia, a mis súbditos, me dió tristeza dejar a esos niños y madres atrás. Ellos me preocupaban, verlos sufrir era algo que me dolía, mi padre siempre me lo recordaba, debíamos hacer lo que sea para ayudar a nuestro pequeño pueblo y eso también significaba sacrificarse.
Me molestaba que el rey fuese tan egoísta para no apiadarse, era un ser de horrible corazón.
Decidí levantarme de la cama.
La puerta fue tocada.
Abrí con cuidado.
Florence entró, vestida y peinada.
— Oh, pensé que ya estabas despierta.
— ¿Por qué tanta prisa? — Pregunté.
— El rey nos quería fuera del castillo hoy ¿No lo recuerdas? — Se cruzó de brazos.
— No quedó nada en concreto.
— Por supuesto que sí, después de todo lo que nos escupió, es mejor que estés lista, antes de que no saquen a patadas y tengas que salir en camisón — Dijo, sacudiendo la mano para que me pusiera en marcha.
Se alejó hacia el armario y sacó uno de mis vestidos.
En su mayoría eran negros.
Mi padre me obligó a usarlos desde pequeña, decía que era debía llevar el luto eterno por hacer que mi madre muriera en el parto.
— ¿Lo crees tan despiadado para corrernos, aún después de todo lo que le dije?
— La vida en la muralla no te enseñó lo suficiente — Gruñó, volviendo con el vestido — Vamos, te ayudaré a peinarte.
Empecé a desvestirme mientras Florence buscaba un corset apropiado y enaguas, también las botas de invierno y las medias.
Me vestí con cuidado, el día anterior tomé un baño caliente, así que no preocupé.
Florence peinó mi cabello y lo recogió por completo, usando peinetas que traía en la valija.
Decidimos tirar del cordón para llamar a una sirvienta.
Esperamos unos minutos.
La sirvienta entró.
— Señoritas ¿Qué se les ofrece?
— Somos princesas — Protestó Florence.
No me importaba como se dirigieran a mí, solo quería cumplir con mi deber.
— Disculpen, sus altezas.
— Perdone ¿El rey no ha mencionado si ha enviado el mensaje al vigía de la costa? — Pregunté.
— Desconozco eso, no mencionó nada al respecto en la mañana, lo que si ha ordenado es que les traigan el desayuno, su majestad estará ocupado en asuntos del reino, así que no tendrá tiempo para estar ante sus presencias — Dijo la doncella, con sonrisa amigable.
— ¿Eso significa que aún no nos marchamos?
La doncella se quedó pensativa, como si no comprendiera la pregunta.
— El rey no ha ordenado que deban marcharse.
Florence suspiró.
— Bien, quisiera desayunar.
— En seguida les traeré el desayuno — La sirvienta se marchó.
— Oh, parece que el rey cambió de parecer — Dijo Florence, tomando asiento en uno de los sillones.
— Tal vez solo se está tomando tiempo para tomar una decisión.
— Ya no podra enviar un mensaje al vigía, el barco ya estará lejos de la costa, lo que va a dificultar que una paloma pueda llegar, así que seguramente nos quedaremos y tú te casarás — Dijo, con expresión pretenciosa.
— Suena muy sencillo, el rey no confía en nosotras, no cambiará de parecer de la noche a la mañana — Negué con la cabeza.
— Tal vez tus encantos sirvieron de algo.
Me tensé.
— Florence, por favor — Sentí vergüenza.
— Por favor nada, recuerda que no estamos en Polemia, los hombres de aquí no están eunucos y el rey es uno de ellos — Dijo, alisando la falda de su vestido — Un rey eunuco no serviría para dejar herederos, así que le debe funcionar bien y con una mujer como tú, se puede cambiar de opinión rápidamente.
— No se veía impresionado, más bien parece odiarme.
— Sabe ocultarlo — Florence se llevó el dedo índice a la barbilla — Haz lo que dice mi padre, así podremos asegurar que se casen.
— No haré nada... No puedo... — Se me atoró la voz.
— Él mencionó que debías complacer al rey, mantenerlo satisfecho.
— No puedo... No conozco al rey...
— La mayoría de los esposos no se conocen.
— ¿Olvidas que nunca he tenido contacto con hombres? Es tonto creer que podría llegar de buenas a primera y tener éxito en algo que desconozco — Protesté, esto era insólito — Me resulta incómodo y desagradable.
— Cierto, pero se requieren esfuerzos...
— Lo dices tan fácil porque no estás en mi posición.
— Yo lo haría — Aseguró — Pensé que mi padre iba a elegirme, soy la mayor, era lo que debía pasar, pero aún no comprendo porque tenías que ser tú, en fin, la decisión está tomada, estamos en Floris, me conformo con viajar contigo y estar aquí.
— Si pudiera darte mi lugar, lo haría — Resoplé.
— Estoy segura, pero debemos obedecer los mandatos de nuestro padre, así que tarde o temprano te tocará seducir al rey.
No me había dado cuenta de que estábamos hablando en Polemo, estaba tan aterrada por lo que me tocaría afrontar, que mi mente estaba ida.
— No olvides el ataque del rey cuando me vió, se ve que un hombre peligroso y agresivo.
— Por eso, no te conviene hacerlo enfadar.
— ¡Yo no lo hago enfadar! — Alcé mi voz.
Las sirvientas entraron con un carrito.
Nos acomodamos en la mesa para té.
Ellas acomodaron dos platos, dejaron una tetera y pequeños círculos color café.
— ¿Y esto qué es? — Preguntó Florence, tomando uno.
— Son galletas de chocolate.
— ¿Chocolate? — Nos sorprendimos.
Oí hablar del chocolate, se decía que era un manjar con un sabor que no podía compararse.
— Sí, hemos traído de desayuno, tortas de trigo con miel y fresas — Dijo la doncella, levantando las cubiertas de los platos, se me hizo agua la boca al ver la delicia — Té de menta y galletas de chocolate para acompañar, si desean algo más, gusten en pedir.
— Muchas gracias, por ahora es suficiente.
Nunca probé las fresas.
— Bien, disfruten el desayuno.
Se marcharon, Florence se aproximó a comer.
Fue por la galleta, mordiendo con prisa y soltando un gemido de satisfacción, cerró sus ojos y suspiró.
— Tienes que probar esto.
Comimos, gimiendo ante la delicia.
No podía evitarlo, esto me convencía de quedarme.
— Hace tiempo que no comía tortas de trigo, no desde que nos trajeron las provisiones — Dijo Florence, complacida, comiendo cada trozo con el tenedor.
— Es exquisito — Suspiré, casi con lágrimas en los ojos.
— Quisiera probar más de ese cerdo al horno de anoche, la carne de lobo es patética en comparación — Dijo Florence, sonriente.
— De solo recordarlo se me hace agua la boca — Jadeé.
— Ni lo menciones y esas papas hervidas con salsa, demasiado exquisito.
— ¿Cómo logran que las fresas se conserven? — Me pregunté, tomando una — Se supone que necesitan un clima cálido para crecer.
— Tal vez tienen un almacén con todo tipo de frutas y verduras.
— Seguro, pero ¿No se pudren? — Pregunté, mordiendo la fresa — Sabe ácido y dulce, fresco... Tal vez usan el mismo invierno para conservar los alimentos, como nosotros en Polemia.
— Tenemos bodegas con ranuras que permiten el frío del invierno entrar y así mantener los alimentos por más tiempo — Dijo alguien detrás de nosotras.
Nos giramos.
El rey estaba en la habitación.
Lucía un traje color verde, con pañuelo atado al cuello y el cabello peinado hacia atrás.
Guapo y elegante.
No había hombres de esa clase en Polemia.
— Majestad...
Ambas nos levantamos.
— No hace falta, sigan comiendo.
— Pensé que no lo veríamos hoy — Dijo Florence — La doncella dijo que estaría ocupado.
— Cierto, estaré ocupado — Se mantuvo serio — Solo pasé por aquí para dejarles esto — Sacó un pergamino y se aproximó, lo colocó en la mesa, cerca de los platos.
— ¿Y eso qué es?
— Son normas firmadas por mí, deben acatarlas todas mientras estén hospedadas.
— Majestad, aclare algo — Dije, con valentía — Usted debió enviar un mensaje al vigía de la costa, para que pudiéramos regresar.
— Me reuniré con mis consejeros para tomar una decisión — Inclinó su cabeza para observarme y me preocupó que yo tuviera resto de comida en la boca.
— ¿No puede tomarla por si mismo? — Preguntó Florence y le lancé una mirada de advertencia, que ignoró por supuesto.
— Si puedo hacerlo, pero los reyes requieren de los consejeros cuando necesitan otra perspectiva, ideas u opiniones — Dijo, con su aire aristócrata — ¿El rey Barnaby no tiene consejeros? Ya veo de donde vienen tales decisiones negligentes.
Florence apretó la boca en una línea.
— ¿Quién nos llevará a Polemia en caso de qué su decisión sea qué nos marchemos? — Pregunté y me evaluó.
— Tendrán a su disposición una de mis naves, así enviaré a uno de mis hombres con ustedes para dialogar con su rey.
Sé que el rey no le importaba en lo más mínimo lo que nos esperaba si volvíamos a Polemia siendo un fracaso, mi padre había advertido, que un noble que no pudiera resolver los problemas de su reino no era digno de volver y que él no nos recibiría con los brazos abiertos, que nos castigaría.
Mi padre era severo, hablaba con
— Bien, esperaremos su decisión final — Dije, bebiendo un sorbo de té.
— Recuerden leer el pergamino — Se alejó silenciosamente.
Tomé el pergamino y lo abrí.
— Vaya, ésta letra es elegante.
— Suerte que mi padre nos enseñó la escritura de Floris — Dijo Florence, echando un vistazo — ¿El rey se molestó en escribir esto?
— Tiene su firma, pero sé de buena fuente que los reyes tienen sus escribas.
— ¿Qué dice?
Empecé a leer.
— Siendo nobles de otro reino y habiendo entrado sin invitación, no podemos salir de castillo ni entrar en áreas específicas como la sala del consejo, la oficina del rey, la oficina del sir, la oficina de los demás miembros del consejo, la hermandad de caballeros, el salón real, los demás aposentos — Gruñí, cerrando el pergamino — ¿A caso cree qué somos unas chismosas?
— Es normal, no confía en nosotras.
— ¿Por qué iría a los otros aposentos? — Enfurecí.
— No te dejes irritar, respetaremos sus reglas.
— Debió escribir "no salir de habitación"
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Solo me atreví a salir al pasillo.
Encontré un guardia afuera y volví adentro.
Florence fue a su habitación, aún se encontraba cansada y le recomendé que tomara una siesta, aunque me costó convencerla.
Mi hermana insistía en cuidarme la espalda, me creía débil y bastante insegura para permanecer sola, sé que cumplía órdenes de mi padre, pero en ocasiones necesitaba mi propio espacio.
Abrí la puerta de nuevo.
— Disculpe, señor — Dije y se tensó.
— ¿Qué desea?
— Necesito un favor... ¿Podría acompañarme a ver al rey?
— El rey está ocupado en estos momentos, atiende asuntos de suma importancia — Dijo, observandome como si estuviese viendo un fantasma.
— ¿Tiene idea de cuánto tiempo tardará?
— No, señorita.
— ¿Cuándo este desocupado le puede decir que quisiera hablar con él?
— Lo intentaré.
Volví adentro y suspiré.
Después de tres horas, la puerta sonó y abrí.
— Acompañeme — Pidió el guardia y lo seguí afuera de los aposentos.
Caminamos por el pasillo y subimos un tramo de escaleras.
Entramos en otro pasillo lujoso.
El guardia me dejó ante una puerta dorada.
— El rey Adrian la espera.
— Gracias.
Me sentía nerviosa y algo asustada.
Sería la primera vez que estaría a solas con el rey.
Toqué la puerta.
— Adelante — Su voz profunda y neutral se oyó desde adentro.
Entré.
El estudio era amplio, con un enorme escritorio organizado, había una ventana detrás, iluminando el lugar.
El rey estaba sentado detrás del escritorio.
— Señorita — Dijo, elevando su mirada.
Estaba sellando sobres, sostenía el sello con delicadeza.
— Majestad, disculpe que venga...
— Ya está aquí — Cortó mi frase — Dígame ¿Qué desea?
— Considero sus normas algo radicales.
— ¿Viene a criticar? — Elevó una ceja.
— No... Yo... Solo quería darle mi opinión... No somos prisioneras... — Mi voz siempre se empañaba en quedarse atorada — Tampoco fisgonas... Respetamos... — Me odiaba ser tan tímida, tan cobarde, recordaba a mi padre gritándome por ser tan incompetente, Florence era un apoyo y con ella podía intentar ser más valiente, pero estaba sola.
— No es por ofender, solo son precauciones.
— Respetamos sus normas, no es necesario.
— Hasta que su situación no se defina, debe acatar las normas — Dijo, muy serio — ¿Algo más?
Me quedé pensativa, bajando la mirada.
— Majestad... Cuando llegué, usted me llamó Vanessa... E intentó atacarme.
El rey se tensó, perdiendo la postura relajada.
— Estoy seguro de que su padre tiene la respuesta, incluso usted.
— ¿Cómo? No comprendo — Fruncí el ceño.
— Dígame — Gruñó, apoyando los brazos del escritorio — ¿Por qué se parece tanto a la tirana fallecida?
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