Huyendo De Un Mafioso

Isabella corrió al baño y dejó a Samantha a cargo de Sebastián. Sintió una eternidad, ya que nunca había durado tanto en el baño. Perdió la cuenta de las veces que se cepilló los dientes y el cabello, pues ella se miraba a cada segundo en el espejo. Mientras más lo hacía, sus cachetes estaban más rojos por los nervios. Quería planear lo que le diría al mafioso de Sebastián Sandoval.

Salió con su mejor cara lavada y un nuevo atuendo de soltera que era como un uniforme siempre cómodo y semi-deportivo. Era madre soltera y una mujer universitaria. Normalmente usaba unos jeans con tenis y una sudadera. Su cabello suelto o recogido. No tenía mucho tiempo para dedicarse a ella, pero hoy en especial usó una cola alta dejando su flequillo suelto para tapar gran parte de su rostro.

Isabella Gaona: Lista como nueva, ahora es tu turno princesa de mi corazón.

Samantha: Mami, deja que el tío me arregle. Él viste muy bien y debe saber vestirme.

Sebastián Sandoval: ¿Dejarás que lo haga? Nunca he vestido a nadie más que yo mismo.

Sebastián estaba nervioso por la petición de la pequeña, pero para Samantha era una nueva experiencia y ella emocionada saltaba en la cama.

Isabella Gaona: ¡Claro que sí! Anda, anímate o ¿crees que no podrás hacerlo? El gran empresario se dejará intimidar por un cambio de atuendo a una chiquilla.

Isabella tenía una gran sonrisa al provocar al gran Sebastián. Las pupilas del hombre se dilataron al ver a través de los ojos de la mujer con la sonrisa hermosa. Se imaginó un suculento escenario con ella.

Sebastián Sandoval: Está bien, dime qué debo hacer y con gusto lo haré.

Isabella Gaona: Jajaja, tienes que aprender si quieres realmente asumir tu verdadero papel. Yo los dejaré solos mientras ordeno la comida y ustedes se las arreglan.

Sebastián no sabía qué debía hacer. Era su primera vez como padre. Haría trampa y le preguntaría mejor a Samantha.

Sebastián Sandoval: Dime qué debo hacer, ¿me ayudas si? Sería nuestro secreto.

Samantha: En esa gaveta están mis conjuntos de princesas. Puedes sacar cualquiera, pero a mí me gusta el amarillo.

Sebastián abrió la gaveta y le sacó el conjunto a la niña. Él había mandado a decorar toda la habitación, pero no mandó a comprar ropa para su hija. La que estaba ahí se podía ver que había sido lavada unas cuantas veces y había perdido su color. Le entregó la ropa a la niña, que en sus enormes manos se veía como una pequeña tela.

Samantha: Ahora puedes voltear y cerrar tus ojitos mientras me cambio yo misma, porque eres un poco torpe.

Sebastián hizo lo que la niña le indicó y esperó su señal para volver a voltear.

Samantha: Listo, ahora debes peinarme. En ese estuche está mi cepillo y mis colas. Quiero que me hagas dos colitas con trenzas.

Sebastián se rascó su cabeza y pasó su otra mano por la nariz pensando cómo haría ese trabajo, pero empezó a peinar a la niña confiando en su instinto. Sus manos eran muy grandes para poder agarrar las pequeñas colas. Sin embargo, logró hacer un buen trabajo. Cuando Isabella regresó, no aguantaba la risa.

Isabella Gaona: Jajajaja, jajajaja, jajajaja.

Sebastián Sandoval: No me parece chistoso.

Sebastián estaba con su ceño fruncido y sus ojos entreabiertos, observaba detalladamente a la mujer que se burlaba de él.

Isabella Gaona: A mí tampoco, pero mira cómo has dejado a mi niña.

Samantha: Mami, a mí me gustó mucho como el tío me peinó. Hasta parezco la Chilindrina.

Isabella Gaona: Jajaja, jajaja.

Isabella se agarraba la barriga por la risa. Sebastián había peinado a su hija, pero una cola había quedado más arriba que la otra y las trenzas eran un desastre. A Samantha no le importó y no dejó que su madre la acomodara. El gesto de su tío la había emocionado.

Sebastián Sandoval: Ahora busca a la enfermera para que cuide de Samantha, porque tú y yo tenemos una conversación pendiente.

Sebastián estaba con su cara seria mirando a Isabella. Se levantó para sacarla de la habitación, pero nunca esperó que esa propuesta saliera de la boca de la mujer.

Isabella Gaona: ¿No has desayunado? ¿Quieres acompañarnos?

Sebastián se quedó mudo, pues nunca pensó que Isabella le hiciera ese tipo de invitación. Él ya había desayunado, sin embargo, no desperdiciaría ese momento tan agradable. Sería la primera comida junto a su hija.

Sebastián Sandoval: No he comido. Podemos comer ahora juntos.

Isabella Gaona: Bueno, prepararé la mesita mientras llega la comida. ¿Ponte cómodo, sí?

Sebastián se sintió en calor y esperó con ansias. No le importaba volver a comer con tal de estar en compañía de esas hermosas mujeres. Ayudó a Samantha a sentarse en una silla para niños y luego se sentó con su espalda erguida, esperando que la función empezara.

La comida llegó y Isabella empezó su danza. Colocó cada servicio de comida a cada uno. Sebastián había quedado en medio de ambas mujeres y la sensación de paz que ambas le daban no tenía comparación alguna. Isabella lo estaba atendiendo como una buena anfitriona.

Isabella Gaona: ¿Quieres más pastel de queso?

Sebastián no estaba acostumbrado a comer mucho dulce, aparte de que llevaba una rutina de comida muy estricta. Al comer todas esas porciones de comida, pagaría un alto precio en su cuerpo.

Sebastián Sandoval: Sí, está bien. Quiero un poco más.

Isabella no era tonta. Ella había visto una materia de nutrición y sabía que, para que un hombre como Sebastián pudiera tener ese espectacular cuerpo, debía seguir una dieta estricta y una rutina de ejercicios diarios. Ella quería provocarlo y saber hasta dónde llegaría él con eso de complacerlas.

Sin embargo, Sebastián se devoraba cada porción con sumo deleite y, en ocasiones, ayudó a Samantha con su comida.

Isabella Gaona: Voy a limpiar a la niña. Espera y luego recojo todo.

Sebastián Sandoval: Vale, te espero.

Mientras Isabella estuvo en el baño limpiando a su nena, Sebastián estaba recogiendo la mesa. Él quería demostrar que era digno de ambas mujeres y, aunque fuera un hombre grande, también podría cubrir con los quehaceres del hogar.

Isabella Gaona: ¿Listos? ¿Qué tal si vamos a tomar un café?

Sebastián Sandoval: Solo tardamos un poco, pero se hizo eterno.

Isabella Gaona: ¿Recogiste todo tú solo?

Sebastián Sandoval: Creo que sí, nadie me ayudó.

Isabella Gaona: No debiste hacerlo. ¿Quieres conversar un poco más ahora?

Sebastián Sandoval: Ahora ya no, mejor podemos compartir un poco con la nena, ¿así es como le dices, cierto?

Isabella Gaona: Sí, así me gusta decirle. ¿Qué propones que hagamos?

Sebastián Sandoval: Entre los obsequios de la nena había un rompecabezas y también varios libros para pintar. ¿Qué opinan ustedes?

Samantha: Yo quiero pintar. Mami, ¿me puedes hacer un unicornio?

Isabella Gaona: El mejor dibujo es el ganador.

Samantha: Mami, es trampa porque yo no sé dibujar.

Isabella Gaona: Pero sabes pintar. Yo te haré el dibujo y tú lo pintas, ¿te parece?

La niña muy feliz asintió y todos empezaron con sus obras de arte. Samantha estaba pintando un lindo unicornio, Isabella realizó una flor de cayena y Sebastián estaba muy concentrado en su dibujo. No utilizó ningún color, solo un lápiz de grafito y un borrador.

Pasado el tiempo y cuando Samantha ya se había cansado de colorear, decidió que debían culminar cada uno su dibujo.

Isabella Gaona: A ver quién ganó. Muestra el tuyo, princesa.

Samantha mostró su dibujo. Se había salido en varias líneas y algunos colores estaban encima de los otros.

Isabella Gaona: Está muy hermoso. Creo que serás la ganadora.

Samantha: Mami, ahora te toca a ti.

Isabella mostró su flor de cayena muy bien delineada y con sus vivos colores.

Samantha: Mami, tú sí sabes colorear hermoso, no como el tío que solo usó el lápiz para pintar. Debe haber hecho un dibujo muy triste.

Isabella Gaona: No seas mala. Pide disculpa y deja que el tío muestre su dibujo.

Sebastián solo podía reír con las ocurrencias de la nena. Volteó su dibujo y ahí estaba un hermoso retrato. Había un gran ventanal con una hermosa mujer sosteniendo un ramo de rosas. El rostro era perfecto y bien definido. En los ojos de la mujer se podía observar un brillo y su sonrisa era angelical.

Isabella se sonrojó al ver tan hermoso detalle. ¿Era ella? ¿Cómo había podido tener tanta imaginación como para recrear sus rostros y plasmarlo en una hoja sin haber subido su mirada en ningún momento? ¿Acaso conocía su rostro mejor que ella?

Isabella Gaona: Gracias, Sebastián. Está muy lindo, pero quién ganó fue Samantha.

Sebastián Sandoval: Fue una competencia justa y estoy satisfecho.

Samantha: ¿Mami, que me gané?

Isabella Gaona: Un beso y un abrazo.

Samantha: ¿Podría ser un abrazo de oso?

Sebastián Sandoval: ¿Cómo es el abrazo de oso?

Isabella Gaona: Es un abrazo de todos juntos. Acércate y ayúdame.

Los tres se unieron en un solo abrazo. Sebastián estaba encantado con el trato que Isabella le había dado en este día. Con ambas mujeres podía sentir paz y tranquilidad. No quería nunca soltarlas en ese abrazo tan acogedor. Hoy había avanzado un poco con Isabella.