¿EL PECADO ES EL ÚNICO CAMINO? UN AMOR PROHIBIDO NACIDO DE UNA MALDICIÓN...
Aiden, un hombre al borde de los cuarenta, huye con su sobrina y se convierte en el "conserje" de la mafia, limpiando escenas del crimen. Ambos esconden un oscuro secreto: son Shadowborn, seres mitad vivos y mitad muertos, destinados a procrear con sus propios sobrinos-tíos y así perpetuar una ancestral maldición. Aiden lucha contra el amor prohibido que su sobrina, de manera enfermiza, le profesa. Sin embargo, una amenaza los arrastra al "otro lado," un lugar donde un macabro juego podría otorgarles la libertad, pero a un precio que desafiará todos sus límites. ¿Será capaz Aiden acabar con la maldición? ¿Podrá liberar a su sobrina de aquel amor maldito entre ambos? ¿O vagarán en la oscuridad por toda la eternidad?
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CAPÍTULO 17
Aiden se sentía mareado al estar adentro de aquella capilla, era como si la paz que tanto anhelaba y que abundaba en ese lugar, así como la luz que había, luchaban contra el caos y la oscuridad que atormentaban cada día su existencia.
Suspirando con pesadez, se dio media vuelta y continuó el camino hasta la escalera, para ir rumbo al despacho del sacerdote. A medida que daba cada paso, sentía un enorme peso en su espalda, casi como si estuviera por doblarse a la mitad.
Cada que se acercaba al anciano, era peor la sensación, no fue hasta que llegó al marco de la puerta de su despacho, que casi se desmaya del sofoco que tenía. Con una sonrisa, el sacerdote dejó la taza de café en su escritorio y se acercó a Aiden.
—No se preocupe, hermano—dijo el anciano—¿por qué teme?
Con una sonrisa aún más grande, colocando la mano en su hombro, hizo un ademán como si tuviera un sucio en este, provocando que la presión se aliviara un poco. Aunque el anciano le había servido café, debido a lo mal que se sentía, una vez se sentó en frente de su escritorio, ignoró la taza.
—Dígame, hermano Aiden—respondió con dulzura—¿qué lo aqueja?
Ese día estalló como nunca por primera vez en su vida, sentía que podía soltarlo todo sin ser juzgado. No solo le expresó su miedo de hacerle daño a su sobrina, sino también el terror que le tenía a la maldición y el odio hacia su familia paterna.
Sabía que corría el riesgo de ser descubierto por la secta de los Valentine, pero era como si su alma se sintiera tan atraída de decir todo. Como si aquel lugar y el anciano al frente suyo, fueran un poco del refugio que el tanto había deseado que Dios le hubiera dado desde niño.
—¡He hecho de todo!—respondió entre sollozos—¡He rezado tanto! ¿Por qué Dios no me escucha? ¡¿Por qué él no me ayuda?! ¿Acaso merezco todo esto?
—La oración siempre es escuchada, aunque no lo parezca—dijo el sacerdote bebiendo un poco de café—hay personas que son devotas, rezan como no tienes idea, pero en la oscuridad poseen corazones podridos.
—¿Entonces?—preguntó con dolor.
—Los tiempos de Dios son perfectos, hermano—respondió con una sonrisa el anciano padre.
No sabía qué había dicho o convencido al padre, pero este le regaló ese día un rosario, el cual bendijo en frente suyo. Al parecer le pertenecía cuando comenzó en la orden, por lo que no entendía cómo él podía darle algo que era especial.
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FIN FLASH BACK
Los ojos de Aiden seguían llorando, aunque este se quedara dormido en la cama. Levantándose con la mirada sombría, mientras comenzaba a llover, observó el álbum debajo de él. Con ira reprimida, tomó sus cosas y el libro, para irse en su auto.
Estaba enojado, de nada había servido tener ese rosario, o tener la esperanza de que Dios lo ayudaría con la maldición y su familia paterna, si al final no había podido proteger a lo más importante: Rosemary. Por eso, acelerando pese al mal estado de las carreteras por la tormenta, llegó rápido al parqueadero de la capilla.
Sin importarle estar empapado por la lluvia, se dirigió a la capilla, la cual estaba abierta 24 horas. Allí, en medio de la soledad, y con las velas encendidas, caminó sombrío hasta el mismo vitral de Cristo, que había visto hacía años.
—¡¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?!—gritó.
Enceguecido por la ira acumulada desde hacía años, agarró con fuerza el rosario que estaba colgando en su cuello y de un jalón se lo quitó, para aventarlo directo al piso. Las cuencas del rosario roto comenzaron a rodar, mientras él yacía de rodillas.
—¿Por qué me la arrebataste?—preguntó sollozando—¿No te bastaba mi vida mejor?
Deseaba que todo fuera una vil pesadilla, desde la maldición, hasta su parentesco con los Valentine y la muerte de su sobrina. Deseaba que nada de esto hubiera sucedido, deseaba haber escogido otro camino cuando retrocedió el tiempo.
Ahora, más que el temor porque otra vez los "juegos del sacrificio" en el "otro lado" comenzaran a manos de la secta sanguinaria de los Valentine, lo único que deseaba era destruirlos y luego morir. Sin Rosemary, su vida no tenía sentido alguno.
—¿Tan pronto te rendirás?—una voz familiar lo sacó de trance.
Levantando con cuidado su mirada, con algunos mechones pegados por el agua, observó al padre Derek en frente de él. El anciano lo observaba con tristeza, como si de un padre se tratara para él.
—¿Padre?—preguntó confuso.
Este no le respondió, solo se limitó a caminar hasta donde el rosario había caído y con un pañuelo comenzó a recolectar cada parte de este. Aquello bajo la mirada de Aiden, quien deseaba que le dijera algo.
—¿Padre?—volvió a preguntar Aiden.
El anciano sacerdote, quien no había visto desde hacía años, lo miraba no con enojo, pero sí con lástima. Aunque algo en sus ojos le hacía intuir que estaba ignorando algo muy importante.
—Después del invierno—le respondió—¿Qué es lo que viene?
—¿Perdón?—cuestionó confundido—no entiendo.
—Y seguirás sin entenderlo hasta que te des cuenta—le reprendió—¿Aún estás con vida, no?
Sin palabras, sin entender nada de lo que el padre le había dicho, Aiden observó como el anciano ingresaba a un pasillo cercano. Deseando seguirle y preguntarle sobre lo que le había dicho, se levantó y comenzó a seguirlo.
Una vez ingresó al largo pasillo, se encontró solo, extrañado por la repentina desaparición del sacerdote. Suspirando con pesadez, observó que al final, en una de las salas de velación, emanaba luz de esta.
Pensando que allí se encontraba, siguió caminando hasta llegar al frente de la pesada puerta y, poco a poco, comenzó a abrirla. Helado, observó que se trataba de un velatorio, donde unos cuatro feligreses vigilaban el ataúd del padre Derek.
Sintiendo como su corazón quería salirse de su pecho, dio pequeños y lentos pasos entre las pocas personas que allí yacían, desconsoladas por la partida del amable sacerdote, hasta que finalmente llegó al frente del féretro.
—¿Muerto?—preguntó en un susurro Aiden—¿Cómo?
No entendía cómo, si tan solo unos segundos atrás había visto al anciano, pero aunque veía su cuerpo pálido y muerto, le costaba hacerse a la idea de que él ya no estaba.