Entre El Amor Y El Odio

Ariana se quedó impresionada al ver cómo Sergio había decorado su casa. Cada rincón reflejaba un lujo y un cuidado que nunca había imaginado tener a su lado. Al separarse del abrazo, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras recorría la estancia con la mirada. Se detuvo al ver el pequeño altar de su padre, donde ahora había una vela eléctrica, hermosa y constante, asegurando que siempre podría mantener la luz encendida sin preocuparse por la seguridad de su hogar.

La emoción la invadió al ver el gesto considerado de Sergio. Sin dudarlo, se acercó a él y, por primera vez, fue ella quien inició el beso. Sergio sintió los jugosos labios de Ariana contra los suyos y respondió con pasión. Él colocó una mano en su cuello y la otra en su barbilla, controlando el beso con un aire de dominancia que la dejó sin aliento. Ariana sintió una ola de calor recorriendo su cuerpo ante la intensidad del momento.

El beso era profundo y lleno de deseo, muy distinto al que se habían dado en el restaurante. Sergio la guío suavemente hacia el mueble, su cuerpo firmemente pegado al de ella, marcando cada paso con una mezcla de pasión y control. Sin embargo, justo cuando estaban a punto de dejarse llevar por el momento, Ariana sintió una punzada de vergüenza y nerviosismo. Con las manos temblorosas, empujó suavemente el pecho de Sergio, apartándolo.

—No estoy preparada— murmuró ella, sus ojos llenos de incertidumbre y disculpa.

Sergio se quedó quieto, respirando profundamente para calmarse. El bulto debajo de su pantalón era evidente, y aunque sus deseos eran claros, entendía y respetaba los sentimientos de Ariana. —Está bien, Ariana— dijo con voz suave, pero firme. —Lo último que quiero es hacerte sentir incómoda. Tómate el tiempo que necesites—

Ariana se sintió súper apenada, su rostro enrojeciendo. No quería que Sergio pensara que lo rechazaba, pero tampoco estaba lista para avanzar tan rápido. Con una mezcla de emociones, abrió la puerta de su casa y, de manera cortés pero firme, le pidió a Sergio que se fuera.

—Por favor, ve a tu casa, buenas noches Sergio—

Sergio asintió, entendiendo su necesidad de espacio. —Estaré aquí para ti, cuando estés lista— dijo antes de salir.

Al cerrar la puerta, Ariana se quedó unos momentos en silencio, tratando de procesar lo que había pasado. Su casa, ahora transformada en un espacio de lujo y confort, parecía el escenario de una vida que aún estaba tratando de aceptar. Respiró hondo y decidió tomar un baño para relajarse.

El agua caliente le ayudó a calmar sus pensamientos. Mientras se sumergía en la bañera que Sergio mandó a instalar, pensó en Sergio, en lo mucho que había hecho por ella y en cómo se sentía cuando estaba con él. Había una conexión innegable, una chispa que no podía ignorar, pero también había un miedo subyacente a abrirse completamente y dejar entrar a alguien de esa manera.

Después de su baño, se puso una bata cómoda y decidió encender la vela de su padre. Al verla brillar con una luz constante y serena, sintió una ola de paz. Se sentó en el sofá y permitió que sus pensamientos fluyeran libremente. Recordó cómo Sergio había escuchado sus historias, cómo había transformado su hogar en un lugar donde se sentía segura y querida.

Mientras reflexionaba, su teléfono vibró con un mensaje. Era de Sergio. —Espero que estés bien. Te extraño y quiero que sepas que estoy aquí para ti, siempre—

Ariana sonrió ante la sinceridad de sus palabras. Respondió con un simple —Gracias, Sergio. Estoy bien. Solo necesito un poco de tiempo para asimilar todo. Buenas noches—

Los días siguientes transcurrieron con normalidad. Ariana continuó con su rutina en el restaurante, pero no podía dejar de pensar en Sergio y en el beso apasionado que habían compartido. Cada noche, al volver a su casa, encontraba pequeños detalles que Sergio había dejado para ella: una flor en la mesa, una nota de aliento, o incluso una cena preparada.

Una tarde, mientras terminaba su turno, recibió una llamada de Sergio. —¿Te gustaría salir a cenar esta noche? Me gustaría hablar contigo y ver cómo estás— Le había dado el espacio que ella necesitaba, cambiando los almuerzos en el restaurante por las visitas en su casa.

Ariana dudó por un momento, pero finalmente aceptó. Sentía que era importante hablar con él y aclarar sus sentimientos. Además, extrañaba su compañía, desde que ella lo rechazó en el sofá, una semana había transcurrido sin verlo, pero su perfume estaba en toda su casa, era como si él viviera ahí mientras ella estaba trabajando en el restaurante.

—Si, está bien, ¿Dónde nos vemos? —

—Te enviare la ubicación—

Se encontraron en un restaurante acogedor, lejos del bullicio de la ciudad. Sergio la recibió con una sonrisa cálida y un abrazo reconfortante. —Me alegra verte, Ariana— dijo sinceramente, la observo y ella era perfecta aún con ropa sencilla.

—Y a mí también— respondió ella, sintiendo una oleada de tranquilidad, ¿Cómo le confiesa que lo extraña más de los que sus palabras dicen?

—Ven vayamos— Sergio le prestó el brazo para que entraran juntos.

Durante la cena, hablaron de todo y de nada a la vez. La conversación fluyó naturalmente, y ambos se sintieron más conectados que nunca. Sergio fue cuidadoso de no presionarla, respetando su espacio y dándole tiempo para que se sintiera cómoda.

Al final de la noche, mientras caminaban hacia el coche de Sergio, él tomó su mano suavemente. —Ariana, quiero que sepas que no hay prisa. Estoy aquí para ti, en cualquier capacidad que necesites. Solo quiero que seas feliz—

Ariana lo miró a los ojos y vio la sinceridad reflejada en ellos. —Gracias, Sergio. Significa mucho para mí. Estoy tratando de entender mis propios sentimientos y de adaptarme a todo lo que ha cambiado en mi vida—

Él asintió, apretando su mano con ternura. —Lo entiendo. Y estoy dispuesto a esperar. Lo que siento por ti es real, y quiero que sepas que siempre tendrás mi apoyo—

Ariana sintió una mezcla de alivio y gratitud. Se despidieron con un abrazo, y Sergio la llevó de vuelta a casa. Durante el trayecto, ella pensó en lo afortunada que era de tener a alguien como él en su vida, jamás pensó que ese contrato sería tan perfecto, han pasado cinco meses y él sigue ahí firme sin presionarla.

Al llegar a casa, se despidieron con una sonrisa y un beso en la mejilla. Ariana entró y se dirigió directamente a la vela de su padre. La encendió y se sentó frente a ella, reflexionando sobre todo lo que había pasado. Sentía una calma interior que no había experimentado en mucho tiempo.