Tercer libro de la saga colores
El Conde Lean se encuentra en la búsqueda de su futura esposa, una tarea que parecía sencilla al principio se convierte en toda una odisea debido a la presión de la sociedad que juzga su honor y su enorme problema con las damas, sin pensar que la solución está más cerca de lo que cree cuando asiste a un evento de dudosa reputación.
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PROPUESTA
...LEAN:...
Otra vez terminé entrando abruptamente en mi habitación.
La Señorita Marta me estaba provocando demasiado. Debía casarme cuanto y mantenerla lejos antes de que sucediera algo que no podría evitar más. Es que su boca, su sabor, la forma en que se rendía ante mí, temblando y respirando entre cortado, era exquisita, demasiado y cada vez me estaba costando más, mientras más cercanía y besos, menos incontrolable se volvía mi necesidad.
Ese gemido. La perdición para mí.
Salí huyendo antes de que cometiera una locura.
Esto era imposible y seguía así, iba a mancillar su cuerpo. No quería ser tan egoísta, pero no podía evitarlo.
Me tuve que desahogar como la primera vez.
En los sueños tampoco tuve descanso alguno, soñé que estaba desnuda debajo de mí y que la poseía.
Salí disparado de la cama y me eché un baño con agua fría, calmando aquella calentura.
Jamás se detendría y tenía que darle solución antes de que fuese demasiado tarde.
A la mañana siguiente me levanté temprano y me vestí, bajando las escaleras rápidamente para no tener que hallarme con mi tentación andante.
— Buenos días, mi lord — Una voz se oyó cuando estaba a punto de cruzar por la puerta.
No me hacía falta girarme para saber que era ella.
Todo estaba en mi contra.
— Buenos días, Señorita Marta — La observé de reojo, llevaba su uniforme de sirvienta.
— Justo me dirigía a su habitación, se ha levantado más temprano de lo habitual. ¿Qué va querer de desayunar? — Preguntó, con esas mejillas tan rojas y esa mirada que me invitaba a...
— No, no voy a desayunar, tengo que salir — Dije, colocándome un sombrero que estaba sobre el perchero.
— ¿A dónde va?
— Al puerto.
— ¿Volverá rápido? — Dió un paso hacia mí y retrocedí. Se desconcertó ante mi actitud.
— No, voy a tardarme un poco, volveré al atardecer.
Hizo un gesto de tristeza.
— Lo voy a extrañar mucho.
— Deme su mano — Le ordené y se tornó nerviosa.
— ¿Y eso para qué?
— Hágalo — La observé de forma firme.
Extendió su mano y la tomé de la muñeca para observar su dedo, delgado y esbelto.
La solté y se quedó desconectada.
— ¿Por qué hizo eso?
— Deje la curiosidad, Señorita Marta.
— Su forma de actuar me hace ser curiosa.
No pude evitarlo, me acerqué y le di un beso, mordiendo y chupando sus labios con rapidez.
— Quiero hacerle tantas cosas — Se me escapó de los labios y su garganta se agitó.
Me aparté de golpe, dejándola con la respiración en un hilo.
Ay, no ¿Qué rayos me ocurría? ¿Por qué dije eso?
Salí sin despedirme.
Ordené a uno de los sirvientes traer mi caballo ensillado y me marché sobre mi montura, cabalgando hacia el puerto.
Debía hacer lo que Dorian dijo, no podía esperar, tampoco preocuparme lo que pensara la nobleza, ni la alta sociedad.
No es que me gustara los modos de mi cuñado, pero tenía razón, había que actuar con libertad y lo primero que debía hacer era conseguir los anillos de compromiso, también anunciarlo a mis allegados y conseguir el sacerdote.
Me casaría, ya después me encargaría de lidiar con la familia de Marta.
Llegué al puerto después de dos horas de cabalgata, entré en el mercado, dejando atado al caballo afuera de una tienda.
Bajé rápidamente y entré en una joyería.
...****************...
Pasé tiempo rondando el puerto, esperando las horas para evitar lo menos posible otro encuentro con la Señorita Marta, comí en uno de restaurante y paseé por el muelle.
Un barco estaba anclado, recién llegando a la costa, ya que habían muchas personas bajando por la rampa, con valijas y ropas de viaje.
Sin querer tropecé con un hombre y le tumbé la valija.
— ¡Joven, tenga más cuidado! — Gruñó el señor de contextura gorda y bigote.
— Disculpe, señor.
— Dense prisa — Le ordenó al joven de cabellos rubios y a la mujer que iban con ellos — No quiero estar en Floris más de lo necesario.
— Lo siento, papá, pero pasaremos mucho tiempo aquí, éste lugar es grande y encontrarla será complicado.
— Donde está la amiga, está ella, así que empezemos a buscar — El cascarrabias se alejó hacia el puerto, perdiéndose en la multitud.
¿Para qué viajar si no les gusta Floris?
El frío era despiadado, así que decidí volver a la mansión.
Volví al mercado por mi caballo y cabalgué devuelta.
Llegué al atardecer y mi madre me recibió con el vestíbulo.
— ¿Dónde estabas? ¿Por qué no me avisaste que saldrías?
— Fuí al puerto, necesitaba comprar algo — Palpé el bolsillo de mi chaqueta, donde estaba la caja.
— ¿Los anillos? — Dedujo, con una sonrisa de emoción.
— Así es.
— ¿Qué hay de sus padres? ¿Pudiste contactarlos?
Ya le había mencionado el problema de la familia de Marta.
— No, no lo he hecho.
Alzó sus cejas — ¿Piensas casarte sin permiso?
— No puedo esperar más o voy a empeorar la situación, prefiero casarme y luego lidiar con su familia antes de que se nieguen al matrimonio.
— Aunque no es lo adecuado, no me queda más que apoyarte y prefiero mil veces que te cases, así sea furtivamente, que la toques sin una unión de por medio — Me advirtió y asentí con la cabeza — Aunque cuando se enteren del matrimonio, habrá muchas habladurías.
— Eso no se puede evitar.
— ¿Cuándo será la boda?
— Dentro de tres días — Confesé, así lo había acordado con el sacerdote — Realizará la ceremonia en el jardín.
— Al menos es suficiente tiempo para avisarle a tus hermanas y a sus esposos, organizar una ceremonia familiar para minimizar el escándalo — Suspiró, resignada — Supongo que ninguno de mis hijos estuvieron destinados a tener una boda normal.
— Pero nada malo salió de todo eso, mis hermanas son felices y tienen hermosos hijos — Dije, tomando su mano.
— No dudo de que tu también serás feliz, me hace mucha ilusión, ya que jamás te había visto tan perdido por una dama — Tocó mi mejilla — ¿Sabes quién se sentirá triste por esto?
— Penélope, lo sé.
— Si, la pobre lleva ilusionada contigo desde niña — Me peinó un mechón rebelde — Pero, es mejor eso a darle una vida infeliz.
— Por eso nunca he querido ilusionar a Penélope.
Soltó un gemido de desaprobación.
— Con esa invitación, si lo hiciste, te advertí claramente que no tomaras decisiones precipitadas.
— Estaba dolido, debí esperar, tienes razón.
Me dió un beso en la frente.
— Lo importante es que lo vas remediar a tiempo, vamos a cenar.
Asentí con la cabeza y la seguí al comedor.
— Otra cosa que no te he dicho, Javier estuvo aquí — Mi madre apartó su silla.
Me tensé — ¿Qué hizo?
La cena ya estaba servida.
— Nada, lo despaché antes de que hiciera algo estúpido, aunque lo encontré queriendo acercarse a Marta, pero le pedí que se marchara.
Apreté mis puños, sintiendo como los celos hervían mi ser.
Tomé asiento — Ese idiota tiene malas intenciones con Marta.
— Se le terminarán cuando te cases con ella.
— Eso espero, porque soy capaz de matarlo — Gruñí, queriendo tenerlo de frente para acertarle unos buenos golpes por imbécil.
...****************...
Ya era muy tarde y no había podido ver a Marta desde mi llegada. La pobre seguramente se había ido a la cama, preocupada por mi ausencia.
Después de organizar unos papeles en el estudio, me marché a la habitación, pero cuando estuve en el pasillo, no pude evitar desviarme a la zona de servicio, hacia la habitación de Marta.
Solo quería ver si estaba durmiendo bien.
Llegué a su puerta y la abrí con cuidado, para asomarme.
El cuarto era más pequeño que mi baño, con una pequeña cama frente al armario y la cómoda.
Marta estaba allí, envuelta en mantas hasta el cuello y el cabello esparcido por la almohada.
Sus ojos estaban cerrados, su pecho subía y bajaba con respiraciones profundas.
Estaba abrazando algo y al detallarlo con más precisión, me percaté de que era mi chaqueta, la que le había dado para que cubriera su desnudes.
Deseaba tanto ser la chaqueta.
Cerré la puerta con cuidado de no despertarla.
Caminé por el pasillo, pero el ama de llaves apareció, con un candelabro colgando de su mano y una ropa de cama.
— Mi lord ¿Qué hace usted por aquí ha éstas horas?
— Tenía algo que verificar.
Me observó de una forma extraña, era una mujer como de treinta años, con el cabello liso de color negro. ¿Carla? No recordaba su nombre a ciencia cierta.
— Trabaja demasiado, mi señor — Comentó.
— Buenas noches, voy a dormir.
Se atravesó en mi camino.
— Se que es un hombre muy solo, con gusto podría ayudarle si lo necesita — Se pasó una mano por el cabello.
Obviamente estaba insinuando algo.
— Gracias, pero no hace falta.
Se acercó y posó su mano en mi pecho.
— Mi lord, estoy dispuesta a servirle como usted guste, incluso de una forma muy satisfactoria — Apartó los mechones de su cabello para revelar su escote — Usted es un hombre que necesita mucha atención, tan guapo y tan solitario, siento mucha pena de que sea así.
Se pegó a mi cuerpo, pegó un respingo cuando se percató de algo que no iba dirigido hacia ella, ver a Marta abrazando mi chaqueta había tenido la habitual respuesta y todavía se mantenía.
Claro, con aquel acercamiento se había dormido de nuevo.
Retrocedí rápidamente, completamente incómodo.
— Señora Carla, no se tome esa clase de libertades conmigo, no estoy interesado en tener amantes — Dije, tomando una postura erguida y una expresión seria.
— Mi lord, he sentido lo que le provocó...
No, eso no era por ella. Maldita sea.
— Olvidaré esto, no vuelva a poner en riesgo su trabajo — Me marché antes de que se le ocurriera seguir acosando.
Eso no pudo ser más incómodo y todo por querer ver a Marta aunque fuera dormida.
Esperaba que eso no me trajera problemas y que no volviera a ocurrir.
No sabía que la ama de llaves tenía esa clase de fijación por mí.
A la mañana siguiente me levanté y esperé a Marta en mi habitación, estaba vestido y peinado.
Ella tocó la puerta.
— Adelante.
Entró — Buenos días mi lord — Observó detenidamente mi vestimenta — Siempre se adelanta, nunca deja que yo haga mi trabajo — Se cruzó de brazos.
— Es que me gusta hacerle las cosas más fáciles.
— No me cuesta nada mi trabajo — Me cuestionó.
— Lo sé, pero quería ayudar.
— No hace falta... Sigo trabajando para usted y...
— Dentro de tres días ya no será mi sirvienta — La interrumpí, avanzando hacia ella.
Cerró su boca y frunció el ceño.
— ¿Y eso por qué?
Sonreí, elevando mi mano para pasarla por su mejilla.
Se tensó.
— Porque será mi esposa.
gracias por no poner fotografías de los personajes!!