Después de dos años de matrimonio, me di cuenta de que nuestra relación era un fracaso. Durante ese tiempo, intenté ganarme el amor de James, pero el heredero de la corporación Sterling simplemente me despreciaba.
James, un hombre atractivo, codiciado y rico, hacía que yo fuera la envidia de muchas mujeres. Sin embargo, nadie sabía que detrás de las puertas cerradas de nuestro hogar, James me trataba con frialdad y desdén.
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CAPÍTULO #23: SIN ESCRÚPULOS
⪻James Starling⪼
La reunión había sido un desastre. La tensión era palpable, y cada palabra que Ana pronunciaba me desgastaba más. La mirada de desprecio que me lanzó cuando le cuestioné su autoridad me hizo hervir la sangre.
Salí de la oficina con pasos decididos, intentando aplacar la tormenta que azotaba mi interior. Resultaba inconcebible para mí que el señor Johnson hubiera optado por traicionar nuestro acuerdo; su decisión me dejó atónito. ¿Qué se creía Ana, para pensar que podía despojarme de la negociación que había sido fruto de tanto esfuerzo? Mi mente daba vueltas mientras avanzaba hacia mi vehículo, sintiendo el peso abrumador de la frustración, que se hacía más palpable con cada paso que daba. Cada latido de mi corazón resonaba como un tambor, marcando el compás de mi ira contenida y mi incredulidad ante lo sucedido.
Al llegar a casa, la rabia seguía corriendo por mis venas, intensa y tangible. La puerta se cerró detrás de mí con un estruendo que resonó en el aire, llenando el pasillo de un eco sordo. La casa, en ese momento, se hallaba sumida en un profundo silencio, como si el ambiente mismo contuviera la respiración ante mi llegada. En la sala, encontré a Débora recostada en el sofá, como siempre.
—¿Cómo te fue? —preguntó, sin voltear.
Su tono era ligero, pero yo no estaba en el estado de ánimo para eso.
—Nada bien —respondí, dejando caer mis cosas sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.
Débora se volvió, notando la tensión en mi rostro. Sus ojos se agrandaron al ver mi expresión.
—¿Qué pasó? —inquirió, acercándose con preocupación.
—Ana se ha apoderado de todo. El señor Johnson decidió que iba a hacer negocios con ella y me hizo aún lado. ¡Es increíble! —exclamé, sintiendo cómo la frustración se transformaba en rabia.
—James, calma... —me dijo, intentando tocarme el brazo, pero me aparté.
—¿Calma? ¿Cómo puedo estar tranquilo? Ella no tiene idea de lo que está haciendo. Solo se ocupa del mundo de la moda y ahora se cree experta en inversiones. ¡Es ridículo! —mi voz aumentaba de volumen, y podía sentir cómo la ira me consumía.
Débora suspiró, intentando mantener la serenidad.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? —preguntó, su tono era más firme ahora.
—Nada, nada… ¿qué puedo hacer? —La frustración me consume mientras miro a Débora, que se acerca con esa mirada intensa que siempre me ha inquietado.
⪻Débora Braxton ⪼
Lo miro, y en su rostro veo la lucha interna. Es un hombre inteligente, pero su frustración lo ciega.
—¿Acaso piensas quedarte de brazos cruzados mientras ella se lleva lo que es tuyo? —insisto, sabiendo que mis palabras lo provocarán.
—¡No! —grita, su voz retumbando en la sala vacía.
Su desesperación me divierte, pero también me preocupa. Necesito que actúe, que se dé cuenta de que estoy aquí para ayudarlo… a mí misma, en realidad.
—¿Qué se supone que debo hacer? —pregunta, su tono ahora un grito ahogado—. ¿Tener una charla amistosa con alguien que me ha traicionado? ¡No puedo! ¡No lo haré!
Lo observo, sintiendo que mi paciencia se agota.
—Quizás deberías pensar en un plan alternativo. Algo que realmente le haga daño a Ana.
—No sé si puedo llegar a eso —murmuro.
—¿Por qué no? —inquirí, acercándome un poco más a ella, dejando que mi voz se convirtiera casi en un susurro—. Ella no tiene ningún tipo de escrúpulos. Si realmente deseas ganar, necesitarás jugar de manera sucia.
—No, no voy a hacer eso —respondió mientras comenzaba a alejarse del lugar.
Lo observo alejarse, y una oleada de furia comienza a agitarse en mi interior. ¡James! Grito su nombre en mi mente mientras me dejo caer de golpe en el sofá, sintiendo cómo la carga de la frustración me aplasta como si fuera una losa.
—¿Y ahora qué voy a hacer? —murmuro para mí misma, cerrando los puños con fuerza. He llegado muy lejos en esto, y no voy a permitir que mis planes se echen a perder por completo.
María, quien se encontraba a mi lado limpiando el polvo de un jarrón, detiene su actividad y me dirige una mirada curiosa. Su rostro, enmarcado por desordenados mechones de cabello, muestra claramente una expresión descontenta.
—¿Se te ha perdido algo? —le pregunto, dejando que mi voz se tiña de desdén. Siento cómo la irritación comienza a asomarse en mis ojos y una tensión incómoda se acumula en mis hombros, como si un peso invisible me presionara.
—No, solo... —intenta responder, pero la interrumpo con un gesto brusco de mi mano, haciendo un movimiento que parece expresar mi impaciencia.
—¡Vete de aquí! —grité, sintiendo cómo la frustración me invadía por completo. No tengo tiempo para sus tonterías. Se dio la vuelta y, mientras se alejaba, hice un esfuerzo por tranquilizarme. Tomé la copa que estaba sobre la mesita de al lado, sintiendo el frío del cristal contra mi piel.
—¿Qué voy a hacer contigo, Ana? —pregunté en voz alta, dejando que un tono sarcástico se filtrara en mis palabras. La copa temblaba en mi mano, y un escalofrío recorrió mi espalda, como si la tensión del momento se manifestara físicamente.
—No tengo tiempo para su moralidad —murmuré, apretando con más fuerza la copa que sostenía entre mis manos. Mis labios se torcieron en una mueca que reflejaba todo mi desprecio.
La sala desierta me envolvía en un silencio ensordecedor, y en medio de esa quietud, la ira que me consumía se transformaba en una firme determinación. Si James no tiene intenciones de actuar, entonces sería yo quien tomara las riendas de la situación.
—Ana no tiene idea de con quién se está metiendo —susurré, dejando que el rencor se avivara en mi interior. La sola idea de hacerle daño se convertía en una fuente de energía que me revitalizaba, y una oscura sonrisa se dibujó en mi rostro, como si me empujara a continuar con mis osadas intenciones.
Me pongo de pié, con la copa aún aferrada a mi mano, y dirijo mi mirada hacia la puerta por donde se marchó James.
—No te preocupes, querido; deja todo en mis manos. —Mis palabras resuenan en el ambiente, cargadas de promesas y confianza.