En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 20: El Precio de la Lealtad
Los ecos del caos resonaban por todo el castillo. A medida que Arabella y Alexander corrían por los pasillos, con Sir Henry liderando la marcha, los gritos de alarma y el sonido metálico de las armas se hacían cada vez más intensos. La revuelta estaba en marcha y no había tiempo para dudar. Mientras los pasillos se llenaban de soldados y nobles confundidos, la lucha por el destino del reino se libraba en cada rincón de aquellas antiguas paredes.
Arabella sostenía los pergaminos con fuerza, sus nudillos blancos por la tensión. Esos documentos eran su única arma para convencer a la reina de la traición que se desarrollaba en la sombra, pero llegar hasta ella en medio de la revuelta sería más difícil de lo que habían anticipado.
—¡Por aquí! —gritó Sir Henry, guiándolos hacia un pasadizo oculto detrás de un tapiz que colgaba en la pared. Les explicó que los túneles les permitirían moverse rápidamente y llegar al salón del trono sin ser interceptados.
Arabella y Alexander entraron en el pasadizo, sintiendo la humedad y el frío de las paredes de piedra. La oscuridad los envolvía, rota solo por la luz de la antorcha que llevaba Sir Henry. El tiempo se comprimía con cada paso; sabían que Lady Catherine no se quedaría de brazos cruzados después de haber escapado de los archivos. La traidora era astuta y vengativa, y ahora que sabía que su conspiración estaba expuesta, lucharía con todas sus fuerzas para consolidar su poder.
—Necesitamos una manera de probar estas acusaciones —dijo Alexander mientras avanzaban por el estrecho túnel—. Si solo mostramos las cartas, los aliados de Lady Catherine las descartarán como falsificaciones.
—Hay un testigo —respondió Sir Henry, sin dejar de caminar—. Uno que podría confirmar la autenticidad de las cartas y exponer la verdad ante la reina: el escriba real. Él fue quien redactó la mayoría de las comunicaciones entre Lady Catherine y sus conspiradores. Si podemos encontrarlo y llevarlo ante la reina, tendríamos el testimonio necesario para desenmascararla.
Arabella asintió con firmeza, aunque en su interior sentía la presión crecer. Confiar en un solo hombre para validar su evidencia era un riesgo, pero no tenían otra opción. La lealtad del escriba sería crucial, y no había garantías de que pudiera ser persuadido para traicionar a Lady Catherine.
Finalmente, el pasadizo los llevó a una pequeña puerta de madera oculta detrás del estrado en el salón del trono. Arabella asomó la cabeza con cautela; el gran salón estaba lleno de guardias y nobles que discutían frenéticamente, muchos de ellos con sus espadas desenvainadas. La reina permanecía en su trono, su rostro sereno a pesar del tumulto, pero sus ojos estaban llenos de sospecha. Ella sabía que algo grave estaba ocurriendo, pero aún no comprendía la magnitud de la traición que la rodeaba.
—Debemos ser cautelosos —dijo Alexander en voz baja—. Si hacemos acusaciones sin evidencia suficiente, podríamos ser arrestados antes de tener la oportunidad de presentar nuestro caso.
Arabella tomó una respiración profunda y avanzó hacia el salón. Sintió las miradas de todos posarse sobre ella al caminar por el centro de la sala, con Alexander y Sir Henry siguiéndola de cerca. La reina la observaba con sus ojos severos, expectante.
—Vuestra Majestad —dijo Arabella, inclinándose respetuosamente—. Venimos con noticias urgentes. Hay una traición en marcha contra vos y contra el reino. La revuelta que ha estallado no es más que la primera fase de un complot para arrebataros el trono. Hemos traído pruebas de la conspiración y os imploramos que nos escuchéis.
Un murmullo de sorpresa y escepticismo se extendió por la sala. Lady Catherine, que había regresado al salón poco antes, dio un paso adelante, con su rostro enmascarado por una fingida preocupación.
—¿Pruebas, dices? —replicó con una sonrisa helada—. ¿Qué pruebas podría tener una joven sin experiencia como Lady Arabella que no sean más que meras calumnias y suposiciones?
Arabella mantuvo la mirada fija en la reina mientras extendía los pergaminos. —Estas cartas demuestran vuestra complicidad con los traidores —dijo, lanzando una mirada de desafío a Lady Catherine—. Incluyen detalles de un cargamento de armas, una operación planeada para atacar el castillo esta misma noche. Vuestra Majestad, os ruego que ordenéis la detención de Lady Catherine y de sus aliados antes de que sea demasiado tarde.
La reina tomó los pergaminos y los examinó con cautela. Lady Catherine, sin perder un instante, se acercó a ella y tomó la palabra con un tono cargado de indignación.
—Mi reina, estas acusaciones son un ultraje. Cualquiera podría haber escrito esas cartas. Se trata claramente de una maniobra desesperada para desacreditarme y dividir a la corte.
Antes de que la reina pudiera responder, un guardia irrumpió en la sala, jadeando con evidente angustia. —¡Mi reina! —gritó—. Los hombres de la guarnición han comenzado a luchar en los jardines del norte. Hay informes de soldados leales a Lord Pembroke que intentan abrir las puertas del castillo para dejar entrar a más refuerzos.
La tensión en la sala se disparó. Era la confirmación de la conspiración, pero también significaba que el tiempo para reaccionar se agotaba. La reina se levantó de su trono con una gracia feroz.
—¡Detened a Lord Pembroke y reforzad las defensas! —ordenó, su voz resonando con autoridad—. Lady Catherine, ¿tenéis alguna explicación para estos hechos?
Lady Catherine, visiblemente pálida, comenzó a hablar, pero Arabella la interrumpió con una nueva y urgente idea.
—¡El escriba real! —exclamó—. Él puede verificar la autenticidad de estas cartas. Si lo traemos aquí y confirma nuestras palabras, no habrá duda de vuestra traición.
La reina asintió. —¡Que traigan al escriba real de inmediato!
Los minutos que siguieron se llenaron de una expectante tensión. Cada segundo que pasaba sentía como una cuerda apretándose más alrededor del cuello de Arabella. Finalmente, el escriba llegó, un hombre delgado de aspecto cansado y con ojos que mostraban años de conocimiento acumulado. Arabella le entregó las cartas y él las examinó con manos temblorosas. Todos los ojos estaban puestos en él, esperando su veredicto.
—Es verdad —dijo el escriba, su voz quebrándose ligeramente—. Fui yo quien redactó estas cartas bajo las órdenes de Lady Catherine. No podía oponerme; ella amenazó con destruir a mi familia si no obedecía.
Un alboroto estalló en la sala. Algunos nobles comenzaron a gritar en señal de protesta, mientras otros lanzaban miradas acusatorias a Lady Catherine, cuya expresión se había transformado en una máscara de odio puro.
—¡Mentiras! —gritó ella, retrocediendo hacia la salida—. ¡Mentiras y falsificaciones! ¡No me detendré hasta veros todos arrodillados!
Pero antes de que pudiera escapar, Alexander y Sir Henry se interpusieron en su camino, bloqueándola. —Es el fin, Catherine —dijo Alexander—. Vuestra traición ha sido expuesta y vuestro poder se ha desmoronado.
La reina, con una mirada severa y decidida, se volvió hacia Lady Catherine y habló con una voz que cortaba el aire como una espada. —Lady Catherine, sois arrestada por traición contra la corona. Seréis juzgada por vuestros crímenes, y si se os encuentra culpable, enfrentaréis las consecuencias más severas.
Lady Catherine fue capturada por los guardias, su mirada llena de ira clavada en Arabella. —Esto no ha terminado —le susurró cuando se la llevaban—. Puede que me hayas vencido hoy, pero he sembrado la semilla de la discordia. El reino se tambaleará, y entonces verás cuán frágil es tu victoria.
El silencio que siguió a la detención de Lady Catherine fue ensordecedor. Arabella sintió que el peso de los últimos días caía sobre ella de golpe. La reina se acercó, mirándola con una mezcla de gratitud y admiración.
—Habéis salvado el reino esta noche, Lady Arabella —dijo la reina con voz solemne—. Vuestra valentía y determinación han desvelado una traición que, de haberse consumado, habría destruido todo cuanto conocemos. Os debo una deuda de honor que nunca podré pagar completamente.
Arabella inclinó la cabeza, sintiendo el calor de la victoria mezclado con la amarga realización de lo que había costado. —Solo cumplí con mi deber, Vuestra Majestad. Y lo hice en honor a aquellos que ya no están para defender este reino.
Mientras las primeras luces del amanecer entraban por las ventanas del salón, el castillo comenzaba a calmarse. Habían evitado el desastre, pero sabían que el peligro no había desaparecido por completo. La traición de Lady Catherine había dejado profundas grietas en la confianza de la corte, y las secuelas del intento de golpe resonarían en los días venideros. Sin embargo, Arabella se permitió un breve momento para respirar, aliviada por haber desenmascarado a la traidora y protegido la corona.
Alexander se acercó a ella, sus ojos reflejando tanto preocupación como alivio. —Lo logramos, pero esto es solo el principio. Lady Catherine no estaba sola en esto. Su red de aliados sigue activa, y si no actuamos con rapidez, otros intentarán lo mismo.
Arabella asintió, sabiendo que el siguiente paso sería descubrir la extensión completa de la conspiración. Las cartas que habían recuperado solo revelaban una fracción de la verdad. Los nombres de varios nobles influyentes habían sido mencionados en las cartas como posibles aliados o cómplices, pero no sabían hasta qué punto habían participado en el complot. La tarea de limpiar la corte y restaurar la estabilidad recaería ahora en ellos.
—Debemos actuar antes de que esos nobles tengan la oportunidad de borrar cualquier evidencia de su implicación —dijo Arabella con determinación—. Y no podemos confiar en nadie, excepto en aquellos que han demostrado su lealtad esta noche.
Sir Henry, que había permanecido a un lado observando la escena, dio un paso adelante. —Puedo ayudaros en eso —propuso—. Durante meses he sospechado que Lady Catherine no actuaba sola. He mantenido registros de mis propias investigaciones, y creo que hay pruebas suficientes para seguir la pista de sus aliados más cercanos. Podemos asegurarnos de que no haya refugio seguro para los traidores.
La reina, quien había estado escuchando en silencio, volvió a hablar, su voz llena de un renovado sentido del deber. —Entonces, no podemos perder más tiempo. Esta noche, hemos frustrado un intento de traición, pero no debemos subestimar a nuestros enemigos. Ordenaré la captura inmediata de aquellos cuyos nombres aparecen en estas cartas. Arabella, Sir Henry, lideraréis la investigación para aseguraros de que no quede ningún cabecilla sin castigo.
—Así se hará, Vuestra Majestad —respondió Arabella con un profundo sentido de propósito. Sabía que el destino le había impuesto un papel inesperado y crucial en los acontecimientos que moldearían el futuro del reino.
Más tarde, mientras la actividad frenética de la corte continuaba, Arabella se retiró brevemente a una de las terrazas del castillo para despejar su mente. La brisa fresca del amanecer acariciaba su rostro, y por un momento, se permitió recordar los días antes de que todo se hubiera desmoronado, cuando sus preocupaciones giraban en torno a los bailes y la vida de la nobleza. Aquellos tiempos parecían tan lejanos ahora, envueltos en una niebla de inocencia perdida.
Alexander la encontró allí, en silencio. Se quedó a su lado, observando el horizonte teñido de colores dorados. —Hemos ganado una batalla, pero la guerra por el futuro del reino continúa —dijo suavemente—. ¿Estás preparada para lo que venga?
Arabella lo miró, sintiendo en sus palabras una mezcla de desafío y ternura. Habían compartido más de lo que ninguno de ellos podría haber imaginado, y ahora, sus destinos estaban irrevocablemente unidos por la cadena de eventos que habían puesto en marcha.
—Estoy preparada —respondió, con una firmeza que no tenía la menor duda—. Y no estoy sola en esto. Si algo he aprendido, es que a veces, las alianzas forjadas en el fuego de la adversidad son las más fuertes.
Mientras el primer rayo de sol asomaba sobre las torres del castillo, Arabella sintió que una nueva etapa se abría ante ella. La traición había sido expuesta, pero su legado de intriga y ambición aún acechaba. Para proteger el reino y a aquellos que amaba, no podía permitirse bajar la guardia.
Con la mano de Alexander rozando la suya en un gesto de apoyo silencioso, Arabella sabía que juntos enfrentarían lo que estaba por venir. Lady Catherine podría haber sembrado las semillas de la discordia, pero ellos estaban dispuestos a arrancar de raíz cualquier amenaza que pusiera en peligro la corona.
La verdadera batalla por el alma del reino acababa de comenzar.