En Las Manos De Un Mafioso

Ana nunca había sentido una tensión tan sofocante como la que se cernía sobre la sala. El aire pesaba con el perfume del peligro, y las miradas de los hombres que la rodeaban eran cuchillos en la oscuridad. Alessandro seguía cerca, demasiado cerca. Su presencia era intoxicante, y el magnetismo entre ambos era tan palpable que casi dolía. Sin embargo, algo más oscuro acechaba en los rincones de la sala.

La siguiente mano se distribuyó, pero Ana apenas podía concentrarse. El brillo en los ojos de Alessandro, esa mezcla de lujuria y poder, la desconcertaba. Sabía que estaba caminando sobre una cuerda floja, y que un solo paso en falso la enviaría al abismo. Pero lo que no sabía era que la cuerda ya comenzaba a deshilacharse.

Enzo, siempre vigilante, lanzó una sonrisa torcida desde el otro lado de la mesa. "Parece que hay otros juegos en marcha esta noche, ¿no es así, Alessandro?" dijo con un tono que goteaba veneno. Sus palabras, aunque dirigidas a Alessandro, eran una advertencia para Ana.

"Juegos más peligrosos de los que tú podrías manejar, Enzo", replicó Alessandro sin mirarlo, su voz gélida. Sus ojos seguían fijos en Ana, como si con solo mirarla pudiera desnudar sus pensamientos y secretos. "Ana, querida, hay más en esta partida de lo que puedes ver. Tal vez deberías considerar lo que realmente está en juego."

Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no estaba segura si era por el tono de Alessandro o por la oscura verdad que comenzaba a vislumbrar. Algo estaba a punto de romperse. Las cartas eran solo una fachada; el verdadero peligro estaba en los corazones de los hombres que la rodeaban.

La puerta al fondo de la sala se abrió con un crujido, interrumpiendo el juego. Un hombre alto y delgado, con una cicatriz que le cruzaba el rostro, entró en la sala. Ana lo reconoció inmediatamente: Marco. Su presencia siempre significaba problemas, pero esta vez la tensión se multiplicó.

"Veo que el juego está interesante", dijo Marco con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. "Pero lamentablemente, el tiempo se ha acabado."

Alessandro se levantó de su asiento, su cuerpo tenso. "¿Qué demonios haces aquí, Marco?"

"Venir por lo que me deben", respondió Marco con una calma inquietante. "Y me temo que hoy la deuda se paga con sangre."

Antes de que alguien pudiera reaccionar, el caos estalló. Varios hombres de Marco desenfundaron armas, y la sala se convirtió en un campo de batalla. Ana apenas tuvo tiempo de levantarse antes de que el primer disparo retumbara en el aire. Enzo fue el primero en caer, un disparo certero que lo atravesó. El terror heló el rostro de Ana mientras todo a su alrededor se sumía en el descontrol.

Alessandro se movió rápidamente, sacándola de su trance y arrastrándola hacia una salida lateral. “¡Corre!” gritó, empujándola hacia un pasillo oscuro. El estruendo de los disparos y los gritos se mezclaban con el latido acelerado de su corazón. Ana corrió sin mirar atrás, el sonido de sus tacones reverberando en el pasillo.

La oscuridad del corredor la envolvía, pero Alessandro no la soltaba. Lo único que podía escuchar era su respiración entrecortada y los pasos de ambos resonando en la estrecha pasarela. Finalmente, llegaron a una puerta al final del pasillo. Alessandro la abrió con una patada, y la luz tenue de la calle las envolvió.

"¿Qué diablos fue eso?" Ana jadeaba, tratando de recuperar el aliento mientras miraba a Alessandro con una mezcla de furia y pánico.

“Bienvenida al verdadero juego, Ana”, dijo Alessandro, su voz cargada de gravedad. “Esto ya no se trata de cartas. Esto es una lucha por el control, por el poder. Y tú… te has convertido en una pieza clave.”

Ana sintió una mezcla de confusión y rabia. “¿Una pieza? ¡No soy un peón en tu juego!”

Alessandro la miró intensamente. "No, no eres un peón. Pero en este mundo, la línea entre la vida y la muerte es muy delgada, y tú estás justo en el centro."

Antes de que Ana pudiera responder, otro disparo retumbó en la distancia. El peligro no había terminado. Alessandro la tomó de la mano, y juntos se deslizaron por las calles vacías de la ciudad, en busca de un refugio.

**

Horas después, encontraron cobijo en un lujoso hotel, lejos del caos que habían dejado atrás. La habitación era espaciosa y cálida, pero la tensión entre ambos era casi insoportable. Alessandro se dejó caer en un sillón, frotándose las sienes. Ana, aún temblando por la adrenalina, no podía dejar de mirarlo.

“¿Qué está pasando realmente, Alessandro?” preguntó, su voz un susurro quebrado por la incertidumbre. “Esto no es solo una partida de cartas, ni un simple conflicto entre mafiosos. Hay algo más, y necesito saberlo.”

Alessandro la observó en silencio por un momento, como si estuviera debatiendo consigo mismo cuánto revelar. Finalmente, habló. “Marco no es solo un enemigo. Es alguien que me traicionó, alguien que quería quitarme todo. Y ahora ha vuelto para terminar el trabajo. Pero lo peor es que… su objetivo no solo soy yo.”

Ana lo miró confundida. “¿Qué quieres decir?”

Alessandro se levantó y se acercó a ella, su expresión sombría. “Desde que ganaste aquella primera mano en esa mesa, te convertiste en un símbolo. En los ojos de Marco y muchos otros, tú representas algo que no pueden controlar. Y en este mundo, lo que no se puede controlar, se destruye.”

El peso de sus palabras cayó sobre Ana como una losa. Se dio cuenta de que había sido arrastrada a un juego mucho más oscuro y peligroso de lo que había imaginado. Pero algo más se movía dentro de ella. La manera en que Alessandro la miraba, la forma en que había luchado por protegerla, despertaba algo más profundo, algo que nunca había sentido tan intensamente.

Sin pensarlo, dio un paso hacia él, sus manos temblando. Alessandro la miró con una mezcla de sorpresa y deseo. Antes de que pudieran detenerse, sus cuerpos se encontraron en un abrazo apasionado, como si la violencia y el caos hubieran desatado una necesidad incontrolable de conexión. Sus labios se encontraron, y el mundo a su alrededor se desvaneció en un torbellino de emociones crudas.

Mientras se besaban, Ana comprendió que estaba cayendo aún más profundamente en esta maraña de poder, traición y deseo. Pero, por primera vez en mucho tiempo, no le importaba. Estaba dispuesta a arriesgarlo todo.

Cuando sus labios se separaron, Alessandro la miró intensamente. “Esto cambia todo”, murmuró, sus manos aún en su cintura.

Ana lo miró a los ojos, su corazón desbocado. “Lo sé”, susurró. Pero dentro de ella, el miedo se mezclaba con la certeza de que no había vuelta atrás.

La noche aún no había terminado, y el verdadero peligro estaba por venir.