Jalil Hazbun fue el príncipe más codiciado del desierto: un heredero mujeriego, arrogante y acostumbrado a obtenerlo todo sin esfuerzo. Su vida transcurría entre lujos y modelos europeas… hasta que conoció a Zahra Hawthorne, una hermosa modelo británica marcada por un linaje. Hija de una ex–princesa de Marambit que renunció al trono por amor, Zahra creció lejos de palacios, observando cómo su tía Aziza e Isra, su prima, ocupaban el lugar que podría haber sido suyo. Entre cariño y celos silenciosos, ansió siempre recuperar ese poder perdido.
Cuando descubre que Jalil es heredero de Raleigh, decide seducirlo. Lo consigue… pero también termina enamorándose. Forzado por la situación en su país, la corona presiona y el príncipe se casa con ella contra su voluntad. Jalil la desprecia, la acusa de manipularlo y, tras la pérdida de su embarazo, la abandona.
Cinco años después, degradado y exiliado en Argentina, Jalil vuelve a encontrarla. Zahra...
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Milagro en la Patagonia ( incluye Flashback)
Zahra miró a su alrededor, la fonda comenzaba a desocuparse, había ido a comprobar que su hijo ya estuviera durmiendo y efectivamente era así.
Miro a la mesa de Jalil, él la miró directamente a los ojos. Era la segunda copa de vino que tomaba, así que supuso que ya se iría.
Su exesposo era un maníaco del control, desde el punto de vista de Jalil un hombre que bebía en exceso era un hombre débil, solo una vez lo habia visto borracho.
Jalil levantó la mano haciendo un gesto para que alguien se acercara, Fausto se encontraba atendiendo otra mesa y Laura en la cocina.
Zahra se obligó a caminar hacia la mesa.
— ¿Desea algo más?, pregunto ella.
Muchas cosas pensó él.— Además de que conversemos, la cuenta.
— No hay nada de que hablar, le traeré su cuenta exclamó ella.
Zahra se dirigió a la barra, Jalil no le quito los ojos de encima.
Zahra regresó a la mesa con la cuenta entre los dedos.
El papel estaba un poco humedecido por su palma no sabía si del vapor de la cocina o de sus propios nervios.
Jalil la miró como si cada uno de sus movimientos fuera una línea escrita solo para él.
Ella dejó la cuenta frente a él.
—Aquí tiene.
Jalil la tomó sin apuro.
Revisó el total, sacó la billetera —una acción tan simple, pero tan ajena a la clase de hombre que había sido antes— y comenzó a contar los billetes uno por uno.
Era extraño verlo así.
Humano, sin asistente, sin escoltas, sin el frío del poder rodeándolo.
—Tal vez tengas razón —dijo él de pronto, como si continuara una conversación que nunca habían tenido.
Zahra parpadeó.
—¿En qué?
—En que no hay nada que hablar —respondió Jalil mientras dejaba el dinero sobre la mesa—. Propina incluida.
Ella lo observó, desconcertada.
El Jalil que ella recordaba nunca cargaba efectivo; vivía rodeado de manos que pagaban por él, puertas que le abrían.
Algo en ella se tensó.
¿En qué se había convertido?
¿O qué estaba intentando mostrarle?
Jalil se puso de pie.
El movimiento fue lento, deliberado, como si llevara el peso de ese momento sobre los hombros.
Caminó hacia la puerta.
Antes de salir, se detuvo.
Giró apenas el rostro, lo suficiente para que su mirada la rozara.
—El cordero… —dijo él— estaba perfecto. Hacía años que no probaba algo tan bien hecho. Me trajo recuerdos.
Las palabras quedaron flotando en el aire, cálidas y extrañamente íntimas, como un recuerdo que nunca existió pero que Zahra habría querido tener.
Y entonces salió.
La campana de la puerta tintineó detrás de él.
Zahra quedó inmóvil unos segundos.
Cuántas veces, durante el matrimonio, había deseado escuchar algo así.
Zahra respiró hondo y se acercó a la ventana mientras recogía un par de vasos.
No esperaba verlo más al menos no esa noche, pero algo llamó su atención.
La puerta metálica de la vieja F100, se cerró con un golpe seco.
Jalil estaba ahí, tras el volante. El motor hizo unos ruidos extraños dos veces antes de arrancar.
Las luces delanteras se encendieron con una timidez amarillenta, nada que ver con los autos negros y brillantes a los que él estaba acostumbrado.
Zahra frunció el ceño.
¿Jalil? ¿En eso?
La camioneta dio la vuelta frente a la fonda, las ruedas levantaron un poco de polvo del camino. Él no miró hacia adentro, pero Zahra sintió el tirón igual, como si su presencia arrastrara algo de ella.
Se apoyó en el marco de la puerta.
No comprendía qué demonios estaba pasando allí.
El hombre que conoció no tocaba un vehículo que no costara más que cinco fondas entera. No sabía lo que era conducir sin escoltas, sin rutas preparadas, sin un ejército de personas detrás de cada movimiento.
Y ahora estaba ahi en esa camioneta destartalada.
Zahra tragó saliva, algo en su estómago se agitó.
Tal vez miedo, tal vez curiosidad.
Tal vez un hilo muy delgado de preocupación, aunque se negó a admitirlo.
¿Qué estás haciendo aquí, Jalil?
La camioneta desapareció en la curva.
El camino de regreso se desplegaba ante Jalil como una cinta oscura que se estiraba entre los campos y las montañas, quieta y traicionera. Él iba en silencio, con esa expresión que solo dejaba una pelea inconclusa. El motor de la camioneta hacia un ruido extraño, casi como si también llevara resentimientos acumulados.
Y entonces la camioneta decidió suicidarse.
Primero un corcoveo brusco, seco, muy parecidos a los que le daba Terco su caballo cuando se negaba a avanzar.
Luego otro y uno mas.
La camioneta pegó un tirón tan violento que Jalil tuvo que afirmarse del volante.
—No te atrevas... —gruñó, como si el vehículo entendiera.
El motor respondió con un ruido ronco, y después vino el estallido: una explosión breve, seguida por una bocanada de humo blanco que surgió del capot y ahi quedo
Jalil golpeo el volante y abrió la puerta. Hacia mucho frio. El humo seguía saliendo despacio.
—Genial —murmuró, mirando la camioneta como quien mira al enemigo.
No quedaba más remedio; la estancia estaba lejos, el celular sin señal, y el único sonido era el susurro del viento.
Jalil ajustó el abrigo, clavó los ojos en la ruta interminable y empezó a caminar...
Zahra se encontraba sola en la fonda preparando la masa del pan para el día siguiente mientras lo hacía quito los manteles de las mesas y los puso a lavar, debía reconocer que por más cansancio que tenía no podría dormir, temía que Jalil regresara con un ejército para llevarse a su hijo.
Jalil no podía saber nada de Andy, Zahra miro a su alrededor, había levantado ese lugar con el dinero que aun conservaba de su época de modelo.
Durante mucho tiempo despues de que lo abandonara, sintió ese miedo. Por eso había terminado en Argentina, a los ojos de la ley , Andy era argentino y ella madre soltera.
Al principio temía que él viniera por su hijo si se enteraba de que estaba embarazada y luego por su heredero varón.
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Aun recordaba su regreso a Raleigh, su suegro no había permitido que se instalarán en Al—Rimah, fue su mejor época con Jalil.
Khalil había ordenado que se quedarán en Rhaydan, mientras se llevaban a cabo los preparativos de la boda, asi que se quedó viviendo con Khalil y Amira. Mariana también vivía ahí y siempre había sido amable. En cuanto a Jalil pasaba mucho tiempo en el desierto la situación en Raleigh era demasiado tensa, consejeros iban y venían constantemente.
Un dia estaba sentada en la sala había terminado una clase de historia y un empleado ingreso para entregarle una carta al abrirlo Zahra palideció, la estaban demandando por incumplimiento de contrato.
Con manos temblorosas, ella buscó a Jalil.
— Zahra debo atender a los embajadores. ¿ Qué quieres?.
— Me están demandando, me quitarán todo Jalil, quiero ir a Londres.
Jalil estiró su mano y ella le entregó la carta, Jalil la leyó y luego miro a su asistente y se la entregó.
— Instruya a los abogados quiero ese asunto finiquitado al terminar esta semana.
— Como ordene Excelencia.
Zahra lo miro. — Las reinas arabes no desfilan. Tu querias esto, el modelaje se terminó.Pero no te preocupes mis abogados se ocuparan de todo.
Y al terminar la semana Zahra recibió un sobre, las empresas aceptaban que ella se retirara, seguirían usando la imagen por seis meses más y Zahra no tendría que pagar. Fue la primera vez que sintió miedo de la maquinaria legal de Jalil.
Motivo por el cual un año y meses después de la boda tras ser descubierta por Jalil besandose con el guardia.
Jalil la acuso de infidelidad, algo que ella no pudo negar porque Sharif también había presenciado la escena, con miedo se refugió en casa de su suegro, y entonces la noticia la golpeo, ella estaba embarazada.
— Zahra si tú quieres divorciarte, yo no lo impediré, solo te recuerdo que tu hijo es heredero de este país. Al menos espera que nazca para irte, puedes estar tranquila, mi nieto o nieta irá contigo, obviamente cuando sea mayor deberá regresar, y tú con él, esta siempre será tu casa exclamó su suegro mirándola.
Su suegro se había mostrado mas comprensivo que su familia y que su esposo. Jalil ni siquiera quería escucharla. Fiel a su costumbre no le creía una palabra.
Semanas después fueron al casamiento de Mariana en Londres, su esposo había ido a la despedida de soltero de su cuñado y volvió borracho.
Todo había sido un caos, tras la caída en el palacio.
Jalil la llevo a la habitación,Kamal llegó poco después, con el maletín en la mano y el gesto serio. No era solo cuñado; era médico.
—Déjenos solos —ordenó.
Una de las empleadas se acercó con un paño… y en él, discretamente envuelto, le mostró a Kamal los restos. Era suficiente para entender.
Kamal respiró hondo y comenzó a revisar a Zahra.
—Zahra… hubo una pérdida —dijo con suavidad, arrodillándose frente a ella—. Lo siento.
—¿Mi bebé…? —su voz se quebró. Ahora puedes estar feliz Jalil mataste a nuestro hijo...
Kamal sostuvo su mano.
—Lo siento mucho. La hemorragia se detuvo, pero tienés que ser trasladada al hospital. Necesitás un legrado para evitar complicaciones.
Jalil dio un paso adelante, desesperado.
—Prepara el traslado al hospital real. Que traigan todo lo necesario, y
—No —lo interrumpió Zahra, con una fuerza que no sabía que le quedaba.
Él se quedó helado.
Zahra lo miró con los ojos vacíos, rotos, hambrientos de un último resto de dignidad.
—Solo quiero ir con mi mamá —susurró—. Lo haré en Londres. Con mis médicos. Déjame ir, Jalil… por favor.
—Déjame despedirme de él.
Tras el entierro, Zahra no volvió a su departamento.
Las paredes parecían hechas del mismo silencio que había rodeado su vida .
Jeffrey Morgan, su amigo y fotógrafo de confianza, la recibió sin hacer preguntas. Le preparó té, le dejó una manta sobre los hombros y simplemente la dejó existir. Durante dos días, Zahra vagó por el loft como un fantasma, arrastrando los pies, durmiendo en la invitación de invitados o junto a la ventana, mirando la lluvia empañar los rascacielos.
Fue al amanecer del tercer día cuando tomó el teléfono.
—Quiero volver a trabajar —dijo, con la voz rota pero firme.
Keira Saviour no tardó en atender.
—Zahra…No hay trabajo para ti.
—¿Qué? ¿Cómo que no?
—No volverás a modelar. Jalil decidió hundir tu carrera hace dos años. Nadie te contrata.
Zahra sintió que la sangre se le iba de los dedos.
—Pero estamos divorciados.
—Eso no importa —respondió Keira, casi en un susurro—. El mundo le obedeció.
El teléfono se le resbaló.
Su vida había terminado dos veces; la primera en el palacio, la segunda en esa llamada.
Las semanas siguientes fue una sombra. Dormía poquito, comía menos, caminaba por Londres con una bufanda hasta la nariz y unas ojeras que ni la niebla escondía. Jeffrey seguía ahí, orbitando su tristeza con la paciencia de un monje.
—¿Por qué no me acompañás en mi viaje? —propuso una tarde, mientras ella apenas revolvía un café frío.
Zahra lo miró, extenuada.
—¿Y qué voy a hacer yo en una montaña al fin del mundo con una pareja?
Jeffrey sonrió con ternura cansado.
—Respirar. Descansar. Existir lejos de todo esto. Iré a ver a Emanuel, está trabajando en Argentina, todo pago solo tienes que subir al avión.
Zahra suspiró. Miró sus manos vacías.
Y por primera vez en meses, dijo.
—Está bien.
Y así fue como Zahra caída en desgracia terminó con un pasaje al sur del mundo, sin saber que ese viaje cambiaría para siempre su destino… y el de Jalil.
Durante dias ella había ignorado los síntomas. Pero tras un desmayo Jeffrey la llevó a un hospital.
—Te desmayaste, Zaz. Ya no me discutas —refunfuñó él.
Un médico de guardia, la miro mientras Jeffrey explicaba
—¿Ha estado enferma? ¿Algún antecedente reciente? —preguntó mientras ajustaba la luz.
Zahra dudó. Sentía las palabras atoradas.
—Hace… unas semanas perdí un embarazo. Me dijeron que necesitaba un legrado, pero no lo hice.
El médico la observó preocupado.
—Bien —dijo suavemente—. Vamos a hacer una ecografía. El legrado era para limpiar y que no hubiera infeccion
Zahra asintió minutos despues se revosto en la camilla y cerró los ojos cuando el gel frío tocó su piel.
El médico comenzó a mover el transductor. Su expresión cambió apenas. Un parpadeo más lento. Un leve fruncimiento de cejas.
—¿Pasa algo? —preguntó Zahra, sintiendo un escalofrío.
—Zahra… usted no está enferma. Está embarazada.
El médico señaló la pantalla.
—Era un embarazo gemelar. Uno no se desarrolló y se expulsó con el sangrado, pero… —la voz se suavizó— el otro sobrevivió. El corazón late fuerte. Mire.
Zahra abrió los ojos, y ahí estaba. Una luz diminuta palpitando.
Ella sintió cómo el mundo entero se inclinaba hacia esa imagen. Algo entre alivio, incredulidad y un dolor.
—No puede ser. Yo… yo lo perdí.
—Perdió a uno —corrigió el médico con delicadeza—. Pero sigue embarazada. Y su bebé está bien.
Zahra llevó una mano a la boca y comenzó a llorar.
Jeffrey le tomó la mano, apretándola con fuerza.
— Debe calmarse . Vamos a hacer análisis. Quiero controlar cómo sigue todo. Pero, por ahora… felicidades. Tiene un milagro ahí dentro.
La palabra milagro le atravesó el pecho.
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Los golpes en el vidrio sacaron a Zahra de sus pensamientos al levantar la vista, lo vio era Jalil.