Un hombre que a puño de espada y poderes mágicos lo había conseguido todo. Pero al llegar a la capital de Valtoria, una propuesta de matrimonio cambiará su vida para siempre.
El destino los pondrá a prueba revelando cuánto están dispuestos a perder y soportar para ganar aquella lucha interna de su alma gemela.
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Capitulo 16
El médico esperaba la respuesta con una tranquilidad fingida, pero su rostro revelaba una creciente inquietud.
— Los dioses me hablan, me atormentan mostrando lo que va a suceder— dijo Aria con voz susurrante, como si las palabras mismas fueran un peso que cargaba con dificultad.
El médico balbuceó ante la revelación, su voz temblando ligeramente.—¿Puede ver el futuro de las personas?— preguntó, y una risa nerviosa escapó de sus labios, como si intentara aliviar la tensión que se estaba acumulando en la habitación.
Aria asintió con la cabeza, su movimiento lento y deliberado.— Eso no es posible, sé que la magia en los magos puede confundir — comenzó a decir el médico, pero Aria lo interrumpió con una voz firme y segura.
—No soy una maga — dijo, y sus palabras cayeron como una piedra en el silencio de la habitación.
— Nunca lo había confesado de esta manera hasta ahora.
El médico limpia el sudor de su frente con su pañuelo.— ¿Y por qué me lo está diciendo a mí?—pregunta el hombre, intentado contener la calma.
Aria se acerca gateando en la cama hasta la punta y luego se baja lentamente. Los párpados del médico se abrieron de golpe, un terror helado le recorrió la columna vertebral. Su cuerpo entero se tensó, una rigidez cadavérica que le impedía moverse. La sombra de aquella criatura cubierta de tela se cernía sobre él. El destello de sus ojos, un azul antinatural, lo había atravesado, no como una luz, sino como un grito mudo que le paralizaba la sangre en las venas. La risa nerviosa que antes había escapado de sus labios se había congelado, transformada en un jadeo ahogado por el pánico.
— No, no se acerque— consiguió musitar, con la voz quebrada y temblorosa, apenas un hilo de sonido que parecía morir en el aire. La proximidad de Aria era asfixiante, el olor a tierra mojada y a algo indescriptiblemente antiguo emanaba de ella lo ahogaba, invadía sus fosas nasales de un aire denso y pesado.
Aria no respondió de inmediato. En cambio, extendió una mano, con lentitud, como si cada articulación de sus dedos fuera un péndulo de un reloj. Los dedos pequeños y afilados se acercaron al rostro del médico, rozando su mejilla. El guante que cubría las manos de la joven estaba helado, más frío que el mármol, y el contacto le provocó un escalofrío que le erizó el vello de la nuca. Y luego Aria contestó.
— Porque usted no va a vivir para contarlo.—
El hombre se quedó sin aliento ante aquellas palabras, su rostro pálido y demacrado. —¿Qué es lo que dice?— preguntó, su voz temblando mientras daba unos pasos hacia atrás y chocaba su espalda contra la pared.
— ¿Quiere saber por qué lo sé, doctor? — dijo Aria con una voz suave que contrastaba con su figura pequeña pero aterradora mientras se mueve cerca del hombre, sus movimientos lentos y deliberados.
El doctor se cubrié con sus manos como si intentara protegerse. Aria se acercó lo suficiente al punto que el anciano podía sentir su respiración, y un susurro salió de sus labios.