Mi nombre era Rosana, pero morí en un motel de mala muerte con olor a humedad y fracaso. Lo último que recuerdo antes de desmayarme fue un tipo que pensaba que pagarme le daba derecho a todo. Spoiler: casi lo logra.
Desperté en una cabaña en medio del bosque, con siete hombres mirándome como si hubiera caído del cielo... o del catálogo de fantasías medievales. Y yo, sin entender nada, tuve la brillante idea de decirles que me llamaba Blancanieves. Porque, total, ¿qué más daba? Ya había vendido hasta mi orgullo… ¿por qué no mi identidad?
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capítulo 16
La noche había caído sobre la fortaleza, trayendo consigo un silencio denso, apenas roto por el crujir de la madera en las chimeneas y el susurro distante del viento contra los muros de piedra. Después de la conversación en el salón, el grupo se dispersó en pequeños murmullos y pasos cansados. Algunos fueron a sus habitaciones, otros buscaron la tranquilidad de los pasillos menos transitados.
Pero no todos se retiraron a descansar.
En uno de los corredores más oscuros, Gael caminaba en silencio, sus botas amortiguadas por las alfombras gruesas. Su expresión era grave, como si algo dentro de él no pudiera esperar al amanecer. Evitó a los guardias con movimientos calculados, cruzó un par de escaleras estrechas y llegó al pasillo donde estaba la habitación de Blancanieves.
Se detuvo frente a la puerta, respiró hondo y empujó el picaporte con cuidado, procurando que el sonido metálico no la alertara demasiado. La luz tenue de una vela iluminaba la estancia; sobre la mesa había un libro abierto, y en la cama, el revuelo de las mantas sugería que ella estaba despierta.
Gael avanzó un par de pasos… pero antes de poder pronunciar palabra, sintió el frío filoso de una hoja en su cuello.
—Tranquila, Blanca, soy yo… —dijo en un susurro, sin moverse bruscamente.
La voz de ella era baja, pero firme.
—Ya me engañaste una vez… ¿cómo sé que eres el verdadero tú?
Gael no pudo evitar sonreír, esa media sonrisa que solía irritarla y tranquilizarla al mismo tiempo. Con un movimiento rápido y medido, golpeó su muñeca, lo justo para que soltara la daga, pero sin llegar a hacerle daño. En cuanto la hoja cayó, él la atrapó entre sus brazos con una seguridad casi posesiva.
—Has mejorado —susurró contra su oído, sintiendo el latido acelerado de ella—, pero aún no estás lista para superar a tu maestro.
El aroma de él, mezcla de cuero, humo y ese toque inconfundible que la había acompañado en más de una batalla, le confirmó que no era una ilusión. Rosana —Blancanieves— relajó el cuerpo, aunque no del todo.
—Creí que estabas enojado conmigo… llevas días sin hablarme —dijo, girando apenas el rostro para mirarlo de reojo.
Gael aflojó su agarre, pero no la soltó. Dejó que ella se volviera entre sus brazos hasta que quedaron frente a frente. Sus ojos, oscuros y atentos, no se apartaban de los de ella.
—He estado pensando en todo lo que ha pasado —respondió, con una honestidad poco habitual en él.
—¿Y has llegado a una conclusión? —preguntó ella, alzando ligeramente el mentón.
Él asintió, y su voz se volvió más grave, más íntima.
—Sí. No puedo volver a perder a alguien tan importante para mí… y tú, princesa, te has vuelto muy importante.
Blancanieves sintió un calor inesperado recorrerle el pecho. Llevó una mano a la mejilla de Gael, rozando con suavidad la barba incipiente que enmarcaba su rostro. Lo miró con una sonrisa que parecía contener tantas cosas no dichas.
—Y tú también lo eres para mí… —susurró.
No hubo más palabras. Ella se alzó de puntillas y lo besó. Al principio fue un roce suave, como una prueba, un gesto contenido donde ambos parecían medir la respuesta del otro. Gael no se movió al inicio, pero luego sus manos se posaron con firmeza en la cintura de ella, atrayéndola más hacia él.
El beso se mantuvo tierno unos segundos, pero la tensión acumulada en los últimos días no tardó en romper la barrera de contención. El contacto se hizo más profundo, más urgente. Ella entreabrió los labios, y él respondió con la misma intensidad, explorando con cuidado, como si quisiera memorizar cada matiz de su sabor.
La vela parpadeó, proyectando sombras que se movían como un eco de sus propios cuerpos. Blancanieves entrelazó los dedos en la nuca de Gael, acercándolo más, mientras él inclinaba la cabeza para profundizar el beso, dejando que el aire se volviera más denso entre ellos.
El calor crecía, y no solo por el fuego tenue de la habitación. Cada respiración se volvía más acelerada, cada roce de sus labios parecía arrastrar consigo todo lo que habían reprimido. Gael deslizó una mano por la espalda de ella, deteniéndose justo en la curva de su cintura, mientras la otra permanecía en su nuca, asegurándose de que no pudiera apartarse… aunque ninguno de los dos parecía querer hacerlo.
Blancanieves sintió que las rodillas le temblaban, pero el peso firme de las manos de Gael la mantenía erguida. Él interrumpió el beso apenas para rozar su frente con la de ella, respirando con dificultad.
—No sabes cuánto he querido hacer esto —murmuró, su voz áspera y cargada de deseo contenido.
Ella sonrió contra sus labios y lo besó de nuevo, esta vez con una determinación que hizo que él emitiera un leve gruñido de aprobación. Las manos de él se cerraron un poco más en torno a su cintura, y el beso, que había empezado como una caricia, se convirtió en una tormenta lenta pero imparable.
Era una mezcla peligrosa: la ternura de algo prohibido y la intensidad de algo inevitable. Ninguno de los dos podía fingir que aquello no significaba nada.
Cuando finalmente se separaron, sus respiraciones estaban desordenadas. Gael no apartó las manos de ella, y sus miradas quedaron atrapadas en un silencio espeso, cargado de todo lo que aún no se habían dicho.
—Si sigo aquí un minuto más… —empezó él, pero se interrumpió, como si el resto de la frase fuera demasiado arriesgado de pronunciar.
Blancanieves no apartó la mirada.
—Entonces quédate.
Gael cerró los ojos un instante, luchando consigo mismo. Luego, con un último beso, esta vez más lento pero igual de profundo, se apartó lo suficiente para mirarla con una mezcla de frustración y afecto.
—No, princesa… aún no. Pero no me pidas que te mantenga lejos mucho tiempo.
Ella no respondió. Solo lo siguió con la mirada mientras él retrocedía hasta la puerta, y justo antes de salir, él se giró, como si quisiera grabar en su memoria la imagen de ella con los labios aún enrojecidos y el cabello revuelto.
La puerta se cerró con un suave clic.
Blancanieves apoyó una mano en su pecho, intentando calmar el latido acelerado. Sabía que aquel beso no había resuelto nada… pero también que había encendido algo que sería imposible apagar.
Y, en el fondo, ambos lo sabían: la guerra que se avecinaba no sería la única que tendrían que librar.
/Facepalm/
/Facepalm//Facepalm//Facepalm//Drool/