Las aventuras de la princesa Bella Volt del Imperio de Oro de un gran mundo mágico.
El mundo mágico también incluye las novelas
1) Cambiaré tu historia
2) Una nueva vida para Lilith
3) La identidad secreta del duque
4) Revancha de época
5) Una asistente de otra vida
6) Ariadne una reencarnada diferente
7) Ahora soy una maga sanadora
8) La duquesa odia los clichés
9) Freya, renacida para luchar
10) Volver a vivir
11) Reviví para salvarte
12) Mi Héroe Malvado
13) Hazel elige ser feliz
14) Negocios con el destino
15) Las memorias de Arely
16) La Legión de las sombras y el Reesplandor del Chi
17) Quiero el divorcio
18) Una princesa sin fronteras
19) La noche inolvidable de la marquesa
20) Ni villana, ni santa
21) Salvando a mi Ernesto
** Todas novelas independientes **
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Viaje
Bella partió al anochecer. usó el hechizo de teletransportación con la misma naturalidad con la que alguien cruza una puerta pero en Ernesto aquello dejó un vacío extraño.. verla desaparecer tan rápido lo hizo consciente de lo que enfrentaría al día siguiente.
la princesa debía presentarse primero en el palacio, dar la noticia con sutileza y preparar el terreno. Ella misma lo había dicho con calma antes de marcharse..
Bella: Déjame a mí hablar primero, Ernesto. tú llega mañana, pero confía en mí.
Él asintió, aunque por dentro las dudas lo devoraban.
Al amanecer siguiente, Ernesto emprendió el viaje hacia la capital acompañado de Elysia, Hans y los tres bebés Greenville. La comitiva era más pintoresca de lo que había imaginado: un carruaje amplio para la condesa y los pequeños, y para la asistente, y otro para él y Hans, que iba rígido como una estatua, con los brazos cruzados y un gesto sombrío.
Hans: No entiendo por qué acepté esto El emperador Volt es un hombre que es conocido por lo celoso que es con sus hijas
Ernesto: Porque no quisiste dejar sola a tu esposa
Hans lo fulminó con la mirada, pero no pudo negarlo.El carruaje se detuvo de golpe en medio del camino, levantando una nube de polvo. Ernesto lo miró sorprendido, sujetando con fuerza el borde del asiento Hans, con su ceño fruncido y ese aire de autoridad que rara vez admitía réplica, golpeo dos veces la madera para avisar al cochero.
Hans: Voy a cambiar de carruaje
Ernesto: ¿Qué?¿Por qué?
Hans lo miró como si la respuesta fuera obvia.
Hans: Porque no pienso pasar más horas sentado aquí contigo mientras mi esposa viaja en otro carruaje.. me cambiaré con la asistente.
Elysia, que desde el otro carruaje asomó apenas la cabeza, intentó protestar.
Elysia: ¡Hans, no hace falta! Estoy bien, los niños también…
Pero él ya estaba bajando, sin dar lugar a debate.
Antes de cerrar la puerta, Hans lanzó una sonrisa torcida hacia Ernesto, con esa mezcla de burla y advertencia que tanto lo caracterizaba.
Hans:y no te preocupes, cuñado. La asistente de Elysia se sentará aquí contigo. Solo procura no embarazarla en el viaje.
Ernesto abrió la boca, ofendido y sonrojado al mismo tiempo, sin encontrar palabras para responder.
Elysia: ¡Hans!
Hans subió junto a su esposa con la satisfacción de un hombre que había ganado una pequeña batalla doméstica. Elysia le dio un manotazo suave en el brazo, murmurando algo sobre su falta de vergüenza.
Ernesto, en cambio, quedó en su carruaje, hundido en el asiento mientras la pobre asistente se acomodaba tímidamente frente a él. Tragó saliva, aún ardiendo por dentro.
Los tres pequeños Greenville dormían plácidamente en el carruaje mientras el carruaje avanzaba por el camino empedrado.. Hans, en cambio, estaba lejos de la calma.. se había acomodado demasiado cerca de su esposa, con una mano que buscaba entrelazar la suya y un gesto casi travieso en el rostro.
Elysia: Hans… los niños están aquí
Él la besó apasi0nadamente pero de pronto, el carruaje se detuvo de golpe por segunda vez. El traqueteo sobresaltó a los bebés, que se removieron inquietos. Hans se irguió, molesto, y corrió la cortina de la ventanilla con brusquedad.
Afuera, montado en un corcel oscuro y con una escolta de caballeros, estaba el duque Miller. Su porte altivo no había cambiado en absoluto, y sus ojos brillaban con esa mezcla de ironía y cálculo que siempre lo acompañaba.
Hans:¿Qué diablos haces deteniendo mi carruaje en medio del camino?
El duque arqueó una ceja, divertido.
Duque Miller:Yo podría hacer la misma pregunta, conde Greenville. Hace años que no lo veía, y ahora lo encuentro viajando en caravana, rodeado de niños… ¿tres? ..vaya sorpresa.
Hans apretó los dientes, ya dispuesto a lanzar una respuesta venenosa, pero Elysia le posó una mano firme en el brazo.
Elysia: Hans, compórtate.
Ese simple gesto bastó para frenarlo. El duque Miller lo notó y soltó una carcajada seca.
Duque Miller:No pensé ver el día en que el temible Hans terminara siendo reprendido por su esposa.. aunque debo admitir que nunca te vi sonreir
Hans bufó, desviando la mirada, pero no negó la observación. En el fondo, Elysia sabía que sus hijos habían suavizado parte de su carácter, y que su amor por ella lo mantenía a raya incluso ante sus rivales..
El carruaje seguía detenido y el duque Miller, con gesto serio, dio un paso hacia la ventanilla.
Duque Miller:Estoy buscando a alguien.. Una mujer alta, delgada… cabello rojo. ¿La han visto en el camino?
Hans lo miró con una sonrisa cargada de ironía, esa misma sonrisa que solía usar en los duelos verbales de su juventud.
Hans:Vaya, vaya… ¿No eras tú el que se burlaba de mi? y mírate ahora, buscando desesperado a la tuya..
Hans: Por lo menos yo sé dónde está mi esposa.
Se inclinó hacia Elysia, la tomó de la mano y la besó con descarada lentitud, asegurándose de que Miller lo viera
Hans: esta Aquí, conmigo.
El silencio se tensó por un instante. La escolta del duque evitó mirar directamente, mientras Elysia lo reprendía en voz baja, aunque sus mejillas se habían coloreado por la provocación de su marido..
el duque soltó un resoplido, mezcla de molestia y contención, antes de volver a montar en su caballo.
Duque MilleR: No malgastaré más mi tiempo. Buen viaje, conde Greenville.
Hans lo siguió con la mirada, aún con esa sonrisa satisfecha en los labios, hasta que el retumbar de los cascos se perdió en la lejanía. Luego se recostó en el asiento, evidentemente complacido con su propia victoria verbal.