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capitulo 16 Sin familia.
Sin familia.
Llegué en carruaje real.
Sí, real. Como si eso hiciera alguna diferencia en esta historia donde, spoiler alert, a nadie le importa que haya vuelto. Ni sirvientes, ni hermanitos, ni una madre histérica con cara de indignación. Nada. Silencio absoluto.
Apenas el cochero abrió la puerta, me bajé sola. El portón del condado se abrió con desgano, como si la misma mansión supiera que no valía la pena recibirme con entusiasmo.
Entré.
Y ahí estaba… mi gloriosa “casa”.
La mansión Sherlock. Majestuosa por fuera, podrida por dentro.
Nadie vino a saludarme. Nadie bajó las escaleras gritando mi nombre. Ni una voz. Ni un “¿estás bien?” o un “me alegro que volvieras viva”.
—Qué acogedor —murmuré,
Subí a mi recámara. Igual de impersonal que siempre. Abrí la puerta y suspiré.
—No te preocupes Dahiana que dónde estés , seremos felices no desaprovechare tu cuerpo y tu libertad .
No tenía hambre, pero mi orgullo no alimentaba. Así que me escabullí hasta la cocina. El personal, como siempre, evitaba cruzar miradas. Agarré un poco de pan, queso viejo y manzanas. Cena de realeza, versión despreciada.
Comí en silencio, sentada en el suelo de mármol. Luego subí de nuevo y, sin cambiarme siquiera, me senté sobre la cama con una idea clara: no me iba a quedar en esta casa mucho más tiempo.
En una semana cumpliría dieciocho. Legalmente libre. Bye bye, Condado Sherlock.
Tomé mi valija vacía y empecé a empacar lo poco que tenía. Ropa sencilla, un par de cuadernos, las joyas que había recibido en su cumpleaños. Todos sirven .
No era mucho. Y no era suficiente.
—Necesito un capital —dije en voz baja—. Para una casa. Para un negocio. Para no volver jamás.
Mi mirada se deslizó hacia la puerta entreabierta del pasillo.
La habitación de mamá.
Me escabullí como una sombra. Entré sin hacer ruido. Abrí su joyero. No fui descarada: sólo tomé algunas piezas pequeñas, fáciles de revender. Rellené el fondo con hojas de papel para que hicieran bulto.
Volví a mi recámara y guardé todo.
—Ya sé que es robar —susurré—, pero también sé que si me quedo acá. Tendré un trajico final.
Me senté en el escritorio. Abrí un tintero y escribí lo que tenía atragantado desde que volví de ese circo imperial:
...****************...
Querido padre:
Te odio con toda mi alma. Ojalá te pudras en el infierno.
Querida madre:
No me olvidé de vos. Cuando me muera, voy a volver a estirarte las pestañas, vieja ridícula. Me voy a cobrar esa bofetada.
Adorables hermanitos:
Les deseo que sus novias los engañen y les contagien algo. No sé qué, pero que pique.
Vivan infelizmente en esta casa.
Su encantadora y perfecta hija y hermana,
Dahiana Sherlock.
...****************...
Doblé la carta. La dejé sobre el escritorio, bien visible.
Me acosté sin sacarme ni los zapatos.
Miré el techo. Me ardían los ojos, pero no iba a llorar. No más.
—Ya mañana será un nuevo comienzo —dije en voz baja—. Ya sea bueno... o malo.
Y me dormí. Con el corazón roto, pero con un plan en marcha.