La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo XVII Los pecados de la condesa original
Elena mantuvo su rostro imperturbable mientras se enfrentaba a Miranda de la Garza, la mujer que en su vida pasada había sido la arquitecta de su miseria y que, ahora, por una caprichosa coincidencia, era la madre de su nuevo cuerpo. Alistair observaba la interacción desde un lado, tan silencioso y analítico como un centinela.
—El Conde me informa que el médico ha diagnosticado una amnesia —dijo Miranda, acercándose. Su voz era dulce, pero sus ojos evaluaban a Elena con la misma frialdad que la Miranda original usaba para juzgar el guardarropa de su nuera.
—Así es, Madre —respondió Elena, usando el término formal con cautela—. Una bendición, supongo. Me ha permitido dejar de lado el resentimiento y concentrarme en la estabilidad.
Miranda frunció el ceño. La antigua Elena jamás habría hablado de "estabilidad" y mucho menos habría parecido tan serena en presencia de su esposo. Ella empezó a sospechar, sin embargo, era absurdo pensar que está joven frente a ella no fuera su hija.
—Pero el resentimiento era tu único motor, querida —dijo Miranda con una sonrisa inquietante—. Recuerdo lo difícil que era para ti aceptar las obligaciones de tu posición. Siempre con ese aire de martirio, buscando excusas para irte. Incluso esta última huida fue imprudente y te puso en peligro.
Elena sintió un golpe frío en el estómago. Miranda no solo la estaba criticando, sino que estaba exponiendo el carácter de la Condesa original frente a Alistair. Esto era un intento de sabotaje sutil.
Alistair intervino con una voz glacial.
—Lady Miranda, la salud de mi esposa es mi única preocupación. El médico ha sido claro: necesita evitar el estrés.
—Por supuesto, Conde —replicó Miranda, girándose hacia Alistair con una amabilidad forzada—. Solo quiero ayudar a mi hija a recuperar su identidad. Elena era una joven con grandes pasiones. Recuerdo su profunda amistad con la Señora Dalton. ¡Eran inseparables! ¿La recuerdas, hija?
Elena forzó una sonrisa, sabiendo que pisaba un campo minado.
—Me temo que esa memoria no es prioritaria en mi recuperación. Estoy enfocada en la administración de la Hacienda y en mis deberes sociales.
—Qué pena —suspiró Miranda, fingiendo decepción—. La Señora Dalton conoce todos tus secretos y tus debilidades. Deberías verla. Quizás ella pueda ayudarte a recordar por qué estabas tan decidida a abandonar a tu esposo.
El mensaje era claro: Sé que la Condesa original tenía razones para odiarte, y voy a desenterrarlas, madre.
Miranda había sembrado la semilla de la duda sobre el pasado de la Condesa original. Tras la salida de Miranda, Alistair miró a Elena con una intensidad que no le permitía mentir.
—¿A qué se refería su madre con que "buscaba excusas para irse"? —preguntó Alistair, su tono seco.
Elena se encogió de hombros, usando la verdad de la amnesia como su defensa más fuerte.
—No tengo idea, Conde. Pero me parece que mi madre es como la Baronesa Valeska: no está interesada en mi bienestar, sino en desestabilizar nuestro matrimonio.
—Usted me ha dicho que no guarda rencor, Elena. Pero su pasado sí guarda rencor —dijo Alistair, cruzándose de brazos—. Si hay secretos, serán revelados. Y si esos secretos amenazan la paz... la Tercera Regla habrá sido en vano.
El desafío de Elena ahora era doble: gestionar el presente y defenderse de un pasado ajeno que se acercaba peligrosamente.
La amenaza de Miranda sobre la Señora Dalton no tardó en materializarse. Al día siguiente, una misiva elegante llegó a la Hacienda, invitando a Elena a un almuerzo privado con su "amiga". Elena supo, por el estilo de la letra, que la invitación no venía de Dalton, sino de la Baronesa Valeska, que ya había puesto en marcha su nuevo plan de ataque.
Elena, vestida con un traje de seda de color suave para simular inocencia, se reunió con Juliana Dalton en un discreto salón de té. Juliana era una mujer nerviosa y delgada, con ojos ansiosos que constantemente buscaban la puerta.
—Elena, querida, me alegra tanto verte bien —dijo Juliana, pero su voz temblaba.
—Juliana, es un placer. Lamento no recordarte —dijo Elena, ofreciendo su amnesia como una disculpa permanente.
El almuerzo comenzó con trivialidades, pero Juliana, bajo la presión visible de la Baronesa Valeska (que había orquestado el encuentro y probablemente la observaba), fue directamente al grano.
—Elena, sé que no recuerdas nada, pero tienes que saberlo. Antes del matrimonio con Alistair, tú... estabas profundamente enamorada de otro hombre.
El tenedor cayó de las manos de Elena. Ella lo había sospechado. La antigua Condesa no solo odiaba a Alistair; lo despreciaba por haberla forzado a renunciar a su amor.
—¿Enamorado? ¿Quién era? —preguntó Elena, manteniendo la calma con un esfuerzo sobrehumano.
—El Capitán Leo Thorne. Era un plebeyo, pero un oficial muy valiente. Tu familia te obligó a dejarlo para casarte con el Conde y asegurar el pacto de paz. Tú solo aceptaste el matrimonio con una condición: que Alistair te prometiera la libertad de un divorcio cuando los reinos estuvieran seguros.
Elena sintió que su mundo se tambaleaba. Alistair no era el Conde de Hielo que forzaba el matrimonio por crueldad; él lo había aceptado como un sacrificio político y le había ofrecido una promesa de salida. ¡Él no la había traicionado, la Condesa original lo había usado!
Juliana, viendo el shock en el rostro de Elena, se atrevió a dar el golpe final.
—Y hay algo más. Tú y Leo… se veían en secreto después de la boda. Tú le escribías cartas a Leo, prometiéndole que un día huirías para ir con él.
La verdad era un puñal. La fuga fatal de la Condesa original no había sido un arrebato, sino el cumplimiento de una promesa hecha a su amante. Y ahora, Alistair tenía la prueba de que su esposa, incluso después del matrimonio, había mantenido un amorío secreto.
—¿Dónde están esas cartas? —preguntó Elena con voz seca, el pánico helando su sangre.
—No sé, pero Valeska dijo que si las encontraba, las usaría para destruirte. Ella sabe que si Alistair encuentra esas pruebas, no solo se divorciará, sino que el escándalo pondrá en peligro el pacto de paz y el futuro de Leo.
Elena se levantó, su mente de estratega trabajando a velocidad supersónica. Valeska no solo buscaba el divorcio; buscaba la destrucción total.
—Gracias, Juliana. Ahora, por favor, olvida esta conversación y olvídate de la Baronesa —ordenó Elena con una seriedad que la otra mujer no pudo ignorar.
Elena salió del salón de té, su elegante fachada oculta una determinación feroz. El desafío había escalado. No era solo conquistar a Alistair; era encontrar las cartas de la traición antes de que Valeska lo hiciera.
El fantasma del Capitán Leo Thorne era ahora el mayor enemigo de su matrimonio.