MI DESTINO ERES TU

CAPÍTULO 16

La noticia sobre el descubrimiento de petróleo en el antiguo Rancho Palacios se difundió rápidamente. En menos de un día, llegaron autoridades, ingenieros y un gran número de abogados interesados en representar a los herederos. Félix, fiel a su naturaleza reservada pero astuta, escuchó todas las ofertas con atención, pero solo un bufete de abogados logró generarle confianza.

Se firmaron contratos, se confirmaron los títulos, y un mes después, el dinero apareció.

Un solo cheque con una gran cantidad de ceros…

El patrimonio de generaciones ahora tenía valor en el mercado, y eso podría significar bien o mal, según quién lo manejara. Félix, Isaura y Alfredo —su sobrino— recibieron el dinero equitativamente. Sergio, como siempre, se inmiscuyó donde no lo llamaban.

—Es momento de invertir —dijo sonriendo de una manera que parecía peligrosa—. Podemos hacer crecer esta fortuna.

Isaura, impresionada por la cifra, asintió sin pensar. Compraron una mansión lujosa en la ciudad y abandonaron el campo tan fácilmente como uno se quita los zapatos al regresar a casa. Para ella, el rancho ya no representaba un hogar… era solo un punto en la historia.

Félix, por otro lado, regresó a sus orígenes. Compró un nuevo terreno al sur del departamento, más extenso, con pasto fértil y su propio pozo de agua. Movió el mausoleo familiar con el respeto que merecían sus padres y mandó construir una casa idéntica a la que conoció de niño.

Cambió el nombre del lugar a Rancho Palacios.

Los trabajadores leales, que habían estado a su lado incluso durante las dificultades, recibieron bonificaciones y nuevas viviendas. Con el resto del dinero, Félix estableció una empresa para invertir en agricultura. Ya no solo era un hombre de campo: se convirtió en un empresario adinerado que seguía vistiendo botas y sombrero.

Sin embargo, no todos lo entendían.

Una tarde, al visitar por última vez el antiguo rancho antes de que comenzaran las obras de extracción de petróleo, tuvo una conversación con su hermana, que recogía sus ultimas pertenencias.

Isaura, usando ropa de marca y gafas oscuras, lo recibió con desdén.

—¿Qué haces aquí, Félix? Yo ya no estoy en este pueblo —dijo sin mirarlo—. ¿Vienes a ver si dejamos algo sin firmar?

—Vine a conversar contigo. —respondió con firmeza—. He recibido informes de los bancos. Estás haciendo demasiados retiros. Compraste un auto nuevo, joyas, renovaste la casa de los abuelos de Alfredo y ahora Sergio quiere abrir un restaurante… ¿Estás bien?

Isaura sonrió con desdén.

—¿Desde cuándo tengo que explicarte mis asuntos?

—No es eso. Solo… cuida lo que tienes, Isaura. El dinero desaparece más rápido de lo que piensas. Y Sergio… —se detuvo— ese hombre solo piensa en sí mismo.

—¡No te atrevas a criticar a mi marido!

—No me involucro —respondió él, mirándola con desilusión—. Solo menciono lo evidente, algo que te niegas a aceptar. No quiero que termines dependiendo de otros.

Isaura cruzó los brazos.

—Siempre fuiste el favorito, ¿verdad? El ideal, el responsable, el que todo lo tiene claro. Pero permíteme decirte algo, Félix: yo también merezco vivir a mi manera. Y si decido gastar todo mi dinero, lo haré.

Félix la observó, herido.

—Haz lo que desees, Isaura. Pero ten en cuenta que el apellido Palacios no es solo una herencia, es una carga. No lo dañes.

Se dio la vuelta y se fue, dejando atrás la finca… y a su hermana, más sola de lo que pensaba. Pasaron los días, y Félix se dedicó a su nueva casa, a sus trabajadores y a su negocio, una vez al mes, viajaba a la ciudad para revisar las cuentas y supervisar las inversiones, no le gustaba el ruido, pero cumplía con su obligación.

Hasta que un día, el destino le presentó a un ángel.

Conducía por una carretera secundaria cuando vio un coche detenido al borde. Una mujer embarazada intentaba, sin éxito, abrir el maletero.

Detuvo su coche sin pensarlo.

—¿Está bien, señora?

Ella se volvió. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre sus hombros. Tenía una expresión tensa, pero dulce… y una barriga que hablaba por sí misma.

—Gracias. Llamé a una grúa, pero no llegan. ¿Podría llevarme a la ciudad? Solo si no es inconveniente.

—No es ningún problema. Pero primero, permítame revisar su llanta.

Aurora miró cómo ese hombre de manos firmes y mirada intensa cambiaba su llanta en pocos minutos.

Tenía un aspecto rudo, sí… pero también poseía una amabilidad que la desarmó.

—Listo —dijo él, secándose el sudor con el dorso de la mano—. Puede conducir, pero le aconsejo que descanse. Con su embarazo, no debería ir sola.

—Estoy divorciada —respondió ella, bajando la mirada, no entendía porque conto aquello, pero el hombre le inspiro confianza—. Me las arreglo como puedo.

Él asintió, respetando su sufrimiento.

—¿Nos volveremos a encontrar?

Aurora lo miró, con una sonrisa quebrada, pero sincera.

—Quizás… si la vida lo desea.

Soy Aurora. Aurora Madrigal.

—Félix Palacios —dijo él, estrechando su mano.

Y en ese momento, ambos sintieron algo.

No fue amor.

Ni atracción.

Fue… una profunda paz.

Como si, al fin, el alma hubiera encontrado un hogar. Subieron a sus autos y se fueron en direcciones opuestas. Pero sus pensamientos ya estaban viajando juntos.

—Qué mujer tan fuerte —pensó Félix—.

¿Dónde has estado todo este tiempo?

Y por primera vez en mucho tiempo, esperó con esperanza que el destino volviera a reunirlos.