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Cuando Cese La Tempestad.

Cuando Cese La Tempestad.

Status: En proceso
Genre:Amor en la guerra / Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:529
Nilai: 5
nombre de autor: Sofia Mercedes Romero

Un hombre que a puño de espada y poderes mágicos lo había conseguido todo. Pero al llegar a la capital de Valtoria, una propuesta de matrimonio cambiará su vida para siempre.
El destino los pondrá a prueba revelando cuánto están dispuestos a perder y soportar para ganar aquella lucha interna de su alma gemela.

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capitulo 9

Partieron rumbo a Eldrador, la tierra oscura de los Caballeros Negros. Avanzaban con la disciplina implacable de un ejército, el único sonido que rompía el silencio era el golpeteo de los cascos sobre la tierra reseca y el crujido de la armadura bajo el peso del amanecer.

Mita y Aria caminaban tras Riven. Mita no apartaba los ojos de la joven, como si esperara que, en cualquier instante, algo terrible pudiera suceder. Riven, que parecía contenerse para no dejarles atrás, frunció el ceño.

—Vengan. Las subiré a un caballo o no llegaremos nunca —ordenó, su voz grave como un trueno contenido.

Se adelantó, pero Mita se interpuso, su tono firme como una muralla.

—No puede hacerlo.

Riven arqueó una ceja, la curiosidad dibujando una ligera sombra de intriga en su rostro. Aria, apenas audible bajo el velo, murmuró a Mita:

—Él no lo sabe… no sabe quién soy.

La tensión en el rostro de Mita oscilaba entre el miedo y una amarga ironía. Riven dirigió la pregunta directamente a Aria.

—¿Por qué no puedes?

Aria no podía revelar su verdad, exponerla sería un sacrilegio. Tampoco podía pedirle a Mita que mintiera… pero lo hizo, para salvarla.

—Me… me asustan los caballos —susurró.

—Le teme a los caballos —repitió Mita, con frialdad.

Riven endureció el gesto.

—¿Por qué respondes por ella? —Su figura se inclinó, imponente, sobre Aria, su sombra cubriéndola entera—. ¿Acaso no puedes hablar?

—No. No puede —cortó Mita.

Bajo la negrura del velo, Aria sintió el peso de su decepción. Hubiera querido advertirle de lo que llevaba consigo, que solo arrastraría desgracias a su vida. Pero guardó silencio.

Riven volvió al frente. La noche se desangraba lentamente y una primera línea dorada se asomaba por el horizonte. Aria se detuvo de golpe. El caballero que marchaba detrás frenó en seco.

—¿Qué sucede? —preguntó, desconfiado.

Mita siguió la dirección de la mirada de Aria. Allí, el sol nacía, tiñendo de fuego los bordes del mundo. Hacía trece años que Aria no lo veía. Sintió la brisa cálida atravesar su velo y su túnica. Nadie podía ver sus lágrimas, pero caían sin freno, mojándole las mejillas.

—Es hermoso… —murmuró para sí.

—¡No se detengan! Pronto entraremos al bosque —tronó una voz desde la cabeza del batallón.

Riven regresó al centro de la formación, sus ojos fijos en ellas.

—A partir de ahora, no se detengan, no se alejen… y no hagan nada estúpido.

En el horizonte, el bosque oscuro crecía como una herida negra en la tierra. Mita, agotada, dejó escapar un leve quejido. Ember, desde su caballo, sonrió con malicia.

—¿Por qué no te quitas eso de la cara? Quizá respires mejor.

—Ocúpate de lo tuyo —replicó Mita sin mirarlo.

Él soltó una carcajada baja.

—Quizá eres una gárgola… o tan fea que no quieres mostrar tu rostro.

Mita se detuvo. Sus pasos levantaron un polvo fino que el viento arrastró lentamente. Se colocó frente al caballo del hombre y, con calma deliberada, alzó su velo. Su piel era pálida, su cabello castaño y corto, sus ojos, café oscuro, brillaban con una mezcla de desafío y cansancio. Ember apartó la vista, incómodo.

—Espero no haberte asustado, grandote —dijo Mita, esbozando una sonrisa que no llegaba a sus ojos, antes de reanudar la marcha.

—Si no eres tan fea como pensaba… ¿por qué usan eso? —preguntó él, aún intrigado.

Mita no volteó. Su respuesta fue seca, pero cargada de un misterio que hizo callar incluso a Ember.

—Pronto lo sabrán.

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