El Horizonte de Nosotros es una cautivadora historia que explora las complejidades del amor y la identidad. Chris, un joven profesor de cosmología, vive atrapado en un conflicto interno: su homosexualidad reprimida choca con los rígidos prejuicios impuestos por sus creencias religiosas. Su vida dará un giro inesperado cuando conozca a Adrián, un hombre carismático y extrovertido que, a pesar de ser padre de un niño pequeño, descubre en Chris algo que lo atrae profundamente.
En este encuentro de mundos opuestos, ambos se verán enfrentados a sus propios miedos y deseos. ¿Podrá Chris superar sus barreras internas y abrirse al amor que le ofrece Adrián, o será consumido por la culpa y la autonegación, conduciendo a su autodestrucción?
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Lecciones aprendidas
El timbre sonó insistentemente aquella tarde de domingo. Adrian ya sabía quién era antes de abrir la puerta - solo Valeria tocaba así, como si quisiera arrancar el timbre de la pared. Al abrir, ella entró como un vendaval, su cabello negro ondeando tras ella, los ojos brillantes de determinación.
"Vengo por mi hijo," anunció sin preámbulos. "Lo llevaré al parque de diversiones."
Adrian se apoyó en el marco de la puerta, cruzando los brazos. "¿Ahora sí te acuerdas de él? Hace tres semanas que no vienes a verlo."
"He estado ocupada," se defendió Valeria, aunque un ligero rubor traicionó su vergüenza. "Además, no tienes derecho a reclamarme nada.
La voz de Valeria se elevó con cada palabra, haciendo eco en el pasillo. Adrian cerró la puerta tras ella, consciente de los vecinos curiosos.
Valeria sacó su teléfono y le mostró una foto a Adrian. "¿Y esto qué es? ¿Quién es ese hombre con el que apareces en el lago?"
Adrian observó la imagen: él y Chris, , sentados en el muelle durante el último fin de semana. Sonrió levemente, lo que pareció enfurecer más a Valeria.
"¿Te parece gracioso? ¿Es tu novio?" preguntó ella con tono burlón, pero había algo más en su voz... ¿miedo? ¿confusión?
El silencio de Adrian fue más elocuente que cualquier respuesta. Valeria retrocedió un paso, como si la hubieran golpeado.
"No puede ser, Adrian... ¿tan mal te fue conmigo que ahora me cambiaste por un hombre?"
"Es un amigo," respondió él finalmente, enderezándose. "Pero incluso si fuera algo más, Valeria, tú te fuiste. Te fuiste por otro, ¿recuerdas? No vengas ahora con reclamos sobre con quién rehago mi vida."
"¡Me importa mucho! No quiero que mi hijo se junte con esa clase de gente."
"¿Esa clase de gente?" La voz de Adrian se volvió fría como el hielo. "¿La clase de gente que está aquí todos los días? ¿La que lo cuida cuando está enfermo? ¿La que recuerda sus alergias y sus miedos? No me vengas con esas cosas, Valeria. No tienes moral para objetar a nadie."
El sonido de una puerta abriéndose los interrumpió. El niño apareció en el pasillo, su mochila de superhéroes ya puesta, mirándolos con esos ojos grandes y oscuros que parecían entender más de lo que debería un niño de seis años.
"¿Nos vamos al parque, mami?" preguntó con voz suave.
La tensión en el ambiente se disipó instantáneamente, como suele suceder cuando los adultos recuerdan que hay niños presentes. Valeria se agachó para abrazarlo, mientras Adrian comenzaba a recitar la lista de cuidados:
"Tiene que tomar su medicina a las cuatro, no puede comer chocolate, y por favor, contesta el teléfono si te llamo. No confío en que..."
"¿Que lo cuide tan bien como tú?" completó Valeria, con una mezcla de amargura y culpa en su voz. "Lo sé, Adrian. Lo sé."
Mientras los veía alejarse por el pasillo, Adrian se preguntó cuántas veces más tendrían que repetir esta escena, cuántas heridas viejas tendrían que reabrir antes de aprender a ser los padres que Matías necesitaba.
La tarde apenas comenzaba, y ya sentía que había vivido un día entero. Sacó su teléfono y miró la foto que había causado tanto revuelo. En ella, Chris y él sonreían despreocupadamente al atardecer. Era una imagen hermosa, pensó, no por lo que Valeria había imaginado, sino por lo que realmente representaba: la libertad de ser uno mismo, sin disculpas ni explicaciones.
El día en el parque de diversiones comenzó lleno de risas y algodón de azúcar. Valeria observaba a su hijo correr de atracción en atracción, su sonrisa iluminando todo a su paso. Sin embargo, a media tarde, algo cambió. El niño comenzó a respirar con dificultad después de un juego particularmente emocionante.
"Mami... mi pecho..." susurró, su pequeña mano aferrándose a su camiseta.
El pánico se apoderó de Valeria cuando buscó en la mochila y se dio cuenta: el inhalador no estaba allí. En medio de la discusión con Adrian, de sus celos infundados y su orgullo herido, nadie había verificado que llevaran el medicamento para el asma.
Los minutos siguientes fueron un torbellino. La respiración de Matías se volvía cada vez más trabajosa. Los paramédicos del parque actuaron rápido, pero necesitaban el inhalador. La ambulancia llegó en lo que pareció una eternidad, mientras Valeria sostenía a su hijo, susurrándole palabras de aliento, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
En la sala de emergencias, mientras los médicos atendían al niño, Valeria se derrumbó en una silla, las lágrimas corriendo libremente por sus mejillas. Adrian llegó minutos después, con el inhalador en mano y el terror dibujado en su rostro. A su lado, Chris, el hombre de la foto del lago, llevaba una mochila con las medicinas adicionales de Matías.
"¿Cómo está?" preguntó Adrian, su voz temblando.
"Lo están estabilizando," respondió ella, notando por primera vez cómo Chris colocaba una mano reconfortante en el hombro de Adrian, un gesto tan natural y lleno de cariño que hizo que algo se removiera en su interior.
Cuando finalmente pudieron ver a su hijo, ya estable y respirando normalmente, Valeria sintió que algo fundamental había cambiado dentro de ella. Observó cómo el niño sonreía al ver a Chris junto a su padre, cómo sus ojos se iluminaban cuando el hombre sacó de la mochila su libro de cuentos favorito.
"Lo siento," susurró Valeria a Adrian mientras Chris leía a Matías. "No solo por hoy... por todo."
"Somos sus padres," respondió Adrian suavemente. "Tenemos que hacerlo mejor."
"Sí," asintió ella, mirando la escena frente a ellos. "Necesitamos dejar de pelear y empezar a ser un equipo. Y yo... yo necesito entender que tu felicidad también es importante para la felicidad de nuestro hijo."
El monitor cardíaco marcaba un ritmo constante y tranquilo, como si fuera la banda sonora de este momento de claridad.
"¿Podemos intentarlo?" preguntó ella. "¿Ser verdaderos co-padres? Sin celos, sin prejuicios, solo... poniendo a nuestro hijo primero."
Adrian asintió, y por primera vez en mucho tiempo, la sonrisa que compartieron fue genuina.
Ame.