La Reina Oculta

Sebastián, aún embriagado por el olor de Emma, mantenía su rostro cerca de su cuello, sus colmillos apenas tocaban su piel, como si quisiera saborearla, pero su voluntad se mantenía a duras penas. Emma sintió cómo su cuerpo respondía involuntariamente a su cercanía, a la intensidad de su presencia. La respiración de Sebastián era profunda y rasposa, como si luchara contra algo más que su lobo.

Emma observó a Marcus y pudo ver que se estaba comunicando con su hermano. Entonces, algo en su postura cambió. Sebastián se apartó lentamente, emitiendo un leve gruñido de frustración. Sus ojos, que ahora eran un abismo de deseo contenido, no se apartaron de ella ni un segundo.

—No te marcaré, Emma. —La voz de Sebastián era grave, llena de una tensión palpable. —Pero nos darás la oportunidad de explicarnos.

Emma lo observó, con su cuerpo aún rígido y el corazón acelerado. No podía negarlo, su cuerpo había reaccionado a ellos, de una forma que no aceptaba completamente. Sus ojos viajaron hacia Marcus, quien estaba a su lado, mucho más cerca de lo que esperaba, pero sin la misma intensidad de antes. Parecía más controlado ahora, aunque algo en su mirada mostraba que aún había una batalla interna.

Emma solo asintió con la cabeza, confundida por las emociones que se despertaron en ella, pero se mantuvo firme. Ambos se separaron de ella, dejándola respirar con mayor facilidad, y se sentaron en los sofás de la sala. Marcus fue el primero en hablar, con un tono grave, y sincero:

—Desde que desapareciste, nuestros lobos han estado más presentes, y cada día es más difícil controlarlos. Cuando te encontramos, ellos insistieron en que debíamos marcarte. —Su voz cambio ligeramente, como si esa revelación le pesara. —Y cuando insinuaste que te irías con otro, que alguien más te tocaría… casi perdimos el control. No lo vuelvas a decir. — concluyó con tono firme.

Emma, aún furiosa pero también confundida, mantuvo su postura erguida, impidiendo mostrar lo que realmente sentía. No podía negar que su cuerpo reaccionaba a ellos, aunque no quisiera y se resistiera, así era. Solo quería salir de ahí, alejarse de esa situación tan cargada. Pero la leve sonrisa de Marcus, aquella que no había visto antes, hizo que se diera cuenta de que él sabía exactamente cómo se sentía, lo que provocaban en su cuerpo.

Entonces sus ojos se encontraron con los de Sebastián. El deseo reflejado en ellos era palpable, y Emma sintió cómo su cuerpo se tensaba, cómo su loba respondía, aunque se maldijo por permitirlo.

Fue Sebastián quien rompió el silencio nuevamente, su voz era firme y grave, como si estuviera luchando contra una decisión que le costaba aceptar:

—Astrid es nuestra compañera elegida. —Las palabras cayeron como dagas sobre Emma. —Pero no por nosotros. El Concejo la eligió para nosotros cuando cumplimos diecinueve años y aún no encontrábamos a nuestra compañera. Durante tres años la rechazamos, pospusimos nuestro nombramiento todo lo que pudimos. Pero después del último enfrentamiento, no tuvimos otra opción.

Emma lo miró fijamente, el rostro de Sebastián reflejaba tristeza, furia, impotencia, emociones tan crudas que la hicieron cuestionarse todo. Fue Marcus quien continuó, con un tono más tranquilo, pero igualmente cargado de gravedad.

—Un rey alfa necesita ascender con su luna a su lado. A diferencia de los alfas comunes, que al principio pueden gobernar sin su compañera, nosotros no tenemos esa opción. —Marcus la miró a los ojos, con una intensidad que dejó claro que estaba dispuesto a compartir la verdad. — ¿Sabías eso?

Emma se detuvo por un momento, asimilando lo que acababa de escuchar. Asintió, pero luego negó con la cabeza.

—Escuché rumores, pero… todo el mundo lo negaba. Se dice que los reyes alfas siempre encuentran a su compañera antes de tomar el trono.

Una risa sin humor se escapó de los labios de Marcus.

—Tienes mucho que aprender, pequeña fiera.

—Entiendo que hayan tenido que aceptar a Astrid, — respondió Emma intentando ignorar el apelativo que había usado Marcus —pero… ¿por qué no aceptaron mi rechazo?

Marcus la miró fijamente, y por un segundo, pareció como si esa simple pregunta lo hubiera lastimado.

—No podemos. Realmente no tienes idea de lo que significas para nosotros. Hasta antes de verte, pensábamos que sería fácil rechazar a nuestra compañera, si alguna vez la encontrábamos… —Suspiró, como si las palabras le dolieran. —Pero en el momento en que te vimos en esa fiesta, lo supimos. No podíamos, ni queríamos rechazarte. Cuando fuiste a enfrentarnos, Astrid estaba cerca. Estaba observando. Por eso no pudimos explicarte nada en ese momento, pero tampoco podíamos permitir que nos rechazaras. Necesitábamos tiempo, Emma. Tiempo para mostrarte lo que te queremos y para que nos escucharas. Pero no nos diste esa oportunidad.

Emma sintió un nudo en el estómago, todo parecía más complicado de lo que había imaginado. No sabía si confiar en ellos, o si estaban intentando manipularla para ganarse su favor. Pero la necesidad de respuestas, y su instinto de supervivencia, la impulsaron a seguir preguntando.

—¿Por qué se llevaron a mis padres?

Fue Sebastián quien respondió, su voz era más baja, pero llena de tensión.

—Cuando escapaste y desapareciste, te buscamos por todos lados. No podíamos encontrarte. En ese momento, nuestros lobos estaban fuera de control. Sabíamos que no volverías con nosotros… —Dejó escapar un respiro profundo, con una sonrisa ladina, de algo que parecía orgullo. —Aunque no te conocíamos, sabíamos de tu temperamento, tu fuerza. Lo supimos desde el momento en que nos enfrentaste.

Marcus intervino con un tono serio.

—No sabíamos quién podía ser un espía o quién podría traicionarnos. Tuvo que ser así. Pero, para tu tranquilidad, tus padres nunca fueron maltratados. Ellos vinieron con nosotros voluntariamente.

Emma los miró con incredulidad.

—¿Voluntariamente? —El sarcasmo en su voz era palpable. —¡La cabaña estaba destrozada, todo estaba roto!.

Marcus la seguía observando, sin apartar la vista de ella.

—Eso fue un acto para hacer todo más creíble.

Emma se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras que acababa de escuchar. Algo en su interior no lograba creerles completamente, pero tampoco podía ignorar que las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar.

Decidió no mostrar su inseguridad y, en lugar de eso, adoptó una postura más relajada, casi como si creyera realmente lo que le decían.

—Entonces ¿dejarán libres a mis padres?

Los gemelos se miraron entre sí, antes de que Sebastián hablara, con voz grave y con un toque de resignación:

—No podemos, Emma. Ellos son fuertes, pero no saben lo que enfrentan.

Emma se puso tensa, su cuerpo se puso a la defensiva en un instante, “no me equivoque”, pensó. No debía bajar la guardia con los gemelos Krell.

—No quiero palabras. Si realmente quieren que les crea, quiero a mis padres.

Marcus intentó calmarla.

—Puedes verlos cuando quieras. Pero, por ahora, estarán bajo nuestra protección.

Emma, con una sonrisa carente de emocion, dejó escapar un suspiro.

—Déjenme adivinar, ¿tengo que ir con ustedes a su manada?

Marcus la miró, resignado. Y por primera vez cedió ante ella.

—Está bien. Traeremos a tus padres. Pero tendrás seguridad, toda la manada estará custodiada. No podemos permitir que algo te pase.

Las palabras de Marcus resonaron dentro de ella, removiendo algo profundo en su interior. Pero, a pesar de lo que sentía, se mantuvo firme. Se puso de pie y, queriendo escapar de ellos, les dijo:

—Tengo que ir a ver a Kattie.

Ambos se levantaron rápidamente para acompañarla, pero ella se dio vuelta y los miró deteniéndolos:

—La manada está custodiada y cerrada. Nada me puede pasar. Volveremos a hablar cuando mis padres estén conmigo.

No muy contento, Sebastián, con un tono que no dejaba lugar a réplicas, le informó:

—Viviremos en tu casa.

Marcus, con un suspiro, añadió:

—Te esperaremos para almorzar. No tardes en volver. Aún tenemos que hablar.

Emma les dedicó una última mirada antes de girarse y salir de la habitación, dejando atrás a los gemelos en silencio, con un millón de pensamientos cruzando por su mente.