¿ Que ya no me amas?... esa es la manera en que justificas tú cobarde deslealtad... Lavender no podía creerlo, su esposo, su amado esposo le había traicionado de la peor forma. Ahora no solo quedaba divorciarse, sino también vengarse.
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Capitulo 8
—La princesa informó que el dinero destinado a la Duquesa ha sido entregado con éxito.—Dijo Conrad, el asistente del príncipe Silver —añadió con una leve inclinación de cabeza, mientras sostenía una agenda entre sus manos—. También, en relación a la Duquesa, esta vez planea celebrar su cumpleaños con una fiesta.
—Eso es inesperado... —murmuró Silver, reclinándose en su sillón de cuero, sus ojos de un rojo intenso perdidos en el vacío. Sus dedos acariciaron distraídamente el borde de una copa de vino medio vacía. —¿Qué podría regalarte? —susurró para sí mismo, como si el peso de la pregunta lo consumiera.
—Alteza, afuera espera la señorita Vianney, hija del Marqués Vianney. No debería hacerla esperar más, es uno de los mejores partidos que han venido a usted...—sugirió el asistente, con una voz que intentaba mantenerse firme pero que delataba un dejo de nerviosismo.
Los ojos rojos de Silver se clavaron en el hombre, penetrantes como dagas, haciendo que un escalofrío recorriera la espalda del asistente. —Lo siento, Alteza. Fui presuntuoso —se apresuró a decir, bajando la mirada y ajustando los lentes sobre su nariz.
El asistente sabía que actuar de manera tan atrevida no era común en él, pero la situación lo exigía. Hacía dos años que el príncipe Silver había viajado al reino natal de su madre, la fallecida reina Cordelia Reizen, Nazart. Supuestamente, el viaje tenía como objetivo encontrar una esposa adecuada, alguien que ofreciera una alianza conveniente para Tarcia y que lo consolidara como el heredero al trono. Sin embargo, Silver no había mostrado el más mínimo interés en ese propósito. Cada vez que tenía una reunión con una dama, o la posponía sin miramientos, o demostraba tan abiertamente su desinterés que terminaba por desanimar a cualquiera. Para el asistente, estaba claro que el príncipe no tenía intenciones de encontrar una esposa.
Conrad conocía el verdadero motivo por el cual Silver había ido a Nazart. Todo se debía a la Duquesa de Lehman y la obsesión que creía el principe Silver tenía con ella. El príncipe había huido porque no soportaba verla con otro hombre. Esa era la verdad, una verdad que Silver llevaba oculta bajo una máscara de indiferencia y frialdad.
Conrad suspiró, revisando la agenda que sostenía entre sus manos. En las páginas, el nombre de la Duquesa se repetía una y otra vez, como un eco persistente. Había informes detallados sobre ella: qué comía, qué hacía, a quién veía, si había hecho algo fuera de lo habitual. Conrad sabía que, como mínimo, aquello estaba muy mal y no era precisamente legal. Sin embargo, ¿quién se atrevería a cuestionar a Silver Bregman, el hombre más temido de Tarcia? Aquel que había llevado a la victoria al reino sobre la barbarie de los Karman. Pero Silver resultaba tan brutal que incluso la nobleza de Tarcia lo comparaba con los Karman, murmurando que parecía más uno de ellos que un noble príncipe del Reino.
A pesar de todo, Conrad estaba decidido a hacer que el príncipe olvidara a la Duquesa y se tomara en serio su papel como pretendiente a la corona. Veía en Silver todas las capacidades para ser un gran rey, pero sabía que no sería una tarea fácil. El corazón de Silver estaba atrapado en una red de emociones que ni siquiera él mismo parecía comprender del todo.
La mansión de los Mayflield brillaba con una elegancia sin igual. Las luces de los candelabros reflejaban destellos dorados sobre los tapices bordados, y el aroma a flores frescas inundaba el aire. Lyana Mayflield, la Marquesa de Mayflield, había organizado una gran celebración para conmemorar su vigésimo quinto aniversario de matrimonio con el Marques Argus Mayflield. La pareja era ampliamente respetada, no solo por su linaje noble, sino también por su contribución durante la guerra contra Karman. Habían sido proveedores de grano y soldados, un apoyo crucial que les había valido el reconocimiento de toda la alta sociedad. Por eso, Lavender se sorprendió cuando Maxon, le anunció que no la acompañaría a la celebración.
—No podré asistir —dijo Maxon con tono desinteresado, sin dar mayores explicaciones.
Lavender intentó convencerse de que su ausencia se debía a su reciente obsesión con la mina de Cerçia. Sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de decepción al reconocer que Maxon no había dado ninguna razón clara, más aún, porque esa no era una actitud a la que Lavender estuviera acostumbrada. Sabía que, al menos alguien del Ducado Lehman debía presentarse, o sería visto como una falta de respeto hacia los Mayflield. Así que, con la cabeza en alto y un vestido de seda azul que resaltaba su elegancia natural, Lavender acudió sola a la fiesta.
Al llegar, fue recibida con una cálida sonrisa por la Marquesa Lyana y el Marques Argus. Lavender se disculpó profundamente por la ausencia de Maxon, explicando que sus deberes lo mantenían ocupado. La Marquesa, con una amabilidad que parecía genuina, la invitó a pasar a un salón especialmente preparado para las damas invitadas. Allí, entre risas y murmullos, se encontraban muchas damas de la nobleza de Tarcia. Lavender reconoció a varias de ellas, pero fue el rostro de su amiga Violett el que le arrancó una suave sonrisa.
—¡Lavender! —exclamó Violett, haciendo espacio a su lado—. Me alegra que hayas venido.
Lavender tomó asiento junto a su amiga, sintiendo un breve momento de tranquilidad. Sin embargo, no tardó en notar la presencia de la baronesa Meredith Wagner, madre de Violett, sentada al otro extremo de la mesa. Lavender sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que Meredith intentara humillarla por su origen plebeyo, como intentaba hacer en cada ocasión en la que se encontraban.
—Ah, la Duquesa Lehman —dijo Meredith con una sonrisa condescendiente, alzando su taza de té—. Qué… interesante verte aquí. Uno nunca sabe cuándo aparecerás en estos eventos, como si fueras una sombra que se cuela donde no pertenece.
Un silencio incómodo cayó sobre la mesa. Violett bajó la mirada, claramente avergonzada por las palabras de su madre. Lavender, sin embargo, mantuvo la compostura. Con una sonrisa serena, respondió:
—Baronesa Wagner, siempre es un placer escuchar sus… ingeniosos comentarios. Aunque, si me lo permite, creo que las sombras suelen ser más discretas. Yo, en cambio, ¿le parezco discreta?
Algunas damas soltaron risitas ahogadas, mientras otras fruncieron el ceño, apoyando a Meredith con miradas de desaprobación. La baronesa, sin inmutarse, continuó:
—Es admirable que hayas venido sola, Duquesa —comentó Meredith, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. No es fácil para alguien... de tus orígenes codearse con la nobleza, supongo...
Violett, incómoda, susurró una disculpa a Lavender, pero esta le apretó suavemente la mano en señal de que no había de qué preocuparse. Lavender tomó un sorbo de té antes de responder:
—La nobleza, baronesa, no se mide solo por la sangre, sino por las acciones. Aunque, si me lo permite, creo que el verdadero honor es poder contribuir al bienestar de nuestro Reino, sin importar el origen de cada uno. Al fin y al cabo, fueron personas de todos los estratos quienes ayudaron a construir este Reino y ser lo que es hoy, ¿no es así?
La tensión en la mesa era palpable. Algunas damas intercambiaron miradas de sorpresa, mientras otras asentían discretamente, impresionadas por la elegancia con la que Lavender había respondido. La Marquesa Lyana, que hasta entonces había permanecido en silencio, observando la escena con interés, decidió intervenir.
—Qué refrescante es escuchar una perspectiva tan… iluminada —dijo Lyana, dirigiéndose a Lavender con una sonrisa cálida—. La verdadera nobleza, como bien dices, se demuestra en la forma en que tratamos a los demás. Y, por lo que veo, tú eres un ejemplo perfecto de ello.
Las palabras de la Marquesa fueron un golpe. Meredith palideció ligeramente, consciente de que había sido puesta en su lugar no solo por Lavender, sino también por la anfitriona. El resto de las damas, captando el mensaje, cambiaron rápidamente de tema, intentando disipar la tensión.
Lavender, con una sonrisa tranquila, continuó disfrutando de su té, sabiendo que había salido airosa de la prueba. Violett le susurró al oído:
—Lo siento mucho, Lavender. No sé por qué mi madre insiste en comportarse así.
—No te preocupes —respondió Lavender, apretándole la mano—. Nada de esto es tú culpa...
La Marquesa Lyana, satisfecha con lo que había presenciado, se inclinó ligeramente hacia Lavender y murmuró.
—Has demostrado ser una dama de verdad, Lavender. Bienvenida a nuestro círculo.
En ese momento Lavender entendió que de algún modo había agradado a una de las mujeres más influyentes de Tarcia, y sin dudas eso era favorable.