Esta es la historia de Sofía Bennet, una joven con un sueño muy grande, pero tuvo que dejarlo ir por una tragedia.
Leandro Lombardi un hombre acostumbrado a tener siempre lo que quiere con un pasado que le hizo mucho daño.
Dos personas totalmente opuestas pero con una química impresionante.
¿Podrán dejar fluir sus sentimientos o solo lucharán por evitarlos?
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14 — Esto es una pesadilla.
Sofía Bennet.
Imbécil, imbécil e imbécil.
Sigo repitiendo esas palabras desde que salí del centro comercial como alma que lleva el diablo.
Ese hombre me sacó por completo de mis casillas, algo que nadie, ni siquiera María, que es una inmadura de nacimiento, ha logrado hacer. Y él, un simple desconocido.
Que de simple no tiene ni la suela de los zapatos.
Me hace perder la cabeza al punto de desquitar mi enojo cortando cebolla.
Sí, cebolla.
“Qué original Sofía”
Sí, consciencia muy original.
— ¡Ah! ¡Es un idiota! — exclamé, molesta, mientras tomaba otra cebolla de la taza.
Mis compañeros me miraron como si tuviera un tercer ojo.
— Sofía, cariño, ¿te pasa algo? ¿Por qué estás enojada? — preguntó Gertrudis.
— ¿Enojada? No, Gertrudis, estoy perfecta — respondí con sarcasmo, mientras continuaba cortando las cebollas.
— Te lo pregunto porque si yo fuera esas cebollas, no dejaría que me tocaras ni un pelo — bromeó, y yo dejé el cuchillo en su sitio.
— No pasa nada, simplemente creo que necesito un descanso, sí, un buen descanso — respondo, cerrando los ojos para intentar relajarme.
Ella apoya su mano en mi hombro, un gesto que me brinda consuelo y apoyo.
Gertrudis es la hermana mayor de Gastón. Tiene 38 años, su piel es morena y su cabello es castaño, lo que contrasta hermosamente con sus ojos verdes. Su rostro está adornado con pecas, que le dan un aire juvenil, y siempre tiene una sonrisa dibujada en los labios.
Es cierto que si cometes un error, puede ser muy dura y llegar a dar un miedo horrible, pero eso no quita que en el fondo sea una persona maravillosa.
— Si eso es lo que necesitas, ve sin problema. Yo me encargaré de todo lo demás. De hecho, puedes tomar el resto del día libre, que era lo que habías solicitado junto con las chicas. Sin embargo, tú fuiste la única que regresó tan temprano.
Porque choqué con un tipo que tiene un ego más grande que la Gran Muralla China, pensé para mis adentros, pero no me atreví a decirlo en voz alta.
— La verdad es que no quería estar mucho tiempo fuera del restaurante, así que por eso les dije que iba a volver — mentí, ya que en realidad ni siquiera llegué a ver a las chicas.
Tania y María son un par de traidoras que me han dejado sola en este momento.
Apenas llegamos al centro comercial, se desaparecieron de mi vista como si fueran un par de niñas emocionadas en Disneyland, pero pobre de ellas cuando las vea.
— No te preocupes, querida — me dice en tono conciliador —. Ve y descansa un poco. Pero antes, tómate un calmante; quizás eso ayude a que se te pase el enojo que, sinceramente, no parece que tengas.
Me guiña un ojo, dejando entrever que no se ha creído mi intento de ocultar lo que realmente siento.
Le dedico una mirada de disculpa antes de salir de la cocina, aún sintiéndome un poco molesta.
Son las 4:45 de la tarde y tengo presente que el restaurante cerrará en tan solo una hora y quince minutos.
Las traidoras ya no se presentarán porque, tal como mencionó Gertrudis, solicitamos la tarde libre. Y basándome en lo bien que conozco a esas dos, estoy segura de que no regresarán hasta muy entrada la noche.
Además, Cristina no llegará hasta las cinco, así que he decidido ir directamente a mi casa.
Más tarde me ocuparé de darles un buen escarmiento por su comportamiento.
Al llegar a la puerta empiezo a buscar en mi bolso las llaves. Sin embargo, de repente recuerdo que las dejé olvidadas en la encimera de la cocina esta mañana.
“¡Qué memoria, Sofía! Te has ganado el título de despistada de primera”.
— ¡Gracias, gracias, consciencia! — murmuro en voz baja, lanzando besos al aire, antes de decidir tocar el timbre para no hacer más el ridículo en plena calle.
Tengo la certeza de que mi tía todavía está en casa, ya que siempre apaga las luces antes de salir, y hoy están todas encendidas.
Mientras espero, escucho ruidos provenientes del interior y, de repente, la puerta se abre.
Justo en ese instante, mi teléfono vibra con un mensaje, así que lo saco para verlo.
— Tía, se me quedaron las llaves… ¡disculpa por molestarte! No volverá a pasar… — las palabras se me quedaron atrapadas en la garganta al darme cuenta de quién está frente a mí en la puerta.
¡Es él, el idiota!
¿¡Pero qué hace en mi casa!?
Esto no puede estar sucediendo, debe ser una pesadilla.
Sí, ¡esto es una pesadilla!
Tiene que serlo, tanto que he estado pensando en esto, por eso está él aquí.
Hasta parece más guapo de lo que recordaba.
¡Pero qué estoy diciendo!
— Tú... ¿Tú qué... qué haces aquí? — tartamudeo nerviosa y siento que me voy a desmayar, cuando mi tía sale y le sonríe.
— Gracias por abrir la puerta, Leandro. Me imaginé que era mi sobrina la que había olvidado las llaves, como es habitual — me dice, regañándome, mientras aún me encuentro en estado de shock.
¿Mi tía lo conoce? ¿De dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?
— No se preocupe, señora Estela, no ha sido ninguna molestia. De hecho, me gusta ayudar en estas situaciones — responde el tipo, con un tono educado que me molesta aún más.
Es un verdadero imbécil.
“Sofía, ¿no crees que ya has repetido esa frase muchas veces hoy?”
Cállate consciencia, la verdad se dice, no se esconde.
— Tienes toda la razón, pero Sofía, no te quedes así y saluda a Leandro. Él es el hijo mayor de Raisa, mi amiga que vino esta mañana — comentó mi tía con una sonrisa.
¿¡Qué!?
Este chico egocéntrico resulta ser el hijo de esa señora tan amable y simpática.
¡Qué sorpresa!
Sin duda, su mal carácter lo heredó de su padre.
Pobre de esa señora al tener que lidiar con un hijo como él.
— Mucho gusto, me llamo Sofía Bennet — le dije, levantando mi mano en un gesto de saludo.
— Leandro Lombardi, el placer es todo mío — respondió él, tomando mi mano y dándome un suave beso sobre ella.
En ese preciso instante, como había sucedido anteriormente en el centro comercial, un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza.
Pude notar que él también lo sintió, pues su mirada hacia mí cambió por completo, llenándose de una intensidad que no había visto antes.
— Bueno, no nos quedemos aquí parados — dijo mi tía, interrumpiendo el momento —. Pasemos, los demás seguro nos están esperando.
Su voz me sacó de aquel trance, y, de manera casi involuntaria, retiré mi mano de la suya.
— ¿Los demás? — pregunté, sintiéndome algo confundida, mientras observaba a mi tía sonreír de manera cómplice.
— Sí, Raisa todavía está aquí, y como puedes ver, sus hijos también se unieron a nosotras, así que esta noche tendremos invitados para la cena — dice con una tranquilidad que me desespera.
La idea de tener que quedarme a cenar con este hombre, que me hizo perder la compostura y que no puedo sacarme de la cabeza desde el momento en que lo vi, me aterra.
— No puedo quedarme, tía, quedé con las chicas, sabe que siempre salimos, así que no cuente conmigo. De hecho, ya los dejo, necesito prepararme — respondí con urgencia.
Sin perder tiempo, ingresé en la casa y subí las escaleras a toda prisa.
Detesto tener que mentirle a mi tía, pero no encuentro otra alternativa.
Cierro la puerta con fuerza y de inmediato llamo a María, sintiendo la ansiedad apoderarse de mí, pero no responde.
Intento lo mismo con Tania, pero tampoco obtengo respuesta.
¡Dios mío! ¿Qué he hecho para merecer este castigo tan cruel?
Con una sensación de desesperación, me dejo caer sobre mi cama, mi mente trabajando a mil por hora en busca de una solución.
No tengo intención de quedarme aquí, ni muerta, terminaré volviendome loca.