En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 14
Corrimos hacia los gritos, intentando ser lo más cautelosos posibles. Desde la altura que teníamos, logramos ver la situación. Un grupo de cuatro personas estaba refugiado sobre unas grandes rocas cubiertas de moho. Estaban rodeados por al menos veinticinco infectados.
"¿Cómo es que hay tantos?" me pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
A un lado del escenario, distinguí el cuerpo de un hombre muerto, parcialmente devorado. Tenía un rifle sujeto a lo que quedaba de su mano, un detalle que no pasó desapercibido.
En las rocas, la situación era desesperante. Uno de ellos intentaba disparar una pistola, pero el arma no funcionaba. Otro usaba un arco, disparando flechas que solo lograban acertar en contadas ocasiones. Una mujer, aterrorizada y llorando, sostenía un hacha con manos temblorosas; probablemente había sido ella quien gritó. El cuarto, armado con una navaja, intentaba mantener a raya a los infectados con patadas mientras estos intentaban escalar.
— Debemos ayudarlos. No podemos dejarlos morir así –dijo Nadiya, con desesperación en la voz.
— No es nuestra pelea. Moriremos todos... Lo mejor es irnos –respondí con frialdad.
— ¡¿Qué?! No podemos dejarlos morir –me miró con ira y miedo.
— ¿Y si son los compañeros de quienes maté en el hotel donde te rescaté? –giré hacia ella con seriedad–. Si es así, nos intentarán matar cuando lo sepan.
Ella guardó silencio por unos segundos, intentando procesar lo que había dicho. Finalmente, sacudió la cabeza en negación.
— ¿Y si no son sus compañeros? Hay una mujer ahí. Ellos dijeron que no veían a una mujer hace mucho tiempo...
La lógica me decía que lo mejor era retirarnos. Los gritos podían atraer aún más infectados y, peor aún, podría aparecer uno de esos monstruos gigantes. Pero la determinación en los ojos de Nadiya me hizo reconsiderar.
Nadiya sacó su pistola, apuntando hacia los infectados. De inmediato, puse mi mano frente al cañón para detenerla.
— ¿Eres idiota? ¿Quieres morir? –le dije, con enfado evidente.
— No voy a dejarlos morir. Pensé que querías ser otra vez como eras antes... –dijo, mientras unas lágrimas resbalaban por su rostro.
Suspiré, evaluando rápidamente la situación. Observé la pendiente, los árboles cercanos y el rifle junto al hombre muerto.
— Escucha –le dije–. Sube a ese árbol. Dispararás desde las ramas altas y me cubrirás. Yo atraeré a los infectados y los iré eliminando con mis cuchillas y el machete. Cuando estén lo suficientemente lejos, los de las rocas podrán tomar el rifle y disparar.
Nadiya pareció impactada.
— ¡¡Nadiya!! Despierta. Sube al árbol. Si sobrevivimos a esto, juro que te patearé el trasero.
Corrí por el flanco izquierdo, manteniendo la altura. De reojo vi cómo Nadiya se subía al árbol y se acomodaba en una rama alta. Una vez segura, frené y chiflé para llamar la atención de los infectados. Empecé a lanzar mis cuchillas desde la pendiente, acertando a varios. Desde esa altura, los impactos eran más efectivos; algunas cuchillas bastaban para derribar a un infectado con un golpe certero en la cabeza.
Los infectados comenzaron a correr hacia mí, subiendo por la pendiente. Disparos resonaron; Nadiya había empezado a disparar con gran precisión, eliminando a varios.
Grité hacia los que estaban en las rocas:
— ¡¡Agarren ese maldito rifle y maten a los que quedan!!
Uno de ellos, el que tenía la pistola defectuosa, saltó de la roca y corrió hacia el rifle. Lo tomó, pero vaciló al apuntar. Su indecisión me enfureció.
— ¡Si no disparas, juro que iré y te cortaré la cabeza! –grité, mientras luchaba con mi machete contra un infectado que casi lograba alcanzarme.
Finalmente, el hombre comenzó a disparar. El sonido del rifle resonó en el aire, acompañado por el eco de los disparos de Nadiya. Tras unos eternos dos minutos, todos los infectados habían caído. Exhausto, me dejé caer al suelo, jadeando.
Nadiya llegó corriendo hacia mí.
— ¿Estás bien, Facundo? –preguntó, colocando sus manos en mi rostro.
— Sí... Espero que esto no nos cueste la vida, porque entonces te mataré –respondí, sonriendo débilmente.
Ella me abrazó con fuerza, temblando. Un hombre del grupo se acercó también. Los demás lloraban junto al cuerpo del que habían perdido.
— Gracias... por salvarnos –dijo el hombre, con las manos temblorosas.
— Tardaste en disparar –dije, recuperando el aliento.
— Lo sé. Lo siento... Dudé por un segundo si era mejor escapar y salvar a mi gente...
— Olvídalo... –respondí. Estaba demasiado agotado para enojarme.
Nadiya lo miró y preguntó:
— ¿Están bien todos?
— Sí. Gracias a ustedes, al menos nosotros cuatro nos hemos salvado. Soy Mario –dijo, extendiendo su mano para ayudarme a levantarme.
Por un momento desconfié, pero Nadiya me miró con esos ojos que siempre lograban ablandarme. Suspiré y acepté su mano. Me levantó con esfuerzo.
— Soy Facundo y ella es Nadiya. Tienen suerte de que ella quisiera ayudarlos. Yo los habría dejado morir, para ser honesto.
—Gracias por no hacerlo. De verdad. –Mario sonrió, sinceramente agradecido.
Descendimos la pendiente hacia los demás. Nos contaron que tenían una base en el mirador del cerro Challhuaco. Por coincidencia, era justo hacia donde nos dirigíamos. Tras debatirlo con Nadiya, aceptamos su invitación para acompañarlos.
— Está bien, iremos con ustedes. Pero si intentan algo raro, no dudaré en matarlos –les advertí.
Ellos rieron, nerviosos, y continuamos el camino juntos. Mientras caminábamos, comencé a sentir algo que había olvidado: la sensación de estar rodeado de personas. Era extraño, pero también reconfortante.
Observé a Nadiya, que caminaba unos pasos detrás de mí, conversando con la otra mujer. Sonreí. Tal vez, solo tal vez, había algo de esperanza. Quizás aún podía redimirme por todo lo que había hecho.
A medida que avanzábamos, reflexioné más profundamente. Había pasado tanto tiempo atrapado en la soledad y el dolor de mis errores que había olvidado cómo era confiar en otros, incluso en medio del peligro. Pero ahora, viendo a Nadiya y a este grupo de sobrevivientes, algo comenzó a cambiar en mi interior. ¿Podría realmente haber un futuro diferente? ¿Uno donde no todo se trate de sobrevivir, sino de vivir?
El peso de mis acciones seguía allí, pero por primera vez sentí que tal vez no tenía que cargarlo solo. Quizás, con el tiempo, podría aprender a soltar esa carga. Miré al horizonte y a la gente a mi alrededor. En sus ojos, vi algo que creí perdido: determinación, esperanza, humanidad.
No sabía qué nos esperaba en el cerro Challhuaco, pero por primera vez en años, quise creer que aún quedaba algo bueno. Que aún podía encontrar un propósito más allá de mis errores. Quizás, solo quizás, no estaba condenado a ser una sombra de lo que fui. Tal vez había una forma de reconstruir lo que quedaba de mí.
Sonreí nuevamente, permitiendo que ese pensamiento me acompañara mientras continuábamos avanzando hacia el incierto futuro.