Rachely Villalobos es una mujer brillante y exitosa, pero también la reina indiscutible del drama y la arrogancia. Consentida desde niña, se ha convertido en una mujer que nadie se atreve a desafiar... excepto Daniel Montenegro. Él, un empresario frío y calculador, regresa a su vida tras años de ausencia, trayendo consigo un pasado compartido y rencores sin resolver.
Lo que comienza como una guerra de egos, constantes discusiones y desencuentros absurdos, poco a poco revela una conexión que ninguno de los dos esperaba. Entre peleas interminables, besos apasionados y recuerdos de una promesa infantil, ambos descubrirán que el amor puede surgir incluso entre las llamas del desprecio.
En esta historia de personalidades explosivas y emociones intensas, Rachely y Daniel aprenderán que el límite entre el odio y el amor es tan delgado como el filo de un cuchillo. ¿Podrán derribar sus muros y aceptar lo que sienten? ¿O permitirán que su orgullo
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capitulo 12
Perros, dueñas y discusiones
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Narra Rachely villalobos.
Después de que Daniel salió de mi oficina, pasé al menos diez minutos intentando calmarme. Ese hombre era insoportable, y lo peor es que disfrutaba verme perder el control. Sabía exactamente qué botones presionar para hacerme estallar. Pero no importa, Rachely Villalobos siempre tiene la última palabra.
—Se va a arrepentir —murmuré, dándome ánimo mientras tomaba mis cosas para salir a la cita de Bolty.
El veterinario estaba cerca, así que no me tomó mucho tiempo llegar. Bolty era mi adoración, mi compañero fiel, y siempre se portaba como un caballero, incluso cuando lo pinchaban con agujas o le revisaban los dientes. Mientras lo acariciaba en la mesa de revisión, recordé a Daniel.
Qué raro, pensé. Ese hombre no parecía alguien a quien le gusten los animales. Probablemente cree que los perros son una pérdida de tiempo. ¡Qué insensible! Aunque, a decir verdad, no me lo podía imaginar siendo cariñoso con nada ni nadie.
Cuando terminamos en el veterinario, decidí pasar por mi cafetería favorita. Con Bolty en su transportadora y mi café en la mano, volví a la oficina más relajada. Pero, por supuesto, mi tranquilidad no iba a durar mucho.
Al entrar al edificio, lo primero que vi fue a Daniel parado en la recepción, hablando con una de las asistentes. Parecía relajado, pero apenas me vio, esa expresión tranquila se transformó en algo entre fastidio y burla. ¿De verdad no puede simplemente ignorarme?
—¿Tarde otra vez, Villalobos? —dijo con su tono característico, esa mezcla de sarcasmo y suficiencia que me sacaba de quicio.
Rodé los ojos mientras pasaba junto a él, ignorándolo deliberadamente. Pero él, siendo él, no podía quedarse callado.
—¿Y ahora qué excusa tienes? ¿Tu perro tenía terapia de spa?
Me detuve en seco y me giré hacia él.
—Para tu información, Montenegro, llevé a Bolty al veterinario. No todo el mundo puede ser tan insensible como tú.
Él levantó una ceja, divertido. —¿Insensible? Porque no tengo un perro, ¿eso me hace insensible?
—No, eso te hace aburrido —contesté con una sonrisa maliciosa, disfrutando del momento en que su expresión cambió ligeramente. Punto para mí.
Antes de que pudiera responder, una de las asistentes llegó con unos documentos que necesitábamos revisar juntos. Genial. Más tiempo cerca de él. Caminamos hacia la sala de reuniones en silencio, pero podía sentir su mirada en mí, como si estuviera planeando algo.
Ya instalados en la sala, el trabajo comenzó. Daniel, por mucho que me sacara de quicio, era brillante en lo que hacía. Pero yo también. Y si algo me molestaba más que su actitud era que él parecía subestimarme constantemente.
—Creo que deberíamos ajustar el presupuesto para los terrenos. Estas proyecciones no son realistas —dije, señalando uno de los documentos.
Daniel me miró como si hubiera dicho algo absurdo. —¿No son realistas? Estas cifras están basadas en datos concretos.
—Sí, datos del año pasado. El mercado cambió, Montenegro. Tal vez deberías ponerte al día.
Su mandíbula se tensó. Lo había atrapado, y él lo sabía.
—Está bien —dijo al fin, con un tono que claramente demostraba que odiaba admitirlo. —Revisaremos las cifras nuevamente.
Me crucé de brazos, satisfecha. Pero esa satisfacción no duró mucho, porque justo en ese momento, Bolty empezó a ladrar desde su transportadora.
—¿Trajiste a tu perro a la oficina? —preguntó Daniel, incrédulo.
—Por supuesto —respondí, como si fuera lo más obvio del mundo. —Bolty es parte de mi familia. No lo voy a dejar solo en casa después de su cita.
Él negó con la cabeza, claramente irritado. —Eres imposible, Villalobos.
Sonreí ampliamente. —Y tú eres insoportable, Montenegro.
Cuando la reunión terminó, salí de la sala con Bolty en brazos, sintiéndome victoriosa. Pero al llegar a mi oficina, me di cuenta de que Daniel había logrado algo que pocos lograban: me había mantenido pensando en él todo el día.
Y eso era inaceptable.
—No me vas a ganar, Montenegro —murmuré, acariciando a Bolty mientras él se acurrucaba en mi regazo. —Yo siempre tengo la última palabra.
Pero en el fondo, sabía que esta batalla no iba a ser fácil. Y aunque no quería admitirlo, parte de mí estaba empezando a disfrutarla.
[...]
Narra Daniel Montenegro.
Había muchas cosas en la vida que toleraba, pero la falta de profesionalismo no era una de ellas. Así que, cuando vi a Bolty, el perro de Rachely, tranquilamente sentado en su oficina, me pregunté por qué no me sorprendía que ella creyera que la empresa era una extensión de su casa.
Al principio, lo ignoré. No era asunto mío, después de todo. Pero mientras revisaba unos documentos en mi oficina, me di cuenta de que me faltaba otra firma mas es un papel importante. Con una mezcla de fastidio y resignación, tomé el papel y me dirigí hacia su oficina.
Cuando entré, no estaba en su escritorio. En su lugar, Bolty estaba echado en un cojín lujoso, claramente diseñado para él. Al verme, movió la cola lentamente, como si supiera que no representaba una amenaza.
—Tú debes ser el único ser viviente en esta oficina que no me irrita —le dije, acercándome.
Me agaché y lo acaricié con cuidado. No iba a mentir, el perro era encantador. Su pelaje era suave y bien cuidado, y no tenía esa energía caótica que suelen tener los perros pequeños. Este sabía comportarse, a diferencia de su dueña.
—Por lo menos tú entiendes la importancia de la tranquilidad —murmuré mientras Bolty inclinaba la cabeza, como si me estuviera escuchando.
Por un momento, olvidé por qué había venido. Me quedé allí, acariciándolo, pensando en lo agradable que era tener una criatura tan tranquila cerca. Incluso lo cargué, sorprendido por lo ligero que era. Bolty se acomodó en mis brazos como si fuera algo que hacía todos los días.
Fue entonces cuando escuché la voz de Rachely detrás de mí.
—¿Qué haces con mi perro?
Me enderecé de inmediato, colocando a Bolty de vuelta en su cojín. Rachely estaba de pie en la puerta, con una expresión que mezclaba curiosidad y diversión.
—Nada que te importe —respondí, tratando de mantener mi tono neutral.
—¿Te gustan los perros, Montenegro? No parecia hace unos minutos atrás —preguntó con una sonrisa burlona, cruzándose de brazos.
—No tengo nada en contra de ellos, pero no creo que una oficina sea el lugar para uno —dije, devolviéndole su típica actitud.
Ella rodó los ojos y caminó hacia su escritorio. —Bolty es más educado que la mitad de las personas en este edificio. Además, no voy a dejarlo en casa después de su cita en el veterinario ya te dije.
—Claro, porque tus prioridades siempre son impecables —repliqué, colocando el papel que necesitaba su firma en el escritorio frente a ella.
Rachely lo miró brevemente antes de tomar un bolígrafo y firmarlo con elegancia exagerada, claramente haciéndolo a propósito para irritarme.
—¿Algo más, Montenegro? Ya van dos papeles que te
firmo hoy—preguntó con esa sonrisa de superioridad que tanto me sacaba de quicio.
—Sí. Que intentes tomarte tu trabajo en serio por una vez.
Ella se inclinó hacia mí, sus ojos llenos de desafío. —Me tomo mi trabajo más en serio de lo que crees, pero no voy a disculparme por cuidar a mi perro. Y, para tu información, a Bolty le caes bien, lo que dice mucho de su carácter.
La miré fijamente, intentando no responder de inmediato. Discutir con Rachely siempre era una combinación de frustración y... algo más. Algo que no quería admitir.
—Es un buen perro —concedí finalmente, y ella me miró como si hubiera dicho algo escandaloso.
—¿Eso es un cumplido? ¿De verdad? ¿Daniel Montenegro siendo amable? —preguntó, fingiendo asombro.
—No te acostumbres —repliqué, girándome para salir de su oficina antes de que la conversación se desviara aún más.
Pero, por supuesto, no podía terminar ahí. Al final del día, mientras ambos salíamos del edificio, ella no pudo evitar hacer un comentario sarcástico sobre mi corbata, y yo no pude resistirme a señalar que llegaba tarde otra vez
Para cuando llegamos al estacionamiento, ya estábamos lanzándonos insultos de ida y vuelta.
—Eres el hombre más insufrible que he conocido —dijo, cruzándose de brazos frente a su coche.
—Y tú eres la persona más superficial y malcriada que existe —repliqué, acercándome un paso más.
Nos quedamos ahí, mirándonos fijamente, como siempre, ninguno dispuesto a ceder. Pero había algo en esa dinámica que, aunque me costara admitirlo, empezaba a disfrutar.