Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capítulo 22 una mala decisión
Miguel observó cómo Carolina se alejaba, su corazón apretado por la sensación de haber perdido algo importante. Sin pensarlo, dio un paso adelante, decidido a ir tras ella y aclarar las cosas. Pero en ese momento, Emely lo detuvo al poner una mano en su brazo.
—¿Qué piensas hacer, Miguel? —le preguntó, su tono cargado de inseguridad—. Estás aquí conmigo, no con ella.
Miguel la miró, pero sus ojos estaban vacíos, perdidos en la confusión de sus propios sentimientos.
—Solo... solo siento que no puedo dejar que se vaya así, Emely —respondió, con la voz rasposa, casi inaudible—. Es la madre de mi hija.
Emely frunció el ceño y, con un gesto brusco, lo miró directamente a los ojos.
—No lo entiendes, ¿verdad? —dijo, intentando controlar su frustración—. Tú y yo estamos juntos. Yo te necesito, Miguel. Pero tú sigues pensando en ella, en tu hija... Usas a tu hija como una excusa.
Miguel, que hasta ese momento había estado atrapado en sus pensamientos, miró a Emely con una mezcla de culpa y desesperación.
—Lo sé... lo sé —susurró, casi como una confesión—. Pero no puedo dejar de pensar en todo lo que hemos construido... en todo lo que está en juego.
Emely lo miró fijamente, esperando que él tomara una decisión.
—Haz lo que tengas que hacer, Miguel. Pero no me pidas que te espere para siempre. No soy una opción de segunda —dijo, antes de volverse y caminar alejándose, dejándolo a solas con sus pensamientos y su dilema.
Miguel se quedó allí, mirando cómo Emely se iba, mientras en su mente se libraba una batalla interna sobre qué hacer con su vida, su matrimonio y las decisiones que lo habían llevado hasta ese punto.
Miguel sacudió la cabeza, tratando de despejar los pensamientos que lo asaltaban. No podía seguir allí, parado, sin hacer nada. Sabía que debía tomar una decisión, pero también sabía que no podía perder a Emely. No después de todo lo que había pasado. Con un suspiro profundo, dio un paso hacia adelante, decidido.
—Emely, espera —dijo, tomando su brazo con suavidad—. Perdóname... si sabes que te amo.
Emely, que caminaba con paso firme, se detuvo y giró lentamente, observándolo. Su rostro mostraba una mezcla de desconfianza y esperanza, como si no estuviera segura de si debía creerle o no.
—¿De verdad, Miguel? —preguntó, su voz temblorosa pero firme—. ¿Sabes lo que eso significa?
Miguel la miró a los ojos, su mirada ahora más sincera. No podía seguir mintiéndose a sí mismo ni a ella.
—Lo sé... lo siento. Estuve tan confundido, pero... tú eres la persona que quiero a mi lado, Emely. Lo que pasó con Carolina... con nuestra hija... no puedo dejarlo atrás, pero te juro que lo que tengo contigo es lo que realmente importa.
Emely lo observó en silencio por unos momentos, como si estuviera evaluando cada palabra que él decía. Finalmente, sus labios se curvaron en una ligera sonrisa, aunque no estaba completamente convencida.
—¿Y cómo sé que esto no es solo otra promesa vacía, Miguel? ¿Cómo sé que no vas a volver a ella?
Miguel respiró hondo, acercándose un poco más a ella.
—No te lo prometo, Emely. Te lo juro. Te amo. Y voy a hacer todo lo que sea necesario para que lo sepas, para que confíes en mí.
Emely lo miró, sus ojos todavía llenos de dudas, pero algo en su interior parecía suavizarse. Sin decir una palabra más, asintió ligeramente, aceptando, al menos por ahora, sus palabras.
—Entonces demuéstramelo, Miguel. Demuéstramelo con tus acciones, no con palabras vacías.
Miguel la miró con una determinación renovada. Sabía que el camino no iba a ser fácil, pero estaba dispuesto a luchar por lo que realmente quería.
Carolina asintió con un gesto de agradecimiento, aunque sus ojos reflejaban el peso de la decisión que estaba a punto de tomar. Se levantó del sillón, alisando su vestido con manos temblorosas.
—Gracias por sus palabras, señora Margaret. De verdad las aprecio. Pero, si me disculpa, creo que lo mejor será que me vaya. Tengo que ponerle fin a todo esto.
Margaret la observó con una mezcla de preocupación y admiración. Era evidente que Carolina estaba rota, pero también se veía decidida.
—Está bien, hija, pero no quiero que te vayas sola en este estado. Deja que uno de mis choferes te lleve a casa. Así no puedes manejar —dijo Margaret con firmeza.
Carolina intentó protestar.
—No se preocupe, señora Margaret. Estoy bien, de verdad.
—Carolina —la interrumpió Margaret, con un tono que no admitía discusión—, escúchame. La vida ya te ha puesto suficientes cargas como para que ahora tomes más riesgos innecesarios. Deja que te ayude. Uno de mis choferes te llevará. Prométeme que aceptarás.
Carolina suspiró y finalmente asintió.
—Está bien, señora Margaret. Se lo agradezco.
Margaret sonrió con calidez y se levantó para acompañarla hasta la puerta.
—Eres más fuerte de lo que crees, Carolina. Esto no es el final. Es solo el comienzo de algo mejor para ti y para tu hija.
Carolina no respondió, pero esas palabras quedaron grabadas en su mente mientras caminaba hacia la salida, sintiendo que, aunque su mundo parecía desmoronarse, había una pequeña chispa de esperanza iluminando el camino.
Eric caminó junto a Andrea hasta la salida, donde Carolina y Margaret las esperaban. Andrea, al ver a su madre, corrió hacia ella con los ojos llenos de emoción.
—¡Mamá! —dijo Andrea mientras se lanzaba a los brazos de Carolina.
Carolina la abrazó con fuerza, sintiendo el alivio de tener a su hija cerca después de una noche tan difícil.
—¿Estás bien, hija? —preguntó Carolina, acariciándole el cabello.
—Sí, mamá. Todo está bien —respondió Andrea, aunque su mirada reflejaba la tristeza de haber presenciado todo lo sucedido.
Margaret, de pie junto a Eric, observaba con atención.
—Gracias por venir, Carolina. Espero que ambas estén bien y que podamos vernos pronto en mejores circunstancias —dijo Margaret con una sonrisa comprensiva.
—Gracias, señora Margaret, por todo. De verdad lo aprecio —respondió Carolina, inclinando ligeramente la cabeza como señal de respeto.
Eric miró a Carolina brevemente, pero no dijo nada. Sin embargo, cuando sus ojos se cruzaron, ambos sintieron una tensión silenciosa que ninguno quiso reconocer en ese momento.
Patricia apareció detrás de ellas, lista para irse.
—¿Todo listo? —preguntó, dirigiéndose a Carolina.
—Sí, ya podemos irnos —respondió Carolina, tomando la mano de Andrea.
Eric se despidió con un leve gesto de cabeza.
—Que tengan una buena noche.
Carolina asintió sin decir más, y juntas, con Patricia a su lado, se marcharon hacia el auto que Margaret había dispuesto para llevarlas. Mientras el vehículo arrancaba, Carolina miró hacia atrás por un breve instante, viendo cómo Eric y Margaret se alejaban en la distancia. La noche había sido un torbellino de emociones, pero en su interior, sabía que era hora de tomar decisiones importantes para ella y su hija.