Junsu, un sigma que oculta su verdadera naturaleza, con el peso de los prejuicios en su vida, sobreviendo en un mundo que lo rechaza. Junsu se ve envuelto en un falso acuerdo amoroso con Hyunmin, su jefe, un alfa. Lo que comienza como una farsa para salvar las apariencias y un futuro impuesto, pronto se transforma en una conexión genuina que ninguno de los dos esperaba.
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Madre
El día que decidí ir a ver a mi madre fue como muchos otros en los últimos meses. Algo me empujaba a postergarlo, a esquivar la visita. Saber que ya no me recordaba la mayoría del tiempo hacía que doliera más, y cada vez que la veía, ese dolor era más agudo, pero aquel día, antes de mi turno de la tarde, algo dentro de mí cambió. Tal vez era la necesidad de desahogarme, de decirle a alguien todo lo que me estaba comiendo por dentro, o tal vez era porque sentía que necesitaba a mi madre, aunque ella no supiera quién era yo.
Cuando llegué, la enfermera me saludó como de costumbre, y me dirigí a la habitación de mi madre. Ahí estaba, sentada en su cama, mirando por la ventana con esa expresión perdida, como si el mundo fuera algo distante, inalcanzable para ella.
-Hola, mamá.- Le dije con un nudo en la garganta mientras me acercaba. No hubo respuesta, como me había imaginado. Se giró ligeramente hacia mí, con una leve sonrisa, como si me estuviera viendo por primera vez, pero no había reconocimiento en sus ojos.
Me senté a su lado, tomando su mano, que se sentía tan frágil y pequeña ahora. No dije nada por un momento, solo dejé que el silencio llenara el espacio. Luego, empecé a hablar, sabiendo que ella no me reconocería, pero necesitando decirlo de todos modos.
-Las cosas no han estado bien últimamente, mamá.- Suspiré, mirando el suelo. -Estoy… en un lío. Más grande de lo que me gustaría admitir.-
Ella seguía mirándome, con esa expresión vacía que me partía el alma, pero no me detuve.
-Me gustaba alguien, bueno, me gusta. Hyunmin, es su nombre. Es… complicado. Trabajaba para él, pero fue mucho más que eso. Fingimos ser algo que no éramos, por muchas razones.- Las palabras salían atropelladas, pero era como si al fin pudiera dejarlas ir. -Pensé que era algo temporal, algo que iba a pasar sin importancia, pero todo se complicó, mamá. Me di cuenta de que me gustaba mucho más de lo que esperaba.-
Hice una pausa, esperando en vano una respuesta, aunque sabía que no llegaría. Mis ojos comenzaron a humedecerse, pero tragué el nudo en mi garganta, obligándome a seguir.
-Creo que lo arruiné. Dejé el trabajo, dejé todo. No puedo…- Me interrumpí a mí mismo, soltando una risa amarga. -No puedo siquiera ser sincero conmigo mismo. Fingí ser algo que no soy, solo para encajar, para que no me descubrieran, y ahora, no puedo volver atrás.-
Me pasé una mano por el cabello, intentando calmarme, pero era imposible. Mi madre seguía en silencio, su mirada fija en mí, pero distante.
-¿Sabes lo peor?- Continué, forzándome a hablar. -Siento que lo perdí todo, y ni siquiera puedo admitir por qué. No puedo decirle a nadie que soy un sigma, que siempre me he escondido. No puedo confiar en nadie, mamá. Ni siquiera en mi mismo. Si él… no me hubiera hecho eso… yo no sería esto…-
La frustración me ahogaba, pero la dejé salir. No tenía nada que perder en ese momento. Miré a mi madre, esperando algo, tal vez un gesto, una palabra que me hiciera sentir que todo no estaba tan perdido.
-No sé qué hacer.- Susurré, mi voz rota por la emoción contenida. -No sé si podré soportar esto mucho más.-
Hubo un largo silencio después de eso. Me recosté en la silla, agotado por todo lo que había soltado. Mi madre seguía sin decir nada, y aunque sabía que no me recordaba, parte de mí deseaba que pudiera hacerlo, aunque solo fuera por un momento.
De repente, su mano apretó la mía. No con fuerza, pero lo suficiente para que levantara la cabeza sorprendido. Su mirada parecía diferente, más enfocada.
-¿Junsu?- Dijo en voz baja, casi un susurro.
Mi corazón se detuvo. No estaba seguro si había oído bien.
-¿Mamá…?- Pregunté, inclinándome hacia ella.
-¿Eres Junsu?- Repitió, esta vez un poco más clara, aunque su voz era débil.
Un sollozo silencioso se me escapó antes de que pudiera controlarlo. Sentí como si el mundo entero se hubiera detenido en ese momento. Ella me reconocía, aunque fuera solo por unos segundos.
-Sí, mamá, soy yo.-- Le respondí, mis ojos llenos de lágrimas.
Ella me miró fijamente, su expresión suavizándose por un instante antes de volver a perderse en ese vacío al que ya me había acostumbrado.
-Mi Junsu…- Murmuró, antes de que su mirada volviera a perderse en el horizonte.
Solté su mano lentamente, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. Al menos, por un momento, me había reconocido, había vuelto.
Me quedé un rato más en la habitación, sin decir nada, solo escuchando el silencio que nos envolvía. Luego, cuando llegó la hora de irme, la besé en la frente y me despedí en voz baja.
-Te quiero, mamá.-
Ella no respondió, pero no hacía falta. Sabía que, aunque solo fuera por un segundo, me había visto, y eso, de alguna manera, me dio fuerzas para seguir adelante.