Minji, una joven de la era moderna, luchó sola para alcanzar sus sueños, a menudo en un camino lleno de sacrificios y soledad. A los 33 años, un giro inesperado la lleva a perder su vida, solo para reencarnar en un mundo de novela romántica como Azusa, una niña que es el centro de amor y cuidado, de sus padres, algo que Minji nunca conoció. Ahora, rodeada de lo que siempre soñó, ¿será capaz de adaptarse a esta nueva vida o se dejará consumir por la trama que la rodea? Un futuro incierto se abre ante ella, y, con su peculiar forma de ser, Azusa podría reescribir la historia de una manera inesperada.
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Capítulo 13
Capítulo 13
Finalmente, después de años de trabajo, aprendizaje, pruebas y mucho apoyo de mis padres, había llegado el momento de hacer realidad uno de mis sueños: abrir un restaurante. Pero, como todo en la vida, las cosas no eran tan sencillas. Aunque mi corazón palpitaba de emoción ante la idea de tener mi propio lugar, la transición de simplemente cocinar en casa a manejar un negocio era mucho más desafiante de lo que imaginaba.
Mis padres, amorosos y siempre preocupados por mí, no me permitieron trabajar las largas horas que exigía un chef. Yo sabía que el trabajo de un chef no era solo crear menús, sino estar en la cocina, supervisando, perfeccionando cada plato y asegurándome de que todo saliera a la perfección. Pero mis padres, con la mejor de las intenciones, insistían en que debía equilibrar mi tiempo, tener momentos para mí y no dejarme consumir por el trabajo. Para ellos, mi salud y felicidad eran lo primero.
—Azusa, tienes que entender que no puedes estar todo el día en la cocina. Tienes que descansar, socializar… disfrutar de la vida también. —me decía mi madre con su típica preocupación maternal, mientras mi padre asentía con una sonrisa comprensiva.
Así que, tras varias discusiones, llegamos a un acuerdo. Para poder hacerlo a mi manera, propuse una idea, sencilla… ¿cuál fue?... organizar un concurso de cocina. No un concurso cualquiera, sino uno donde los mejores chefs del reino pudieran competir y, como premio, recibir clases personalizadas de un chef famoso, cuya identidad se mantendría en secreto. Lo que nadie sabía era que ese chef famoso... ¡era yo! Ni mis padres, ni nadie en la mansión, habían revelado que era una chef sobresaliente, y yo prefería mantener mi anonimato por ahora.
Mis padres, siempre dispuestos a apoyarme, se encargaron de la promoción y organización del evento. El concurso generó una expectación tremenda, aunque muchos no se tomaron en serio la competencia. Los jueces del evento no eran personas de renombre en el mundo culinario, y esa falta de reconocimiento hizo que algunos se burlaran. Pero había algo que sí llamaba la atención: el concurso era abierto a todo el mundo. Cualquier persona, sin importar su estatus social, podía participar. Y eso, lo confieso, me entusiasmó más que nada.
La idea de que los plebeyos tuvieran la oportunidad de demostrar su talento en la cocina me llenaba de ilusión. A menudo, la gente de las clases bajas no tenía acceso a formación culinaria de calidad, y esa brecha entre clases era algo que quería eliminar. En mi mente, todos merecían la oportunidad de ser escuchados y valorados por su talento. Después de todo, la cocina no tiene clase social, y el amor por los ingredientes y los sabores es algo que une a todos.
Para los jueces del concurso, elegí a tres personas que me parecían fundamentales. Sir Bastian, siempre a mi lado como mi protector y figura de autoridad, aceptó ser uno de los jueces, aunque a veces no comprendía bien la importancia de la cocina, pero le encantaba comer y distinguía la buena comida de la mala, de una forma que daba miedo incluso para mí. A pesar de su forma de ser tan estricta, su presencia imponía respeto. Luego estaba mi fiel doncella, Lina, una joven adorable que había sido asignada a mí poco más de un año atrás. Lina era encantadora y, aunque era de una edad similar a la mía, era más reservada, pero directa. Siempre estaba dispuesta a ayudarme, ya fuera en la cocina o en cualquier otra tarea. La veía como una amiga más que una sirvienta, y su entusiasmo por todo lo que hacía me motivaba a seguir adelante. Lina era la persona más confiable que tenía, y sabía que su perspectiva sería valiosa al momento de elegir a los ganadores del concurso, pues era una doncella demasiado honesta en sus opiniones, cosa que yo valoraba, pero en este mundo de nobles si fuera doncella de otra persona, creo que su cabeza no quedaría pegada a su cuello, por mucho tiempo.
A pesar de que muchos en el imperio dudaban de la importancia de este evento, algo inesperado ocurrió: los plebeyos se sintieron atraídos por la posibilidad de participar. No se trataba solo de un concurso para chefs famosos, sino de una oportunidad única para que cualquiera pudiera probar su talento y, quién sabe, tal vez obtener una oportunidad para trabajar en mi restaurante. El evento se convirtió en una verdadera plataforma de esperanza para muchos, y eso me emocionaba más que cualquier otra cosa.
El día del concurso, el aire estaba cargado de nerviosismo y expectativas. Había una energía palpable entre los participantes, que llegaban de todos los rincones del reino, desde los barrios más humildes hasta los más prósperos. El edificio estaba decorado con elegancia, y cada rincón de la cocina estaba cuidadosamente preparado para los cocineros y jueces.
La competencia comenzó, y lo que siguió fue una de las experiencias más emocionantes de mi vida. Las habilidades de los concursantes me sorprendieron constantemente, sobre todo las de algunos plebeyos que habían crecido cocinando en sus hogares y no tenían acceso a grandes escuelas culinarias. Su talento natural, su creatividad y su pasión por la cocina me hicieron ver que había mucho más de lo que había imaginado en este mundo. Cada plato que probábamos, cada técnica que veíamos, me daba una sensación de orgullo por la oportunidad que les había dado.
Y cuando el concurso llegó a su fin, con los primeros lugares sorprendiendo a todos, supe que había tomado la decisión correcta. Había creado algo más que un simple restaurante. Había creado una oportunidad para todos aquellos que, de otro modo, nunca habrían tenido una plataforma para brillar.