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Mrs. Handford

Mrs. Handford

Status: Terminada
Genre:Completas / Casos sin resolver / Secuestro y encarcelamiento / Melodrama
Popularitas:813
Nilai: 5
nombre de autor: B. J. WINTER

Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.

La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.

Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.

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16: El rostro de la agonía

Estando sumergida en el rompecabezas que se ha formado dentro de mi propia mente, me permito analizar lo que me ha llevado hasta allí, y el hecho de que pude haberlo evitado. Involucrarme en la vida de la señora Handford era una decisión que me advertía por sí sola el peligro al que estaba a punto de exponerme. Un peligro que decidí ignorar, sabiendo que eventualmente tendría que lidiar con las consecuencias, en un futuro no muy lejano.

Éstas son las consecuencias.

Al abrir los ojos noto mi visión borrosa, probablemente porque llevo un tiempo inconsciente, o por el golpe que me dejó en ese estado. Siento mi cuerpo acostado sobre algo frío y húmedo. Parpadeo varias veces, esperando que mi vista se aclare para descifrar en qué lugar estoy. Levanto mi cabeza lentamente, observando a mi alrededor el rastro de algunas luces que ingresan por pequeñas ventanas ubicadas en cada esquina del sitio desconocido. Un desagradable olor a polvo y suciedad llega a mis fosas nasales cuando una corriente de viento ingresa por una de las ventanillas; la única que está abierta, pero demasiado arriba como para alcanzarla. Finalmente, mi visión regresa a la normalidad, aunque siento mi rostro caliente e hinchado, posiblemente por el golpe.

Continúo observando el amplio lugar, levantando la mitad de mi torso para quedar sentada sobre el piso, específicamente encima de un charco de agua pantanosa. Mis piernas siguen débiles, por lo que no me levanto por completo. Siento un hormigueo recorrer mis pies, indicando que apenas estoy recuperando su movilidad. La escasa luz me permite ver manchas de aceite y pintura en las paredes, además de algunas puertas oxidadas en pésimo estado, que conducen a alguna parte del inmenso lugar. No necesito ver más para saber que es un sitio abandonado, donde nadie podría escucharme gritar.

Intento arrastrarme en silencio hacia atrás, tocando accidentalmente un objeto metálico a mi espalda. Noto que, junto a éste, hay varias herramientas más cubiertas de alguna especie de moho desagradable. Logro ver destornilladores, llaves inglesas, y a lo lejos varios objetos extraños cuya forma no logro descifrar debido a la oscuridad. Sin embargo, noto que también hay piezas de autos esparcidas por el suelo, junto a mesas de metal que parecen no haber sido usadas en años. Es así como comprendo que estoy en un taller mecánico.

El único sonido dentro del taller además de mi respiración agitada, es el goteo provocado por el agua que se escabulle entre el tejado para formar el pantano sobre el cual me encuentro sentada. Pongo mis manos sobre el suelo húmedo, intentando ponerme de pie, pero una grave voz a lo lejos me toma por sorpresa, provocando que resbale en mi intento.

–Señorita Hudson –dice el desconocido, cuyos pasos comienzan a aproximarse entre la oscuridad. Mis latidos se aceleran, y por un momento siento que estoy a punto de romper en llanto–. Es un placer conocerla por fin. Mi hijo me ha hablado mucho de usted.

Henry ha llamado a su padre, y no conozco el motivo. No sé dónde estoy, o qué es lo que planean hacer conmigo, pero sí sé que no puede tratarse de nada bueno. Giro lentamente mi cabeza, observando al oficial de policía que camina lentamente hacia mí, permitiendo que la luz de una de las ventanas ilumine su rostro.

–Henry me llamó hace algunas horas, muy angustiado –explica mientras continúa acercándose con una lentitud aterradora–. Me dijo que hizo algo malo. Me pidió perdón, y ni siquiera sé por qué. Me dijo que te había traído a este lugar, y que necesitaba mi ayuda. Cuando vine… Él parecía haber perdido el habla. Le pregunté qué sucedía, pero estaba tan nervioso que su tartamudeo apenas le permitió formular un par de palabras, de las cuales no entendí ninguna.

Al llegar hasta mí, se pone de cuclillas, haciendo que nuestros rostros queden a la misma altura. Es la primera vez que lo veo tan cerca.

–Así que espero, señorita Hudson, que tú puedas explicarme lo que pasa, ya que el retrasado mental de mi hijo no logró hacerlo.

–Su hijo… Me golpeó.

–Y eso fue sólo el comienzo, porque yo no seré tan gentil como él –dice, escupiendo sobre mí su repugnante aliento a cigarrillo. Sin darme cuenta, varias lágrimas escapan y resbalan por mis mejillas–. Dime ahora mismo lo que está pasando. Si no lo haces, él sí me lo dirá, pero tendré que esperar unas horas más a que recupere la compostura, y no soy un hombre que se caracterice por ser muy paciente.

–Henry… –empiezo a hablar, intentando analizar las palabras que saldrán de mi boca para que no empeoren mi situación–. Lo conocí hace meses. Él me pidió ayuda.

–¿Ayuda para qué?

–Para espiar a mi vecina… La señora Handford. Dijo que desde su llegada al pueblo, usted ha estado obsesionado con ella, espiándola, atendiendo cualquier caso relacionado con ella, e incluso siguiendo sus pasos. Él quería saber qué sucedía, y cómo era que ustedes dos estaban conectados. Yo soy su vecina, así que me pidió ayuda.

–Ya veo… –murmura, poniéndose de pie nuevamente–. Y yo que pensaba que no podía estar más decepcionado de ese pedazo de mierda. Paso cada día deseando que su madre lo hubiera abortado, pero me temo que es tarde para eso.

Una fuerte carcajada hace eco dentro del lugar, provocando que me estremezca aún sin levantarme del suelo.

–Aunque debo reconocer que es un chico honesto. Prefirió lanzarte al agua antes que arruinar mi reputación… Mi padre siempre decía, que la mejor manera de ganarte el respeto de tus hijos es a través de los golpes, y mira cómo ha funcionado. Supongo que las palizas que le di a ese bastardo cuando era niño finalmente sirvieron de algo.

–¿Dónde está? –pregunto con voz queda, intentando contener los sollozos que quieren salir a flote.

–Afuera, llorando como el maricón que es. Me suplicó que no te hiciera daño, pero me temo que eso será inevitable.

Escucho sus pasos comenzar a alejarse de mí, y por un momento tengo la esperanza de que se vaya y me deje allí, entre la oscuridad, pero cuando se detiene junto a una de las mesas metálicas repletas de herramientas, comprendo que el sufrimiento está a punto de comenzar.

–Quiero que me digas qué fue lo que descubrieron –dice mientras desliza sus manos sobre los extraños artefactos del taller que ni siquiera logro identificar–. Debió ser algo malo. Lo suficiente como para que el cobarde de mi hijo decidiera noquearte de un golpe.

–Estuvimos en el Norwood Crest. La escuela donde usted estudió, con la señora Handford y… Sus esposos. Sabemos que ella en realidad se llama Julia Witte.

–¿Y qué piensas al respecto?

–Pienso que usted es su cómplice, y que la ha ayudado a encubrir todas las cosas que ha hecho.

Nuevamente aquella carcajada aterradora hace que me quede en silencio. Se gira hacia mí, sosteniendo en su mano derecha una enorme barra de hierro, que mide casi lo mismo que su torso completo. Comienzo a retroceder, arrastrándome por el suelo.

–Es una interesante teoría, debo admitir. Lamento decirte que estás equivocada.

Dejo de alejarme cuando mi espalda choca con la pared cubierta de suciedad y polvo. El oficial Cowan se para a mi lado, poniendo la fría palanca oxidada en mi mejilla, haciendo que mi boca comience a temblar.

–Lamento decirte que tu investigación fue en vano. Todo lo que sabes desaparecerá en cuanto lance tu cuerpo descuartizado al río más cercano.

–¿Y qué pasará con su hijo? –pregunto, aún sintiendo la barra contra mi rostro–. ¿A él también lo matará?

–A él puedo controlarlo, a ti no.

El oficial Cowan comienza a levantar la barra hacia arriba, tomando impulso para cuando fuera el momento de dejarla caer sobre mi cráneo. Seguramente le tomaría varios intentos asesinarme, provocando que dejara caer aquel pedazo de hierro sobre mi cabeza una y otra vez, hasta que finalmente me arrebatara la vida a golpes. Cuando noté que estaba a punto de iniciar, utilicé mi último recurso de supervivencia.

–Quiero pedirle algo –dije con los ojos cerrados, esperando el momento del impacto. Sin embargo, al no sentir nada, continué hablando–. Por favor, una última cosa.

–¿Por qué haría algo por ti?

–Porque me lo deben. Usted y su hijo. Él me metió en esto, y es justo que haga algo por mí antes de matarme.

Al abrir los ojos, veo que ha bajado la barra, y la mantiene firme a su lado.

–¿Y qué es lo que quieres?

–He pasado meses investigando. Lo hice por Henry, pero no pude evitar sentirme atraída por la historia de la señora Handford. Quiero… Quiero saberlo todo. Merezco saberlo, al menos antes de morir. Usted dijo que esa información desaparecerá conmigo. No pasará nada si me dice lo que sabe.

Una sonrisa ladeada aparece en los labios del mayor, que da media vuelta y comienza a caminar de regreso a la mesa metálica de una esquina, dejando allí la barra de hierro con la que estuvo a punto de partirme el cráneo en dos. Sin que él me vea, comienzo a tocar los bolsillos de mi pantalón en búsqueda de mi celular, pero noto que ya no lo tengo conmigo. Antes de que él regrese, estiro mi mano hacia uno de los destornilladores que vi al despertar, y lo oculto detrás de mí.

–¿Quieres conocer la historia de la misteriosa mujer que vive frente a tu casa? –pregunta mientras arrastra a su lado una vieja silla que, al igual que todo lo demás allí, se encuentra en un pésimo estado. La ubica frente a mí y después se sienta dejando salir un suspiro de cansancio. Yo asiento ante su pregunta–. Muy bien. Presta atención, porque tu percepción de la señora Handford cambiará totalmente después de esto.

...***...

Conocí a Julia Witte cuando ambos teníamos aproximadamente trece años de edad. Nuestras familias no tenían mucho dinero, pero tampoco vivíamos mal. Nos volvimos amigos en la escuela, y comenzamos a pasar mucho tiempo juntos. A los quince años, ambos descubrimos la existencia de la escuela Norwood Crest, un lugar majestuoso donde nosotros nunca encajaríamos, pero que sería el lugar protagonista de nuestros sueños durante meses. Eventualmente, escuchamos de la oportunidad de recibir una beca para estudiar en dicha escuela, y obviamente los dos decidimos inscribirnos, sin tener muchas esperanzas en lograr ingresar. Como si se tratara de un milagro, el director en esa época se puso en contacto con nosotros para decirnos que habíamos sido admitidos, y que nuestra estadía allí sería completamente gratuita.

Fue así como llegamos a esa escuela, donde cursamos los últimos tres años que nos quedaban para graduarnos. Durante el último año, conocimos a cuatro chicos que provenían de las familias más adineradas de todo ese lugar, y que inmediatamente se llevaron bien con nosotros. Los seis nos convertimos en un grupo de amigos inseparables. A pesar de que Julia y yo pertenecíamos a una clase social muy por debajo de ellos, nos vieron como sus iguales, y se convirtieron en nuestros amigos.

Todo estuvo bien, hasta que a Julia se le ocurrió meter la nariz donde no debía.

Julia y yo siempre hablamos de lo extraño que nos resultaba el hecho de que esas cuatro familias tuvieran tanto dinero siendo dueñas de compañías que, a simple vista, no parecían ser la gran cosa. Sin embargo, siempre supimos que no era de nuestra incumbencia investigar al respecto, por lo que era un tema que nunca llegaba a una conclusión específica.

Esos cuatro chicos tenían la costumbre de invitarnos a sus enormes casas durante algunos fines de semana, donde pasábamos un buen rato. Eso sólo nos hizo más cercanos. En la escuela, muchos estudiantes fastidiaban a Julia por ser amiga de un grupo de hombres. Incluso algunos la llamaban puta o golfa, creyendo que estaba con nosotros por propósitos más… Desagradables, supongo. Los chicos y yo nunca la vimos de esa manera. Era gorda, fea, e incluso su comportamiento nos hacía verla como un hombre más.

Un día, Tom Handford, que era el chico con más dinero y lujos del grupo, nos invitó a su casa para pasar el viernes por la noche. Precisamente, el plan era que todos llegáramos de noche, pero Julia decidió ir más temprano, escabulléndose por la entrada trasera para tomar a su amigo por sorpresa. En cuanto entró a la casa, se encontró con un grupo de personas en la sala de estar. Al acercarse, supo que las cuatro familias de nuestros amigos estaban allí reunidas, junto a más personas que ella desconocía. Estaban hablando sobre sus empresas. Específicamente, sobre cierto negocio que estaban llevando a cabo y que les dejaría mucho dinero. Cuando Julia escuchó que la empresa de la familia Handford y de los demás chicos se dedicaba a transportar personas secuestradas de un estado a otro para entregarlas a sus compradores, no pudo ocultar su impresión, y terminó llamando la atención de todas las personas que estaban allí reunidas.

Fue así como Julia abrió las puertas del infierno que terminaría por consumir lo mejor de ella. La familia Handford la encerró en el sótano de la enorme mansión, y los cuatro chicos recibieron la orden de hacer con ella lo que quisieran, pues teniendo tanto poder, las cuatro familias se encargarían de que nadie notara su ausencia. Fue así como empezó un largo mes de sufrimiento para ella. Al principio, yo no sabía lo que sucedía. Tom Handford me lo contó un par de semanas después, cuando mis preguntas sobre Julia comenzaron a hacerse cada vez más insistentes. Los cuatro me dijeron lo que había sucedido, y me llevaron a verla, siempre y cuando me llevara aquel secreto a la tumba.

Tenían a Julia en aquel sótano, vistiendo el uniforme de la escuela, que para ese momento ya estaba totalmente desgastado y cubierto de sangre. Le hicieron cosas horribles durante esas semanas, y aunque yo no estaba de acuerdo, no podía expresar lo que pensaba, pues correría con un destino igual o peor que el suyo. Me dijeron que podía hacer con ella lo que quisiera, divertirme de cualquier forma, pero me rehusé. Les dije que me daba asco siquiera verla, y que no quería relacionarme con una chica tan espantosa. Ellos me creyeron, y continuaron con sus acciones hasta que finalmente se cansaron de ella.

Luego de más de un mes, los cuatro chicos tomaron la decisión de sacar a Julia Witte del camino, pero no sin antes ganar un poco de dinero en el proceso. La siguiente vez que visité la casa de la familia Handford, Julia ya no estaba allí. Tom me dijo que la habían vendido a una poderosa familia que buscaba un juguete para entretenerse, y que habían ofrecido un buen precio por ella. Ésa fue la última vez que supe algo de Julia.

Cuando Julia desapareció, la amistad del grupo se fue con ella. No sé el motivo. No sé si sentían remordimiento, miedo, o si simplemente se habían cansado. Lo único que sé es que el grupo comenzó a separarse, hasta que, pasados unos meses, los cinco dejamos de hablar, y jamás mencionamos nada al respecto. Uno de los maestros de esa época recibió una buena suma de dinero a cambio de llenar una cantidad de papeleo asegurando que Julia Witte había sido transferida a una escuela de mucha mejor calidad debido a su buen desempeño. En cuanto a la familia de Julia, fueron amenazados y sobornados para que no hicieran preguntas al respecto, y para que desaparecieran de la ciudad. Así lo hicieron. Luego de graduarme, esa etapa de mi vida quedó en el olvido, y juré nunca más volver a pensar en eso.

En 2012, diez años después de lo ocurrido, me enteré de que Tom Handford había muerto. No me interesó mucho la noticia. En realidad, no me interesó en lo absoluto. Mi interés apareció cuando, en 2017, supe que otro de los chicos –ya convertido en adulto– había fallecido también. Habían varios años de diferencia entre ambos sucesos, pero tuve un mal presentimiento y decidí investigar un poco al respecto. Investigando sobre este segundo hombre, descubrí que toda su familia había corrido con la misma suerte, y que la única persona con vida era su esposa, llamada Elizabeth Handford. Vi su foto, y no la reconocí en ese momento. Por su apellido, decidí comenzar a investigar sobre Tom y su muerte en 2012. Me di cuenta de que la familia de Tom también estaba muerta, y que él se había casado con una mujer llamada Elizabeth Witte, que había tomado su apellido. Cuando vi la foto de Elizabeth en 2012, la reconocí de inmediato, pues su apariencia no era muy diferente a la que tenía cuando la vi por última vez. Sin embargo, su aspecto en 2017 era abismalmente sorprendente. Su cabello, su cuerpo, su rostro… Todo. Se encargó de cambiar todo de ella misma utilizando el dinero de su difunto esposo, Tom Handford.

Estoy seguro de que él la reconoció en cuanto la vio. No sé qué le dijo Julia para manipularlo y hacer que se casara con ella, pero lo logró, y ése fue el inicio de su plan. Con su segundo esposo muerto junto a su familia, la riqueza de Elizabeth Handford aumentó de inmediato, y sus cambios físicos se incrementaron de la misma manera.

Fue en 2020 cuando ella llegó al pueblo acompañada de su tercer esposo, otro de nuestros amigos. Él no la reconocía, pero yo sí lo hice debido a que estuve espiándola por mucho tiempo. Cuando llegó al pueblo supe que yo era el siguiente en la lista. Supe que era cuestión de tiempo antes de que intentara hacerme daño a mí o a mi familia, así que decidí confrontarla. Un día, mientras su esposo trabajaba, fui a su casa y llamé a su puerta. No se sorprendió al verme, pues sabía que Lakeside era mi hogar desde hacía muchos años. Me dijo que había venido por mí, y por todos los que habíamos arruinado su vida veinte años atrás. Le dije que aunque había logrado engañar a sus esposos, yo era diferente. Le dije que yo iba a exponerla ante todos.

Sin embargo, las cosas cambiaron cuando mi esposa murió. Fue a un viaje de trabajo, y cayó de un abismo mientras intentaba tomarse una fotografía, o eso es lo que dicen. Una de las personas allí aseguró haber visto una silueta de pie junto a mi esposa cuando ella cayó al vacío, pero su testimonio no sirvió de nada, pues todos en ese lugar estaban ebrios al momento del accidente. Yo sabía la verdad. Elizabeth planeaba deshacerse de mi familia de la misma manera que lo hizo con sus esposos antes de casarse con ellos. Ella se puso en contacto conmigo, y me dijo que si le contaba a alguien la verdad sobre ella, o si escapaba del pueblo, expondría mi complicidad en lo sucedido veinte años atrás, y se encargaría de asesinar a mi hijo de la misma manera que lo hizo con su madre. Prácticamente me ató de manos. No pude escapar de Lakeside, y tampoco revelar su verdadera identidad. Lo único que pude hacer fue observar desde lejos. Observar cada uno de sus movimientos. Cuando su tercer esposo murió, no me sentí sorprendido. Tampoco me sorprendió que en 2022, el cuarto chico de nuestro antiguo grupo de amigos se casara con ella, sufriendo el mismo destino que los demás después de dos años de matrimonio. Aprendí a tenerle miedo, Grace. Miedo de lo que había hecho, y de lo que planeaba hacer. La he estado observando, esperando que se equivoque, esperando que haga algo mal para usarlo en su contra y así sacarla de mi camino. Pero, por ahora, no puedo hacer nada más que ver cómo se sale con la suya.

Porque estoy seguro de que si ella cae, yo caeré con ella.

...***...

El relato del oficial Cowan me deja paralizada de pies a cabeza, mientras las piezas de una historia inconclusa comienzan a encajar, permitiendo que finalmente logre comprenderlo todo. Finalmente, he confirmado que la señora Handford es la asesina que siempre sospeché que era. Ninguna de la muerte de sus esposos fue accidental. Ella logró usar su dinero para ocultar su rastro, y desde entonces ha repetido sus acciones una y otra vez, asesinando a aquellos hombres y a sus familiares cercanos.

–El maestro que los ayudó a encubrir lo que hicieron fue el señor Fleming. ¿Verdad? Todos ustedes son unos monstruos –susurré, intentando salir del shock en el que me sumergió aquella historia–. Usted pudo llamar a la policía cuando supo lo que le estaban haciendo a esa chica. Pudo salvarla.

–Me gustaba mi vida, tal y como era. Luchar contra cuatro familias tan poderosas provocaría que me sacaran del camino, especialmente si tienes en cuenta las actividades a las que se dedicaban.

–¿Henry sabe que ella mató a su madre?

–Henry no tiene idea de nada. Por eso quiso investigar a mis espaldas. Es tan tonto que estoy seguro de que, sin tu ayuda, jamás hubiese descubierto todo esto solo. 

–La casa donde vivo…

–La señora Handford compró la casa donde vive actualmente, y luego compró la casa a la que te mudaste meses después. Pensé que sabías que ella era la dueña.

–Usó el nombre de Julia Witte cuando se presentó por llamada, asegurando que era familiar lejana de mi madre.

–¿Qué pasó con tus padres?

–Fueron atropellados por un conductor que escapó de la escena. 

–Claro –murmura con una sonrisa ladeada que me dió escalofríos–. Justo de esa manera murieron los padres del segundo esposo de Julia.

–¿Qué está sugiriendo?

–Tus padres murieron y casualmente Julia decidió ponerse en contacto contigo para que fueras a vivir a la casa del frente, sin decirte que ella era tu vecina –las palabras del oficial Cowan comenzaron a cobrar sentido en mi cabeza–. Quería tenerte cerca. No sé para qué, pero eso es lo que quería. No me sorprendería que ella haya matado a tus padres.

–He vivido en esa casa por cuatro años, y nunca me dirigió la palabra. ¿Por qué esperaría tanto tiempo?

–Como dije, sólo quería tenerte cerca. Vigilarte, probablemente. No sé de qué manera se relacionan, o si tú y ella son familia. Lo único que sé, es que jamás podrás averiguarlo.

Se levanta de la silla de repente, provocando que mi cuerpo se ponga rígido. Me muevo un poco hacia la oscuridad y acerco mi mano al destornillador que mantengo detrás de mí.

–Ya cumplí con tu última voluntad –dice poniéndose de cuclillas, y dirigiendo su propia mano hacia el arma que se encuentra en la funda de su cinturón–. Ahora, quisiera que me ayudes a entender algunas cosas también. 

–¿A qué se refiere?

–Mi hijo salió de casa hace un par de días para ir a verte. Estaba sano la última vez que lo vi, y ahora he notado cortes y vendajes en sus hombros y cuello. Me gustaría saber qué sucedió.

Su pregunta me quita el habla, pues aunque intento responder, ninguna palabra sale de mi boca. Supongo que cualquier cosa que diga terminará por enfurecerlo más.

–Por cada pregunta que no respondas, será una bala más que te matará lentamente –advierte, comenzando a sacar la enorme pistola, que es iluminada gracias a la ventanilla abierta en una esquina del taller–. ¿Escuchaste sobre esa mujer que cayó desde la ventana de su propia oficina luego de tener un ataque psicótico? Algo curioso, teniendo en cuenta que era psicóloga. 

–Sí, escuché sobre eso.

–Supe que eras su paciente. Vi tu nombre en la lista de sesiones que había tenido esa semana. ¿Sabes qué es curioso? Todos los nombres en esa lista contaban con un expediente en la oficina de la doctora Catlett. Todos excepto tú. No había ningún expediente sobre ti en esa oficina, o en su casa, lo que es extraño considerando que tuvieron cuatro sesiones, aproximadamente. 

Nuevamente, silencio. Fue una pregunta que me tomó por sorpresa y para la cual no pude pensar una ingeniosa respuesta.

–Hay algo más –dice mientras comienza a acercar el arma hacia mi rostro, hasta dejarla a escasos centímetros de distancia de mi piel–. Cuando supe que la señora Handford iba a casarse con ese tal Joe Perlman… Me pregunté por qué. Su lista de venganza ya estaba concluida, así que supongo que ahora elige hombres millonarios de forma aleatoria. De cualquier manera, la curiosidad fue más fuerte que mi buen juicio, y decidí escabullirme en la fiesta de celebración de su boda. Imaginarás mi sorpresa cuando te vi entrar a una habitación acompañada de Joe Perlman, para salir minutos después con tu vestido a punto de caer al suelo. ¿Puedes explicarme eso?

El nudo en la garganta que me impedía hablar se hizo más grande junto con la cantidad de lágrimas que surcaban mi rostro. El oficial Cowan, un hombre con el que jamás había cruzado ni una palabra, sabía absolutamente todo de mí y de la señora Handford. Había unido todas las pistas hasta revelar aquello que yo tanto intentaba ocultar. Ahora, completamente vulnerable, no tengo la oportunidad de escapar o desmentir sus acusaciones. Tal vez debería resignarme a sufrir lo que sea que él esté a punto de hacerme… Pero no lo haré.

Aunque sé que es imposible, decido que no puedo perder la batalla sin haber peleado primero. 

–Elizabeth Handford no es la única a la que debe temerle –susurro, sintiendo cómo nuestras respiraciones se mezclan debido a la cercanía–. Como usted lo dijo… Si yo caigo, usted caerá conmigo. 

Empuñando el destornillador oxidado con fuerza, lo dirijo directamente hacia el rostro del mayor, que intenta esquivarlo fallidamente, pues termina clavándose en su hombro; el mismo cuyo brazo sostiene la pistola, que se desprende de su mano a la vez que él suelta un grito desgarrador. Intento arrastrarme hacia el arma, pero al ver que él está cerca de atraparme, decido que lo mejor es que ninguno de los dos la tenga. Estiro mi pierna y le doy una fuerte patada a la pistola, que se desliza por el suelo húmedo y cruza bajo una puerta oxidada en la oscuridad, que se encuentra cerrada con un candado. Posiblemente un candado que cedería con un par de golpes, pero que me hará ganar tiempo. 

El oficial Cowan se arranca el destornillador del hombro, y después siento sus dos manos sujetar gran parte de mi cabello, obligándome a ponerme de pie. Me da un puñetazo en el vientre, provocando que suelte todo el aire dentro de mí y sienta un ardor insoportable. Posteriormente, me brinda un puntapié en las costillas, haciendo que caiga nuevamente en el piso, intentando recuperar la respiración.

–Y yo que pensaba darte una muerte rápida. Un simple disparo en la cabeza hubiese sido suficiente, pero parece que quieres sufrir –mientras habla, se acerca lentamente a la mesa metálica donde antes estaba la barra de hierro. En lugar de eso, veo cómo agarra un enorme martillo, y con la otra mano sujeta una llave inglesa de un tamaño descomunal. Se acerca con lentitud, mientras yo me pongo de rodillas para intentar levantarme, respirando con dificultad.

Cuando estoy a punto de ponerme de pie, siento un golpe certero con el martillo en mi rodilla derecha. Un insoportable dolor se extiende por el resto de mi pierna, arrancándome un grito que me lastima la garganta. Caigo hacia el frente sintiendo punzadas agonizantes en todo el cuerpo, y deseando que todo se termine de una vez.

Escucho cómo suelta el martillo y lo deja caer en el suelo, para después sujetar la llave inglesa con ambas manos, elevándola lo suficiente como para tener buen impulso antes de dejarla caer nuevamente. Siento el golpe en mi hombro y logro escuchar que algo cruje entre mis gritos de dolor, posiblemente una fractura. Con mi brazo y pierna derecha inmovilizados, lo único que logro hacer es arrastrarme haciendo uso de mis dos extremidades restantes. El pie del oficial Cowan cae y hace presión sobre mi espalda, forzándome a quedarme en mi lugar.

–Qué tragedia, señorita Hudson –exclama en medio de cínicas carcajadas–. Debo admitir que me parecía agradable para mi hijo. Una lástima. 

Intento girarme para verlo, pero mis ojos se cierran cuando veo la punta de su zapato dirigirse hacia mi rostro, chocando contra mi nariz. Mi cuerpo da media vuelta aún sobre el suelo, y siento el sabor metálico de la sangre inundar mi boca. Comienzo a toser, sintiendo punzadas agudas de dolor en todo el cuerpo cada vez que realizo el mínimo movimiento. Con la visión distorsionada, veo cómo se pone de rodillas a mi lado, mientras sujeta con suavidad mi mano derecha. Logro ver también cómo saca algo del bolsillo de su pantalón. 

–Voy a llevarme un recuerdo, para que Henry sepa lo que sucede cuando hace cosas a mis espaldas.

Finalmente veo que el objeto que ha sacado de su pantalón es un viejo alicate, que posiblemente tomó de la mesa hace unos minutos. Introduce mi dedo índice entre la abertura de la herramienta, en la parte baja de ésta donde se encuentra el filo. Antes de que yo logre procesar lo que está a punto de suceder, veo cómo el oficial Cowan cierra el alicate con mi dedo en medio, sintiendo el filo atravesar la piel, carne y hueso. El dedo cae frente a mí acompañado de un chorro de sangre. El grito que sale de mi garganta es tan fuerte que incluso pierdo la voz en el proceso, sintiendo el ardor recorrer mi mano temblorosa. 

El oficial Cowan sujeta el dedo cortado y lo introduce en el bolsillo de su pantalón, para después ponerse de pie. El suelo debajo de mí se convierte en una mezcla de sangre, lágrimas y pantano. El policía comienza a caminar hacia la puerta donde cayó su arma, y de un solo golpe logra que el candado se desprenda de su lugar. Mientras él ingresa a la habitación y busca su arma entre la oscuridad, decido que es el momento preciso para utilizar mi último aliento. 

Usando mi brazo y pierna izquierda, me pongo de pie lentamente, no sin antes agarrar del suelo el destornillador que minutos antes clavé en el hombro de Cowan. Estando de pie, me obligo a mí misma a guardar silencio, y tragarme los sollozos desgarradores que me queman la garganta. El dolor en mi hombro y rodilla aumenta con el pasar de los segundos, pero no me impide sumergirme en la oscuridad dentro de la misma habitación que ocupa el oficial de policía frente a mí. 

Se agacha para sujetar la pistola en el suelo, y cuando se gira hacia mí, levanto el destornillador y lo introduzco con fuerza en uno de sus ojos, observando cómo se produce una leve explosión de materia con sangre espesa. Su grito logra ensordecerme, y cuando intenta dirigir la pistola hacia mí, saco el destornillador y lo clavo en su otro ojo, provocando que esta vez la sangre de color rojo y blanco salpique mi rostro. Sus gritos se hacen más fuertes, y sin darme cuenta yo también comienzo a gritar. Saco el destornillador y lo clavo en su muñeca, lanzándome sobre él y haciendo que los dos caigamos en el piso repleto de herramientas. Suelto el objeto, y después deslizo mi mano hacia la pistola. Con dificultad, utilizo mi mano derecha para quitarle el seguro, y después deposito el cañón sobre la frente del oficial de policía debajo de mí.

–Un simple disparo en la cabeza… Es más que suficiente –susurré, poniendo mi dedo sobre el gatillo–. No te preocupes, tu hijo se reunirá contigo pronto. 

Y callando para siempre sus gritos, dejo salir un disparo definitivo que le vuela los sesos al instante. 

Sin poder soportar más el peso de mi propio cuerpo, caigo acostada junto al cadáver inerte del oficial Cowan. Mi respiración es pausada, pues cada vez que tomo aire siento un fuerte dolor en las costillas y el abdomen. Además, el aire entra con dificultad por mis fosas nasales, seguramente por el golpe que tal vez ha roto mi nariz. Mis ojos empiezan a cerrarse poco a poco, y es entonces cuando sospecho que estoy a punto de perder el conocimiento. No puedo permitirlo. El oficial Cowan era la amenaza más grande, pero aún queda su versión adolescente esperando afuera a que su padre le dé alguna señal. Si Henry entra y me ve, terminará el trabajo que el oficial de policía ha dejado incompleto. 

Con la fuerza que me queda, decido levantarme aún empuñando el arma. Las punzadas de dolor en mi hombro y rodillas me arrancan varios gritos en el proceso, hasta que finalmente logro ponerme de pie, tambaleándome en mi lugar. No puedo ver bien a causa de mi nariz y párpados hinchados, por lo que pongo mi mano sana en la pared y la deslizo hasta encontrar la puerta por la que acabo de entrar. Una vez allí, camino hasta la enorme puerta metálica que se encuentra al fondo del taller, luchando con cada paso para no tropezar. 

Llego hasta la puerta, que por fortuna está entreabierta, y la deslizo hacia un lado, emitiendo un fuerte sonido que hace eco en todo el interior del lugar. La luz del sol golpea mi rostro y me hace retroceder, cegada debido a tanto tiempo en la oscuridad. Retrocedo varios pasos, pero me quedo paralizada al escuchar una voz desde el exterior.

–¿Grace? –pregunta Henry con la voz temblorosa. Él se encuentra a varios metros de la entrada del taller, sentado en la acera del frente. Al verme, se levanta de su lugar–. Lo sabía. Sabía que él no te haría daño. Se lo pedí. Le pedí que no te lastimara.

Comienza a acercarse, y me doy cuenta de que la distancia y la oscuridad del lugar no le permiten ver el estado en el que me encuentro. 

–Escucha, Grace. Si no dices nada sobre lo que sabes, él no te hará daño. Olvidemos lo que hemos visto. ¿Bien? Olvidemos a la señora Handford. Ya sé por qué mi padre estaba obsesionado con ella, ya no tenemos que buscar más. Dejemos todo atrás y que las cosas sean como antes para que…

Al estar lo suficientemente cerca, doy un paso hacia adelante, permitiendo que la luz del sol me ilumine una vez más. Henry se detiene en seco, y todo su cuerpo se queda paralizado mientras sus ojos me recorren de pies a cabeza. Mantengo la pistola oculta tras mi espalda. 

–Grace… –susurra, atónito. Veo la confusión y la tristeza en su mirada, incluso cuando fue él quien provocó esto. Da un par de pasos hacia mí, y después cae de rodillas, comenzando a llorar repentinamente–. Lo siento. Lo siento mucho. No sabía qué hacer. No podía permitir que le dijeras a nadie. No podía arruinar la vida de mi padre. Perdóname. Por favor, perdóname. 

Aunque todavía siento el dolor de su traición clavándose cada vez más en mi pecho, me doy cuenta de que sus lágrimas son reales, y el dolor que siente también. Sin embargo, no es más grande que la ira y el sufrimiento que siento ahora, por fuera y por dentro. 

–Eres mi único amigo, Henry –susurro, dando unos cuantos pasos más hacia él. Sé que mi pierna derecha no va a aguantar mucho más, y que pronto estaré tendida en el suelo, inconsciente a causa de las heridas–. Eres mi mejor amigo. 

Pongo mi mano derecha sobre su cabeza, que está a la altura de mi vientre. Las punzadas de dolor en mi hombro se intensifican cuando él levanta la mirada. Observo sus profundos ojos marrones llenos de lágrimas, mirándome esperanzados en mis próximas palabras. Sonrío levemente, a pesar de que también he comenzado a llorar.

–¿Significa que me perdonas? –pregunta, sonriendo ingenuamente. Alejo mi mano izquierda de mi propia espalda, y acerco lentamente el cañón de la pistola hacia él, sin que logre verla. Pongo el arma bajo su mandíbula, y cuando él siente el frío objeto tocar su piel, ya es demasiado tarde.

–No –respondo con frialdad, presionando el gatillo. 

Por algún motivo, el sonido del disparo retumba más en mis oídos de lo que lo hizo el primero hacia el oficial Cowan. Mi mano deja caer el arma cuando veo la mandíbula de Henry deshacerse en pedazos. Parte de su cabeza se deforma en una explosión de sangre y tejidos que manchan mi torso por completo. En el suelo se forma un charco de aquel líquido oscuro, sobre el cual cae el cuerpo de mi amigo. Mis piernas flaquean y entonces pierdo el equilibrio, cayendo a su lado. 

Miro a mi alrededor durante un breve momento, notando que el taller se encuentra en una zona aislada. Lo único que logro ver es una pequeña casa a lo lejos, cuyo techo apenas sobresale entre una multitud de árboles y plantas. Mi única esperanza es que alguien en ese lugar haya escuchado los disparos, y que venga a salvarme.

Al perder el conocimiento sólo logro sentir el repugnante olor a pólvora y sangre que se quedará grabado en mis recuerdos por el resto de mis días.

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Lia_Vicuña
Hola, para cuando el prox cap, es que me quedé picada con la historia y me gustó
not
¡Me encantó tu novela! Gracias por hacer mi día mejor 😊📖
Kumo
Bravo, me gusto la idea
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