Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Una visita
Una semana ha pasado desde que Darien llegó, y aunque no lo he visto desde entonces, su presencia sigue flotando en mi mente. Javier apenas ha mencionado a su hermano durante estos días, pero sé que la tensión entre ellos no se ha desvanecido. Lo noto en su tono cuando hablamos por teléfono, en cómo evita ciertos temas, y en cómo su voz se apaga cada vez que le pregunto por su familia.
Hoy decidí visitarlo. Necesito verlo, sentir que todo sigue bien entre nosotros, aunque en el fondo no puedo evitar preguntarme cómo estará manejando la situación en casa. Camino hacia su puerta y golpeo suavemente. Me acomodo el cabello, sintiendo una ligera ansiedad. No sé qué esperar.
Javier abre la puerta y me sonríe, pero su sonrisa es tenue, como si llevara días cargando una mochila invisible sobre los hombros.
—Hola —dice, dándome un beso rápido en la mejilla—. Qué bueno que viniste.
—Te extrañaba —respondo, buscando sus ojos.
Él asiente y me invita a entrar. La casa está silenciosa, lo que me sorprende. Siempre había un ambiente más bullicioso cuando estaba aquí antes de la llegada de Darien, pero ahora todo parece más pesado, más sombrío.
—¿Tu papá está en casa? —pregunto, tratando de romper el silencio.
—No, salió a hacer unas diligencias —dice Javier mientras me guía hacia el salón—. Y mi hermano está… bueno, no sé dónde está.
Menciona a su hermano sin emoción, casi con resignación, como si ya hubiera aceptado que su regreso era una nube que iba a seguir encima de él, por mucho que intentara ignorarla.
Nos sentamos en el sofá, uno al lado del otro. Javier toma mi mano y la sostiene en silencio, como si simplemente estar juntos fuera lo único que necesitáramos. Pero puedo sentir que hay algo más, algo que lo inquieta.
—¿Cómo has estado esta semana? —le pregunto, intentando sonar casual, pero mi curiosidad se filtra en mi tono.
Él se queda en silencio por un momento, jugando con mis dedos, como si necesitara tiempo para encontrar las palabras adecuadas.
—Darien no ha cambiado nada. Sigue siendo el mismo de siempre —dice finalmente—. Aparece cuando quiere, se va sin avisar, y parece que solo está aquí para… no sé, fastidiar.
—¿Ha pasado algo? —pregunto, sintiendo que hay algo más que no me ha dicho.
Javier se pasa una mano por el pelo, claramente frustrado.
—Ayer tuve una discusión con él. Bueno, más bien, él intentó provocarme y lo logró. —Javier aprieta los dientes—. No sé por qué siempre logra hacerme reaccionar. Todo lo que dice parece estar diseñado para molestarme, para hacerme sentir que nunca seré suficiente comparado con él.
Siento una punzada de rabia. No puedo entender cómo alguien puede disfrutar tanto lastimando a los demás, especialmente a alguien como Javier, que siempre ha sido tan tranquilo y considerado.
—Javier, no puedes dejar que te afecte. Él está jugando su propio juego, pero tú no tienes que participar —le digo, apretando su mano con más fuerza.
Él asiente, pero su mirada está perdida en algún punto de la pared.
—Lo sé. Solo que… es difícil, ¿sabes? Toda mi vida he sentido que estoy en su sombra, y ahora que volvió, es como si todo ese sentimiento hubiera regresado también. Intento ser el mejor en todo, pero con él aquí, nada parece suficiente.
Antes de que pueda decir algo más, escucho el ruido de la puerta trasera abrirse. Me giro y, para mi sorpresa, ahí está el. Entra a la sala con una sonrisa arrogante en el rostro, como si supiera exactamente que su llegada interrumpiría algo.
—Vaya, vaya… —dice con su tono habitual de burla—. ¿No es encantador ver a los tortolitos en su nido de amor?
Su mirada pasa de Javier a mí, como si midiera cada una de nuestras reacciones. Javier se pone tenso inmediatamente, pero no dice nada. Puedo sentir cómo la atmósfera cambia en un instante, volviéndose más pesada y cargada de electricidad.
—¿Cómo están? —pregunta, aunque sé que no le interesa la respuesta. Se deja caer en un sillón, estirándose como si estuviera en su propio trono.
—¿Qué quieres? —pregunta Javier, claramente tratando de mantener la calma.
Darian levanta las manos en un gesto de inocencia exagerada.
—Nada, nada. Solo pasaba por aquí. No sabía que estaba interrumpiendo algo… privado. —La última palabra la dice con un tono que me hace sentir incómoda.
Javier cierra los ojos por un momento, como si intentara reunir toda la paciencia que le queda. Lo miro, deseando poder hacer algo para ayudarlo a lidiar con todo esto, pero sé que esta lucha entre los hermanos es algo que ha estado acumulándose durante años.
—Alana, ¿qué te parece si tú y yo salimos algún día? —pregunta de repente, con esa sonrisa sarcástica que ya he aprendido a odiar—. Podríamos conocernos mejor. Después de todo, pasaremos mucho tiempo juntos, ¿no?
Mi cuerpo se tensa, y siento la mano de Javier apretar la mía con fuerza, pero no de la manera suave y protectora de antes, sino con una mezcla de enojo y frustración contenida.
—Déjala en paz —responde Javier, su voz firme.
Darian se echa a reír, claramente disfrutando de la reacción de su hermano.
—Tranquilo, hermanito. Solo estoy bromeando. Pero si sigues tan tenso, un día de estos te va a estallar una vena.
Javier se levanta de golpe, su rostro enrojecido de rabia. Por un momento, temo que vaya a explotar y hacer exactamente lo que el quiere: perder el control.
—Vamos a salir de aquí —le digo suavemente a Javier, tirando de su mano para alejarlo de la confrontación.
Darian se queda en el sillón, mirando cómo nos vamos con esa misma sonrisa de triunfo en su rostro, como si siempre estuviera ganando alguna batalla invisible. Pero yo me niego a dejar que siga jugando con nosotros.
Salimos al jardín, y Javier se detiene un momento, respirando profundamente para calmarse.
—Lo siento, Alana —me dice, su voz rota—. Lo siento por todo esto.
Lo miro, sabiendo que no es su culpa, pero sintiendo su dolor como si fuera mío. Y entonces, con toda la honestidad que puedo, le digo:
—No tienes que disculparte. Estoy contigo, y eso no va a cambiar. Tu hermano puede intentar lo que quiera, pero no va a separarnos.
Javier me mira, sus ojos llenos de gratitud y algo más, una mezcla de tristeza y esperanza.
—Gracias —dice simplemente, pero sé que esas palabras encierran mucho más de lo que dice.
Nos quedamos allí, en silencio, solo nosotros dos, mientras el viento sopla suavemente a nuestro alrededor. El mundo puede estar lleno de conflictos y tensiones, pero en este momento, aquí con él, todo parece estar en su lugar.
Después de lo que acaba de pasar, no puedo dejar que Javier se quede solo con esa angustia. Lo conozco lo suficiente para saber que, cuando las cosas se ponen difíciles, tiende a retraerse en sí mismo, y no quiero que esa tensión con Darien lo siga consumiendo. Tomo una decisión rápidamente, buscando mi teléfono en el bolsillo.
—Voy a llamar a mi mamá —le digo a Javier.
Él me mira, algo sorprendido, pero no pregunta nada. Mientras marco el número, me apoyo contra la pared del jardín. La llamada suena unas cuantas veces antes de que mi mamá responda.
—¿Alana? —Su voz es cálida al otro lado, y me reconforta de inmediato—. ¿Todo bien, hija?
—Sí, mamá, todo bien. Solo quería preguntarte si te parece bien que me quede en casa de Javier esta noche. Está pasando por un mal momento y me gustaría acompañarlo. Veremos una película o algo así.
Mi mamá guarda silencio por un momento. Sé que normalmente no le encanta la idea de que me quede a dormir fuera de casa, pero también entiende que Javier es importante para mí.
—Está bien, cariño —dice finalmente—. Pero no te olvides de avisarme si necesitas algo, ¿de acuerdo?
—Claro, mamá. Gracias. Te quiero.
—Yo también, cuídate —responde antes de colgar.
Respiro aliviada, guardo el teléfono y vuelvo a mirar a Javier, que está sentado en el césped, mirando el cielo. Me acerco a él y me siento a su lado, nuestras rodillas tocándose suavemente.
—Le avisé a mi mamá que me quedaré esta noche. Podemos ver una película, distraernos un poco —le digo, intentando animarlo.
Javier me mira con una mezcla de sorpresa y gratitud.
—No tienes que quedarte solo por mí —dice, pero su voz revela que realmente lo aprecia.
—Lo sé, pero quiero hacerlo —le respondo—. Además, ya hemos tenido suficientes dramas por hoy. Necesitamos un poco de paz.
Javier sonríe levemente, una de esas sonrisas que siempre logran derretirme el corazón.
—Gracias —dice en voz baja, tomando mi mano.
Entramos nuevamente a la casa, el ambiente todavía cargado por la presencia de Darian, aunque ahora todo está en silencio. Subimos al cuarto de Javier, y cierro la puerta detrás de nosotros, buscando un poco de privacidad, lejos de cualquier provocación que pudiera aparecer de nuevo.
Javier se acerca a la estantería, donde guarda una pequeña colección de películas.
—¿Qué quieres ver? —pregunta, y puedo notar que está agradecido por la distracción.
—Algo ligero —respondo, sonriendo—. Nada que nos haga pensar demasiado.
Él asiente, eligiendo una comedia romántica que hemos visto varias veces, pero que siempre consigue hacernos reír. Pone la película, y mientras los primeros minutos comienzan a reproducirse, nos acomodamos en la cama, con una manta sobre nosotros.
El silencio entre nosotros ya no es incómodo. Nos recostamos uno al lado del otro, su brazo sobre mis hombros, y siento cómo poco a poco se va relajando. Es como si la tensión de la última semana estuviera empezando a disolverse, aunque sé que solo será temporal. Pero por ahora, aquí, en este momento, las cosas están bien.
A medida que la película avanza, lo miro de reojo. Su perfil iluminado por la pantalla, su expresión tranquila, y me siento agradecida de estar aquí con él. No digo nada, pero acerco mi cabeza a su pecho, sintiendo su respiración profunda.
Pasamos la noche viendo la película, comentando algunas escenas y, de vez en cuando, soltando una risa sincera. Es en estos momentos, cuando estamos juntos sin preocupaciones, que siento lo mucho que Javier significa para mí. A pesar de todo lo que ha pasado y lo que probablemente vendrá, quiero estar aquí para él, sin importar qué.
Cuando la película termina, el cuarto está en penumbra, solo iluminado por el brillo suave de la pantalla del televisor. Me giro hacia él, nuestras miradas se encuentran, y no hace falta decir nada. Sus brazos me rodean, y en su abrazo siento esa paz que ha estado ausente toda la noche.
—Gracias por quedarte conmigo, Alana —susurra, su voz calmada.
—Siempre, Javier —le respondo—. Siempre estaré aquí.
Cierro los ojos, y el sonido de su respiración es lo último que escucho antes de que se quedara dormido, sintiendo que, por esta noche, todo está en su lugar.
-
Me despierto en medio de la noche. La luz del televisor parpadea en la habitación, apenas visible entre las sombras. Javier sigue dormido a mi lado, su respiración lenta y constante. Me levanto con cuidado para no despertarlo, sintiendo la necesidad de ir al baño. La casa está en completo silencio, y las escaleras crujen ligeramente mientras bajo.
Camino por el pasillo hacia el baño, tratando de mantener el ruido al mínimo. Abro la puerta y, justo cuando estoy por entrar, me detengo de golpe. Darian está ahí, apoyado contra el marco de la puerta, como si me hubiera estado esperando. Lleva una camiseta oscura y pantalones de pijama, su expresión relajada, pero sus ojos brillan con esa familiar mezcla de burla y curiosidad.
—¿Vas al baño? —pregunta con una sonrisa torcida, bloqueando mi camino.
Siento una punzada de incomodidad, pero me esfuerzo por mantener la calma.
—Sí —respondo, intentando pasar junto a él.
Pero en lugar de moverse, Darian se queda ahí, mirándome, con ese aire despreocupado que siempre parece tener, como si disfrutara de la incomodidad que provoca. Me cruzo de brazos, esperando que se haga a un lado, pero él solo inclina ligeramente la cabeza, observándome con detenimiento.
—Me sorprende que te hayas quedado esta noche —dice finalmente—. Aunque supongo que Javier tiene que recibir algo de consuelo después de todo.
Su tono es afilado, casi como si intentara herir sin que lo parezca. Respiro hondo, recordando que lo mejor es no caer en su juego.
—Estoy aquí por él, no por ti —respondo, manteniendo la voz lo más firme posible.
Él suelta una risa suave, que hace eco en el pasillo vacío.
—Eso lo sé. No te preocupes —dice, con una sonrisa ladeada—. Pero me pregunto cuánto tiempo más vas a poder soportar toda esta situación. Javier puede ser tan… predecible. Y tú, bueno, no pareces del tipo que disfruta de lo aburrido.
Sus palabras me irritan, pero trato de mantenerme firme. Estoy cansada de sus intentos de sembrar discordia, y aunque sé que probablemente lo hace solo por el placer de molestar, sus comentarios empiezan a desgastarme.
—Javier es lo mejor que me ha pasado —le digo, mirándolo a los ojos—. Y tú no vas a hacer que piense lo contrario.
Darian alza las cejas, como si realmente se sorprendiera por mi respuesta, pero su sonrisa no desaparece.
—¿Es lo mejor que te ha pasado? —pregunta, con esa voz suave y venenosa—. ¿Estás segura?
Doy un paso hacia él, mi paciencia agotándose.
—Darian, muévete.
Se queda inmóvil por un segundo, pero luego, con un suspiro exagerado, finalmente se hace a un lado, levantando las manos en señal de rendición.
—Como quieras, Alana —dice mientras paso junto a él, su tono cargado de diversión—. Pero recuerda, a veces, las cosas no son tan simples como parecen.
No le respondo. Entro al baño y cierro la puerta detrás de mí, mi corazón latiendo más rápido de lo que me gustaría. Apoyo las manos en el lavabo, mirándome en el espejo, tratando de calmarme. Cada vez que el aparece, parece lograr sacarme de mi centro, y me molesta que lo haga tan fácilmente.
Respiro hondo varias veces antes de abrir la puerta. Al salir, el pasillo está vacío. No hay rastro de él, pero sus palabras siguen resonando en mi mente. Mientras vuelvo al cuarto de Javier, me prometo a mí misma que no voy a dejar que sus comentarios se metan en mi cabeza. Pero, por mucho que lo intente, la incomodidad sigue ahí, como una sombra que no se desvanece.
Al regresar al cuarto, Javier sigue dormido, ajeno a lo que acaba de pasar. Me acuesto de nuevo a su lado, pero esta vez me cuesta más relajarme. Me quedo mirando el techo, preguntándome qué será lo próximo que Darian intentará. Porque una cosa es segura: no va a parar hasta que consiga lo que quiere, aunque todavía no estoy segura de qué es eso exactamente.
Finalmente, cierro los ojos, intentando concentrarme en la tranquilidad de la noche, pero el rostro de Darian y su sonrisa burlona no desaparecen tan fácilmente de mis pensamientos.