Mónica es una joven de veintidós años, fuerte y decidida. Tiene una pequeña de cuatro años por la cual lucha día a día.
Leonardo es un exitoso empresario de unos cuarenta y cinco años. Diferentes circunstancias llevan a Mónica y Leonardo a pasar tiempo juntos y comienzan a sentirse atraídos uno por el otro.
Esta es una historia sobre un amor inesperado, segundas oportunidades, y la aceptación de lo que el corazón realmente desea.
NovelToon tiene autorización de @ngel@zul para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El miedo al pasado
La primavera se desvanecía lentamente, y con ella, el vientre de Mónica ya alcanzaba los seis meses de embarazo. Cada día sentía más a su bebé, y aunque estaba rodeada de personas que la querían, comenzaba a experimentar un miedo natural que se instalaba en su corazón. El miedo a lo desconocido, a ser madre por primera vez, y a lo que vendría con el nacimiento.
Una tarde, al llegar a casa tras un largo día en la cafetería, Mónica estaba exhausta. Con un suspiro profundo, se dejó caer en el sofá de la sala, sin preocuparse por lo que sucedía a su alrededor. El invierno había dado paso a una primavera fresca la cual ya se acababa, pero su cuerpo parecía no haber notado el cambio; el cansancio y el calor acumulado la hacían sentir pesada y agotada. Mientras cerraba los ojos, sintió una mano cálida apoyarse suavemente en su vientre. Era Diego.
-Traje esto para ti- dijo él, sonriendo, mientras le ofrecía un vaso de agua fresca con un toque de limón.
Mónica le devolvió la sonrisa, aunque cansada.
-Gracias, Diego, eres siempre tan atento.
Diego se sentó junto a ella, observando su panza que ya se hacía notar con claridad. Luego, con un gesto protector, dejó su mano descansar sobre el vientre de Mónica, como lo había hecho en otras ocasiones. Esta vez, sin embargo, sus palabras resonaron con más significado.
-Haré lo que sea por este sobrino o sobrina. Sabes que siempre estaré para ambos, ¿verdad?
En ese instante, algo extraordinario sucedió. Una ligera presión se sintió desde el interior del vientre de Mónica, como si el bebé respondiera a la promesa de Diego. Ambos se quedaron inmóviles por un segundo, mirándose a los ojos con sorpresa.
-¿Lo sentiste?- preguntó Mónica, sin poder contener una sonrisa emocionada.
-¡Sí!- dijo Diego, levantándose rápidamente y corriendo hacia las escaleras- ¡Chicos, bajen! ¡El bebé se movió!
De inmediato, todos los demás bajaron corriendo al salón, rodeando a Mónica con emoción. Todos querían sentir ese pequeño milagro bajo su mano.
-¿Puedo tocar?- preguntó Samuel, esperando su turno.
-¡Yo también quiero!- dijo Cintia, riendo mientras se acercaba.
Mónica, a pesar del cansancio, no podía dejar de sonreír. Cada uno de ellos, con gestos llenos de cariño, tocaba su vientre con la esperanza de sentir al bebé moverse de nuevo. Desde ese momento, las visitas espontáneas a su habitación se hicieron más frecuentes, todos pasaban con la excusa de "ver si necesitaba algo", pero en realidad, solo querían sentir al bebé.
Unas semanas después, cuando la primavera daba paso a los primeros días de verano, Diego reunió a todos en la sala con una sonrisa traviesa en el rostro.
-Chicos, descubrí algo increíble- dijo, levantando un pequeño trozo de chocolate en el aire- ¡Este es el secreto para que todos sientan al bebé moverse!
Mónica lo miró, incrédula.
-¿Chocolate?- preguntó, arqueando una ceja.
-¡Exacto!- dijo Diego, con seguridad- Estuve investigando, y resulta que si comes chocolate, el bebé tiende a moverse más porque aumenta la energía en tu cuerpo. ¡Es la manera perfecta para que todos lo sientan!
Cintia se echó a reír, pero pronto fue interrumpida por Alicia.
-¡Entonces tenemos que probarlo!
Desde ese día, todos se turnaron para llevarle a Mónica un pequeño trozo de chocolate cada tarde. Era casi como un ritual: el que llevaba el chocolate se sentaba a su lado, esperando con emoción a que el bebé comenzara a moverse. Y, tal como Diego había prometido, funcionaba. El bebé se movía después de unos minutos, y las risas y emociones de todos se esparcían por la casa.
Mónica disfrutaba de esos momentos, aunque empezaba a sentir una pequeña nube de preocupación formarse sobre su cabeza. Estaba a punto de entrar en su séptimo mes de embarazo, y los miedos comenzaron a acumularse. ¿Qué pasaría si el bebé dejaba de moverse? ¿Y cómo sería el parto? Las preguntas la mantenían despierta algunas noches, a pesar del consuelo que encontraba en su familia adoptiva.
Una noche en particular, una tormenta inusual azotó la ciudad. Los truenos resonaban por las paredes de la casa, y los relámpagos iluminaban el cielo con destellos cegadores. Mónica se despertó sobresaltada por el sonido de un trueno especialmente fuerte. A su alrededor, la oscuridad era densa, ya que la luz se había ido debido a la tormenta.
-¿Qué fue eso?- murmuró, con el corazón acelerado, mientras se incorporaba en la cama.
El eco de otro trueno llenó la habitación, seguido por la luz intermitente de los relámpagos. Mónica respiraba rápidamente, tratando de calmarse, cuando algo en la ventana capturó su atención. Entre la penumbra y los destellos de luz, pudo ver una figura en la ventana. Al principio pensó que era una sombra creada por los árboles en movimiento, pero conforme la luz iluminaba la figura, algo frío recorrió su cuerpo.
Reconocía esa silueta. La figura del otro lado del cristal pertenecía a alguien que conocía demasiado bien.
-No puede ser…- susurró, con la voz quebrada por el miedo.
La imagen era clara ahora: era Ryan. El mismo Ryan que le había exigido que terminara con su embarazo, el hombre del que había huido, estaba de pie afuera de su ventana, observándola. Mónica sintió que el pánico la paralizaba por completo. Los recuerdos de las últimas palabras de Ryan comenzaron a retumbar en su mente, mezclándose con el sonido de la tormenta.
-No... no puede ser él- murmuró, con sus ojos llenos de lágrimas.
Quiso moverse, pero el miedo la tenía atrapada. El aire en la habitación se sentía denso, casi irrespirable. Escuchaba el latido de su corazón en sus oídos, y cada trueno parecía resonar dentro de ella. Con manos temblorosas, trató de alcanzar su teléfono, pero en su confusión lo dejó caer al suelo.
De repente, un golpe en la puerta de su habitación la sobresaltó.
-¡Mónica, soy Diego! ¿Estás bien?- gritó desde el otro lado.
Mónica no podía responder. Sentía como si sus palabras se quedaran atascadas en su garganta, ahogadas por el miedo. Diego volvió a golpear la puerta, más fuerte esta vez.
-¡Mónica! ¿Puedo entrar?- insistió, con preocupación evidente en su voz.
Finalmente, Mónica reunió el valor suficiente para responder.
-S-sí… entra.
Diego abrió la puerta y, al verla, corrió hacia ella, visiblemente preocupado.
-¿Qué pasa? Estás temblando.
-Él… él está aquí…- susurró Mónica, señalando hacia la ventana con la mano temblorosa.
Diego frunció el ceño y se acercó rápidamente a la ventana. Sin pensarlo dos veces, la abrió y miró hacia afuera, pero no había nadie. Solo la lluvia golpeando el suelo y el viento silbando entre los árboles.
-No hay nadie, Mónica- dijo, girándose hacia ella con una expresión de confusión- ¿Estás segura de que viste algo?
-Era él… Ryan estaba ahí… lo vi…- susurró, abrazándose a sí misma mientras las lágrimas comenzaban a caer.
Diego se acercó y se sentó junto a ella en la cama, pasándole un brazo por los hombros.
-Tranquila… no hay nadie aquí- dijo suavemente, tratando de calmarla- Tal vez fue un truco de la luz o… no sé, pero te prometo que no dejaré que nadie te haga daño.
Mónica respiró hondo, intentando calmarse. A pesar de las palabras de Diego, el miedo seguía latente en su interior.
-No quiero que me encuentre- susurró- Tengo miedo por el bebé, Diego.
-No te preocupes, aquí estás segura. No permitiré que nadie los lastime- dijo él con firmeza.
Con las palabras de Diego resonando en su mente, Mónica cerró los ojos y, poco a poco, el cansancio venció al miedo. Sin embargo, mientras la tormenta continuaba afuera, no pudo evitar pensar que las sombras del pasado aún la seguían, incluso en su nuevo refugio.