Una noche. Un desconocido. Y un giro que cambiará su vida para siempre.
Ana, una joven mexicana marcada por las expectativas de su estricta familia, comete un "error" imperdonable: pasar la noche con un hombre al que no conoce, huyendo del matrimonio arreglado que le han impuesto. Al despertar, no recuerda cómo llegó allí… solo que debe huir de las consecuencias.
Humillada y juzgada, es enviada sola a Nueva York a estudiar, lejos de todo lo que conoce. Pero su exilio toma un giro inesperado cuando descubre que está embarazada. De gemelos. Y no tiene idea de quién es el padre.
Mientras Ana intenta rehacer su vida con determinación y miedo, el destino no ha dicho su última palabra. Porque el hombre de aquella noche… también guarda recuerdos fragmentados, y sus caminos están a punto de cruzarse otra vez.
¿Puede el amor nacer en medio del caos? ¿Qué ocurre cuando el destino une lo que el pasado rompió?
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Capítulo 22: El precio del amor
Lían cerró la puerta del apartamento con un suspiro largo y profundo. Su corazón aún latía con fuerza por la confrontación con su padre, pero no había ni un solo rastro de duda en su pecho. Lo había hecho. Lo enfrentó. Por Ana. Por Matías. Por Sofía. Por sí mismo.
Caminó hacia el interior, guiado por el sonido suave de risas infantiles. Encontró a Ana sentada en el suelo de la sala, con los mellizos jugando con bloques de colores. La luz del sol entraba por la ventana, pintando la escena con un aura casi irreal. Ella alzó la vista y lo miró. Supo de inmediato que algo había pasado.
—¿Cómo te fue? —preguntó con voz serena, aunque en sus ojos brillaba la inquietud.
Lían se acercó lentamente, la miró con ternura y se sentó a su lado. Matías se subió a sus piernas como si no hubiera pasado nada, como si el mundo no estuviera observándolos con lupa. Como si no fueran los hijos "ilegítimos" de uno de los hombres más poderosos del país.
—Mi padre me pidió que los negara. A ti. A los niños. Me amenazó con quitarme todo —dijo, sin adornos.
Ana bajó la mirada por un momento. Las palabras eran duras, pero más duro era imaginar el dolor que significaban para él.
—¿Y qué le dijiste? —preguntó, aunque ya intuía la respuesta.
Lían sostuvo su rostro entre las manos.
—Le dije que no hay fortuna que valga lo que tengo contigo y con ellos. Que si tenía que perderlo todo, lo haría. Que ustedes son mi elección.
Ana sintió que el alma se le estremecía. Lágrimas contenidas se acumularon en sus ojos, pero no por tristeza… sino por amor. Por gratitud. Por respeto.
—Lían… —susurró, apenas audible—. No tenías que…
—Sí, tenía —la interrumpió con suavidad—. Nunca más voy a permitir que alguien te haga sentir que no eres suficiente. Que nuestros hijos no valen. Porque ustedes lo son todo para mí.
Se abrazaron fuerte, en silencio. En ese instante, todo lo que había sido incierto se volvió firme. El vínculo entre ellos se templaba con fuego, no con dudas. Era amor… del que resiste tempestades.
Los días siguientes fueron extrañamente tranquilos. Aunque los medios seguían hablando del escándalo, Lían había puesto límites claros. Se ocupó de proteger legalmente a Ana y a los niños, blindando su privacidad lo mejor que pudo. Incluso empezó a buscar un hogar más seguro, lejos del centro y de los fotógrafos que aún merodeaban.
Ana, por su parte, seguía asistiendo a la universidad mientras se preparaba para la graduación. Todo parecía avanzar en dirección al futuro que ambos empezaban a construir.
Pero en otro punto de la ciudad, lejos de la calidez de ese pequeño hogar, las cosas se movían de forma muy distinta.
George Hunter observaba por la ventana de su oficina, con una copa de whisky entre los dedos. A su lado, un asistente sostenía un portapapeles con información confidencial.
—¿Estás seguro de que esta chica no tiene familia influyente? —preguntó sin girarse.
—Sí, señor. Su familia es de clase media, vive en México. No hay conexiones políticas, ni sociales importantes. Pero… es muy apreciada por sus compañeros y profesores.
George asintió en silencio.
—Empieza por ahí. Ensúciala. Quiero rumores en su universidad. Algo que cuestione su integridad. No demasiado directo… lo suficiente para que empiecen a desconfiar de ella.
—¿Y Hunter Group, señor? —preguntó el asistente—. ¿Cómo manejará a su hijo si descubre que…
—Mi hijo no sabrá nada. No aún. Él cree que esto es amor. Yo sé que es una debilidad. Lo que tiene con esa mujer se romperá cuando el mundo le dé la espalda. Y cuando ella decida alejarse por voluntad propia… yo estaré ahí para recoger los pedazos.
El asistente dudó un segundo.
—¿Y si ella no se va?
George se giró con una frialdad en la mirada que heló la sangre.
—Entonces haré que se vaya.
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Ajeno a las sombras que se cernían sobre su felicidad, Lían tomó la mano de Ana esa noche y le prometió que nada ni nadie los separaría. Pero en las sombras, el enemigo más peligroso no era un extraño… era la sangre de su sangre.
Y el juego apenas comenzaba.