Hilos Del Pasado: Entre Recuerdos Y Sacrificios

En la tranquila tarde siguiente, Zaida se encaminó hacia el lago del jardín en busca de un poco de alivio del calor sofocante. Anika, con su usual ojo avizor, le había contado sobre el misterioso frasco que descubrió durante la noche, insistiendo en que Zaida debía informar al príncipe de inmediato. Asintiendo con determinación, Zaida indicó a Anika que fuera a verificar el bienestar de sus hermanas.

Mientras tanto, Zaida se dirigio hacia los aposentos del príncipe, pero al llegar, se encontró con una habitación vacía. Intrigada por lo que Anika había descubierto, decidió investigar por sí misma. Con cautela, tomó el pequeño frasco entre sus manos y lo destapó. Sin embargo, en cuanto lo hizo, un polvo oscuro se dispersó rápidamente por el aire, envolviendo sus manos y su rostro.

Zaida sintió un agudo pinchazo en la piel mientras el polvo comenzaba a surtir efecto. Un ardor intenso la invadió, haciéndola caer al suelo con un gemido de angustia. Recordando lo que Anika le había confiado anteriormente, Zaida sacó un frasco de entre sus ropas, uno que contenía la propia sangre de Anika. Con manos temblorosas, bebió un sorbo de la sangre, pero no pudo terminar antes de que el frasco se deslizara de sus dedos y rodará contra el suelo, alejándose de ella

Aunque el dolor se calmó ligeramente, las quemaduras en su piel persistieron, indicando que el veneno aún estaba activo. Con un esfuerzo sobrehumano, Zaida se arrastró hacia la puerta, su mente luchando contra el dolor y la confusión, pero sabía que debía encontrar al príncipe lo antes posible.

Mientras Anika velaba a sus hermanas a lo lejos, un repentino estallido de dolor la sacudió. Observó horrorizada cómo sus manos se convulsionaban, sintiendo el tormento de Zaida como si fuera propio. En un abrir y cerrar de ojos, se transformó en un águila, surcando los cielos con una velocidad frenética hacia donde yacía Zaida, cuya angustia resonaba en lo más profundo de su ser.

Cuando Anika regresó a su forma humana en la habitación, su corazón se contrajo al ver a Zaida en el suelo, sufriendo en silencio. Con determinación, se hirió las palmas de las manos con las uñas, manteniendo abiertas las heridas para que su sangre fluyera, una ofrenda para aliviar el tormento de Zaida.

Cada gota de sangre que caía en la boca de Zaida era un bálsamo contra el dolor, pero el veneno persistía, desafiando los intentos de curación de Anika. Aun así, ella permaneció firme, resistiendo su propio sufrimiento mientras luchaba por salvar a su ama del abismo de la agonía.

El sonido de los pasos de William se acercaba, y Anika, con un último esfuerzo, dejó de darle de su sangre. La palma de su mano se curó rápidamente como si nunca hubiera habido una herida. No le quedó de otra que alejarse de ella, mientras tanto, William regresó a la habitación y se encontró con el caos.

Cuando entró y vio a Zaida en el suelo, con sangre en la boca, su corazón se llenó de preocupación y confusión. Sin perder un segundo, la levantó en sus brazos con cuidado y la colocó con delicadeza en su cama, tratando de tranquilizarla mientras su mente corría en busca de respuestas.

William llamó a Letio con urgencia, ordenándole que fuera por el médico familiar. Letio asintió rápidamente y se apresuró fuera de la habitación en busca de ayuda médica. Mientras tanto, William se acercó a Zaida, su rostro lleno de preocupación.

- Zaida, ¿qué sucedió? - preguntó con voz ansiosa, notando la debilidad de su respuesta.

Zaida levantó débilmente la mano y señaló el frasco que yacía en el suelo, su expresión llena de pesar. - Lo siento, mi señor... Fue un acto de imprudencia. Abrí el frasco por curiosidad y... esto sucedió -, murmuró con dificultad.

William se inclinó para examinar el frasco. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al comprender la gravedad de la situación. La culpa lo invadió al pensar en cómo la curiosidad de Zaida había desencadenado esta tragedia.

Justo en ese momento, el médico llegó apresuradamente a la habitación, seguido de cerca por Anika. William se apartó para dejar espacio al médico mientras este examinaba a Zaida con rapidez.

Anika, con angustia en sus ojos, se acercó a Zaida, sintiendo el mismo dolor que la atormentaba, Anika tenía ese vínculo con ella, si a Zaida le ardían sus manos, a ella también, si le ardia la cara, a Anika también, sentia como si el mismo fuego la abrazara, si todo eso sentía, no podía imaginar el dolor que estaba sufriendo su ama.

El médico comenzó a tratar a Zaida mientras Anika observaba con impotencia, compartiendo su dolor en silencio. La habitación estaba llena de tensión y preocupación mientras todos esperaban el veredicto del médico sobre el estado de Zaida.

El médico, con mano experta, tomó el pulso de Zaida y luego sacó una bolsa que contenía un calmante para aliviar su dolor. Con cuidado, disolvió el contenido en agua y se lo ofreció a Zaida, quien lo bebió con esfuerzo, tratando de soportar el dolor.

Luego, el médico preparó otro polvo que prometía aliviar su sufrimiento. Zaida, ingirió el remedio, aunque el esfuerzo le costaba cada vez más.

Después de un momento de espera tenso, Zaida no mostró signos de somnolencia, el dolor que experimentaba, era demasiado. El médico, preocupado, volvió a tomar su pulso y notó que se debilitaba rápidamente, como si el dolor estuviera consumiéndola desde adentro.

William observó con angustia cómo las venas de Zaida palpitaban bajo su piel tensa, reflejando la lucha interna que enfrentaba.

Después de examinar a Zaida con seriedad, se volvió hacia William con una mirada sombría. - Su estado es grave Alteza, es posible que no pase la noche, el veneno en su cuerpo es fatal-, informó con pesar.

El corazón de William se llenó de temor ante la posibilidad de perder a Zaida. Con manos temblorosas, tomó la mano de Zaida y la observó con tristeza, como si temiera perderla.

El médico, sorprendido por la muestra de afecto de un príncipe hacia una criada, arqueó una ceja en incredulidad.

Letio, notando la expresión del médico, desenvainó su espada y apuntó al cuello del médico con determinación. - Si dices algo de esto, no dudaré en matarlo -, amenazó con voz firme, dejando claro que no toleraría ninguna indiscreción

El médico tragó saliva nerviosamente ante la amenaza de Letio, pero asintió con rapidez. - No diré nada, lo juro -, prometió, sintiendo el filo frío de la espada presionando contra su cuello.

Letio le entregó una bolsa de monedas de oro al médico como garantía de su silencio y su servicio, el médico se retiró de la habitación con una mezcla de alivio y temor.

William, aún preocupado por Zaida, ordenó a Letio que fuera por sus medicamentos personales. - Ve y trae mis medicamentos - exigió con desesperación.

Sin embargo, Letio se negó, argumentando que esos medicamentos eran exclusivos para él y, por lo tanto, más costosos. - Lo siento, mi señor, pero esos medicamentos son exclusivos para usted. No puede usarlos en otra persona -, explicó Letio, manteniendo su postura firme.

William, en su angustia, gritó con frustración. - ¡No te pregunté eso! ¡Haz lo que te digo y tráelos de inmediato! - ordenó, su voz llena de desesperación, - Si señor - dijo Letio mientras salía de la habitación.

William observó impotente cómo Zaida sufría en silencio, su rostro contorsionado por el dolor pero sin emitir una queja. Admiraba su fortaleza, pero también se llenaba de desesperación al verla luchar contra un enemigo invisible e implacable.

En ese momento de angustia, Letio irrumpió en la habitación, trayendo consigo los medicamentos solicitados por William. Sin perder tiempo, William comenzó a aplicar la crema en la piel quemada de Zaida, sabiendo que al menos eso aliviaría un poco su sufrimiento.

Después de darle las pastillas que le proporcionarían un poco de calma, Letio permaneció en la habitación, listo para cumplir cualquier orden de su príncipe. Sin embargo, William, con la mirada fija en Zaida, le indicó con voz firme que se retirara.

Ambos sabían lo que eso significaba. William quería estar solo con Zaida en sus posibles últimos momentos, y Letio comprendió el deseo de su príncipe sin necesidad de palabras. Con un gesto de respeto, Letio se retiró de la habitación, dejando a William junto a Zaida.

Zaida levantó débilmente su mano hacia William, buscando su consuelo en medio del dolor abrumador. - Principe... -, susurró con voz entrecortada, sus ojos llenos de angustia y súplica.

William se acercó rápidamente, su corazón lleno de preocupación y afecto por Zaida. - Dime Zaida, que quieres que haga -, dijo mientras tomaba de su mano con suavidad.

Zaida cerró los ojos, sintiendo el calor reconfortante de la mano de William en la suya. - ... Abrázame -, pidió con voz temblorosa, su cuerpo temblando por el dolor.

William, abrumado por la sensación de impotencia que lo invadía, se acercó a Zaida y la abrazó con ternura, sintiendo cómo su corazón se llenaba de tristeza ante la idea de perderla. Quería hacer más, quería protegerla, pero se encontraba limitado por las circunstancias.

Anika, sintiendo el sufrimiento de Zaida, tomó una decisión valiente y activó el collar que Zaida llevaba puesto. Instantáneamente, el collar comenzó a canalizar su poder curativo hacia Zaida, aliviando gradualmente su dolor y las quemaduras que la afligían.

Sin embargo, el alivio de Zaida venía acompañado de un precio: las heridas y el dolor que una vez atormentaron a Zaida ahora comenzaron a manifestarse en el cuerpo de Anika. Con cada momento que pasaba, Anika sentía cómo las quemaduras se propagaban por su brazo derecho, oscureciendo su piel y llenándola de un dolor intenso.

A pesar del dolor que la consumía, Anika se mantuvo firme, decidida a soportar cualquier sufrimiento con tal de aliviar el tormento de Zaida. Para Anika, el bienestar de su ama superaba cualquier sacrificio personal, y estaba dispuesta a soportar cualquier cosa para protegerla.

Con valentía, Anika observó cómo su brazo se oscurecía con las quemaduras. Aunque el dolor la consumía, su determinación permanecía inquebrantable, su sacrificio era un acto de lealtad hacia Zaida.