Reencarne En Una Jodida Villana.

Luego de que el príncipe le contara toda su historia, Oriana se quedó en silencio un momento, y luego habló:

—¿Entonces, cuando decidiste meterme en todo esto, ya sabías quién era? ¿No es así?

—Sí. Pero quiero que sepas que no te mentí. Lo vi como una oportunidad. Esa noche que te vi, no me quedaron dudas de que eras tú. Así que dije que, si tenía que casarme, lo haría con la mujer que amaba…

—Deja de decir eso —Camila tenía las mejillas rojas por las palabras de Daniel, pero pronto frunció el rostro—. ¿Y qué hay de lo que yo quiero? Dijiste que me dejarías ir cuando… —Oriana entendió todo en ese momento y lo interrumpió—. Me mentiste. Esto es como cuando me engañaste para ir a California…

—Yo no te engañé…

—Sí lo hiciste. Ya no importa, pero ahora lo has vuelto a hacer —se levantó con firmeza—. En este momento estoy muy enojada. No quiero hablar. Hablaremos en otro momento… Estoy feliz de que estés aquí, pero no puedo creer que sigas siendo tan egoísta. Dices que me amas y que quieres conquistarme, pero este no es el camino.

Oriana empezó a caminar hacia la puerta, pero Daniel la detuvo con sus palabras.

—Si te decía quién era desde el principio, seguramente me habrías rechazado. No puedo volver a perderte. No sabes por todo lo que pasé luego de saber que la única mujer que en verdad amé, la perdí. Sí, soy egoísta… pero tú sabes que mis sentimientos por ti siempre fueron sinceros.

—Como dije, necesito pensar. Me retiro ahora para no decir algo de lo que pueda arrepentirme después.

Sin más, se marchó, con un torbellino de sentimientos inexplicables en su corazón.

---

Por otro lado, Manuel se levantó furioso y se dirigió a su oficina. Una vez allí, tomó una botella y se sirvió una copa para calmar el ardor en su pecho. Era la primera vez que confesaba tan directamente sus sentimientos… y ella había decidido huir.

Sin darse cuenta, bebió un trago tras otro, y pronto su estado era lamentable. Volvió a pensar en Oriana y en todo lo que había sufrido tras perderla. Sin pensarlo dos veces, salió como pudo de su oficina.

—¡Guardia, prepare mi carruaje... saldremos!

El soldado que custodiaba su oficina lo miró sorprendido al verlo en ese estado.

—Alteza, creo que es mejor que vaya a su habitación y…

—¿Quieres que te encierre en el calabozo por desobedecer mis órdenes? Ve a hacer lo que te digo.

El soldado tembló ante su grito y asintió en silencio. Manuel enderezó la espalda y caminó lo más recto que pudo. Pero antes de llegar a la entrada, Luis se cruzó en su camino.

—¿Qué sucede? ¿A dónde vas a esta hora?

—Voy a ver a mi prometida. Tengo que aclarar algo con ella.

—Manuel, creo que es mejor que descanses primero y luego hablas con…

—No. Iré ahora. No huirá nuevamente de mí como siempre lo hace. Esta vez no cederé ante sus rabietas. Ella me ama y no permitiré que otra vez me aleje por miedo.

Luis lo miró sorprendido por sus palabras. Al ver que no podía convencerlo, suspiró.

—Bien, vamos. No dejaré que el ministro te mate cuando te vea llegar así a su casa.

Sin más, ambos subieron al carruaje que ya estaba preparado.

---

**Horas antes.**

En la entrada de la mansión del ministro de guerra llegaban dos carruajes. El primero era el de Camila, a quien los guardias dejaron pasar. Pero rápidamente cerraron los portones, y el otro carruaje se detuvo bruscamente.

—¿Qué sucede? —preguntó Miriam al sentir la sacudida.

—Lo siento, señora, pero los guardias cerraron las rejas.

Natalia frunció el ceño.

—Malditos plebeyos. Cuando sepan quiénes somos, se arrepentirán.

Bajó del carruaje, seguida por su madre.

—¡Abran las rejas! ¿Es que acaso no saben quiénes somos?

—Lo siento, señorita, pero tenemos órdenes del ministro de no dejar pasar a nadie sin invitación. No tenemos aviso de su llegada.

—¿Cómo te atreves? ¡Soy la cuñada del dueño de esta casa! ¡Una de las señoras de esta familia! ¡Abre las rejas si no quieres terminar en la calle!

De pronto, un caballo se detuvo frente a la entrada. Sobre él, el propio ministro de guerra. Fabián miró con desprecio a las mujeres.

—Abran las rejas.

—Sí, señor.

Miriam sonrió triunfante, pero pronto su sonrisa se borró al escuchar:

—Le avisaré a mi hermano de su llegada.

Natalia intervino, molesta:

—¿Tío? ¿No piensas dejarnos aquí afuera?

—Hola, sobrina. Lo siento, pero no voy a perturbar la paz de mi esposa. Esperen aquí, ya mismo le aviso a mi hermano que las lleve a su nuevo hogar.

Ambas arrugaron sus vestidos con rabia, pero no pudieron responder. El hombre siguió su camino y los guardias volvieron a cerrar las rejas.

—Madre…

—Tranquila, cariño. Vamos dentro. Esperemos a tu padre.

Miriam hervía de furia. Desde lejos, vieron a Camila abrazar a Fabián al llegar. Ambas se sintieron aún más frustradas.

Pronto, el marqués salió de la mansión junto a Camila y las acompañó a su nuevo hogar. Era una casa mucho más pequeña que la suya, aunque cómoda para tres personas. La marquesa, enfurecida, no tardó en estallar:

—¡Aurelio, esto es una falta de respeto! ¿Cómo puede tu hermano hacernos esto? ¡Somos su familia! ¿No le importa el qué dirán? ¡Mientras él vive en un castillo, nos envía a vivir en esta pocilga…!

—¡Suficiente, Miriam! ¡Esto es tu culpa! ¿Cómo pudiste ir en contra de mi palabra y provocar la furia de la emperatriz?

Ella lo miró, sorprendida.

—Eso es mentira, yo…

—No mientas. Ya lo sé todo. Tuve que buscar este lugar porque, gracias a los malos tratos que le diste a mi hija, Fabián no te quiere en su hogar.

Natalia intervino, enojada:

—¿Y por qué Camila no está con nosotros? ¿Por qué también me trata así a mí? ¡Soy su sobrina también!

—Lo sabe todo. Sabe lo que ambas hicieron para engañar al príncipe Luis. No quiere que ninguna de ustedes se acerque a Camila. Y yo tampoco lo quiero. Mucho menos ahora que está comprometida con el príncipe Manuel.

Ambas palidecieron. Miriam, con voz temblorosa, preguntó:

—Repite eso. Eso no puede ser posible…

—Lo que oíste. Mi hija se va a casar. Será la emperatriz de Málaga. Espero que ninguna cause problemas, o me veré obligado a tomar medidas extremas con ustedes.

Sin decir más, se retiró a su oficina. Los negocios estaban en crisis por el escándalo en el que Miriam los había metido.

Miriam y Natalia tomaron asiento, y esta última, entre lágrimas, dijo:

—La odio… la odio, madre. ¿Por qué ella tiene que estar feliz cuando, por su culpa, mi compromiso se canceló?

—Tranquila, cariño. Mamá ya está pensando en algo. No tienes de qué preocuparte. Esa bastarda no será feliz después de lo que te hizo. Tú tranquila.

La marquesa la abrazó, convencida de que todo era culpa de Camila.

---

En la mansión del ministro, Fabián tuvo que salir nuevamente por una situación urgente en el cuartel. Antes de partir, se despidió de su esposa y sobrina.

—Cariño, no me esperes despierta. Recuerda que debes descansar.

—Bueno, pero intenta volver pronto. Sabes que me preocupo cuando no estás en casa.

—Lo haré. —Mientras abrazaba a su esposa, miró a su sobrina—. Cuida de ella, por favor. Volveré pronto.

—Ve tranquilo, tío. Yo cuidaré de ella.

Fabián besó la frente de ambas y partió. No sin antes ordenar a los soldados que cuidaran de su familia. Rara vez dejaba la casa de noche, pero con Linda casi a término de su embarazo, cualquier ausencia le generaba preocupación.

Apenas pasaron treinta minutos, cuando se empezaron a escuchar gritos provenientes del exterior...