Lo Que Arde Entre Nosotros

-Capítulo 11-

La línea era una sola.

Negativa.

Abril sostuvo la prueba entre los dedos temblorosos, sentada en el borde de la cama de Yazmín, el silencio de la cabaña se volvió más pesado que nunca.

—¿Y bien? —preguntó Yaz, desde el marco de la puerta, con los brazos cruzados, tenía esa mirada que no admitía mentiras.

Abril alzó la prueba, como si fuera un trofeo.

—Negativa —susurró.

Yazmín frunció el ceño, entrando.

—¿Hace cuánto que…?

—Cinco minutos.

—No, me refiero a… ¿Cuántos días de retraso llevas?

Abril miró al suelo.

—No lo sé, tal vez unos tres… O cinco, pero seguro solo es el estrés.

—Abril —dijo Yazmín con un tono firme— hay falsos negativos, nada es imposible.

—No estoy embarazada —replicó ella, más como un intento de convencerse a sí misma, se levantó, dejando la prueba sobre la mesa como si quemara. —No puede ser.

Yaz la miró en silencio, pero no dijo nada más.

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Ese día, Elías pasó a buscarla para hacer algunas compras, su madre se había quedado descansando en casa, cuidada por Renzo, el hermano menor de Luciano, quien se había ofrecido a hacerle compañía.

—Lista —dijo Abril, subiendo a la camioneta.

Elías le lanzó una mirada rápida.

—¿Dormiste bien?

—No mucho.

—Se te nota.

La salida fue… inesperadamente cómoda, fueron al supermercado del pueblo, y entre bolsas de harina, productos de limpieza y frutas, las tensiones parecían haberse disuelto, Abril incluso sonrió varias veces, sorprendida por lo fácil que era dejarse llevar.

En uno de los pasillos, pasó junto al estante de preservativos. Su mirada se detuvo por inercia y justo entonces, Elías apareció a su lado.

—¿Querés que agarre unos? —preguntó con una sonrisa ladeada y la voz grave.

—No —dijo ella rápido, sintiendo las mejillas arder— No es necesario.

Pero él ya había tomado tres cajas.

—Mejor prevenir, ¿no? —dijo bajito, cerca de su oído— Nunca se sabe cuándo podemos perder el control.

Ella se mordió el labio.

—Eres un idiota.

—¿Y aún así te gusto?

Abril rodó los ojos, pero no pudo evitar reír.

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Pagaron todo y cargaron las bolsas en la parte trasera de la camioneta, mientras el sol estaba bajando, tiñendo el cielo de un naranja suave. En el camino de vuelta, con la radio sonando bajito y las ventanillas abiertas, Elías colocó una mano sobre su muslo, sin decir nada.

Ella no la apartó.

Mucho antes de llegar a su casa , Elías giró la camioneta hasta un camino de tierra.

—¿Qué hacés?

—Nada malo —respondió con una sonrisa peligrosa— Solo quiero… Estar más tiempo a solas.

Detuvo la camioneta cerca de un campito, lejos de la vista de cualquiera.

Cuando se inclinó hacia ella, Abril lo detuvo por un segundo.

—Esto no es solo pasar un momento a solas, Elías.

—Lo sé —susurro, con el deseo en su mirar.

Y entonces la besó, lento al principio, con una ternura que contrastaba con la urgencia que vino después. Sus manos me buscaron con hambre, su cuerpo se acomodó sobre el mió, y en ese pequeño universo de asientos traseros, suspiros y ropa desordenada, nos olvidamos de todo lo demás.

La camioneta crujió bajo el peso del deseo, empañando los vidrios con el calor de lo prohibido.

Y por un momento, solo existieron ellos.

Solo el fuego.

Solo lo que ardía entre ellos.