Damián Blackwood, es un Alfa dominante que ha construido un imperio oculto entre humanos, jamás pensó que una simple empleada pondría en jaque su autocontrol. Isabella, con su espíritu desafiante, despierta en él un deseo prohibido… pero lo que comienza como una peligrosa atracción se convierte en una amenaza cuando descubre que ella es su compañera destinada. Una humana...
Bajo la sombra de antiguas profecías y oscuros secretos, sus destinos colisionan, desatando fuerzas que nadie podrá contener.
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Desesperanza
El murmullo de voces en el comedor de empleados era apenas un susurro de fondo. El reloj marcaba las dos de la tarde y la mayoría de los empleados ya había vuelto a sus estaciones de trabajo. Sin embargo, Carla y Selene se habían quedado unos minutos más, sentadas cerca de una de las ventanas que daba al jardín interior del edificio. La luz suave de la tarde caía sobre sus rostros mientras sostenían tazas de café y galletas en servilletas.
Damián no solía bajar a ese nivel a esa hora, pero necesitaba espacio. Sus pensamientos estaban saturados y su lobo rugía sin descanso desde el último cruce con Selene. Caminaba sin prestar mucha atención a su entorno cuando escuchó una voz conocida decir su nombre. Se detuvo sin pensarlo, se quedó oculto detrás de una columna decorativa del pasillo lateral que conectaba con el comedor.
—…y cuando Damián se puso como un ogro —decía Carla com mucha seriedad —No sé si fue profesional o personal, pero te vi aguantándote las ganas de lanzarle el clicker por la cabeza. Yo en tú lugar no hubiera podido contenerme.
—No fue tan grave —respondió Selene, restándole importancia al tema, aunque en su voz había una mezcla entre fastidio y resignación —Ya me acostumbré a que cuestione todo lo que digo o hago.
Damián frunció el ceño desde su escondite. No sabía que le dolía más si escuchar cómo lo percibía ella o confirmar que se había ganado su indiferencia.
—Lo que no entiendo es cómo no le dices nada —siguió Carla —O cómo logras seguir con esa calma. Yo estaría explotando.
—Porque no vale la pena pelear con él —respondió Selene —Y porque ya entendí que no voy a poder demostrarle nada. Si no quiere escucharme, no voy a forzarlo.
Damián sintió un pinchazo en el pecho.
"Yo sí quiero escucharte —pensó —Solo que no sé cómo callar esta tormenta dentro de mí cuando te tengo enfrente."
—Bueno, cambiando de tema —dijo Carla con una sonrisa que se notaba incluso sin verla —¿es verdad que aceptaste salir con Gael?
El corazón de Damián se detuvo por un segundo al escuchar la pregunta. Se pegó más a la pared, conteniendo el aliento.
—Sí… —respondió Selene después de una pausa— Me lo volvió a pedir anoche cuando terminamos de trabajar tarde. Me pareció tierno. Y la verdad, ya es hora de dejar de posponer cosas.
—¡Me encanta! —celebró Carla, dando un leve golpe en la mesa —Además, se nota que le gustas mucho. Y tú te relajas cuando estás con él. ¿Sabes hace cuánto no te veo reír de verdad?
—Es que Gael es… fácil de tratar. Además, desde que nos conocemos siempre hubo una chispa, así que... no sé, tal vez sea hora de dejar que se encienda.
El impacto fue como un disparo directo al corazón. Damián retrocedió un paso, sintiendo que todo en su interior ardía. No era enojo. Era algo más crudo. Era miedo. Miedo a perderla. A no poder recuperar lo que jamás había tenido.
Y mientras que Carla sonreía por la noticia, Selene continuó:
—Solo va a ser una cena. Nada complicado. Pero… sí, quiero intentarlo. Tal vez necesito alguien que me vea, o al menos que me haga compañía de vez en cuando.
Damián no esperó más. Giró sobre sus talones y se marchó, con el pulso golpeándole las sienes, y su lobo empujando con violencia bajo la piel.
*¿Eso querías? —le gritó su lobo— Que se interesara en otro. Pues ahí lo tienes. ¡Y mírate, hecho pedazos!*
Pero él no respondió. No podía. Las palabras de Selene no dejaban de resonarle en la mente.
"Tal vez necesito alguien que me vea."
Y lo peor era que ella no sabría cuánto la había visto desde el primer momento. Cuánto la deseaba. Cuánto la necesitaba.
Pero ya no bastaba con sentirlo.
Ese día, Damián se marchó temprano. No tenía ánimos para nada. Sus pensamientos lo llevaban una y otra vez a recordar las palabras que había escuchado. Pero lo peor llegó los días siguientes, cuando en los pasillos parecía que el único tema de conversación o de chisme era que Selene tendría una cita con Gael.
Cada vez que escuchaba al respecto, Damián tenía ganas de que la tierra se lo tragara.
Ese mismo sábado... El restaurante estaba lleno, pero el rincón que Gael había reservado para su cena con Selene estaba apartado de los demás comensales. Una vela encendida en el centro de la mesa arrojaba una luz tenue y cálida que reflejaba el brillo suave de los ojos de la joven.
—No puedo creer que estemos aquí —dijo Selene con una sonrisa mientras se sentaba— Hace cuánto no salíamos a comer juntos… ¿Desde la universidad?
—Desde que aquel camarero pensó que éramos una pareja y nos regaló un postre por “nuestra ternura” —recordó Gael, riéndose —Admito que fue divertido.
Selene soltó una carcajada, relajada, gustosa. Había algo en Gael que le permitía ser ella misma, sin pensar demasiado. Quizá era porque se conocían desde hacía años, o porque nunca había tenido que impresionarlo. Con él no sentía el cosquilleo incómodo de estar siendo observada o juzgada. Solo paz.
La conversación fluyó con facilidad: anécdotas, bromas, recuerdos y planes. Gael era brillante, divertido, atento. Le gustaba cómo la miraba, no como si quisiera desarmarla, sino como si la admirara en cada palabra.
Después de la cena, caminaron por la costanera. El aire fresco de la noche les rozaba la piel, y Selene se abrazó a sí misma. Gael, sin decir una palabra, se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros.
—Gracias —murmuró, mirándolo de reojo.
—Oye, Luna —dijo él, deteniéndose —Quiero decirte algo.
Ella también se detuvo, bajando un poco la mirada.
—He estado pensando en ti desde que nos reencontramos. Sé que estás en un momento de tu vida donde muchas cosas están cambiando, pero... me encantaría formar parte de eso. Me gustas. Mucho.—confesó —Siempre me gustaste, pero ahora siento que… podría enamorarme de ti. ¿Quieres ser mi novia?
La propuesta la tomó por sorpresa, aunque no del todo. Selene sintió un leve nudo en el estómago. Gael era todo lo que una parte de ella deseaba: seguridad, dulzura, historia compartida. Pero, como una brisa en la nuca, hubo un pensamiento fugaz… unos ojos intensos, un roce en la mejilla, una sensación que no había vuelto a sentir con nadie más.
Lo apartó de su mente.
Sonrió.
—Sí, quiero —respondió, y apenas lo dijo, el rostro de Gael se iluminó.
Él se acercó lentamente, dándole tiempo a retirarse si quería. Pero Selene no lo hizo. Cerró los ojos y recibió el beso con los labios entreabiertos, cálidos, suaves, sinceros.
No hubo fuego, no hubo estallidos internos.
Pero hubo ternura. Y eso, pensó, también era parte del amor.
Al día siguiente
Damián había llegado más temprano que de costumbre. Había pasado la noche revisando contratos y reordenando su agenda con una ferocidad poco habitual en él. En parte porque no había podido dormir, y en parte porque su lobo estaba insoportablemente callado desde la tarde anterior.
Esa mañana, Marcus entró a su oficina sin siquiera tocar la puerta, con una sonrisa en los labios y la energía del que viene cargado de chismes.
—Tengo algo para contarte que probablemente no te va a gustar.
—Estoy ocupado, Marcus —replicó Damián hastiado, sin levantar la vista del monitor.
—Es sobre tu compañera.
La pluma en la mano de Damián se detuvo.
—¿Qué pasa con ella?
Marcus se dejó caer en el sillón frente a su escritorio, cruzando una pierna sobre la otra.
—Salió con Gael anoche. Y no, no fue una simple salida entre viejos amigos. Fue una cita. Lo sé porque Carla y yo salimos y los vimos juntos.
La mandíbula de Damián se tensó.
—¿Y?
—¿Y? ¡¿Y?! —Marcus soltó una risa incrédula— ¿De verdad vas a fingir que no te importa?
—No tengo por qué fingir nada. Ella es libre de salir con quien quiera.
*¡MENTIRA! —rugió su lobo, saliendo abruptamente del silencio. —¡Sus sonrisas no deben ser para él! ¡Es nuestra pareja, y se la están llevando!*
—Entonces —continuó Marcus, bajando un poco la voz al notar el brillo en los ojos de su amigo— ¿vas a hacer algo al respecto?
—No —respondió Damián, mirándolo por fin— No voy a hacer nada.
—¿Estás seguro?
—Completamente.
—Porque tú querías que el vínculo se rompiera, ¿no? —Damián hizo un gesto afirmativo —Bueno… al parecer estás un paso más cerca. ¡Felicidades!
La burla en su voz no pasó desapercibida. Pero Damián no dijo nada. Solo tomó el informe frente a él y lo hojeó con manos firmes. Marcus se levantó y se dirigió a la puerta, pero antes de salir, se volvió una última vez.
—Solo espero que cuando te des cuenta de lo que perdiste… no sea demasiado tarde.
Cuando Marcus se marchó, el silencio volvió a instalarse en la oficina. Solo que esta vez no era un silencio vacío, sino uno cargado de tensión, resentimiento… y tristeza.
*Lo lograste —murmuró su lobo, con un deje de derrota. —Estás más solo que nunca.*
Damián apretó los puños, y aunque su expresión permanecía imperturbable, una grieta invisible comenzó a abrirse en su interior.
No respondió. No discutió con su lobo.
Solo pensó en los labios de Selene, en los ojos de Gael fijos en ella, en ese “sí” que nunca le había pertenecido.
Y por primera vez desde que supo que Selene era su compañera, deseó que la Diosa de la Luna le hubiera dado una oportunidad diferente.
O, tal vez… simplemente, que no se la hubiera dado en absoluto.
¡Mis felicitaciones y agradecimiento por este nuevo regalo de tu fértil imaginación!
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