Pia es vendida por sus padres al clan enemigo para salvar sus vidas. Podrá ser felíz en su nuevo hogar?
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capítulo 16
FLASHBACK
El salón del Palazzo Marconi estaba abarrotado de figuras importantes del bajo mundo. Era una de esas fiestas exclusivas a las que solo se asistía con invitación firmada por sangre, donde el lujo desbordaba tanto como los pecados. Candelabros de cristal colgaban del techo, el vino corría como agua bendita en vasos de cristal, y los hombres de traje oscuro se reunían en pequeños grupos, hablando en susurros sobre negocios que nunca podrían figurar en papeles legales.
Leonardo De Santi observaba todo con su copa de coñac en mano, recostado contra una columna de mármol blanco. Tenía treinta años recién cumplidos, pero su porte firme, su mirada helada y sus decisiones calculadas hacían que hasta los más viejos lo respetaran… o temieran. Esa noche no tenía intenciones de hacer alianzas ni de brindar por la paz. Había ido a observar. A escuchar. Y, si era necesario, a actuar.
Francesco, su primo y mano derecha, se acercó con una sonrisa ladeada.
—¿No vas a brindar, Leo? —le dijo con tono relajado.
—Brindo cuando hay algo por lo que valga la pena —respondió sin apartar la vista de los Moretti.
Enzo Moretti estaba del otro lado del salón, junto a su esposa, Luciana. Ambos parecían nerviosos, mirando constantemente a su alrededor. Leonardo frunció el ceño. Había algo extraño en su actitud. Enzo era un hombre astuto, acostumbrado a moverse con frialdad, incluso cuando estaba al borde de la muerte. Pero esa noche… había sudor en su frente, y Luciana apretaba su copa con tanta fuerza que parecía que se le iba a romper entre los dedos.
—¿Qué traman? —murmuró Leonardo, casi para sí.
—¿Querés que me acerque a averiguar? —preguntó Francesco.
—No. Esta vez quiero escucharlo yo.
Leonardo dejó la copa sobre una bandeja de plata que llevaba un mozo y se movió por el salón con la habilidad de un depredador silencioso. Sabía que los Moretti tenían malas costumbres: solían discutir sus negocios sucios en lugares públicos creyendo que nadie les prestaba atención. Por eso no fue sorpresa descubrir que se habían refugiado en una de las terrazas laterales, lejos del bullicio, donde pensaban que los muros de piedra vieja guardarían sus secretos.
Leonardo se quedó detrás de una columna, lo suficientemente cerca como para oír sus voces. Y lo que escuchó hizo que la sangre se le congelara.
—No podemos esperar más, Enzo —dijo Luciana con un tono apurado—. Los Mancini ofrecieron quinientos mil euros. Es una fortuna por alguien que nunca nos sirvió de nada.
—No hablés así de tu hija, por Dios —respondió Enzo, aunque su tono era más de reproche vacío que de indignación real.
—¿Qué querés que diga? ¡Pia siempre fue una carga! Rebelde, desobediente… Nunca quiso entrar en razón. No es como las otras chicas. Nadie la va a querer para casarse, pero para entretener a los Mancini… les gusta ese tipo de mujer.
Leonardo sintió que algo ardía dentro de su pecho. Cerró los puños. ¿De qué estaban hablando?
—Vos sabés cómo son los Mancini —continuó Luciana con voz baja pero firme—. No la quieren como esposa de nadie. La quieren para el negocio. Es joven, tiene una cara bonita y un cuerpo llamativo. Para ellos, eso es oro. Y si no aceptamos, podrían volverse en nuestra contra.
Enzo asintió, derrotado.
—Lo sé. Pero no me gusta. No me gusta pensar en Pia en esa situación.
—¡Entonces preferís que nos maten! —espetó Luciana—. Ellos no hacen ofertas dos veces. Aceptamos o se termina todo. Vos decidís: ¿la vida de Pia o la nuestra?
Leonardo retrocedió un paso, sintiendo el eco de esas palabras retumbar en su cabeza. “¿La vida de Pia o la nuestra?” Como si fuera una elección lógica. Como si una hija fuera un pedazo de carne que se puede ofrecer para salvarse a uno mismo.
Nunca había sentido lástima por los Moretti. Ni siquiera por su supuesta "hija rebelde" a la que aún no conocía en persona. Pero en ese instante, algo cambió dentro de él. Algo que no podía explicar.
—¿Y si los De Santi se enteran? —preguntó Enzo, nervioso.
—No se van a enterar. Es un trato directo entre nosotros y los Mancini. Nadie más lo sabrá. Pia saldrá del país con otra identidad. Fin del problema.
Leonardo ya no podía seguir escuchando. Se alejó de la terraza con la mandíbula apretada, el corazón acelerado y una ira difícil de contener. Se cruzó con Francesco en el pasillo y lo tomó del brazo.
—Tenemos que hablar.
—¿Qué pasó?
—Enzo y Luciana están por vender a su hija al clan Mancini para que la usen como… como mercancía.
Francesco parpadeó, atónito.
—¿Estás jodiendo?
—Ojalá.
—¿Y qué vamos a hacer?
Leonardo no dudó.
—Vamos a impedirlo.
—¿Cómo?
—La vamos a sacar de sus manos antes de que puedan entregarla.
Francesco entendió al instante.
—¿Querés traerla acá?
Leonardo lo miró con seriedad.
—Sí. Pero no como esposa. No como trofeo. La traigo para salvarla de sus propios padres.
Francesco alzó una ceja.
—¿Y cómo pensás convencer a Enzo?
—Le voy a hacer una propuesta que no pueda rechazar —murmuró Leonardo con amargura—. Le voy a ofrecer algo que lo salve… pero no sin que le duela.
Autora te felicito eres una persona elocuente en tus escritos cada frase bien formulada y sutil al narrar estos capitulos