Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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La exhibición
Julian se mantuvo clavado en su sitio. Pese a la invitación directa y descarada de Eleanor, prefirió ignorarla, optando por permanecer en las sombras de la escalera. Estaba allí por Dorian y por su hermano, no para ser el entretenimiento personal de la líder mafiosa. El asco y la furia competían con su necesidad de información.
Eleanor tomó a continuación un envoltorio brillante de la pequeña mesa bien adornada. Se trataba de un caramelo. Con una lentitud exasperante, disfrutando cada segundo de la tortura psicológica, lo abrió y se lo ofreció a su supuesto prometido, Gill, entre sus dientes. El joven entró en un pánico silencioso, consciente de la humillación que estaba a punto de ocurrir.
—Elle, por favor. No me hagas esto aquí, frente a ellos —suplicó, su voz apenas un susurro que no llegaba a los oídos de Julian—. La poca dignidad que me queda se va a desmoronar.
Ella no dijo nada. Se acercó a él con la misma sensualidad con la que se movía en la pista de baile. Él ejerció resistencia, pero Eleanor, acostumbrada a esa reacción, sabía perfectamente cómo obligarlo a aceptar el caramelo sin que su lengua rozara la píldora. Cuando se aseguró de que el afrodisíaco estaba en la cavidad bucal de Gill, presionó con fuerza su mandíbula para asegurarse de que no lo escupiría.
—Cómelo. Sé un buen niño, Gill —ordenó, la dulzura en su voz era más cruel que cualquier grito—. Sabes que este es tu juego preferido, no tienes por qué sentirte avergonzado ahora. Más bien deberías lucirte frente a tu hermano y demostrarle cuán privilegiado eres de haber sido escogido por mí. Solo tú tienes estos beneficios que tantos quisieran y que solo se quedan en simples fantasías que no se van con simple autoplacer.
—¡Basta, Eleanor! Esto no es divertido —espetó Dorian, indignado. Su celo no era por la moralidad, sino porque la escena se desenvolvía para otros, y no para su beneficio.
—¿Qué? ¿Ahora te preocupas por tu hermano? ¿O es acaso los celos y el rencor los que te impiden ver? El show ni siquiera ha comenzado. Solo ten un poco de paciencia —explicó ella, con una sonrisa maliciosa, regresando a la mesa en busca de unas esposas de juguete, aumentando la sensación de anticipación.
Gill estaba completamente ruborizado, las mejillas ardientes, el sudor perlaba su frente a pesar del frío que el aire acondicionado soplaba por el club. Las lágrimas brotaban de sus ojos en medio de su contención. Pero ya era tarde. El caramelo había hecho efecto. Se trataba de un afrodisíaco sumamente potente, un fármaco experimental financiado por Eleanor y, posiblemente, vinculado a la misma red de drogas que había herido a Derek. El pensamiento hizo que Julian se revolviera en su escondite.
Eleanor regresó a su lado y con una sensualidad deliberada, comenzó a acariciar su pecho y sus hombros. Un ligero toque bastó para que el bulto de Gill comenzara a apretar dentro de su pantalón.
—Vamos, Gill. Tienes que relajarte un poco, apenas estoy iniciando —susurraba en su oído, lamiendo y mordiendo con esmero su cuello.
—Elle, acaba con esto rápido —suplicó, mordiendo sus labios para impedir que algún gemido se escapara. Ella sonrió satisfecha de ver cómo él y Dorian sucumbían ante su lascivo espectáculo.
—¿Ahora lo entiendes, Dorian? Me fascinan los hombres sumisos, tranquilos, que disfrutan de mis complacencias. Y adoro hacerlos venir con solo un par de movimientos. No hay nada más satisfactorio que saber que puedes ver y sentir sin tocar.
La provocación funcionó a la perfección. Dorian estaba al límite.
—Y es precisamente eso lo que más me tiene obsesionado de ti —rugió Dorian, su voz apenas contenida—. Imaginar que puedo ser yo quien te domine, quien te someta y te ponga a mi merced. Quizás hoy estás jugando conmigo, pero algún día seré yo quien esté bajo tus faldas y haga a tus piernas temblar. Has logrado tu objetivo, mira cómo me tienes: caliente y duro por ti. Ya llegará mi turno de ponerte húmeda.
Mientras tanto, Julian luchaba por mantener la compostura en medio de esa escena obscena. Su mente policial intentaba racionalizar: Están drogando a este chico. Esto es abuso. Esto es ilegal. Pero sus ojos se quedaron fijos cuando la mujer bajó la cremallera del pantalón de Gill y comenzó a acariciar su zona más sensible con esmero y dedicación.
Gill estaba al borde de la locura. El calor corporal que sentía era indescriptible; parecía un omega sometido por su alfa, por la loba del club. El joven no resistió más a la atención de su prometida. En un abrir y cerrar de ojos, liberó toda su tensión. La mano de la mujer quedó empapada de su sustancia. Sin asco ni vergüenza, Eleanor la llevó hasta su boca e introdujo sus dedos para limpiarse. Julian, al ver tal acto, sintió que su estómago se encogía, mientras una oleada de excitación no deseada recorría su cuerpo. Ese acto siempre había sido uno de sus sueños sin cumplir con su adorable y tímida novia Rose.
La respiración de Gill era agitada, dejando caer su cuerpo hacia el suelo, sin fuerzas siquiera para mantenerse en pie. Eleanor estaba satisfecha. Rió y dio un par de giros, como una niña feliz a la que le cumplieron el capricho. Se dirigió a donde estaba Dorian, para seguir conversando, importándole poco el estado actual de Gill.
Pero entonces, algo cayó cerca de ellos. Era un objeto pequeño y metálico, con un ligero silbido.
El instinto de Julian, el instinto del policía entrenado, se activó antes que cualquier pensamiento. ¡Un explosivo!
Antes de que Eleanor pudiese reaccionar, Julian salió disparado de la escalera. Con la velocidad del rayo, se abalanzó hacia el objeto. Lo atrapó y lo arrojó lejos, hacia un área retirada donde solo había escombros y mesas rotas.
A los pocos segundos, se escuchó una explosión ensordecedora.
El sonido reventó el ambiente agradable del club. El pánico fue instantáneo y generalizado. Todos los presentes corrieron en todas direcciones, gritando. El humo espeso y acre se esparcía rápidamente por todo el salón. Un pedazo de pared había caído sobre varias mesas de apuestas.
Y detrás del humo, emergió la figura que había sido la causa de todo: el temido Kiam. Su rostro era una máscara de furia contenida, sus ojos buscaban a Eleanor con una sed de venganza inconfundible. Había regresado, y esta vez, venía con la intención de destruir para siempre.