Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.
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Capítulo 15: La propina
Los cuatro recorrieron juntos el camino de regreso a las torres, cada uno con una carga equivalente a su respectiva fuerza.
—Les juego una carrera —propuso Germán a las dos niñas, comenzando a correr casi de inmediato, seguido de cerca por Carolina.
—¡Esperen! ¡Pueden romper lo que tienen en las bolsas! —exclamó su padre, haciendo que los dos se detuvieran antes de haber llegado a la mitad de la cuadra, y que regresaran junto a él y Sofía.
Lo que realmente le preocupaba al papá de Germán era la posibilidad de que alguno de los dos niños se lastimara con algo, o que ninguno de los dos alcanzara a ver acercarse algún posible vehículo al cruzar la calle, distraídos con su juego. Por más cuidadosos que fueran la mayoría de los conductores al transitar por esas calles, él se mantenía firme en su decisión de no confiarse al respecto. Sin embargo, sabía que no le prestarían atención si les explicaba esto, por lo tanto, usó las cosas que ambos llevaban como excusa.
—Deberían seguir el ejemplo de Sofía —les dijo cuando volvieron junto a él—. Ella se quedó acá conmigo, no salió corriendo como ustedes.
No ignoraba que la mencionada niña había hecho eso simplemente porque estaba muy ocupada comiéndose el chocolate que él le había comprado, pero optó por simular que no se percató de esto, y así ponerla como un ejemplo de buena conducta. De esa manera les dejaría en claro a Germán y a Carolina cómo quería que se comportaran, y haría a Sofía sentirse bien consigo misma, facilitando que siguiera comportándose de ese modo en el futuro cuando estuviera acompañada de su madre. La sonrisa que la niña esbozó por el último comentario de Fabián le dio a entender a este que había logrado cumplir exitosamente el segundo cometido, al menos. Como cualquier niño en su situación, Sofía exhibió una muy evidente expresión de orgullo. Mientras terminaba de comerse su golosina, retomó la conversación que sostenía, hasta unos segundos atrás, con sus amigos.
Fabián se preguntó a sí mismo si había hecho lo correcto al darle aquella niña el chocolate que tanto quería, pero mejoró su actitud al recordar que eso podía llegar a ser de gran importancia en la vida de Sofía; como ocurrió con él.
—¿De verdad empezaste a hacer plata así? —le preguntó ella.
Esa pregunta llamó su atención por un segundo, pues olvidó que le había mencionado algo así a la niña tras hacerle el ofrecimiento de darle una propina a cambio de que los ayudara llevando una de las bolsas. Claro que no necesitaba de asistencia extra realmente, pero al ver que las bolsas eran cinco, se dijo que era la oportunidad de satisfacer el capricho de la menor de un modo inteligente: como había acordado previamente con Carolina y Germán, ellos llevarían una bolsa cada uno para ayudarlo, pero él no llevaría las tres restantes, sino dos de estas, dejando la quinta al nuevo miembro del grupo. Luego de asegurarse de que las bolsas destinadas a los niños no fueran pesadas para chicos de su edad, y de que ninguna contuviera objetos que pudieran romperse con facilidad, la repartición fue hecha. Sin embargo, no salieron del mercado hasta que Sofía usó su recién adquirida propina para comprar lo que ya llevaba saboreando días enteros en su imaginación. Si bien no era tan bueno como lo imaginó, estaba satisfecha. Después de guardar en su bolsillo el vuelto que le entregaron, ya que Fabián le indicó previamente que podía conservarlo, se unió a los dos niños y al adulto a cargo, agarrando la bolsa que le correspondía.
—Sí, podría decirse, más o menos —le respondió el padre de Germán—. Tomó su tiempo, por supuesto, como todo. No se puede decir que sea millonario, pero tampoco soy para nada pobre. Creo que conseguí tener mi dosis de éxito en la vida. Y diría que todo fue gracias a no haberme rendido, y a mis humildes comienzos. Ahora tengo un buen trabajo del que estoy orgulloso, y con el que gano más que suficiente para vivir.
—Mi mamá no tiene trabajo —quiso aportar Sofía a la conversación—. No le quieren dar en ningún lado. Dice que nunca tuvo las mismas oportunidades que el resto por ser pobre. Lo bueno es que igual tenemos plata. No tanta como vos, pero tenemos. Me dijo que esa plata se la dan todos los meses porque me tuvo a mí.
—Debe ser lo mismo que le daban a mis papás —mencionó Carolina, mientras los cuatro se detenían en la esquina de aquella cuadra al ver acercarse un auto rojo—. Es que mi mamá me dijo lo mismo una vez.
—También tenemos lo que, a veces, nos regalan cuando vamos a pedir a los negocios de por acá. Así que tampoco somos pobres.
Al mismo tiempo que cruzaban la calle, Fabián no pudo evitar sentir un leve perjuicio hacia esa tal Reyna. No obstante, automáticamente censuró este pensamiento. Siempre rechazó la idea de ser alguien incapaz de ponerse en los zapatos de los demás. Se dijo a sí mismo que esa mujer merecía el beneficio de la duda. Podía tratarse de una persona que, en efecto, intentó avanzar y autosuperarse en la vida, pero no tuvo buena suerte, careciendo de oportunidades de verdad. No todos podían ser personas que usan sus humildes orígenes como excusa para vivir en la mediocridad, mantenidos por alguien más. El tipo de personas que él jamás soportó, pues le desagradó siempre el hecho de que se usara el dinero de los impuestos que pagaban trabajadores, como él, para estos "pagos" destinados a gente sin deseos de trabajar. A pesar de las intervenciones de Hada, en todo momento intentó inculcarle a su único hijo que siempre debía esforzarse para conseguir las cosas, ya que eso fue lo que aprendió a lo largo de su vida, y lo que quería transmitir a la siguiente generación. Germán no debía convertirse en alguien que sólo busca la salida más fácil, sin importar cuál sea esta, y que solamente exige que se le den cosas por el simple hecho de existir. Ya se había encontrado con algunos como esos en su vida.
—A mí toda la vida me gustó más vivir así —les dijo a sus pequeños acompañantes, cuando llegaron a la cuadra de las torres—. Más de una vez me costó continuar, pero lo hice, y me fue bien. Todo lo que tengo me lo gané, y eso que yo también fui pobre. No me regalaron las oportunidades, tuve que salir a buscarlas.
Se arrepintió de haber dicho eso al instante siguiente de hacerlo. No quería dar una opinión negativa sobre esa mujer que ni siquiera conocía, salvo de vista nada más; y menos aún estando presente la hija de esta, quien parecía quererla, y al mismo tiempo admirarla mucho. Pensó que, de no ser ella tan excéntrica y distante, los dos podrían llevarse bien. Él, inclusive, podía ofrecerle trabajo si mostraba interés por aprender, pues necesitaba alguien más para atender a los clientes en el almacén.
—Creo que la suerte también me ayudó —dijo, mientras Germán abría el portón del complejo para que todos pudieran pasar—. Vengan, primero hay que llevarle a la abuela de Caro sus cosas.
Quería hacer el intento de contarle a los tres niños un resumen de los problemas que tuvo en el transcurso de su vida, y cómo lidió con estos. Tal vez no les interesara, y se aburrieran con su relato, pero sentía deseo de hacer el intento, convencido de que tenían la edad indicada para escuchar lo que planeaba comunicarles.