En 1957, en Buenos Aires, una explosión en una fábrica liberó una sustancia que contaminó el aire.
Aquello no solo envenenó la ciudad, sino que comenzó a transformar a los seres humanos en monstruos.
Los que sobrevivieron descubrieron un patrón: primero venía la fiebre, luego la falta de aire, los delirios, el dolor interno inexplicable, y después un estado helado, como si el cuerpo hubiera muerto. El último paso era el más cruel: un dolor físico insoportable al terminar de convertirse en aquello que ya no era humano.
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Capítulo 15: Nuevos aliados
Tras la traición de Leo y el caos que dejó, el asentamiento necesitaba reforzar su seguridad y fortalecer los vínculos entre los sobrevivientes. La desconfianza se palpaba en el aire, pero Tania sabía que la supervivencia dependía de encontrar aliados confiables. Fue entonces cuando, en los límites del territorio, un grupo de sobrevivientes apareció. Se trataba de un contingente diverso: científicos, soldados y civiles que habían logrado mantenerse unidos gracias a su organización, inteligencia y habilidades complementarias.
Entre ellos destacaban dos figuras: Marcos, un hombre de mediana edad experto en químicos, con un pasado lleno de investigaciones sobre enfermedades y vacunas, y Isabela, una estratega militar con un carácter frío pero eficiente, que había perdido a toda su familia y sabía que la supervivencia exigía disciplina y planificación. Ambos llevaban consigo conocimientos y habilidades que podrían cambiar la dinámica del asentamiento.
Tania se acercó con cautela, evaluando a cada miembro del grupo. No era solo una cuestión de recibir ayuda, sino de asegurarse de que su intención fuera sincera.
—Bienvenidos —dijo con voz firme—. Si realmente quieren ayudar, deberán seguir nuestras reglas. Aquí todos dependemos de todos. No hay espacio para egoísmo o traiciones.
Marcos asintió, mostrando respeto, mientras Isabela observaba el entorno con una mirada analítica. Los demás miembros del grupo se alinearon, conscientes de que la primera impresión definiría su aceptación.
En los días siguientes, los nuevos aliados demostraron ser valiosos. Marcos evaluó los recursos del asentamiento y comenzó a analizar sustancias que podrían servir para mejorar la salud de los habitantes y prevenir infecciones. Sus conocimientos permitieron optimizar la purificación del agua, identificar hierbas con propiedades medicinales y crear barreras químicas improvisadas para mantener a los monstruos alejados.
Isabela, por su parte, se dedicó a mejorar la defensa del asentamiento. Rediseñó patrullas, reforzó las barricadas y enseñó técnicas de combate y coordinación. Su disciplina y experiencia militar infundieron confianza y organización, lo que ayudó a los sobrevivientes a sentir que podían enfrentar cualquier amenaza externa.
Tania, observando el progreso, comprendió que estos aliados no solo fortalecían las defensas físicas, sino también la moral del grupo. Carmen, aunque pequeña, se mostró fascinada con Isabela, absorbiendo cada lección de estrategia adaptada a su edad y aprendiendo a moverse con seguridad en el asentamiento.
—Ves, Carmen —le dijo Tania mientras caminaban por la muralla—, aprender de los que saben puede salvarte la vida. Nunca subestimes el conocimiento, incluso si eres joven.
Con cada día que pasaba, la confianza entre los sobrevivientes y los recién llegados crecía. Tania entendió que la unión era ahora su arma más poderosa. El asentamiento no solo tenía que resistir ataques de monstruos y humanos hostiles, sino también consolidar alianzas que les permitieran sobrevivir a largo plazo y, quizás algún día, descubrir la forma de revertir la infección que había devastado al mundo.
Mientras el sol caía sobre el asentamiento, Tania sintió un atisbo de esperanza. Nuevos aliados significaban más fuerza, más conocimiento y más posibilidades de sobrevivir. La traición de Leo había sido dolorosa, pero ahora la resiliencia del grupo y la llegada de refuerzos le daban un nuevo propósito: proteger a los suyos y reconstruir un futuro que antes parecía imposible.